Era feliz. Me balanceaba sobre una hamaca de madera de teca y tela marfil, frente a la calma azul del mar mediterráneo, que el sol comenzaba a dorar. La frescura del alba, de un claro día de junio, tonificaba mi rostro. Un suave vientecillo mecía mi vaporoso vestido blanco, que cubría mi desnuda piel, provocándome aleatorias caricias. A estas tempranas horas, la brisa del mar olía a romero y perfumaba mi espíritu. Era el agua de colonia que la humedad extraía al acariciar los pinares de Xàbia, cuya contemplación sosegaba mi atormentado interior. Llena de paz, saboreaba con deleite el momento.Estaba en la gloria y sentí vértigo. Me había pasado la vida corriendo por la cornisa del acantilado de la locura y, en la calma del momento, sentí vértigo. No era miedo, ni pavor a vivir el futuro, era pánico al vacío que me atraía y tiraba de mí; justo cuando había conseguido llenar el hueco, que desde mi juventud me acompañaba, temí que mi vida se tiñera de amarga oscuridad. Sé que era vértigo porque atenazaba mis articulaciones y paralizaba mi ser. Quería alejarme de esa cornisa, de ese temor que tiraba de mí, y no podía. Acababa de llenar mi vida de felicidad y el vacío me atraía, al tiempo que me atormentaba, me inmovilizaba, y no me dejaba retroceder para alejarme de los temores que, en estos plácidos momentos, me atrapaban. Sentía pánico y no podía deshacerme de él. Atemorizada, me dormí y soñé...Desde lo más hondo de mi cerebro brotaron las primeras palabras nítidas de mi niñez y, alegre, hacia allí me dirigí.— Ricitos, mi amor, ven a Papá.— ¡No la llames ricitos!. Con un nombre tan precioso que tiene, y tú la llamas ricitos. —Enfadada, le reprochaba mi madre.— ¡Es tan lindo!. ¡Lástima que no fuese niño!. Ella será mi niño, mi primogénito, mi Ricitos.— ¡No sigas por ese camino que la vas a traumatizar!— ¡No seas exagerada, todo el mundo lo dice!. Cuando la miran, siempre le ven un parecido a mí, y exclaman: ¡que niño más precioso!. Y piensas que voy a ser yo quien la traumatice, olvidándote de los demás. No digas chorradas, eso se le pasará, cuando crezca y se haga mujer, nos reiremos de estas anécdotas, de sus ricitos y de haber sido mi querido niño.Y desde niña, ya comencé a sufrir por no defraudar a Papá, temí transformarme en mujer y convertirme en algo que Papá no deseaba.