"Ya es de día," murmuré mientras la suave luz del sol acariciaba mi rostro.
No esperaba haber logrado conciliar el sueño; estaba seguro de que la noche me mantendría despierto. O al menos, eso había pensado.
De repente, la puerta se abrió de golpe y el rostro radiante de mi madre apareció al otro lado.
"Hijo, buenos días. Tu papá te está esperando abajo para llevarte," dijo suavemente, con una sonrisa cálida antes de cerrar la puerta con delicadeza, dejando apenas un eco leve en la habitación.
Sin perder más tiempo, me apresuré a vestirme, aunque mis movimientos eran torpes por la prisa. Me lavé la cara en la pequeña taza que estaba sobre la mesita de noche junto a mi cama, el agua fría me despejó al instante. Luego, tomé mi libro y me preparé para salir.
Corrí hacia la sala y al entrar, vi a mi madre hablando con mi padre. Estaban sentados en la mesa, frente a frente, pero sin mirarse fijamente. El rostro de Nací estaba teñido de enojo, mientras que él la miraba con ojos tristes, casi como un cachorro regañado se tratara, sin emitir ninguna palabra.
Pude suponer fácilmente el motivo
Lo que ocurrió el día anterior fue un completo desastre. Platos rotos, palabras incoherentes, todo sucediendo frente a mí, eso habría sido el punto más alto que pudo aguantar mi madre.
A un lado, la sirvienta Naára permanecía de pie, al lado de mi madre, en absoluto silencio, sin intervenir. Su rostro mantenía una expresión neutral, como si intentara desvanecerse en medio de la tensión que se sentía en el aire.
En ese momento, mi madre, girando la vista, me vio quieto en el pasadizo.
"Hola, hijo, ¿ya estás listo?" preguntó, suavizando su tono al verme, como si quisiera que no percibiera lo que estaba ocurriendo.
"Sí, mamá, ya estoy listo," respondí, algo nervioso.
"Entonces siéntate aquí, hijo, para que tomes el desayuno," me indicó, señalando la mesa.
"De acuerdo, mamá," respondí mientras me acercaba al lado de ella.
El lugar estaba totalmente silencioso mientras desayunaba. Solo se escuchaba el leve sonido de los cubiertos al chocar con el plato, acompañado por el suave crujir del pan. Era un silencio denso, casi incómodo, que envolvía la sala como una manta pesada. Asíque, rompiendo ese momento tenso, mi mamá habló de repente.
"Bueno, tu papá ya está listo, ¿verdad, cariño?" dijo mi mamá, lanzándole a papá una mirada que le podría asesinar.
"Sí, sí, ya estoy listo," respondió él, con evidente nerviosismo.
Realmente puedo comprender lo que él podría estar pasando, no solo yo, sino también Naára. Todo el ambiente se había vuelto denso y tenso, como si el aire mismo pesara sobre nosotros. Preferiría que todo esto acabara rápido, que esa tormenta de emociones terminara de una vez. La incomodidad me invadía, y sentía que no podía soportarlo más.
Así que, en un impulso, decidí acelerar las cosas.
"Entonces, vamos, papá," dije mientras empujaba a un lado el plato de desayuno que tenía frente a mí totalmente limpio.
"Sí, ya vamos, hijo," contestó mi papá, poniéndose en marcha. Se levantó lentamente de la mesa, todavía con ese aire de melancolía en su rostro, pero esforzándose por aparentar normalidad. Él me lanzó una mirada rápida y luego dirigió sus pasos hacia la puerta, como si quisiera dejar atrás el ambiente que el mismo había creado.
Yo lo seguí en silencio, sintiendo el peso de la tensión entre mis padres aún flotando en el aire.
Realmente me daba pena ver a Elmer en ese estado, su rostro estaba decaído y apenado. Pero, sinceramente, se lo merecía por lo que había hecho el día de ayer. Durante la pelea, mi mamá se veía un poco nerviosa, y es comprensible, ya que la discusión casi había llegado a los golpes con mi tío.
Por donde lo mire, no hay una solución. Es mejor no interponerme en sus problemas y dejar que él mismo lo arregle.
"Es tu primera vez afuera, ¿verdad, hijo?" preguntó mi papá abriendo la puerta.
