Chapter 9 - Herida

"Mira lo que has hecho, estúpido" dijo la otra niña que estaba con Kaini. Ella se acercó a la niña con cuernos e intentó ayudarla a levantarse.

"Creo que hubiera sido mejor presentarlas por su nombre. Disculpa," dijo Zirael, llevándose la mano a la cabeza.

Literalmente, ese accidente no hubiera pasado si lo hubiera hecho desde el principio.

Mientras la niña de ojos asesinos intentaba ayudar a su amiga, su expresión permanecía fría y concentrada, pero algo en la situación parecía desbordarla en una desesperación. De repente, la chica que estaba en el suelo e intentaba levantarse, rompió el silencio.

"Aahh."

Fue un grito leve, como si de un gemido que luchaba por no quebrarse bajo el peso sofocado de la situación.

La forma en que su voz tembló hizo que el ambiente se sintiera aún más incómodo para mí.

Sin previo aviso, en medio de su esfuerzo, la niña de cabello negro rompió en esa seriedad que intentaba mantener. Ella era controlada por sus sentimientos, como si el quejido de dolor de la niña con cuernos la hubiera abrumado por completo. Con una voz temblorosa, pidió ayuda desesperadamente.

"Zirael… Por favor, ¡ven…!, Luna no está bien"

Parecía que algo más había sucedido. La niña, ahora llamada Luna, seguía en el suelo. De repente, otro quejido más profundo y fuerte se escuchó. Me acerqué por curiosidad, y al mirar con atención, vi que había sangre en su pierna. Se había lastimado.

Me asusté. Mi corazón se aceleró.

Zirael ya estaba junto a ella al escuchar el segundo quejido de Luna. Él se inclinó rápidamente, extendiendo sus manos sobre su pierna. Una luz esmeralda comenzó a surgir de sus manos, rodeando la herida con un resplandor cálido.

La sangre y la herida comenzaron a restaurarse, o mejor dicho, a desaparecer ante mis ojos. Cuando me di cuenta, ya no quedaba ningún rastro de ellas. Todo había desaparecido tan rápido como había ocurrido. El miedo que había sentido en ese instante desapareció como la herida que había presenciado hace unos segundos.

La chica que inicialmente me había gritado se levantó, dejando a la niña en manos de Zirael. Con pasos decididos, se dirigió hacia mí, y antes de que pudiera siquiera reaccionar, sentí el golpe. Una cachetada que resonó en el aire, dejándome aturdido, no supe cómo responder.

¡Shock!

Me llevé una mano a la mejilla, intentando procesar lo que acababa de suceder. Sus ojos seguían fijos en mí, llenos de una ira.

"¡Mira lo que has hecho, estúpido! Te mataría si no fueras el hermano de Zirael", me dijo con su voz cargada de furia, mientras me observaba con una mirada llena de desprecio.

Sus palabras eran como una daga clavada en mi pecho. El tono de su voz, la intensidad de su enojo, me dejaron paralizado. No podía reaccionar.

"Rina, no, no te excedas", dijo Zirael, levantándose de inmediato intentando calmarla.

Realmente, supongo que lo merecía. Esa niña me hizo ver el problema que había causado. Si no fuera por mi primo, no tenía idea de cómo lo habría arreglado. ¿Con mi madre? Qué patético. Había empezado con mala pata en el exterior.

Zirael intentaba conversar con Rina, tratando de convencerla de que todo había sido un accidente y que no era mi culpa. Pero, retóricamente, ella no lo aceptó.

Yo lo entendía. Como alguien que había causado un accidente, no tuve ni la decencia de ayudarla. O pedir perdón. Me quedé simplemente observando, inmóvil, como si el problema no fuera conmigo, como si no hubiera visto lo que había sucedido. Ni siquiera cuando noté la sangre en su pierna hice algo.

Me sentí patético. La culpa me carcomía, porque en lugar de actuar, me paralicé, incapaz de hacer algo útil. Me limité a ser un espectador del desastre que yo mismo había provocado.

Pasé el resto del día con la cabeza agachada lleno de vergüenza. La niña de cabello verde se había marchado, acompañada por Rina, yo me quedé con mi primo. Aun así, no podía levantar la mirada ni decir una palabra. Me sentía avergonzado, casi incapaz de creer lo que había sucedido.

