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Chapter 6 - Capítulo 5

El único día que reiné sobre Mario fue en esa fatídica clase de matemáticas, y lo califico de aciago, no por lo que allí sucedió, sino por lo que a partir de ese día se iba a desencadenar. Durante el breve reinado, la vanidad llenó mi alma hasta desbordar mi ego, sólo lo supe yo, y más adelante lo comprenderéis.Al contrario de los hombres, nosotras no necesitamos publicitar nuestros logros y nadie supo lo que gocé reinando públicamente sobre Mario; este sentimiento, lo guardé en secreto, en mi más íntimo interior. Podía haber dejado pasar la clase y posteriormente acercarme al departamento para decirle, en la privacidad de su despacho, que el problema estaba mal resuelto, con esta formalidad hubiésemos intercambiado ciencia y no vanidades. De haberlo hecho discretamente, la vida no hubiese tomado el curso que tomó. Sé que Mario me quiere, lo que nos pasó fue un azaroso e inesperado accidente, si así se puede calificar el sufrimiento que esta relación me produjo. Desde entonces soy su vasalla y a él, aún me debo.Mario era un joven profesor que había terminado de obtener la plaza de adjunto, se acababa de trasladar a la ciudad a principios de septiembre. Estaba felizmente casado con una profesora de químicas, tenían un niño y confiaban juntarse en el próximo curso académico, cuando la escuela de agrónomos o la facultad de químicas le diesen una plaza a su mujer. Ahora vivía sólo en el piso de sus padres, que compraron cuando él comenzó a estudiar en la ciudad, y lo conservaban porque siempre quisieron que trabajase aquí, cerca de ellos. Era un brillante matemático, que, un casual, le llevó a dar clases en la prestigiosa escuela de caminos de la universidad politécnica. Y digo esto, porque fue el antagonismo de nuestros planteamientos científicos lo que nos unió; para un ingeniero, las matemáticas son un medio, mientras que, para un matemático, son un fin, él lo sabía y me lo ocultó, y ese hecho abrió la puerta de nuestra relación.El catedrático aceptó su propuesta y me contrataron para que trabajase en el departamento. Acordamos que sistemáticamente nos veríamos los martes, miércoles y jueves; él iba a lo suyo y yo a lo mío, que era el trabajo que el catedrático le había trazado. Me integró en el equipo que desarrollaba un modelo matemático para aplicar el cálculo de elementos finitos de las funciones armónicas al cálculo estructural. Este modelo serviría para dimensionar estructuras y validar su comportamiento ante los terremotos de diversas intensidades. Una vez a la semana, departía con Mario para que supervisase mi trabajo. Aquel jueves, la mañana se complicó, la dificultad del razonamiento hizo que vagásemos de los folios a la pizarra, de ésta al ordenador y de éste al papel, para escribir sobre lo que habíamos hablado. Absortos en nuestro trabajo, nos quedamos solos en el departamento, y sin tiempo para ir a nuestras casas a comer, me propuso que lo hiciéramos en la cantina de la universidad. Comiendo, hablamos de nosotros, de nuestros orígenes y de nuestra vida y aficiones. Mario nunca me escondió sus sentimientos, y desde el principio supe que no cambiaría por nada su estatus quo familiar y yo, conscientemente, lo acepté. Otra cosa es que mi corazón y mis hormonas con el paso del tiempo lo admitiesen. Fue una comida formal, el entorno lo requería y yo no estaba guerrera. Se levantó, tenía que comenzar la clase de la tarde y a contrapié me ruborizó.— Me gustaría ver el resultado que, sobre el modelo, tienen los enfoques que acabamos de validar. ¿Podrías trabajarlos durante dos días a fondo, y los vemos el domingo?.— No creo que para entonces los haya terminado, —le contesté sin caer que el domingo la universidad está cerrada— preferiría quedar el martes, ese día habré finalizado y pasado a limpio los planteamientos.