Bajo el amparo de unas mantas de seda y almohadas tan blancas como la nieve,
dos cuerpos yacían entrelazados. Como ramas en el viento, compartían la calidez
de su cercanía, sus pieles eran un testigo silencioso. El tiempo parecía haberse detenido, perdido en la pasión de un encuentro que desafiaba la
monotonía de las horas.
"¿Fue de tu agrado?" preguntó él con un tono pausado, que escondía entre las
palabras una pizca de vanidad y una necesidad de confirmación.
Ella, con los labios entreabiertos por el esfuerzo reciente, no respondió de
inmediato. En lugar de eso, giró su rostro hacia él, permitiendo que su cabello
cayera en ondas desordenadas sobre la almohada. Sus ojos, llenos de un brillo
que mezclaba satisfacción y ternura, buscaron los de él.
"Si necesitas preguntarlo, quizás no fuiste tan bueno como crees", respondió
ella finalmente, con una sonrisa juguetona que rompía la seriedad de su tono.
Él soltó una carcajada baja, profunda, mientras extendía su mano para acariciar
el delicado rostro de la joven.
"Eres tan cruel como hermosa, pero tus ojos te traicionan. Hablan más de lo que
tus labios permiten".
Ella no respondió. En cambio, dejó que el peso de su cabeza descansara contra
el pecho de él, encontrando refugio en la amplitud de su abrazo. La cercanía
era un lenguaje en sí mismo, uno que no necesitaba palabras.
"Deberías marcharte ya", murmuró ella después de un rato, su voz apenas audible
pero cargada con un matiz que oscilaba entre la dulzura y una vaga incomodidad.
Sus palabras parecían un recordatorio de que los mundos en los que ambos vivían
eran paralelos, destinados a cruzarse brevemente pero nunca a entrelazarse por
completo.
El hombre alzó la mirada hacia la ventana. La intensidad del sol le recordó que
el mediodía estaba cerca y que había dejado el resto de sus responsabilidades
demasiado tiempo atrás. Deslizó sus brazos con cuidado, apartándola de su
regazo, y se levantó. Mientras se vestía con calma, el ruido del roce de su
traje con la cama llenó el silencio de la habitación.
Antes de ponerse los zapatos, sintió la mano de ella rodear su muñeca. Su toque
era ligero, como si temiera que al apretarlo demasiado pudiera romper algo
frágil.
"Dime, ¿volverás pronto?" preguntó ella; esta vez no había lugar para el juego
en su voz.
Él no contestó de inmediato. Terminó de ajustarse los zapatos y se inclinó
hacia ella, dejándole un ligero beso en la frente.
"Pronto", dijo; la palabra quedó en el aire, abierta a interpretaciones.
La joven que apenas tapaba su cuerpo con una tela observó cómo él se marchaba. Justo antes de cruzar la puerta, ella susurró:
"Hasta luego, Elmer".