Han pasado algunos días desde que finalmente llegué a comprender que había renacido. Fue difícil asimilarlo al principio, pero después de un tiempo, lo logré aceptar. Una nueva oportunidad para empezar desde cero, eso era lo que me repetía para mantenerme cuerdo.
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Los días han transcurrido y he pasado mucho tiempo observando todo a mi alrededor. La casa en la que vivo está construida con madera, con un diseño clásico que parece sacado de una época antigua. Cada rincón está lleno de detalles. desde las vigas robustas en el techo hasta los finos acabados de las paredes.
Aquí habitan tres personas, una joven hermosa, un señor y una sirvienta. Desde el primer momento, quedó claro que la joven era mi madre. Su trato amoroso hacia mí, la forma en que me sostenía y cuidaba, no dejaban lugar a dudas. Sus caricias suaves reflejaban un cariño incondicional que solo una madre podría ofrecer.
Sin embargo, me llevó un poco más de tiempo comprender que aquel hombre también era mi padre. Al principio, llegué a pensar que quizás era un tío o incluso un sirviente.
Pero no.
¿Cómo lo entendí? Bueno, todo comenzó una noche mientras me encontraba en mi cuna, situada en el centro de mi habitación, el lugar donde pasaba la mayor parte de mi tiempo. El ambiente era tranquilo, el sonido de los insectos y las aves nocturnas flotaba en el aire, creando una atmósfera tranquila que solía ayudarme a dormir.
Sin embargo, esa calma fue rota de repente por un ruido. Me despertaron los gritos de una mujer que provenían de la habitación contigua. Mi primer pensamiento fue de preocupación, algo debía estar sucediendo, tal vez a mi madre o quizás a la sirvienta.
A medida que me fui despertando más, agudicé mi oído, y me di cuenta de que la voz era claramente la de mi madre. Eso me dejó perplejo.
¿Qué podría estar ocurriendo? pensé.
Entonces, mientras escuchaba con más atención, comprendí que no se trataba de gritos de miedo o dolor. Eran gemidos de placer.
¿Con quién lo estaría realizando? Esa fue mi siguiente pregunta. La respuesta fue clara, el único adulto en esta casa era ese señor. Finalmente, lo entendí por completo. Ellos eran pareja, aunque la idea me resultaba incómoda al principio, era normal que tuvieran intimidad en su hogar.
Lo que realmente me sorprendió fue la falta de pudor. Si yo me había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo, seguramente la sirvienta también lo habría notado. Esto me dejó impactado e incluso avergonzado. Me pregunté cómo era posible que no se mostraran más reservados con estas cosas, especialmente teniendo en cuenta que no vivían solos.
Además, había algo más que me inquietaba, ese señor le duplicaba la edad. El pensamiento fugaz de que ella podría estar ahí en contra de su voluntad cruzó por mi mente.
¿Podría haber sido secuestrada o forzada a estar con él?
No, cada vez que los veía juntos, sus miradas no mostraban odio o desprecio, sino una conexión genuina. Había ternura en los pequeños gestos, en la forma en que se hablaban y se miraban. Todo mostraba que no había rencor ni temor entre ellos.
¿Podría ser realmente amor?
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Con el paso de los días, he comenzado a notar más detalles de mi entorno. La casa en la que vivo es grande y acogedora, con una hermosa chimenea que calienta el salón principal. Las ventanas, amplias y decoradas con cortinas delicadas, ofrecen una vista espectacular a una pradera que parece sacada de algún rincón de Europa. Esa vista me fascinó profundamente, cada vez que me llevan a explorar la casa, me detengo para observarla con detenimiento. Es un paisaje que transmite paz, con su verde inmaculado y su vasto horizonte.
Pasaron varias semanas y empecé a notar un patrón interesante, durante mis paseos matutinos, llevado en brazos por mi madre. Podía observar con detenimiento todo lo que sucedía a mi alrededor.
Cada mañana, mi padre salía temprano para ir a trabajar. Antes de partir, se despedía de mi madre con un dulce beso matutino, y a veces intercambiaban gestos cariñosos que, en ocasiones, parecían inapropiados.
