Chapter 20 - Despedida

En un camino apartado de la melaza, que era de entrada como de salida para el pueblo, se podía observar la llegada de una carroza. Era una escena imponente, con tres caballos en cada fila que jalaban el carruaje pintado de

negro. El que los guiaba era un hombre de avanzada edad, con el rostro curtido

por los años.

 

Cuando estuvo frente a nosotros, no dijo ni una palabra, simplemente nos entregó una carta. El sobre estaba sellado con un emblema que ya había notado en una de las puertas del carruaje, un roedor, más bien un ratón, que era el símbolo de la familia. El pequeño animal estaba de pie, mirando fijamente hacia el frente, debajo de él se leía el apellido de la familia con letras finas y elegantes.

 

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El hombre nos informó con gestos que había sido enviado para recoger a Zirael.

 

En ese instante, todos nos encontrábamos allí, inmóviles, levantando nuestros brazos en señal de despedida. Me llamó la atención que personas del pueblo que nunca antes había visto estaban presentes, despidiéndose. A mi lado, Rina y Luna estaban tímidas o tristes, mientras que, a lo lejos, Aziel observaba desde la sombra de un árbol.

 

Mi padre se acercó por detrás y, colocando su brazo sobre mi hombro, me dijo en voz baja, "Algún día, tú también te irás, hijo, hacia allá".

 

Me quedé en silencio, observando cómo Zirael subía al escalón del carruaje.

Justo antes de que la puerta se cerrara, levantó el brazo para despedirse una

vez más. Dentro del carruaje, pude notar la presencia de dos sombras que apenas

se vislumbraban, pero no lograba identificar quiénes eran.

 

Mi tío permanecía inmóvil, mirando fijamente la escena, mientras consolaba a mi tía, que lloraba silenciosamente en su pecho.

 

 

El carruaje comenzó a moverse lentamente. El sonido de las ruedas sobre el suelo se desvanecía mientras cruzaba la entrada. Me quedé un momento con mis padres, Luna y Rina, en silencio, observaban la dirección en la que se marchaba su mejor amigo. Yo decidí dirigirme hacia Aziel, que seguía bajo

la sombra del árbol, apartado de todos. Quería invitarlo a que nos acompañara.

 

Antes de que llegara a donde estaba, Aziel me habló, como si supiera que iba hacia él.

 

"Mi buen amigo, el Kaini", dijo con una pequeña sonrisa en los labios. Yo solo respondí con otra sonrisa mientras me acercaba más a él.

 

"¿No te aburres estando solo?" pregunté, apoyándome junto al árbol.

 

"No, realmente no. Aquí, ahorita estoy normal", respondió con un tono relajado, como si no tuviera ninguna preocupación. Era sorprendente que su naturaleza algo reservada fuera casi una simple ilusión. Aziel solo mantenía una calma envidiable.

 

"Ven con nosotros", insistí.

 

"No, no quiero molestar," respondió Aziel. "Además es mejor estar aquí en la sombra que allá en el sol", insistió.

 

Era real que estar en el sol era un poco agobiante; disfrutar de una sobra era una decisión excelente.

 

"Bueno", dije mientras me acomaba para sostenerme con el árbol para observar de frente. "Es una pena realmente que se vaya," dije, refiriéndome a Zirael.

 

"Pues sí, ahí va él", comentó, observando el camino por donde ya había desaparecido. "Una pregunta".

 

"¿Si, dime?" Pregunté curioso.

 

"¿Ese símbolo en la carroza, es de tu casa, verdad?"

 

"¿El ratón?" respondí, algo confuso.

 

"Sí."

 

"Sí, es el símbolo de nuestra familia".

 

"Así que un Ratón," murmuró.

 

Aziel se llevó un dedo hacia la boca, pensativo, mientras yo lo observaba,

sorprendido por lo tranquilo que estaba en una situación que, para cualquiera, sería de tensión o tristeza, diferente al espectáculo que presenciaba donde mis familiares.

 

 "¿Sabes lo que no entiendo, Zirael?"

