Chapter 25 - Visitantes

Las olas danzaban con gracia, reflejando la serenidad de un día espléndido. Las aguas, de una claridad asombrosa, resplandecían bajo la luz del sol, creando un espectáculo que cautivaba la vista. Entre las suaves mareas y corrientes, unos botes emergían, alejándose de un gran barco anclado a cierta distancia en el horizonte.

 

Al alcanzar la orilla, varios individuos vestidos de un blanco impoluto dieron sus primeros pasos en la arena húmeda. Sus botas y trajes se empapaban poco a poco, impregnándose del agua salada y el peso de la arena. Cada paso que daban parecía exigirles un esfuerzo considerable. En sus rostros se notaba la tensión del viaje.

 

Sus pasos pesados rompían el silencio del lugar, dejando huellas profundas en la arena húmeda, mientras las embarcaciones se balanceaban suavemente en la orilla, como si esperaran pacientemente a sus ocupantes.

 

Eran dieciséis individuos en total, cada uno con una expresión de asombro y desconcierto en el rostro. El entorno era completamente nuevo para ellos; al llegar a un rincón tan remoto del mundo, respiraban un aire diferente y desconocido.

 

Entre ellos había rostros familiares y otros completamente nuevos. Algunos se detenían y miraban alrededor, adaptándose al balance de tierra firme después de tanto tiempo en el mar; otros, en cambio, soltaron la tensión del viaje con gestos discretos, tratando de encontrar estabilidad en cada paso. Entre todos destacaba un hombre, vestido con el mismo traje blanco que los demás, pero con una capucha roja que caía sobre su espalda. Con una postura erguida y una expresión de absoluta concentración, avanzó hasta colocarse en el centro del grupo, como si esa posición le perteneciera por derecho propio.

 

Sus pisadas eran firmes y seguras, levantando la arena con cada paso, dejando una marca precisa que parecía guiar al resto. Cada movimiento suyo, decidido y calculado, transmitía autoridad y calma en medio de la incertidumbre de los demás.

 

 La capucha y el velo que cubrían la mitad de su rostro apenas permitían ver sus ojos, pero incluso sin una vista clara de su expresión, la sola presencia de aquel hombre imponía respeto. A cada lado de su cintura colgaban dos dagas, pulidas y listas para el combate, una elección de armas que sugería una habilidad particular y una disposición calculada. Todo en él daba la impresión de ser alguien letal y conocedor de las artes oscuras; su vestimenta ligera y ajustada solo acentuaba esa idea, como si cada prenda estuviera diseñada para agilidad y sigilo.

 

Aunque todos compartían trajes similares en color y estilo, se distinguían diferencias sutiles en su equipo. Algunos llevaban armaduras ligeras, preparadas para la movilidad; otros portaban equipo más pesado, con protecciones adicionales en brazos y pecho. A lo largo de la formación se

distinguían armas variadas: espadas cortas y sables para el combate rápido, estoques para aquellos de mano más ligera, hachas y lanzas para quienes preferían la distancia y la fuerza. Cada uno, con sus armas y estilo de equipo, representaba una especialidad, una pieza única en el conjunto que aquel hombre lideraba.

 

Él se detuvo y giró. Su mirada atravesó el grupo. Los murmullos cesaron de inmediato; su sola presencia llamaba la atención y comandaba el respeto. Sabían que él era la razón de ese viaje, el líder que los había llevado hasta ese rincón desconocido.

 

"Hermanos, por fin estamos aquí. Como les mencioné antes, acabaremos con todo este lugar. No dejaremos a ningún condenado con vida", declaró el líder con una determinación implacable, mientras su mirada, afilada como la de un águila, recorría uno a uno los rostros de sus hombres. "Ninguno", reiteró, enfatizando la orden con una frialdad que cortaba el aire.

 

Uno de los hombres, con una barba desordenada que el viento agitaba, se echó a reír con soberbia y preguntó: "Señor, ¿nos dará tiempo para… una lágrima de entretenimiento antes de cumplir con nuestra labor?" La intención en su voz era clara, casi burlona, mientras sus compañeros lo miraban con un brillo de expectación.

