Chereads / Tramontana Azul / Chapter 9 - Capítulo 8

Chapter 9 - Capítulo 8

Rosario me despertó con delicadeza, dejando que entrase una brizna de luz, del resplandeciente día que nos esperaba. Fresco y sin una nube en el cielo.

— Buenos días, María. Teo y Cipriano estarán a punto de llegar. Mi hijo me dijo que te despertase para que desayunásemos juntos. Si quieres sigue durmiendo, por lo que me ha contado, la noche estuvo muy agitada.— Buenos días, iré al baño y tomaré una ducha rápida.— Te dejaré una toalla verde, para que te seques. ¿Necesitas secador de pelo?— No. Hoy me lo recogeré. Gracias.Con dulzura y amor apretó mi desnudo hombro y salió de la habitación, asegurándome que los haría esperar hasta que bajase.Llegué al comedor justo a tiempo. Los hombres acababan de sentarse. Tenis azules, pantalón vaquero, camisa blanca, que resaltaba mi negra melena, recogida por un pañuelo azul. Rosario, al verme aprobó mi vestimenta con una mueca cómplice y empezó a servir la comida. Desayunamos, reímos y preparamos la jornada que nos esperaba. Primero veríamos los problemas que tenía la bomba de agua, como le prometimos a Cipriano, y luego iríamos andando hasta la laguna. Comeríamos en el bar la Cañada, con vistas al lago. Su padre se ofreció para venir a recogernos, pero Teo declinó. Fuimos a la caseta del agua, a simple vista la bomba parecía en buen estado, la desmontamos y vimos que las viejas palas estaban oxidadas y desgastadas. Decidimos no repararla y cambiarla por una más moderna de flujo continuo, que no necesitaba una bola de presión para funcionar. La compramos por internet, en la página web de una tienda. El viernes bajaríamos a recogerla y la montaríamos ese mismo día.Cogimos una botella de agua y una pieza de fruta que cargamos en la mochila de senderismo y comenzamos la ruta por el valle. Dos horas de placentero paseo hasta llegar a la laguna, donde habíamos reservado mesa en la terraza de la Cañada. En vez de tomar la carretera me llevó por una senda entre frutales de secano. A medida que caminábamos iba contándome las características de las tierras que cruzábamos, describiéndome a sus propietarios y sus vidas, y las anécdotas de su infancia. Increíbles historias de un valle campesino. También me explicaba los cultivos plantados y para cada uno de ellos los secretos de su floración. En los más tempraneros, los almendros, ya comenzaban a despuntar las primeras yemas que escondían las flores de su despertar. Aprendí que el color de la flor dependía de cuándo brotase y no del tipo de almendra. Así, los almendros que florecían temprano lo hacían con flores blancas y los más tardanos coloreaban en rosa. Bromeando le dije: "Como tú. Pero lo importante es que no nos prives de las flores que escondes en tu interior." Atravesamos campos de cerezos, que florecían más tarde que los almendros. Su blanca flor era más pequeña, me explicaba. Él apreciaba más el rosa pálido del almendro que el blanco nieve del cerezo. "En cualquier caso, si me das a elegir entre papá y mamá, prefiero a los dos". Dijo, y me ruboricé. Lo miré, quedé aturdida por su banal comentario. No me sinceré y guardé el secreto de mi preferencia, de mi amor, yo idolatraba a Papá. Con su mano frotó mi espalda, me estaba ayudando a que me abriese; avergonzada miré al horizonte y seguí caminando en silencio. Las perezosas viñas, de uva monastrell, aún dormían esperando a que llegase el calor y se consolidase la primavera. Estaban asidas a la ladera de un campo rudo, un auténtico pedregal de tierra blanca que permite filtrar el agua hasta las raíces más profundas del viñedo. Como yo, ellas aún no estaban preparadas para brotar. Avanzando con parsimonia por el altiplano, me mostraba la variedad de los frutales, de la vegetación y de las tierras que lo componían. La gente del campo observa la naturaleza y aprende de ella, y para cada tipo de tierra, elige y planta el tipo de árbol que mejor sabor extraerá de ella. Los urbanitas, si hacemos el esfuerzo de fijarnos, solo somos capaces de apreciar lo más superfluo del exterior, pero los hombres de campo son más observadores y miran la esencia de las cosas que les rodea, no pueden permitirse fallar al catalogar su entorno. Es pura supervivencia. Teo es uno de ellos, sabe escrutar lo más profundo de tu interior y te deja el tiempo para que puedas aflorarlo.A mitad de camino hicimos un alto, nos desprendimos de nuestros suéteres, que guardamos junto con los cortavientos en la mochila y bebimos unos sorbos de agua. A medida que nos acercábamos a la laguna, cambiamos los frutales por los pinos y encinas, el terreno pasó a ser de propiedad municipal, yo lo sentía más descuidado. Teo me leyó el pensamiento y no me dijo nada, dejándome en la ignorancia. Esperó a que llegásemos al clímax con la aparición de la laguna para proseguir su detallada explicación.