"Sí," respondí, un poco nervioso. Aunque ya estaba listo para salir, una extraña sensación de miedo comenzó a apoderarse de mí. Podría haber sido el aire frío que me envolvía, o quizás el miedo de enfrentar lo desconocido afuera. Claro, eso tenía sentido. Habían pasado tres años desde que abrí mis ojos en este mundo, y no recuerdo haber puesto ni por accidente un pie fuera de la casa. Pero todo tiene una explicación.
Nací, mi madre, es extremadamente protectora conmigo. Esa puede ser la razón por la cual nunca me ha dejado salir. Y en parte, lo comprendo. A fin de cuentas, todavía soy solo un niño. Para ella, soy vulnerable y necesita mantenerme seguro. Sin embargo, no puedo evitar preguntarme qué hay más allá de estas paredes, qué me he estado perdiendo todo este tiempo.
En ese momento, mi papá me miró y notó cómo me sentía. De repente, su rostro de pena cambió a uno más animado, como si intentara mostrar empatía.
Supongo que estaba buscando la manera de animarme.
"Bueno, hijo, no hay que temer, verás que afuera es realmente hermoso," exclamó mi papá con entusiasmo.
Yo era consciente de eso, después de todo, había pasado todos esos días observando el paisaje desde la ventana. Pero aun así, el miedo persistía.
¿Por qué?, me pregunté.
En ese momento, mi papá dio el primer paso fuera de la casa. Yo lo seguí, agarrándole del brazo para no quedarme atrás. Cuando pisé el patio, todo parecía normal, no había ningún problema.
Entonces, ¿por qué tuve miedo? ¿Qué me asustaba de verdad?
Era algo inexplicable lo que sentía en ese momento. Supongo que era algo normal después de haberme asustado con esa criatura de afuera. Quizás, en el fondo, me preocupaba la posibilidad de volver a encontrarme con ello.
"Ahora solo falta que cruces esta reja y estaremos fuera," dijo mi papá alegremente, señalando la entrada.
"De acuerdo," respondí. Pero justo cuando estaba a punto de dar el siguiente paso, escuché un ruido. Al dirigir mi vista hacia la fuente del sonido, lo vi. Era esa criatura con aspecto de conejo.
El animal giró su cabeza para mirarme, en ese momento pude verlo con más claridad. En lugar de un hocico, tenía un pico. Aunque inicialmente me había asustado tanto que incluso me hizo caer de la silla, al observarlo ahora de cerca, me di cuenta de que no era para tanto.
Mi primera impresión había sido injusta, influenciada por la perspectiva limitada de ese momento. Ahora, con cada segundo que pasa, me parece curioso e incluso un poco tierno.
"Papá, ¿qué animal es ese?" pregunté.
Sentía curiosidad, porque definitivamente esa criatura podía ser como un animal doméstico. Podría tenerlo como un gato o un cachorro se tratara.
"Ese es un Cinimo. Es muy bueno como estofado, jajaja…" me respondió con su habitual tono alegre.
Aunque intentaba animarme, su humor ya estaba exagerando demasiado.
"Papá, ¿ya basta de risas, no?" le dije.
Al escucharme, su rostro cambió completamente. Pasó de estar alegre a ponerse serio, lo que me hizo pensar que realmente era consciente de la situación.
"Sí, exageré, perdón," dijo soltando una risa, aunque su rostro no reflejaba del todo lo que intentaba mostrar.
"…"
"Bueno, hijo, debemos irnos ya," añadió mi papá, tomando mi mano. Me levantó con facilidad, subiéndome sobre sus hombros y asegurándome en su espalda. "Así llegaremos más rápido," comentó, con una leve sonrisa mientras comenzaba a caminar.
Su acción me hizo pensar que se estaba vengando por lo que le dije. Si ese era su objetivo, lo estaba logrando. Me estaba asustando.
Ya estaba a punto de pedirle que me bajara. No podía estar a esa altura, sentía que si daba otro paso más, me desplomaría hacia abajo. Pero antes de que pudiera decir algo, lo vi todo.
Las piedras que antes formaban un muro y cercaban la casa, ya no me tapaban la vista. Delante de mí se extendía un paisaje maravilloso, mucho más de lo que podía ver a través de la ventana.
"¿Viste, hijo? Afuera es realmente hermoso," dijo mi papá, parándose justamente sobre una piedra.
"Sí, es verdad," respondí, cautivado.
De repente, esos pensamientos de lo que podía suceder estando a esta altura, se desvanecieron por completo.