— La semana que viene no puedo, estaré quince días ausente, me voy a un congreso que se celebra en Tokio. ¿Te viene bien que quedemos a las seis en mi casa? Hasta las diez tratamos el asunto y luego comemos una pizza.Un inesperado fogonazo se produjo en mi estómago. Notaba como me ruborizaba y quería permanecer bajo control. Le dije que sí, y precipitadamente me despedí. Tomamos direcciones opuestas, él a su trabajo, yo a mis estudios.¡Mierda, mierda, mierda!. Esas fueron mis primeras palabras de aquel ansiado domingo por la mañana. No sabía dónde vivía, ni como localizarle; luego me calmé, tuve la certeza de que él me llamaría, a través de la universidad podría encontrarme. No quedé con nadie, me enfundé en mi pijama, anudé mi melena con una cola y desde el viernes estuve trabajando como una bestia todo el fin de semana. Ya había concluido y esperaba comer, para ducharme y arreglarme de forma coqueta, pero discreta. Hoy Mario caería en mis garras y debía estar preparada para ello. Me desfogué en la bañera, quería que mis sentidos estuviesen relajados, no deseaba derretirme ante su primera caricia. Puse mucho esmero para que mi melena estuviese resplandeciente: abundante enjabonado, suavizante y secado perfecto. Envuelta en una toalla abandoné el baño, en mi cuarto decidí elegir primero la ropa interior. Sujetador negro de encaje transparente, que dejaba libre mis senos al moverme a la vez que los sostenía en posición provocadora, y eróticas bragas a juego. Me puse el conjunto, miré al espejo de pared, y observé mi aspecto, de frente y de perfil. Sería un buen modelo de Victoria's Secret, pensé, antes de pasar a la elección de mi segunda piel. No quería que me viese provocativa a primera vista, necesitaba que sus sentidos se pusiesen lentamente en marcha, que no se activasen repentinamente y explotasen como un resorte. Camisa o suéter, era mi primera elección. Hacía un día invernal, pero las casas están acondicionadas y por tanto debes ir como una cebolla, para poder quitarte las capas a medida que la temperatura de su interior caldea tu cuerpo. Me quedé pensando cómo sería el despacho de su apartamento, quería esparcir mi picante atuendo, y que fuese a juego con su hogar, así él no se daría cuenta de que lo estaba atrapando en mi red. Al final me decidí por un suéter de cachemir sin cuello, que cubriría con un pañuelo de seda, de colores informales y vistosos. Llegado el momento me lo quitaría, para permitir que su mirada recorriese desde mis hombros hasta mi transparente interior. Pantalón vaquero desteñido, con algunos descosidos que mostrasen mi blanca piel. Calzaría suaves tacones, elegantes zapatos, que romperían la imagen estudiantil asociada a mi trabajo en su departamento. No descuidé un sutil rojo de labios, enmarcado para resaltarlos, contorno de ojos y mi suave perfume fetiche. Cuando me estaba arreglando, sonó, como preveía, mi móvil. Era un número desconocido, miré la pantalla y lo hice esperar, convencida de que Mario estaba al otro lado de la conexión. En efecto era él, propuso pasar a recogerme, pero me negué, quería que no tuviese tiempo de adaptarse y recibiese, al abrir la puerta de su casa, el flash de la desconocida María. Tampoco quería que lo viese mi Papá, temía que su juicio no fuese favorable. Antes de ponerme el abrigo, abrí mi joyero y cogí un aro negro remarcado por dos tiras de diminutos brillantes, que puse en mi mano derecha para confrontarlo con el anillo de casado que él llevaba puesto. Quería provocarle un sentimiento familiar que le hiciese bajar la guardia y que, transcurrido un cierto tiempo, solamente me desease a mí. Con tanta dedicación a mi cuerpo y el pensamiento centrado en cómo ocurriría la tarde, estuve a