La luz frente a mis ojos se desplegaba implacable, un resplandor casi sagrado en medio del caos. Había algo inhumano en esa intensidad, como una paz burlona que permanecía fuera de mi alcance. Mi cuerpo no respondía. Sentía cómo la adrenalina que alguna vez me impulsó se esfumaba, llevándose consigo la fuerza que me quedaba.
Mientras yacía en la hierba reseca, podía escuchar su voz. Las gotas de lluvia golpeaban mi rostro, filtrándose en mi piel como un susurro distante, como un recuerdo de tiempos mejores. A lo lejos, el cielo parecía dibujar un último lamento.
Mis lágrimas, apenas visibles entre el barro y la sangre que cubrían mi rostro, caían silenciosas. Había algo quebrado en mí, una herida invisible que me recordaba con amargura los errores pasados. En medio de este desorden, escuché la voz de aquel individuo decirme. La familiaridad de su tono, antes envuelto en locura, ahora parecía dotada de una calma inquietante.
"A manera, realmente me caías bien", murmuró, casi para sí mismo. "Si pudiera repetir todo esto, habría puesto en tu lugar a esa maldita rata, pero no hay evidencia justa para condenar a otro en vez de ti. Tu forma básica, tus pensamientos básicos, tus intereses y egoísmos y, sobre todo, el olvido de tus padres me hicieron llegar a esto. Así mismo yo lo decido". Su voz resonaba con un cansancio inesperado, como si la victoria le hubiera costado más de lo que estaba dispuesto a admitir. Luego, volviendo su mirada hacia la oscuridad, añadió en un tono apenas audible: "Nada tiene sentido… Tal vez sea mejor así. Tu muerte será tranquila, sin dolor".
Era cierto, mi pecho en vez de dolor sentía una calidez, como si tuviera una misma vela adelante.
Las palabras que había dicho me atravesaron más que cualquier herida. Una avalancha de recuerdos se apoderó de mí, imagenes de mis padres, mis verdaderos padres, surgieron en mi mente como un tormento. ¿Por qué? ¿Por qué había permitido que el odio envenenara todo lo que alguna vez fue bueno? Mi pecho ardía con un remordimiento silencioso, tan poderoso que el dolor físico palidecía a su lado.
La oscuridad comenzaba a cerrarse a mi alrededor. Sentí cómo el tiempo se volvía lento, casi inmóvil, mientras observaba a esa figura alejarse. Una última vez, escuché sus palabras susurrar: "descansa", lo vi desaparecer hacia un lugar despejado, un lugar tan ajeno y distante como la paz que nunca llegaría para mí.
Me doy cuenta de que esta historia no es mía, sino de otro más.
Eso fue lo último que dije antes de que la oscuridad me abrazara por completo. En ese vacío, comprendí que la luz, aquella esperanza que alguna vez busqué, nunca aparecería. Solo quedaba el silencio eterno, frío y vacío, aguardando sin promesas.
***
Todos tenemos un propósito que anhelamos realizar, algo que, por insignificante que parezca, da sentido a nuestra existencia. Para algunos, este propósito es un chiste sin gracia; para otros, es el pilar que sostiene cada uno de sus días. Pero aquellos que han perdido el rumbo, que vagan en busca de alguna estabilidad, encuentran en ese anhelo algo esencial, una necesidad que los consume en silencio.
Aziel alzó la vista, una sombra de amargura en sus ojos, y murmuró, casi como para sí mismo: "Qué tonterías… Debería haber terminado con todo desde el principio, así no me sentiría como ahora, estoy como la ves cunado perdí aquel animal. ¡Todo esto parece un juego…! Como un maldito juego de dioses, donde somos poco más que piezas. Perdón, Dios". Sus manos temblorosas se alzaron en un gesto de súplica, una imagen que, pese a la fragilidad, transmitía una súplica profunda de humor. como si esperara alguna respuesta desde los cielos oscuros que lo observaban desde arriba para criticarlo.
Por un momento, el peso de sus propias palabras quedó suspendido en el aire. Era una plegaria y una queja a la vez, un intento de comprender el sinsentido de sus propios actos, una burla amarga dirigida a sus deseos y, quizás, a sí mismo. "—Tú eres el responsable de todo esto". Aziel cerró los ojos, y en su rostro se dibujó la expresión de alguien que se debate entre el arrepentimiento y la diversión, incapaz de encontrar un consuelo verdadero en sus propias acciones.
"La lluvia ya debería desaparecer…" murmuró Aziel mientras avanzaba lentamente. La herida en su rostro comenzaba a desvanecerse, dejando tras de sí un leve humo, casi etéreo, que se disipaba en el aire. A pesar de que las gotas ya habían cesado, algo en su mirada seguía reflejando aquella tormenta; cada paso que daba dejaba un rastro.
Durante todo ese tiempo, su mente permaneció inmersa en pensamientos dispersos, sin hallar claridad ni un rumbo fijo. Caminaba de un lado a otro, absorto en el caos de su propia confusión, como si sus pasos fueran ecos de su propia inquietud. "Todo está quemado", murmuró con un tono de tristeza y desilusión, sus palabras apenas audibles, pero impregnadas de una amarga verdad.
En un breve instante, se detuvo, contemplando el escenario desolador. En el fondo de su corazón, quizás aún guardaba una pequeña esperanza de encontrar algo familiar, un hogar intacto que lo recibiera. Sin embargo, lo que se extendía ante él era un paisaje devastado, un lugar marcado no solo por el fuego reciente, sino por el abandono de los años.
"Esta planta me encantaba… Si tuviera 10 años, lo podría regresar como eran en un principio. Si solo fuera otra raza" susurró Aziel mientras tocaba suavemente una flor carbonizada que, al menor roce, se deshizo en cenizas entre sus dedos. Conforme avanzaba, observaba a su alrededor restos de vida y de pequeños animales, el silencio roto solo por sus pasos. Dejó escapar un suspiro leve mientras seguía adelante, acercándose a la puerta de aquella casa, la misma que alguna vez le había brindado un refugio y una esperanza renovada.
"¿Por qué un humano?", se preguntó.
Con un empujón, abrió la puerta, entrando en lo que quedaba de ese espacio familiar. Miró a su alrededor, como si buscara algo que pudiera llevarse, un símbolo de lo que alguna vez significó aquel lugar. Sin embargo, cada rincón vacío solo le devolvía ecos de recuerdos compartidos con aquella mujer que, al menos, le había mostrado un poco de compasión para esta vida.
Tomó una prenda desgastada y decolorida, indicios claros del paso del tiempo y la pobreza que habían marcado ese lugar. La colocó sobre sus hombros, buscando algo de abrigo, y dio un último vistazo al interior de la casa antes de dirigirse hacia la puerta. Justo cuando estaba por cruzarla, un sonido rompió el silencio: un llanto suave, el débil llamado de un bebé que imploraba por alimento, rogando que no se marchara.
"Oh... ¿Sigues con vida?", murmuró Aziel. Un parpadeo de asombro cruzó su rostro antes de que se dibujara una sonrisa que, si bien mostraba cierta satisfacción, también llevaba un toque desafiante. Su voz apenas era algo notable ante la fragilidad de aquella criatura que, contra todo pronóstico, aún respiraba.
Fin
Si terminaste de llegar hasta aquí, gracias. Aquí se concluye esta especie de inicio; dentro de unas semanas subiré la continuidad de la historia. Realmente tengo mucho que contar y quisiera que tú lo pudieras leer. Gracias y nos vemos.