Chapter 18 - Vida

El eco de "no vayas" resonaba en mi cabeza, trayendo de vuelta el malestar que había sentido en aquel sueño. Podía recordar con claridad ese despertar repentino, el grito que solté sin pensarlo, y cómo mi corazón latía con tal fuerza que casi sentí que me sofocaba.

Eso había ocurrido en la mañana.

Yo ahora estaba echado sobre el pastizal junto a Zirael en una tarde. Intentaba distraerme con las nubes que se extendían sobre nosotros, y me obligué a enfocarme en ellas, buscando formas para calmar la mente.

"¿Qué te parece esa nube, Kaini?" pregunté.

"Parece más una espada", respondió fijamente con su vista hacia el cielo.

"A mí me parece un dedo", repliqué yo con una leve incredulidad. Mi rostro lo delataba, no estaba tan seguro de lo que veía, pero la intención de divertirnos estaba ahí. Aún así, buscar con seriedad una forma en una nube no era algo sencillo, pero en ese momento, lo agradecía. Cualquier distracción, por mínima que fuera, servía para despejar mi mente de aquella casa.

"¿Y esa nube?" preguntó Zirael, señalando el horizonte.

"Bueno, parece una nube de tormenta", respondí en una vista rápida hacia lo que presentó su dedo.

"No, esa es una nube de lluvia", replicó él.

Nos miramos con asombro, unas nubes de tormenta se estaban acercando, el viento se estaba sintiendo, las ramas temblaban y las hojas corrían. Las primeras gotas ya estaban a punto de caer. Nos levantamos rápidamente para recoger nuestras cosas, para que la lluvia no nos sorprendiera.

Sin embargo, antes de que diéramos un solo paso hacia el desnivel del terreno, algo captó nuestra atención. A lo lejos, en medio de una vasta extensión de tierra plana, se podía ver a un niño, completamente inmóvil, sobre una piedra. Su cuerpo rígido, con el rostro hacia el cielo, como si estuviera esperando la llegada de la lluvia.

Una sensación extraña me recorrió el cuerpo. Algo en mí me decía que no debía acercarme, que dejara al niño en paz. Pero, por instinto, sentí una necesidad inexplicable de no ignorarlo como lo hice con Luna. El aire alrededor de nosotros parecía más pesado y la escena se sentía fuera de lugar.

"Zirael, mira eso", murmuré, señalando hacia el niño. Mi voz apenas fue un susurro, como si temiera romper el extraño equilibrio de la escena.

Zirael también lo observó, su expresión cambiando de curiosidad a cautela. Algo no estaba bien, y ambos lo sabíamos.

Corrí hacia él, sin pensarlo demasiado, y Zirael me siguió de cerca. Cuando llegamos al niño, lo reconocí de inmediato. Era Aziel.

"¿Aziel?" pregunté, sorprendido al verlo ahí. "¿Qué haces aquí?" añadí, mientras las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer con fuerza.

Aziel permanecía estático, mirando hacia el cielo, como si la lluvia lo atrapara en un trance. Por un momento, parecía que no iba a responder. Todo a su alrededor era calma, a pesar de la tormenta que se presentaba. Luego, lentamente, bajó la mirada hacia nosotros, y su rostro, que antes parecía normal, cambió de repente a una expresión de pura felicidad.

"¡Hola, amigos! ¿Cómo están?" Dijo, con una sonrisa que parecía fuera de lugar, como si no se diera cuenta de la lluvia que ya comenzaba a empaparlo.

"¿Qué haces aquí?" preguntó Zirael, algo preocupado. "La lluvia. Te vas a enfermar, deberías estar cubierto. Ven con nosotros".

Aziel no parecía afectado por el clima ni por nuestra preocupación. Solo nos miraba con esa misma sonrisa, como si estuviera completamente en paz en medio de la tormenta.

"Vamos, no pasa nada, la lluvia es buena para todos", dijo, disfrutando del momento.

"No, ven con nosotros", le replicamos Zirael y yo, mientras lo agarrábamos de los brazos y lo llevábamos bajo un árbol cercano que nos ofrecía algo de resguardo.

"¿Qué hacías ahí?" le pregunté, todavía desconcertado por su comportamiento.

"Solo estaba observando el paisaje", respondió con total tranquilidad, su tono ahora más confiado y diferente al niño tímido que habíamos conocido antes. Era como si algo en él hubiera cambiado.

Nos quedamos un momento bajo el árbol, secándonos poco a poco, mientras el cielo, sorprendentemente, se despejaba. La tormenta desapareció tan rápido como había llegado, dejando un cielo azul brillante.