Zirael intentaba explicarme y hablarme sobre la magia, pero mi mente estaba en otro lado. Solo podía pensar en las consecuencias de lo ocurrido.

¿Estaría todo bien? ¿Qué pasaría ahora?

Sin darme cuenta, el tiempo pasó, y cuando miré al cielo, el sol ya estaba en su punto más alto. Era mediodía. Zirael parecía incómodo, probablemente había notado mi estado de ánimo. Supongo que por pena, me dijo

"No pensaba venir mañana, pero, ¿qué tal si preparo una buena lección para enseñarte adecuadamente? Podría venir mañana, ¿si no es molestia para ti?."

"… Sí, está bien." Respondí con una voz apagada

"Bueno, entonces, hasta mañana," contestó, intentando sonar animado.

Estabas preocupado por mí, realmente debería agradecerte por intentar enseñarme de nuevo, por tener esa paciencia, pero en este estado, no podía pensar con claridad. Ni siquiera podía concentrarme en nada.

Todo lo que había sucedido seguía dando vueltas en mi cabeza, me sentía atrapado en ese torbellino de emociones.

El silencio volvió a apoderarse del lugar mientras le observaba alejarse. Todo parecía calmarse, pero ese vacío y calma solo me hizo sentir más agotado, más triste, como si me quedara solo en medio de una tormenta interna.

¿Por qué? me pregunté. ¡¿Por qué, maldita sea, pasó eso?! ¿Por qué no hice nada?

La culpa me invadía, una y otra vez.

Tenía que haber hecho algo. ¡Eres un estúpido, un estúpido! me repetía, golpeándome con mis propios pensamientos.

En ese momento, sentí una mano en mi espalda. Era una mano áspera y grande. Fue una sensación cálida, que me hizo salir de mis pensamientos.

"Hijo, hola, ¿qué haces aquí junto al árbol? Vamos, entra a la casa," dijo mi papá. Su voz era firme, pero al mismo tiempo cariñosa,

Mi cuerpo se movió casi por voluntad propia, como si lo que me dijo Elmer fuera una orden directa para mí. Intenté levantarme, apoyando una mano en el suelo, e impulsándome con esfuerzo. Quería ponerme de pie, pero mi cuerpo simplemente no me respondía. Lo único que logré fue desplomarme de nuevo, incapaz de mantener el equilibrio.

Mi papá se dio cuenta de inmediato. Se inclinó rápidamente hacia mí, con el rostro lleno de preocupación. Mi cabeza seguía fija en el suelo, pero él, con cuidado, tomó mi rostro entre sus manos y me obligó a mirarlo a los ojos.

Lo que vi en su expresión me sorprendió. Había asombro, sí, pero sobre todo, miedo. Su rostro mostraba una mezcla de shock y terror. Sus ojos, abiertos de par en par, me miraban como si algo terrible estuviera ocurriendo.

"Hijo, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?" preguntó, su voz temblorosa. El miedo en su tono era inconfundible. Parecía completamente aterrorizado, como si temiera que yo me estuviera muriendo en sus brazos.

En ese momento, no estaba seguro de si su miedo era un reflejo del mío, o si realmente las cosas eran tan graves como él creía.

Intenté mantenerme firme, buscando que todo esto pasara desapercibido.

Yo puedo solo, me repetí en un intento de automotivarme, pero la realidad era que no podía contener lo que sentía.

"Sí, estoy bien, papá," respondí, esforzándome por sonar firme, aunque mi voz temblaba.

"No, algo te pasa. ¿Qué sucedió?" insistió, con una preocupación cada vez más visible.

"No pasó nada," respondí con rapidez, deseando que dejara de hacer preguntas.

"Entonces, ¿por qué esas lágrimas, Kaini?"

¿Lágrimas? me pregunté, confundido.

No me había dado cuenta de que mis ojos estaban brillosos y que unas lágrimas caían lentamente.

"¡No tengo nada!", dije limpiando mis ojos con mi mano.

Él solo observó mi acción en silencio.