 

"¿Qué cosa?"

 

"El problema del llanto. Si él mismo dijo que vendrá cuando pueda, es decir, que vendrá, pero parece que no entendieron. Eso me parece exagerado".

En los últimos tiempos, tanto Aziel como yo habíamos agarrado mucha confianza. Conversábamos cuando podíamos, él siempre me hacía preguntas que parecían raras, mientras me observaba con atención, esperando mis respuestas, casi como si se tratara de una prueba.

 

"¿Te parece exagerado?" pregunté con curiosidad.

 

"Sí, lo veo como algo casi innecesario. No entiendo por qué tanto drama por una despedida que no es definitiva", respondió con un aire despreocupado.

 

"Entonces, ¿te molesta la situación?" Insistí, tratando de entender su perspectiva.

 

"No es que me moleste la acción en sí, sino el momento" aclaró. "Es como llorar por un ser querido que sabes que nunca volverás, ahí tendría sentido".

 

"Así que, para ti, llorar es como una despedida definitiva, algo que simboliza un fin sin retorno", comenté, tratando de profundizar en su punto de vista.

 

"Exactamente, pero también es más que eso" dijo, reflexionando. "Llorar no es solo tristeza o desesperación. Es una reacción ante el miedo, la preocupación, o incluso la felicidad. Es un reflejo profundo de lo que sentimos en esos momentos cruciales".

 

"Es verdad… ¿De qué tienes miedo, Aziel?" Le pregunté, dejando escapar una leve risa al final de la frase.

 

Aziel apartó la vista hacia el carruaje que ya había desaparecido en la

distancia. "Bueno, como todos, tengo miedo a morir", respondió con naturalidad. "¿Y tú, Kaini? ¿De qué tienes miedo?" preguntó

mirándome fijamente.

 

En ese momento, me quedé sin palabras. Su forma tan tranquila y despreocupada de hablar sobre un tema tan serio me descolocó. Nunca me había detenido a pensar en esas cosas con tanta serenidad. Reflexioné por un instante antes de responder.

 

"Lo mismo", dije al final, tratando de mantener el mismo tono filosófico que él había establecido.

 

Aziel soltó una risa, no de burla, sino de esas que alivian la tensión en el aire. Sin querer sentirme fuera de lugar, me uní a su risa, y ambos compartimos ese momento entre risas que parecían disipar cualquier inquietud.

 

"Qué triste sería morir, ¿verdad?" preguntó Aziel, con la mirada

fija en el suelo.

 

"Sí, es verdad" respondí.

 

"Imagínate morir en soledad, sin nadie a tu lado, sin que nadie te ayude… sin que alguien te recuerde", continuó. Sus palabras eran tan profundas que crearon un ambiente serio y delicado.

 

"Sí, me lo imagino," contesté; la conversación había tomado un tono más oscuro del que esperaba. "Eso sería una muerte realmente triste, que nadie te recuerde". En ese momento, una idea cruzó por mi mente, tratando de aliviar la tensión que se había acumulado. "A ti, ¿cómo te

gustaría morir, Aziel?"

 

"¿A mí?" preguntó, levantando la cabeza.

 

"Sí", insistí.

 

 

Aziel soltó una leve risa, casi imperceptible. "Jajaja… Pues, no me gustaría sufrir en mi muerte. No quisiera estar revolcándome en el suelo por un corte en el estómago, ser quemado vivo, envenenado, atravesado por un puño, asaltado o mutilado. O, peor aún, decapitado. Dicen que aún tienes conciencia

cuando la cabeza es separada del cuerpo".

 

Su respuesta me dejó helado. No esperaba que la conversación tomara un giro tan serio y macabro. De repente, lo que había comenzado como una charla inocente entre niños, se había transformado en algo mucho más oscuro. Solo había querido una respuesta simple, irónica, algo como "morir

durmiendo o de un susto". Pero esto… Esto era otra cosa.

 

Intenté aliviar la tensión con una risa nerviosa.

 

"Jajaja…"