punto de salir sin el modelo matemático que teníamos que validar.En la calle estaba parado el coche negro, que había reservado con antelación, desde mi móvil. Durante el trayecto me concentré en el trabajo que había realizado y en las modificaciones que hice desde la última vez que hablamos. Si quería ser creíble, tenía que hacer un paréntesis a mis instintos y no olvidarme del verdadero motivo de la cita. ¿O tal vez no? En cualquier caso, todo pastel requiere de una cereza que lo adorne. El espejo del ascensor me confirmó que seguía perfecta. Mario me esperaba delante de la puerta, entornada, de su apartamento. Vestido con un suéter fino de lana gris de cuello alto, que resaltaba suavemente sus pectorales; con pantalón negro y cinto marrón, a juego con sus zapatos, parecía un maniquí. El reloj Garmin de su mano izquierda, le daba un toque deportivo e informal a su vestimenta. Era un acorde sinfónico que no estaba dispuesta a desaprovechar. El perfecto encuadre, que provocaba el marco de la puerta, no impidió que me fijase en la expresión de sus ojos y en el lenguaje gestual de su cara al verme. Ambos denotaban sorpresa y deseo. Elección perfecta, no me había equivocado.— María, buenas tardes. —Me tendió la mano, para darme la bienvenida— Siento mucho haberte citado en la tarde de un domingo. Quería pasar el fin de semana con Julia y mi hijo Pablo, viven en un pueblo a dos horas de aquí, y si quería comer con ellos, no podía llegar antes de las seis. Como te dije voy a Tokio a un congreso, y pasaré dos semanas sin verlos. —La cosa comenzaba bien, había obviado decir que Julia era su mujer— Para mí es muy importante este trabajo, si conseguimos terminarlo lo presentaré en la última ponencia. Así le daré tiempo al catedrático para que lo vea, a la vez que podré traducirlo en inglés. —De repente, al atribuirme la coautoría del trabajo, me dio una responsabilidad que no esperaba y sentí un peso que me perturbó.Pasé, cerró la puerta y me ofreció un café. Había comprado unos dulces para acompañarlo y tomarlos antes de ponernos a trabajar. Estuvimos hablando banalidades, de pie, en la cocina. Me contó que estaba preparando el piso para mudarse a vivir con Julia después del verano. Ahora solo tenía una mesa en el salón, con cuatro sillas, una estantería y un sillón beige claro, de láminas. Una cama de matrimonio con dos mesitas, enfatización que desdeñé, ya que podía describirla por sus medidas y no me di por aludida. Todo el mobiliario era económico, de aglomerado chapado, los colores predominantes eran blanco y madera clara. Cuando terminamos, nos fuimos al salón y por la puerta entreabierta, pude ver que la cama vestía impecable, con un nórdico enfundado que le daba un aire de habitación ordenada, bien cuidada y con un toque de color en las sábanas y almohadas. El comedor, tenía un gran ventanal que daba acceso al balcón, estaba iluminado por una lámpara de techo esférica, en forma de nube de algodón, y una de pie, situada al lado del solitario sillón. No había televisión y la estantería estaba llena de libros de lectura. Unas fotografías familiares y un cuadro abstracto, con cierto aire a un Miró, eran los únicos detalles decorativos que parecía tener el apartamento. Me acerqué a mirarlo y vi que lo había dibujado Julia. El óleo me gustaba, no le pregunté por él para no alagarla. En las fotografías de la estantería se la veía guapa, una mujer castaña, de ojos verdes, no muy alta y bien proporcionada, comenzaba a envidiarla. Tenía lo que yo en un futuro esperaba.