"…"

"¡Que no pasó nada! Ya te dije, suéltame, no pasó nada, no pasó nada. No… no pasa nada. No… pasa… nada", repetí, pero mi voz se quebró. Toda la fuerza que intentaba mantener se desmoronó de golpe. Las lágrimas comenzaron a brotar incontrolablemente, como si no hubiera manera de pararlas. Lloré y lloré, como si nunca antes hubiera tenido la oportunidad de hacerlo.

Mi papá, sorprendido pero comprensivo, me atrajo hacia su pecho, abrazándome con una calidez que no había sentido en mucho tiempo. Su presencia, su abrazo, eran lo único que me mantenía firme en ese momento.

¿Cómo había llegado a esta situación?

Nunca me había sentido tan maltratado en mi vida. Nunca antes alguien me había abofeteado y mucho menos me había hecho sentir como si no valiera nada. Me sentí destrozado y la única manera de liberarme de todo eso era llorando.

"¿Qué pasó, hijo? Aquí estoy, dime," susurró mi papá, sin dejar de abrazarme. Su voz era suave, llena de preocupación, pero también paciente. Pude sentir el calor de su abrazo, la seguridad que intentaba transmitirme, pero dentro de mí algo seguía bloqueado.

Necesitaba tener fe en que no me juzgaría por lo que había ocurrido. Sin embargo, la verdad era que no me sentía capaz de hablar de este tema con alguien como él. Nunca había visto a Elmer como un padre en quien pudiera confiar de verdad. Siempre lo había mirado con resentimiento, principalmente porque estaba con una mujer mucho más joven que él, lo que siempre me hacía desconfiar de sus intenciones.

Parecía insensible, egocéntrico, alguien que disfrutaba de las cosas más inapropiadas, lo que me hacía sentir incómodo a su alrededor. Su actitud me daba la impresión de que era casi engreído, como si viviera ajeno a las emociones reales de los demás. Y en temas que yo consideraba serios, él parecía tomarlos a la ligera, especialmente cuando se trataba de cosas que rozaban lo vulgar.

Por eso, no podía abrirme a él. No podía contarle lo que me había sucedido. Sentía que no era una persona con quien pudiera compartir mis problemas más profundos. No era alguien que pudiera comprender realmente lo que me estaba ocurriendo.

En ese momento, mientras veía los ojos de mi papá, me di cuenta de algo que nunca antes había notado, él estaba sufriendo conmigo, compartiendo mi dolor. Su preocupación era real, sincera. Tal vez él no era el mal tipo que yo había pintado en mi mente durante todo este tiempo. Quizás, después de todo, el verdadero problema era yo.

Mi mente estaba agotada, incapaz de pensar con claridad, abrumada por las emociones que me envolvían.

No respondí a su pregunta, me quedé callado. Mi papá, al no recibir ninguna respuesta, simplemente me agarró y me llevó en brazos hacia la casa, que estaba a unos metros del árbol donde me encontraba con Zirael.

Al llegar a la entrada de la cerca de piedra, vi a mi mamá. Al principio, nos recibió con una sonrisa, pero al notar mi estado, su expresión cambió de inmediato. Su rostro se llenó de angustia, y en mí en un deseo de no hacerla sentir así. Quería calmarla, hacerle saber que todo estaba bien, pero no podía evitar lo que estaba pasando dentro de mí. Me sentía atrapado en una maldita preocupación, sin saber cómo podría escapar.

Mi mamá me recibió entre sus brazos, mientras Elmer me sostenía también. Mis padres se miraron fijamente, ella miró a Elmer directamente a los ojos, asustada por la preocupación.

"¿Qué sucedió? ¿No estabas a cargo de nuestro hijo todo el día? Dijo mi mamá con tono muy cargado de molestia.

"Sí, pero…" Mi papá intentó responder, pero la tensión en su voz ya dejaba entender que algo estaba apunto de suceder.

Y era evidente. Una pelea estaba a punto de comenzar, y yo estaba justo en medio de ellos. Lo había vivido antes, lo reconocía. Era lo mismo que había pasado en mi otra vida, donde mis antiguos padres solían pelearse constantemente. Los gritos, las discusiones sin sentido, los reproches que no llevaban a ninguna parte… No quería volver a escuchar eso o que se vuelva a repetir la misma situación.

