Entre el aroma de pan recién horneado y las notas cálidas de un estofado humeante, Elmer se sentó en el lugar principal de la mesa de madera maciza.
"Padre, ¿cómo te ha ido en tus deberes?", preguntó el niño, cuya voz rompía el silencioso crujir del pan entre las manos de su madre.
Elmer, con un suspiro profundo, respondió mientras masticaba con libertad: "Mal, hijo. Las cosechas prometían más de lo que han dado, y las manos que tengo no son las que necesito. Parece que hasta la tierra conspira contra nosotros".
El niño, con la cabeza baja sobre el plato, sorbía la sopa con cuidado, temiendo interrumpir con cualquier ruido inapropiado. Su madre, sentada al lado de Elmer, lo observaba con una mezcla de reproche y resignación.
"Amado mío, deberías asearte antes de comer. Noto en ti el sudor del día aún presente", sugirió ella con tono suave, aunque sus ojos destilaban una firmeza que no podía ser ignorada.
Elmer gruñó suavemente con un tono de alegría. "Estoy comiendo ya mujer. Apenas tengo tiempo para mí, y mucho menos para un baño. Tengo que salir nuevamente tras la cena".
La mujer, derrotada por la respuesta, se reclinó en su asiento. Su silencio no era aceptación, sino una protesta muda.
"Y tú, hijo", comenzó Elmer tras un trago de algun vino, "¿cómo progresa tu entrenamiento con Zirael?"
"Bien, padre. Aunque intentamos dominar nuevas habilidades, algunas nos resultan difíciles. "
Elmer lo miró con una ceja arqueada. "Nunca estuve conforme con ese tipo de instrucción, menos aún porque no puedo supervisarte como quisiera".
"Entiendo, padre. Pero no te preocupes, hago lo mejor que puedo".
"No es preocupación lo que siento, hijo", replicó Elmer con un tono más suave. "Es prudencia. A tu edad, no sabría ni la mitad de lo que tú manejas. Solo deseo que tengas cuidado".
"Así lo haré, padre".
Elmer asintió, complacido por la respuesta, antes de añadir: "Y, sobre Aziel, ¿qué noticias tienes de él?"
"Aziel...". El niño hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas. "Zirael y yo hemos intentado motivarlo, enseñarle tanto en combate como en las artes del conocimiento, pero parece indiferente. De hecho, hace días que no aparece".
"Es natural, hijo", replicó Elmer, con tono de orgullo. "Como dije antes, no todo el mundo tiene la misma fuerza bajo el mismo linaje; él te muestra ese respeto y cuidado porque lo comprende. Es como comparar una choza de paja con una casa de piedra; ambas sirven para algo, pero sus puntos fuertes son diferentes".
"Padre", respondió el niño con un brillo de resolución en los ojos, "eso no debería limitar la confianza ni la amistad. La verdadera fuerza reside en el corazón, no en los muros que nos rodean".
Elmer dejó escapar una risa seca. "Cuando consigas que Aziel confíe en ti como en un hermano, entonces te haré tener otro".
La conversación fue interrumpida por un fuerte golpe en la mesa. La madre, con mirada acerada, exclamó: "¿vinieron aquí a hablar o a comer?".
Padre e hijo se apresuraron a devorar la comida que les habían servido, y así termina la breve historia de esta familia.