— Este cuadro me encanta. Julia, además de química es una excelente pintora. Domina la luz y los colores. A este lienzo le tengo especial aprecio, es el primero que nació de su corazón y no es copia de una fotografía o de una lámina. —Me ruboricé, creía que había leído mis pensamientos al responder a la pregunta que no le formulé.Nos sentamos juntos, rozándonos, en el mismo lado de la mesa, yo a la derecha, para poder escribir. Conectamos nuestras tabletas, y compartimos el escritorio. Respiré profundamente antes de comenzar a ver los modelos matemáticos. Mi melena acariciaba su oreja, quería saborear este momento, hice una breve pausa, tras la cual inicié la explicación de las ecuaciones que permitían resolver, de forma más precisa, el cálculo estructural para soportar el efecto que producen las ondas armónicas de los terremotos sobre los edificios. Cuando empecé, ya solo pensaba en las ecuaciones que progresivamente iban apareciendo en la pantalla. Poseída por mi mente racional, el espacio, el tiempo y los sentimientos habían desaparecido, me había olvidado de todo, y solo cuando los símbolos de mi trabajo terminaron, volví a la realidad. Pausada, a un palmo de sus ojos le miré esperando su veredicto. Podía oír su relajada respiración, el latido de su corazón y sentir el vagar de su mirada, no por mi cuerpo, sino por los cientos de fórmulas y expresiones matemáticas que le acababa de mostrar. Eternos diez segundos de silencio que oprimieron mi estómago de emoción. No sé si cogió mi puntero para acariciar mi mano o acarició mi mano al cogerlo, pero me ruboricé y estoy segura de que él lo notó.— María, disculpa, he olvidado mi puntero en la habitación, dentro de la mochila.Ahora era Mario, quien, con voz armoniosa, me explicaba en su tableta cuál era la secuencia de presentación que consideraba mejor para divulgar el método con más claridad. Atenta, sin darme cuenta pegué mi cuerpo al suyo y, concentrada, me introduje en su mente para no perder ni una secuencia de su razonamiento. Encandilada, seguía paso a paso su exposición, Mario reordenaba mi trabajo para darle más fuerza comunicativa, rebajar la componente matemática y resaltar su utilidad ingenieril, que era el objetivo del modelo. Al final de la exposición, tras muchos intercambios técnicos y puntualizaciones, por comodidad espontánea, mi brazo izquierdo estaba apoyado en el respaldo de la silla y entornaba su cuerpo. Cuando giró la cabeza, para ver que me parecía, casi choca con mi nariz, seguía embelesada y no reaccioné. Entonces, desperezándose estiró los brazos unidos por sus manos, desplazándome y permitiendo que entre los dos corriese el aire. Inteligentemente, escudriñó el interior de mi mirada y sonrió.— ¿Qué te parece este enfoque? ¿Lo ves adecuado o quieres que hagamos otra cosa?— ¡Joder...!. —Le dije, devolviéndole la sonrisa, y tras una breve pausa, para ver si entendía esta palabra, si entendía que era eso lo que yo quería hacer. Al fin añadí— ¡... ha quedado genial!. Lo que acabas de hacer es fantástico, es como si me hubieses desnudado para vestirme con elegancia. — Proseguí con mi baile de sutilezas, segura de que él lo entendía.— No sé si llegaría tan lejos para sólo desnudarte, y después vestirte con tanta elegancia. —Y soltó una sincera sonrisa, que escondía todos sus matices de genialidad y dominio del doble lenguaje— Pero sí, lo has visto perfectamente, he puesto en valor su utilidad en vez de su técnica. Ten en cuenta que he aportado, a tu razonamiento, el toque de madurez que da la experiencia.Nos miramos y reímos relajados por el esfuerzo que habíamos hecho. En este momento pensé que, por hoy, lamentablemente todo había terminado. Aunque con Mario, como más adelante supe, solo él decide cuándo empiezan o acaban las cosas, dejando al azar lo que sucede entre ambos eventos. Creo que él intuía lo que yo deseaba, y quiso tensar la cuerda para advertirme del peligro que corría si continuaba por el camino que le proponía. Esto que ahora os he dicho, tal vez sea verdad, o tal vez sea el fruto del sufrimiento de un corazón destrozado, pero con el paso del tiempo, las cosas se ven de otra manera.