 

El líder mantuvo la compostura, con una mirada fija, respondió: "Sé que muchos de ustedes buscan algún tipo de distracción, pero la orden es clara, entramos y salimos". Su tono se endureció. "Si desean 'diversión,' la tendrán… cuando terminen su tarea".

 

La respuesta cayó como un peso sobre el grupo. Aquellos que albergaban una esperanza de indulgencia bajaron la cabeza, resignados, mientras que otros intercambiaron miradas de frustración. La claridad de las palabras del líder

eliminaba cualquier margen de duda o debilidad, dejando a cada hombre consciente de lo que debían hacer.

 

"¿Alguien más tiene alguna pregunta o duda?" mencionó el líder, dándoles la espalda. El aura que irradiaba era imponente; ninguno de los presentes se atrevía a cuestionarlo o retarlo.

 

"Ven, Tinix", ordenó, llamando a un joven de unos veinte años, cuyo equipo era similar al del líder. Tinix se acercó con pasos ligeros y silenciosos, como si incluso en la arena su avance no dejara rastro alguno.

 

"Según la información del ave número 2, el avance del saboteo fue satisfactorio. ¿Correcto?" preguntó el líder sin perder su tono serio.

 

"Sí, señor. El informante confirmó que los saboteos se realizaron a la perfección", respondió Tinix con firmeza.

 

"De acuerdo", dijo el líder, dejando escapar un suspiro mientras sacaba un mapa envejecido de su cintura. Extendió el papel arrugado y señaló un

área con su dedo. "Veamos, según este mapa, todo este sector debería ser el pueblo".

 

"Correcto, señor", afirmó Tinix.

 

"Aunque, con el tiempo que ha pasado, no podemos confiar completamente en este trozo de papel", mencionó el líder, su mirada concentrada en el mapa. "Aun así, como muestra, debemos desplegar a cada uno en las posiciones marcadas cerca de la entrada y a lo largo de los campos abiertos para cubrir todas las posibles rutas de escape".

 

Después de una larga observación del terreno y el mapa, trazó finalmente un plan; asignó a un oficial para dividir los lugares estratégicamente para

cada individuo. Dejó a un lado a Tinix y fijó su mirada a todo el grupo.

 

"Cada uno de ustedes rodeará toda el área, manteniendo una separación de 100 metros entre sí", ordenó el líder con voz firme. "Quiero que

diez de ustedes realicen esa misión de vigilancia. Los otros cinco vendrán conmigo; tenemos otra tarea que cumplir".

 

Mientras algunos se alistaban, recogiendo los equipos del bote, la confianza del líder era palpable y parecía contagiar a sus subordinados, quienes se mostraban despreocupados y relajados ante la misión que tenían frente a ellos. Entre las conversaciones que podían oírse, se distinguían frases como: "Vine aquí solo por el dinero" o "Es por deudas", aunque también algunos murmuraban que lo hacían por el bien de sus familias.

 

"Tú, vienes conmigo", le indicó el líder al joven Tinix, que respondió con un firme:

"Sí señor".

 

El líder entonces llamó los nombres de los que lo acompañarían. "Los siguientes, den un paso al frente: Paul, John, Enix, y por último Brik.

 

Los hombres nombrados avanzaron, colocándose junto al líder, mientras los que no fueron mencionados rodeaban al oficial Derguín, quien comenzaba a dar instrucciones específicas y coordinaba sus posiciones estratégicas en el área.

 

El grupo de 5 que iba a liderar el hombre, formaron una lineación, mirando al frente para así poder escuchar lo que iba a decir.

 

"Niño, tú cuidarás la retaguardia", ordenó el jefe, con una voz firme. "Te asegurarás de que el objetivo no intente escapar. Paul, Enix, vayan a mi lado derecho. John y Brik, ustedes estarán a mi izquierda".

 

John, quien había permanecido en silencio todo el tiempo, levantó la mirada lentamente. Su rostro estaba marcado por cicatrices, huellas de batallas

pasadas que parecían gritar historias de un pasado turbulento. "Aún no nos ha dicho a quién debemos eliminar", murmuró. Su tono de voz era áspero, carente de emoción, casi como el eco de una sombra.

 

El jefe, con los ojos entrecerrados y la mirada fija en el horizonte, esbozó una sonrisa ligera, que estaba oculta a la vista del resto.