Apreté las manos de mi mamá con fuerza, deseando que esta vez fuera diferente.

No quiero más peleas, pensé.

No quería volver a revivir esas discusiones vacías que tanto daño me habían hecho antes.

"¡Basta, por favor!" exclamé, sintiendo el peso de la tensión.

"Hijo, ¿cómo estás?" preguntó mi papá, aún con una expresión de preocupación en su rostro.

"Sí, estoy bien, no te preocupes," respondí, tratando de aparentar calma.

Mi respuesta y mis acciones ya no eran naturales, no se ajustaban a lo que se esperaba de un niño de mi edad. Me comportaba como alguien mucho mayor, como alguien que había vivido mucho más de lo que aparentaba. Pero ya no me importaba. No me preocupaba si mis palabras o gestos parecían fuera de lugar para un niño pequeño. De hecho, en medio de su angustia, mis padres ni siquiera parecían notarlo. Estaban demasiado enfocados en mí como para cuestionarse la forma en que actuaba.

"Kaini, hijo, ¿por qué estabas llorando?" preguntó mi madre.

"Por una tontería, madre," respondí rápidamente, intentando restarle importancia. No quería que me vieran vulnerable, y menos que comenzaran a preguntarse demasiado sobre lo que realmente estaba pasando dentro de mí. Todo lo que deseaba en ese momento era que la tensión se desvaneciera y que la situación volviera a la normalidad, aunque sabía que nada de esto sería normal.

Si esto hubiera sucedido con mis antiguos padres, probablemente no les hubiera importado en absoluto. Esa era la única parte "buena" al compararlos con ellos.

¿Por qué se preocupan tanto? Pensaba, frustrado. En ese momento, me invadió una idea absurda

Podría acabar con todo esto si simplemente hablo y cuento toda la maldita verdad, la verdad de que no soy su hijo, de que vengo de otro mundo. Pero rápidamente anule ese pensamiento. Claramente, eso sería una locura no sólo para mí, sino para todos.

Estar en esta situación es complicado para cualquiera, es una sensación de agotamiento. Mis propios pensamientos ya no tienen sentido. Se repiten una y otra vez, como si no tuviera idea de qué más decir. Atrapado entre la necesidad de hablar y el deseo de huir de todo.

Al final, hice la acción más fácil, escapar como lo hacía siempre. Sin decir nada más, me deshice de los brazos de mis padres y corrí hacia mi cuarto. Cerré la puerta con fuerza, como si esa acción pudiera poner fin al desastre.

La sensación de sentirse como un adolescente atravesando una tormenta emocional, ya era normal en estas circunstancias, aunque ni siquiera yo pudiera decir que me había comportado así en mi otra vida. Todo era confuso, esa confusión solo me empujaba a aislarme más, como si la soledad pudiera ofrecerme alguna respuesta o alivio para olvidar.

Se suponía que este sería el mejor día de mi vida, el día que estaba esperando... ¿por qué sucedió todo esto? me dije a mí mismo, mientras me echaba en la cama, con la cara hundida en la almohada.

Sentí como si fuera el niño más estúpido o el más infeliz del mundo. No podía dejar de pensar en cómo todo había salido tan mal. ¿Creo que ya dije eso?, no sé.

En ese instante, como si fuera para acompañar el momento, empezó a llover. Llovió todo el día, sin cesar. Podría pensar que era algo normal, un cambio de clima cualquiera, pero la situación no se sentía así. Era como si alguien hubiera provocado la lluvia con la intención de fastidiarme o hacer que todo fuera aún más difícil.

Hacía casi un año que no presenciaba una tormenta, disculpa, una lluvia. Recuerdo cómo mi padre estaba preocupado por ello.

["Si esto sigue así, se convertiría en un caos para el pueblo. Los cultivos podrían arruinarse y las familias que dependían de ellos sufrirían grandes pérdidas como problemas hacia los dirigentes]". Repetía siempre Elmer. Pero en esta situación, es claro que algunas cosas salen bien para unos, mientras que para otros no es lo mismo.