A medida que el ataque avanzaba, la aldea entera se sumía en un terror absoluto. El pánico y el descontrol envolvieron a los aldeanos, quienes corrían sin rumbo, intentando desesperadamente escapar de una muerte que los acechaba desde todas partes. Los gritos de hombres, mujeres y niños se apagaban uno a uno, sin que nadie encontrara piedad entre los invasores.
La misión siempre fue clara: acabar con todos. Y así fue, el ataque duró varios minutos, aunque para los aldeanos atrapados en esa pesadilla, cada segundo se alargó en una eternidad de horror. Los enviados se divirtieron cruelmente, jugando con las vidas de aquellos indefensos, aunque la diversión nunca alcanzó el clímax que algunos hubieran deseado. Les quedaba únicamente la satisfacción fugaz.
Cuando los últimos gritos se apagaban en el silencio sombrío de la noche, los hombres relajaron su postura. Sus miradas se cruzaban; en cada una de ellas se reflejaba una mezcla de desconcierto y calma, como si la matanza hubiese liberado una tensión latente.
Reunidos en medio de un campo teñido de sangre, su serenidad tras la masacre era casi escalofriante.
Unos minutos antes, el grupo principal avanzaba en silencio; habían localizado a Paulus. Lo tenían atrapado en una casa de tamaño modesto, ni demasiado grande ni demasiado pequeña. Las maderas desgastadas de la estructura hablaban del tiempo que esa casa había soportado.
Ahí estaban, seis hombres, incluyendo al líder que los había guiado hasta ese rincón del mundo. Sus miradas frías se posaban sobre la entrada de la casa, donde Paulus, agotado y cubierto de sudor, los enfrentaba con una mezcla de desafío y desesperación. Sus pensamientos giraban únicamente en torno a proteger a quienes se refugiaban detrás de esas paredes. Él sabía que, si no lograba detener a aquellos hombres, el destino de todos se sellaría allí mismo.
Dentro de la casa, varias mujeres, temblorosas y aterradas, intentaban reforzar la puerta con todo lo que encontraban a mano; movían muebles y aseguraban los pocos cerrojos que había. Cada sonido del exterior incrementaba su miedo. Sus respiraciones eran cortas y contenidas, sus corazones latían con fuerza al escuchar los pasos y murmullos de aquellos que esperaban afuera. Sabían que su única esperanza residía en Paulus, quien, agotado, se mantenía en guardia, decidido a no dejar pasar a los invasores.
"Paulus, hijo de Danix, de la familia Firebrand, guerreros de espada", dijo el hombre de la capucha roja, con una voz firme y carente de emoción. "Aquí te ofrecemos una muerte digna, la que los tuyos aceptarían con honor. "Morirás atravesado por espadas, como corresponde a los hombres de tu linaje".
El resto de los hombres rodeaban a Paulus, formando un círculo cerrado que aseguraba que no hubiera escapatoria posible. Sus espadas brillaban bajo la tenue luz.
"¡Malditos! ¿Quién los compró? ¿Quién los envió? "¡Díganmelo!" gritó Paulus, con la voz quebrada por la furia. Sin embargo, su pregunta fue recibida con silencio. Sabían que responder era innecesario; su misión no requería explicaciones, solo sangre.
Al darse cuenta de que no obtendría respuesta, Paulus supo que el combate había comenzado. Sus músculos se tensaron; con un rápido movimiento se lanzó hacia el hombre de la capucha roja arrastrando su espada en un arco bajo. En el último instante, elevó la hoja con fuerza, buscando un impacto mortal.
Pero su ataque fue anticipado. El hombre de la capucha observó su movimiento con una precisión calculadora; con un giro ágil, esquivó el golpe antes de que la espada alcanzara su objetivo.
En el instante en que la espada de Paulus impactó contra el suelo, el acero dejó una profunda marca en la tierra. Los hombres que rodeaban al líder no esperaron un segundo más y comenzaron a moverse con precisión. Tinix, con su mirada fija en el cuello de Paulus, se lanzó como un depredador decidido. Paulus, al percibir el peligro, soltó la espada y, con un giro ágil sobre su propio eje, elevó la pierna en una rápida patada que impactó en el pecho de Tinix, enviándolo varios metros hacia atrás.