— ¡Guau que maravilla!, parece una piscina desbordante de agua cristalina. —Dije anonadada.— Desborda en años muy lluviosos o si se producen fuertes precipitaciones. Cuando esto sucede, el panorama es espectacular, ver la cascada de cola de caballo de seiscientos metros de altura es una maravilla. El cuenco que la recibe se tiñe de azul turquesa y da vida al arrollo que, en corto sprint, llega al río. El suelo de la laguna es un compacto empedrado, y en su centro se filtra el agua hacia el interior de la montaña para brotar en el manantial donde nace el río, su cauce discurre por el profundo cañón al que se lanza desbordante el agua durante las lluvias copiosas. Para llegar al restaurante, tenemos que ir hacia el extremo opuesto. —Extendió su brazo para señalarme el punto del horizonte que pintaba su edificio.— La zona del lago se ve más cuidada que todo el bosque que acabamos de cruzar.— El monte no es como una ciudad, que todas sus calles están limpias. Los forestales únicamente mantienen los aledaños a los caminos y las zonas recreativas o de acampada. El resto es la naturaleza la que decora el paisaje.— Si fuese verano, cruzaríamos la laguna andando. Es poco profunda y nos refrescaría las piernas. —Me miró y sonrió malicioso— Qué guarrada estás pensado. —Le grité mientras le empujaba.— Tienes suerte que te quiero y no soy un cabrón, sino ahora estarías empapada. ¿A qué profundidad te crees que está esa roca cubierta de agua?— A una cuarta. —Dije sabiéndome exagerada— Te apuesto una cerveza a que no la tocas con la mano.— La comida. —Sonreí.— Bueno, me dejo invitar.Era increíble, el agua era tan cristalina que parecía un fino cristal. Me arrodillé y metí la mano, nada. Me arremangué y lo volví a intentar, nada de nada. Me quité la camisa y tumbándome en el suelo metí el brazo, en la fría agua, hasta la axila y nada de nada de nada. Ni con una rama que encontré en mi alrededor. Disfrutaba como cuando era niña, peleándome por alcanzar la profunda piedra y sin darme cuenta me resbalé. Menos mal que Teo me cogió antes de que mi ombligo se mojase. Fría, erizada, me sequé con el suéter que me ofreció. Me quité el sujetador y me puse la camisa. Afortunadamente el sol de mediodía ya calentaba.— Eres un tramposo, no me alertaste.— Te dije que no tocarías el fondo con la mano, el resto fue tu cabezonería. Debe haber de un metro y medio a dos metros de profundidad. La laguna descansa sobre un cuenco de piedra cuya profundidad máxima debe tener unos cinco metros. Solo encuentras arena en la zona del restaurante; cuando las lluvias torrenciales la arrastran de las montañas, es allí donde las corrientes la depositan. Continuemos, aún nos faltan veinte minutos para llegar al restaurante.— Espera que me ponga el suéter, se me transparentan todas las tetas.— No te preocupes, cuando lleguemos ya te habrás secado y sin sujetador estás más sexi.Solté una espontánea carcajada, le cogí de la mano y continuamos ruta bordeando la laguna.Llegamos al restaurante, un antiguo casal de piedras en mampostería, suelo de pétreas losas, techos de madera y tejas de barro hechas a mano. El exterior estaba decorado con utensilios agrícolas antiguos, el interior con muebles y ornamentos de la época. Cruzamos el portón de entrada, tras una segunda puerta acristalada estaba el recibidor. El dueño nos acogió y nos acompañó a la mesa que Teo había reservado con conocimiento del lugar. ¡Qué pasada, la vista era sobrecogedora! El amplio porche de su patio, soportado por dos pilares de piedra que sostenían las jácenas de noble roble, daba al lago y al precipicio. El casal tenía la pared Este, anclada en su vertical, como una prolongación natural del acantilado de la montaña. Desde este extremo de la hacienda se observaba toda la vega baja y al alba, sus increíbles amaneceres. El lago estaba lleno, no rebosaba y su cristalina agua parecía sostenida por el verde horizonte de la vega, antes de perderse en el azul del cielo. Tres escalones daban acceso al verde jardín, salpicado por algunos fresnos y castaños centenarios, que abrazaba esta orilla de la laguna. El esplendor del entorno restó importancia a la calidad de la sencilla comida casera, bien presentada y hecha con mucho esmero. Aceptaron mi tarjeta porque, en los pueblos las apuestas se pagan, y si además son afrentas, entonces no se perdonan. Nos tumbamos en el césped, junto al lago, sobre una manta que nos dejó el hostelero, hasta que el frío nos recordó que la primavera aún era incipiente y oficialmente no había llegado.Volvimos por el otro lado de la meseta, completando el recorrido perimetral de la altiplanicie. Cenamos y nos acostamos pronto, estábamos agotados por la caminata y la noche en barbecho, que pasamos el día anterior. A la tercera caricia se me acabaron las pilas y me quedé colgada a su melódica voz que me contaba un no sé qué.