A medida que nos acercábamos, el campo se desplegaba como un cuadro viviente
ante mis ojos. El camino serpenteaba a través de la vasta extensión verde,
rodeando pequeñas colinas y árboles dispersos hasta perderse en el horizonte.
Era una vista tan hermosa que parecía sacada de una pintura.
Observando con atención, noté a lo lejos la figura de tres individuos de estatura baja que venían en dirección a nuestra casa.
La curiosidad creció tanto en mí como en mi papá. Fue entonces cuando lo reconocí, ¡era mi primo! Acompañado por una figura que no podía identificar del todo. ¿Un niño? ¿O
una niña? O quizás, ¿un enano? No lo sabía, la capucha que cubría su cabeza lo
hacía casi imposible de distinguir a diferencia de la niña de cabello negro que
estaba a su lado.
'¿Espera... mi primo?' pensé, sintiendo una mezcla de sorpresa y alegría.
"Hijo, ¿ese que viene no es tu primo?" me preguntó mi papá.
"Sí," respondí, aún procesando la sorpresa.
En eso, Zirael me saludó desde lejos
mientras se acercaba rápidamente con los individuos a su lado
¿Pero qué está pasando?, pensé, confundido.
Pronto lo tuve delante de mí. Su rostro mostraba signos de cansancio y sus
mejillas estaban enrojecidas por la intensidad del sol.
El sujeto que antes no podía reconocer ahora estaba al costado de mi primo. Su cabello seguía oculto bajo la capucha, pero su rostro estaba medio visible. Tenía facciones
firmes pero delicadas; de inmediato me di cuenta, ¡Era una niña!
"¡Hola, Kaini! ¿Me has estado esperando por mucho tiempo?" preguntó mi primo, con una sonrisa algo fatigada.
La atención que había puesto en la niña la dejé de lado y me giré hacia Zirael.
"No... Pero, primo, ¿qué haces aquí?" le pregunté, aún sorprendido por su llegada.
"¿No te dije ayer que vendría?" respondió, intentando recordarme nuestra conversación del día anterior. ["Sí, primo, ya es tarde. Es muy peligroso quedarse por la noche. Pero no te preocupes, mañana te enseñaré. Solo
ven a mi casa. O mejor, yo vendré a la tuya."]
En ese momento, me di cuenta de que me había confundido. Al quedarnos en
silencio, él me preguntó.
"¿Lo recuerdas?"
"Sí, lo recuerdo, solo te estaba bromeando," le respondí con una sonrisa, tratando de aliviar la situación.
Ambos nos echamos a reír, compartiendo las mismas carcajadas. Sin embargo,
mientras intentaba disfrutar el momento, no podía ignorar la sensación incómoda
que me producía la risa forzada que ambos estábamos compartiendo.
"Bueno, hijo, aquí está tu primo y además con unas amiguitas," dijo Elmer, cerrando un poco los ojos con una sonrisa pícara. "Así que no creo que sea necesario llevarte hasta la casa de mi hermano. Yo me tendré que
ir a trabajar, nos veremos al mediodía. Hasta luego," añadió con un tono despreocupado.
Este señor no parecía un padre, esos gestos que me hizo fueron un poco extraños, por no decir innecesarios.
"¡Hasta luego, tío!" dijo Zirael, levantando la mano en señal de despedida. Las dos niñas lo imitaron, repitiendo la acción.
"¡Hasta luego!"
"¡Hasta… luego!"
"Hasta luego," respondí, mientras lo veía alejarse, aún con la sensación de extrañeza por su comportamiento.
Observé a las dos niñas, todavía sorprendido y lleno de preguntas sobre quiénes eran y por qué estaban aquí.
"Bueno, Kaini, te presento a mis amigas," dijo mi primo, girándose hacia las dos niñas que lo acompañaban. Su acción mostraba una confianza natural con ellas, como si llevaran mucho tiempo siendo amigos.
Las dos me ignoraban completamente cuando mi primo extendió sus manos para
presentármelas. Me di cuenta de eso de inmediato, probablemente por sus gestos
desinteresados.
Supuse que debía enfrentar este reto que me ponían tanto mi primo como mi papá, así que decidí ser yo quien se presentara primero.
Me dirigí hacia la niña que tenía una mirada seria; su rostro mostraba una mezcla de enojo o asco, lo que me causó un poco de miedo. Estaba a punto de saludarla, pero antes de que pudiera decir algo, un viento fuerte hizo que el cabello de todos se moviera como hojas en el aire. De repente, un tono verde apareció delante de mis ojos, captando toda mi atención.
Era el cabello de esa niña, quien llevaba una capucha que ocultaba tanto su rostro como su melena. Ella seria la segunda persona que veía con ese tono de cabello, lo que despertó en mí, una curiosa fascinación. Me acerqué a ella, hipnotizado por la peculiar
familiaridad que sentía.
"Hola, me llamo Kaini, ¿cuál es tu nombre?" le dije, esperando alguna palabra.
"…"
No recibí ninguna respuesta. Ella mantenía la cabeza baja, ligeramente inclinada hacia un lado, como si estuviera en otro mundo, lejos de mi intento de conversación. Supuse que no me había prestado atención o tal vez no me había escuchado, así que decidí intentarlo de nuevo.
"Hola, ¿cómo te llamas?" repetí, esta vez en un tono más suave.
De nuevo, silencio. No me respondió, permaneciendo completamente callada, lo
que me hizo preguntarme si le daba miedo o si había algo más que no lograba
entender. Su postura, sumada a su quietud, me hacía dudar si debía insistir o
dejarla en paz.
Intenté acercarme a Zirael para preguntarle qué estaba sucediendo, cuando de
repente escuché algo. Era una voz muy delicada, con un tono tan bajo y ligero
que apenas se oía, era la voz de esa niña, intentando decir algo que no
podía entender.
Me acerqué más para escuchar mejor. Me incliné un poco y sin darme cuenta,
mi rostro quedó frente al suyo. Al verla de cerca, me sorprendí, tenía unos
ojos color esmeralda que combinaban perfectamente con su cabello. En ese
momento, traté de comunicarme con ella por última vez.
"Hola," le dije suavemente, esperando alguna señal de respuesta.
Fue una simple palabra, algo muy ligero y
entendible. Una respuesta normal sería que me responda con la misma palabra,
pero su acción fue distinta. Dio unos pasos hacia atrás, dejándose mover por
sus piernas descubiertas. Habrá sido su equilibrio inestable o quizás una roca
que no vio, pero lo cierto es que tropezó, perdiendo el balance y cayendo al
suelo. Su rostro mostraba asombro y miedo. Fue entonces cuando me di cuenta de
algo, era una chica realmente hermosa, pero lo que más me sorprendió fueron
sus cuernos. Tenía unos cuernos de color plateado con gris en la parte superior
de su cabeza.
Es un demonio. Pensé de inmediato.
No supe cómo reaccionar. Intentaba procesar lo que estaba viendo. Claro, ya
había pensado que algo así podría suceder, considerando que me encontraba en un
mundo donde la magia existía. Pero, aun así, no pensé que sería tan directo o
rápido ver a alguien con cuernos justo delante de mí.
Hasta ese momento, me había acostumbrado a la idea de que, a pesar de estar en un mundo diferente, todo era relativamente normal. No había visto nada que rompiera con lo que conocía del mundo de donde venía, aparte del uso de la
magia y el conejo. Quizás había descartado inconscientemente la idea de que las
criaturas o razas mágicas no existían realmente.