La ventaja duró poco. Detrás de Tinix apareció Enix; su lanza apuntaba con mortífera precisión al ojo de Paulus. El guerrero sabía que en esa posición tenía pocas opciones de defensa. Justo cuando la lanza de Enix estaba por hacer contacto, su pie se apoyó en una pequeña roca suelta; el terreno irregular le jugó una mala pasada, su tobillo se torció, haciéndolo perder el equilibrio en el momento crucial.
Enix, intentando recuperar el equilibrio, dio un paso tambaleante. Pero cuando alzó la mirada nuevamente, se encontró con Paulus justo frente a él, su espada apuntando con precisión al cuello. El líder del grupo, al percatarse del peligro inminente, trató de interceptar el golpe, pero la velocidad de Paulus le tomó por sorpresa.
Paul, John y Brink, quienes habían estado atentos a la recuperación de Tinix, desviaron su atención hacia la escena. La transición de Paulus, de una posición defensiva a una letal, sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Ahora, el guerrero estaba a un instante de ejecutar a uno de los suyos.
"¡FLASH!" resonó el sonido agudo y cortante del acero atravesando carne y hueso. El golpe fue tan rápido y preciso que, en un segundo, la cabeza de Enix rodó por el suelo, deteniéndose justo cerca de Tinix. Este último no gritó de miedo, sino de una furia indescriptible, sus ojos llenos de odio.
El líder que estaba detrás de Paulus le dio una patada, intentando interrumpir la decapitación. Aunque el impacto fue efectivo, no pudo evitar el destino de Enix. Paulus cayó de espaldas al suelo. A pocos metros, Paul se apresuró con una daga en la mano, decidido a asestar múltiples cortes a Paulus, quien ahora estaba vulnerable. Sin embargo, justo antes de que Paul pudiera llegar, Brik lo empujó con fuerza deteniéndolo.
La razón fue evidente al instante. Paulus, aún en el suelo, había posicionado su espada apuntando hacia atrás, directo a su propio pecho, en una postura defensiva. Si cualquiera intentaba atacarlo sin precaución por la espalda, Paulus sólo necesitaría empujar el arma para que el filo se hundiera en el atacante.
Al final, el plan no funcionó. Paul apenas recibió un pequeño corte, insuficiente para causarle daño significativo, aunque quedó claro que había estado a punto de correr la misma suerte que Enix.
John, que había estado observando todo con atención, dio un paso al frente, alzando su hacha con precisión. Con un movimiento firme, lanzó el arma en una línea recta; esta pasó rozando sobre Paul, Brik y el líder. El ataque se dirigió directamente hacia su objetivo, que era Paulus, quien seguía en el suelo.
El impacto fue preciso y certero. El hacha se hundió en la espalda de Paulus, atravesando su camisa blanca; la sangre comenzó a expandirse lentamente sobre la tela. A pesar del dolor evidente, Paulus, con una determinación, empezó a incorporarse.
Tinix, ahora de pie y recuperado, miraba la escena con una mezcla de sorpresa. Aquel ataque habría dejado inmovilizado a cualquier otro, pero esa situación no era la que se presentaba. Paulus se apoyó en su espada y se levantó una vez más. Era como si cada movimiento fuera una declaración de desafío hacia sus enemigos. que con una tenacidad feroz intentaba mantenerse en pie. Los demás miembros del grupo, conscientes de la situación, permanecían atentos, en un silencio absoluto, como testigos de un último acto de resistencia.
En el momento en que logró incorporarse, el líder apareció detrás de él, moviéndose con rapidez y precisión. Sin dudarlo, hundió su daga repetidamente en la espalda de Paulus. A pesar de los múltiples cortes, Paulus no desvió su mirada de Tinix; sus ojos permanecieron fijos en el joven, transmitiendo una mezcla de desafío. Sus párpados se cerraron para siempre.
El cuerpo de Paulus se desplomó, cayendo junto a los otros que ya yacían muertos. El líder se apartó, observando la escena con una fría satisfacción. Solo cinco de los hombres quedaban en pie. La batalla había terminado y su misión se había cumplido.
Sin más que decir, el grupo dirigió sus miradas hacia la casa. Había llegado el momento de completar la última tarea, abrir la puerta y matar a todos los que estaban adentro.