Estaba en clase de Matemáticas-II. El adjunto a jefe de departamento era un joven moreno, de treinta y cinco años, alto, de ojos verdes, tez encuadrada, manos de pianista y corpulencia de gimnasio. Yo percibía que se machacaba lo justo para tener su cuerpo en el punto de nieve, lo que le daba un apetitoso aderezo a su escultural madurez. Ese día iba contenta, excitada con las bolas chinas en mi interior, y con ganas de guerra, de todo tipo de guerra. Sin que ambos los supiéramos, fortuitamente nos provocamos. Era el final del primer trimestre, las navidades se acercaban, él estaba explicando Teoría de Variables Complejas y yo le seguía atentamente. Llevaba media pizarra llena de ecuaciones, sumatorios, integrales y otros complejos símbolos matemáticos. Estaba en el punto álgido, mostrándonos la forma de resolver un problema de Funciones Armónicas, y como un pavorreal, se recreaba en la explicación y le dejé maliciosamente acabar. Había cometido un error y yo disfrutaba viendo mi presa y esperando el momento para lanzarme a cazarla. Sabedora de ello, gozaba a cámara lenta de sus gestos, de su dicción y de su maliciosa arrogancia. Mezclaba el placer de su presencia, con mi armónico movimiento de piernas y me relamía imaginando lo que iba a acontecer.— Bueno, —nos miró, sonrió, y haciendo una pausa mostrando sus blancos dientes prosiguió— de esta forma se resuelve este problema por el método de Riemann. A continuación, vamos a ver cómo puede resolverse por el método...— Mario, perdona —le interrumpí inocente y le dije con dulce voz— ¡Ah...! ¿Disculpe, puedo tutearle?.— María, —y volvió a recrearse, mirándome profundamente a los ojos— por supuesto que puede tutearme. —Respondió tratándome de usted.— En la demostración que acabas de realizar, —dije, sin que me temblase la voz ante la sorpresa de que Mario conociera mi nombre— en la cuarta línea has cometido un error al realizar la tercera integral.A partir de ese momento, comenzamos un juego de sutilezas, yo queriendo estar en su nivel, él manteniéndose ex cáthedra, para que no coincidiésemos en el mismo plano. Yo tuteándole y enseñándole su error y él tratándome de usted, como lo hacen los profesores cuando quieren distanciarse de los alumnos, rebatiendo, con pasión, cada una de mis formulaciones. Ante el murmullo inicial de la clase, cambiamos el rol de maestro versus alumna, y pasamos al sorprendente papel de alumno frente a profesora. Utilicé la otra mitad de la pizarra, que él había dejado libre para su segunda exposición, para llenarla de fórmulas y demostrarle cómo se resolvía correctamente el problema. Terminé sin hablar, escribiendo c.q.d. y con el clic que produjo la blanca tiza sobre la negra pizarra, cuando tracé el último punto del acrónimo, se abrió un silencio sepulcral.— Señorita, queda usted aprobada. —Me dijo mirándome a los ojos y rompiendo aquel largo paréntesis. Tras recorrer con su mirada mi cuerpo, acariciándolo hasta la punta de los pies, se giró dirigiéndose al resto de la clase— Estoy verdaderamente impresionado, sepan ustedes que este fue uno de los problemas que tuve que resolver cuando hice mi oposición para sacar la plaza de adjunto a la cátedra de matemáticas, y obtuve un diez. Lo que les demuestra que, a veces, la suma de dos errores, que resaltó con unos círculos en su demostración, se convierte en una verdad. —Volviéndose hacia mí, sentenció con autoridad— Si quiere obtener una matrícula en esta asignatura, en vez de asistir a estas aburridas clases, le reto a que investigue con nosotros y nos ayude a resolver los complicados problemas que estudiamos en el departamento.Delante de todos Mario me invitaba a compartir despacho y tareas propias de un graduado. Mis piernas temblaban y se humedecían por el flujo de la excitación del momento. Sonrojada, recuperaba con ligereza mi asiento, regresé acompañada por el estruendoso aplauso que mis compañeros me dedicaron. Así comenzó mi ascenso a la cima del mundo, que, tras la estrepitosa caída, en soledad lloré, y a punto estuvo de costarme la vida. Entonces no me di cuenta de que, como dijo Mario, la suma de dos errores se convierten en una verdad, pero también se pueden convertir en una tragedia. Ese día, yo cometí el primero al subir a la tarima de la clase para pavonearme y atraerlo hacia mis redes, y él cometió el segundo al invitarme a trabajar en su departamento. Con el tiempo, esos dos errores engendraron mi tragedia.Yo, en aquella época una aficionada, me creí profesional, y pensé que podía someter los sentimientos de todas las personas con las que me rodeaba. Mi Papá me dominaba, y yo suponía que él era el único que me podía someter. Esta ceguera me impidió ver lo que podría ocurrirme si me adentraba por ese camino. No me imaginaba que pudiese haber hombres o mujeres que fuesen capaces de hechizarte y dominarte hasta hacerte perder la razón, y Mario era uno de ellos. Toda moneda tiene su cruz, y él era la cara desconocida de mi Papá. Como hija nunca pensé que Papá tuviese una cara oculta, como mi amada luna, y desconocía los sentimientos que allí se podían generar. Inapreciablemente, Mario fue atrayéndome, hasta atraparme en su interior, donde probé, con voracidad, la parte desconocida de Papá, incluidos sus efectos secundarios.