Chapter 10 - Tormenta

Se dice que los padres pueden ser muy intensos cuando se trata de la preocupación por sus hijos. Es verdad. Mis padres intentaron hablar conmigo durante toda la tarde y la noche, pero yo les repetía una y otra vez que me dejaran solo. Claramente, no lo hicieron.

Mi madre, con la paciencia que siempre le caracterizó, entró al cuarto. Se sentó a mi lado sin decir una palabra, al principio simplemente me observó en silencio, como si supiera que yo necesitaba ese espacio. Su presencia se sentía incómoda.

Después de un rato, con una voz suave me pidió que le dijera qué había sucedido. No había presión, solo un deseo genuino de entenderme.

"Hijo, por favor, cuéntame qué te pasó. Estoy aquí para escucharte", dijo mi madre, tomando mi mano y apretándola con la suya. Sus palabras estaban muy preocupadas, pero sus ojos muy fijos. Yo solo seguía sin querer abrirme, pero no podía ignorar el peso de su determinación.

Intenté ignorarla. Pero la culpa me perseguía. La presencia de tenerla a mi lado me daba la necesidad de hablar con ella de lo que me pasaba, sobre la carga que llevaba dentro de mí. Esa culpa, que me recordaba, una y otra vez, la imagen de la sangre en su pierna y la cachetada que recibí. No podía seguir ocultando lo que había sucedido, no podía seguir llevando esta carga solo.

Sabía que debía hablar. No podía mantener esta angustia encerrada dentro de mí por más tiempo.

Finalmente, me armé de valor y le conté todo a mi madre. Lo hice con mucha vergüenza, sintiéndome pequeño y vulnerable. Ella me escuchó con paciencia y me comprendió.

"No es tu culpa, hijo, no es tu culpa," dijo mi mamá, acariciando mi mano con ternura.

Conversó conmigo con esa calma que siempre ha tenido, haciéndome ver que lo que sucedió no fue mi culpa. Me explicó que, si esa niña reaccionó de esa manera, seguramente fue por el susto o el miedo que ella también estaba sintiendo en ese momento. Sus palabras empezaron a aliviar el peso que sentía en el pecho.

Me di cuenta de que, en cierto modo, ella tenía razón.

"…"

No pude responder. Las palabras se atoraron en mi garganta, lo único que pude hacer fue llorar. Las lágrimas cayeron de nuevo, pero esta vez no por la culpa o la desesperación, sino por el alivio de sentir que alguien me entendía.

Mientras lloraba, vi a mi papá en la puerta, supongo que estaba escuchando toda nuestra conversación desde el inicio. El no dijo nada, pero su mirada reflejaba apoyo. Pude sentir el amor de ambos.

Cuando estaba apunto de decir una palabra, mi mamá y mi papá se acercaron a mí y me dieron un abrazo, un abrazo muy fuerte, cálido, donde los tres compartimos el alivio de ese momento. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que no estaba solo.

Esa noche me fui a dormir con la mente más tranquila. Había entendido mejor lo que había sucedido. La culpa que sentía comenzó a desvanecerse. Me di cuenta de que no siempre todo está bajo nuestro control. Lo importante es cómo nosotros afrontamos las situaciones.

Al final pude descansar este día.