 

"A uno en especial", respondió pausadamente. "Es un hombre de rango experto con la espada rápida, eso según los informes de hace unos años,

actualmente no tenemos dato de ello, así que atentos".

 

El silencio que siguió fue denso, pesado, como una manta de tensión cubriendo al grupo. Entre ellos, uno de los jóvenes no pudo evitar hablar. Su

voz temblaba ligeramente, revelando la vacilación que intentaba disimular.

 

"Pero, señor… Según la información que tengo, el ave número 1 debía haberse encargado ya del individuo", dijo Enix, tratando de mantener un

tono neutral que ocultara sus dudas.

 

"Si", respondió; su voz era fría y cortante. "Su única tarea era ocuparse del Sujeto y del hermano. Pero esa rata fracasó en su misión. El miserable está muerto. Según los informes del número 2, no queda nadie más para ocuparse de esto".

 

Los hombres asintieron lentamente, comprendiendo que la falta de éxito del primer sujeto los había empujado a todos hacia una misión innecesaria. La noticia de la muerte de Informante 1 añadía un peso de burla, algo que se

reflejaba en los rostros de algunos de los presentes.

 

"Señor, disculpe, pero… ¿Eso no compromete nuestro trabajo? Uno de los nuestros está muerto", se atrevió a preguntar Enix. Su voz temblaba

ligeramente, reflejo de la inexperiencia y del nerviosismo que esta misión le producía. A diferencia de Tinix, no había entrado en este mundo por lealtad o convicción, sino por una razón simple y cruda: dinero.

 

El jefe desvió la mirada hacia él; sus ojos fríos y calculadores revelaban un toque de desprecio, y sin embargo, cierta paciencia. Se permitió unos segundos antes de responder, sus palabras cargadas de una calma que apenas ocultaba su exasperación.

 

"Según la información que recibimos de los mensajes interceptados, nadie sabe quién era el cuerpo que encontraron. Tampoco tienen idea de las causas de su muerte. En pocas palabras… no saben ni mierda", declaró, con voz cortante y despectiva.

 

No había espacio para la duda o el arrepentimiento. La realidad era clara y brutal: su tarea seguía intacta, y el precio del fracaso ya lo había pagado un hombre.

 

A lo lejos, podían escuchar el murmullo de otros miembros del equipo, risas y charlas que resonaban en la distancia, indicando que la preparación y coordinación estaban finalizadas.

 

Cada uno miró a los otros, comprendiendo que la misión estaba por comenzar; todos estaban totalmente concentrados como relajados.

 

"Bien. Eso es todo. Respeten la formación en V, como un ave en vuelo", ordenó el jefe.

 

"¡Sí!", respondieron todos al unísono, sus voces resonando en la penumbra con una precisión casi militar.

 

El hombre dio un paso al frente, dejando que el resto del grupo permaneciera unos pasos detrás de él. Con un movimiento rápido y decidido, desabrochó una de las dagas que llevaba en la cintura, el metal brillaba tenuemente bajo la

escasa luz. Sus ojos recorrieron el rostro de cada uno de sus compañeros.

 

"Este trabajo será el más sencillo de todos…" —Comenzó el jefe con una voz que parecía grabarse en el aire. "Pero eso no es para que se confíen; algunos de ustedes lo hacen por necesidad, otros por sus familias. Pero todos, sin excepción, lo hacemos, ¡por el nombre de la teocracia! Ese es el punto de venir aquí, hermanos, daremos todo por el bien de la misma nación, todos como una ¡unión que dará la sola visión de un Dios. Por los ¡Padres!"

 

Al pronunciar aquella última palabra, alzó su brazo, sosteniendo la daga con el filo apuntado al cielo, como si en ese gesto concentrara toda la esencia de su misión. Uno a uno, los hombres replicaron el movimiento, levantando sus armas hacia el firmamento y gritando en señal de obediencia. El eco de sus voces se extendió en el aire.

 

El grupo estaba listo. La formación se compactó, cada hombre asumiendo su lugar con una precisión absoluta. El jefe lideraba la marcha hacia el objetivo, guiándolos con la misma frialdad implacable con la que sostenía su daga.

 

La misión estaba en marcha.