¡En fin!, eran las nueve y media y aprovechó para llamar a un restaurante e invitarme a cenar, "como dios manda", pues mi trabajo así lo requería. Le insistí que no hacía falta, que prefería pedir unas pizzas y que las tomásemos en su casa, en cualquier caso, si quería desmelenarse, podíamos bajar al super y comprar unas pizzas congeladas y unas cervezas frías para acompañarlas. Yo no tenía prisa, nadie me esperaba en casa. Se negó en redondo y seguimos con nuestras sutilezas, frases picantes de doble sentido y adolescentes risas. Cuando terminamos de reírnos, me mostró su reloj que le había acabado de vibrar diciendo "muévete".Cambiamos de conversación y aprovechó el tema deportivo para enseñarme a estirar los músculos y relajarte de una tarde de tensión por los estudios. Lo que empezó con unas frases teóricas terminó con una masterclass, y yo, como un autómata, seguí todas sus instrucciones: doblé mi cintura como si fuese a tocar con las manos las puntas de los pies. Con sus manos entorno el brazo derecho desplazándolas con suaves tirones desde al hombro hasta la palma para que se relajase. Lo mismo hizo con el brazo izquierdo. Después recorrió mi espalda con la palma de sus manos tensándola para que bajase lo máximo posible. Puso una mano sobre los isquios de la pierna derecha y con la otra empujó suavemente mi espalda hacia abajo. Lo mismo hizo con la izquierda y con los abductores y gemelos de ambas. Mi melena me cubría la cara y velaba la visión, que el escote de mi suéter dejaba del encaje que cubría mis pechos. Mario se puso frente por frente, adoptó la misma posición, me cogió de la barbilla y levantándome la cara para que lo mirase, dejó descubiertos mis velados pechos. Allí distrajo un momento su vista, gocé sintiéndome admirada— Ahora, mantén esta posición durante dos minutos, deja volar la mente por parajes naturales o lugares que te sean placenteros, y acompáñala con una respiración rítmica como la mía. Inspira profundamente, uno, dos, tres, expira despacio, vacía totalmente los pulmones. Llénalos de aire fresco, uno, dos, tres; vacíalos con suavidad, pausadamente. Dentro, uno, dos, tres; fueeera.Soltó mi cabeza y su voz suave se fue silenciando progresivamente hasta que solo oí mi cuerpo. Mi cabeza, acompasada por mi respiración, pensaba dentro ..., fueeera; dentro ..., fueeera. Poco a poco mi jadeo se sincronizó con el suyo, dentro ..., fueeera; dentro ...; fueeera. Mi mente se fue relajando y mi cuerpo llenándose de placer. Dos minutos de goce que terminaron con un suspiro ensordecedor, cuando Mario, cogió mi muñeca izquierda para decirme que nos íbamos a cenar. Me sonrojé por haber vuelto a la realidad con ese gemido.— ¿Te encuentras bien? Cierra los ojos un momento, estate quieta y erguida, para que tu cabeza se enfríe. Si no estás acostumbrada, tienes que dejar que la sangre, concentrada en ella, vuelva a fluir por tu cuerpo con normalidad.Me dio el pañuelo y el abrigo, le pedí ir un momento al baño, luego nos fuimos a cenar al mexicano que acababa de reservar. La cena fue estupenda, hablamos de libros, de autores y de música. Mario era un buen lector, no tan voraz como yo, pero sí asiduo. Le gustaba el rock, ir a los conciertos y escuchar, antes de irse a dormir, veinte minutos de música clásica, para relajarse y desconectar la cabeza de la jornada de trabajo. Estaba acelerada, creo que hablé más de la cuenta. La felicidad, las tres margaritas y las dos cervezas fueron los responsables de mi arrolladora jovialidad. Él fue más prudente, me acompañó con la primera margarita y cuando llegaron los nachos, se pasó al agua con gas. Tomamos café, yo me atreví con un tequila, quería que la velada se alargase y que la noche fuese infinita.