"Bueno, creo que ya está", dijo Aziel, mirándonos con una sonrisa, "supongo que me retiraré". Y, sin más, se dio la vuelta, listo para marcharse como si nada hubiera pasado.

"Espera, ¿por qué te vas? ¿Por qué no te quedas un rato más?" Le dije, intentando detenerlo.

"¿Haciendo qué?" respondió con tono despreocupado; sus ojos se abrieron en par en par después de estar pesados.

"Hablar, conversar", respondí alejando mis brazos hacia mi mandíbula.

"No, eso es aburrido," soltó con una leve risa. Y se giró hacia su camino.

Me quedé sorprendido por su respuesta. No esperaba que reaccionara así.

"¿Tienes algo mejor que hacer?" le pregunté, medio en broma, medio en serio.

Aziel se detuvo, quedó parado dándonos la espalda por un segundo, y luego giró lentamente para mirarnos. Tras un momento de silencio, se acercó y se sentó a nuestro lado, con una sonrisa traviesa en el rostro.

"Bueno, ¿de qué vamos a hablar?" preguntó, con los ojos bien abiertos, como si estuviera listo para cualquier conversación.

Zirael y yo nos miramos, sorprendidos pero contentos de que se hubiera quedado.

Ese día pasamos toda la tarde hablando de cualquier cosa que se nos venía a la mente, desde lo que a Aziel le gustaba comer, su color favorito, hasta su opinión sobre las cosas más triviales. No pudimos evitar reírnos de las preguntas tontas que también surgían en el proceso.

"¿Yo creo que al final eso sería absurdo?" Respondió Aziel.

"Sí, pero date cuenta de las ventajas ante esa situación", respondió confirmando Zirael.

"Y al final, ¿tu familia hizo algo con el tipo?" preguntó Zirael, recordando lo que había pasado con el hombre que había maltratado a Aziel.

"No, realmente no", respondió Aziel. Nos dijo que no fue necesario. El señor se fue por miedo a las consecuencias que podría enfrentar. Nosotros tampoco dijimos nada, por temor a lo que podría pasar, y también por el hecho de que si nuestras madres se hubieran enterado del problema, no nos habrían dejado salir nunca más.

Zirael y yo asentimos. Era cierto. Habíamos guardado silencio por miedo, y por preservar nuestra libertad de salir sin que nuestras madres se preocuparan demasiado.

De repente, Aziel cambió el tono de la conversación. Su rostro, que hasta entonces mostraba signos de cansancio por el largo rato de preguntas y charlas, se iluminó.

"Y… ¿qué opinan de la vida?" preguntó Aziel con una seriedad inusual.

Zirael y yo nos quedamos sorprendidos por la pregunta. Era un cambio de tema inesperado, pero a la vez parecía que Aziel quería profundizar en algo más personal o importante, como si quisiera saber qué pensábamos más allá de las trivialidades.

"La vida… bueno, la vida es algo maravilloso. ¡Es vivirla y ser feliz!", respondió Zirael con una sonrisa algo apagada, que me causó asombro.

En cambio, Aziel se quedó totalmente estático con los ojos fijos observándolo detenidamente.

Me pareció incómodo, así que yo intervine.

"Eh… Para mí, la vida es algo que a veces no entenderé. Pero trato de disfrutarla", añadí, intentando darle sentido a una pregunta que no sabía cómo responder.

Aziel me miró con una expresión feliz, y dijo. "Sí, sí, todos tienen respuestas excelentes".

Aunque Zirael y yo intercambiamos miradas incómodas, la pregunta y la reacción de Aziel no parecían venir al caso, él seguía con esa sonrisa toda despreocupada. En términos generales, era un sonso.

"Bueno, ahora sí, ya es tarde. Me marcharé", dijo Aziel poniéndose de pie.

"Sí, yo también", añadió Zirael, levantándose y estirándose.

"Bueno, bueno", respondí.

Antes de que nos retiráramos, Aziel se detuvo repentinamente y dijo "Bueno…". Sus palabras se pausaron por unos segundos. "Me alegraron el día. ¿Qué les parece si mañana nos volvemos a ver?"

"Sí, claro", respondí sin dudar.

"De acuerdo", añadió Zirael.

"Bueno, hasta luego", se despidió Aziel, caminando rápidamente mientras se llevaba una mano al bolsillo y mantenía la cabeza agachada, como si estuviera ignorando el sol. Su figura se alejaba poco a poco, mientras nosotros nos quedamos observando cómo desaparecía en la distancia.