Por las tardes, regresaba agotado, con el sudor impregnando su rostro, lo cual siempre me parecía extraño, aunque suponía que se debía al esfuerzo en su trabajo.
Mientras tanto, la atenta sirvienta se encargaba de todos los quehaceres del hogar con esmero y dedicación. También ofrecía su ayuda incondicional a mi madre en todo lo relacionado con mis necesidades. Aunque debo admitir que la sirvienta también poseía una notable belleza, lo cual no pasaba desapercibido para nadie.
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Han pasado ya siete meses desde mi llegada, y finalmente he empezado a gatear. A pesar de que aún no tengo la fuerza suficiente para mantenerme de pie por completo, hago el esfuerzo cada vez que puedo. Un día, mientras intentaba ponerme de pie, Naára me observó con una expresión de sorpresa, como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Supongo que no es común que un bebé se sostenga de una silla e intente levantarse tan pronto.
A partir de ese momento, me volví más cauteloso y monótono, como un robo, tanto para mí como para todos, para así evitar cualquier problema.
Probablemente se pregunten cómo ha sido todo este tiempo en cuanto a mi alimentación. Bueno, ha sido normal, pero con un pequeño problema. Mi madre, siendo tan joven, no produce suficiente leche para amamantarme. Por esta razón, la mayor parte de mis nutrientes los obtengo a través de un biberón que ella me proporciona.
Siempre que me alimenta, puedo percibir algo más allá de la simple acción de darme de comer. Su rostro, aunque siempre adornado con una sonrisa, refleja una tristeza profunda, una emoción que trata de ocultar pero que no puede evitar transmitir. Es como si, a pesar de sus esfuerzos por mostrar felicidad, algo en su interior no estuviera completamente bien. Esta situación me afecta más de lo que quisiera admitir y aunque aún soy pequeño en esta nueva vida, empiezo a sentir una conexión emocional con este lugar y con las personas que me rodean.
El amor y cuidado que recibo, especialmente de mi madre, me hacen sentir verdaderamente acogido. Tal vez sea porque soy su primer hijo, o porque su amor por mí es tan profundo que no necesita palabras para expresarlo.
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El tiempo pasa, y creo que ahora empiezo a entender algunas palabras. Al principio, todo sonaba como un murmullo para mí, pero poco a poco, los sonidos comenzaron a tomar forma. Mi nueva misión es aprender el idioma que utilizan para poder comunicarme.
Mis padres están juntos todos los días, ayudándome pacientemente a pronunciar las palabras que ellos desean escuchar. Es curioso, porque se ha convertido en una especie de competencia entre ellos.
Mi madre intenta enseñarme a decir "mamá" y mi padre, con igual empeño, busca que diga "papá". Aprender a hablar en esta situación no es nada sencillo. Mi cuerpo aún lucha por coordinar las vocales.
Sin embargo, con el paso de los días, siento que voy comprendiendo cada vez mejor.
La primera palabra que logré pronunciar fue "mamá". Al escucharme, mi madre se llenó de una alegría indescriptible. Su rostro brillaba de felicidad, y me aplaudía con entusiasmo, mientras lanzaba bromas juguetonas a mi papá, como si estuviera presumiéndole mi logro.
Después de ese momento, pasaron algunas semanas más hasta que, finalmente, conseguí ponerme de pie por mi cuenta. Fue una experiencia asombrosa, casi como si un nuevo mundo se abriera ante mí. Por fin, podía intentar caminar, explorar y moverme libremente sin tener que depender de gritos o llantos para que alguien viniera a ayudarme.
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Dos años ha transcurrido desde que dije mis primeras palabras y me puse de pie, ahora casi tengo 3 años. Puedo caminar y hablar correctamente. Soy un niño bastante independiente e inteligente a esta corta edad. No solo lo pienso yo, sino también mis padres, quienes observan con orgullo mi desarrollo de mis habilidades.
En este mundo, algunos tienen tanto nombres como apellidos, mientras que otros solo tienen un nombre. Aquellos que carecen de ambos a menudo son considerados como personas sin existencia, lo cual lamentablemente los suelen considerar como esclavos.
"Ya es tarde para pensar en eso", dije mientras me encontraba junto a la ventana. En ese momento, vi un animal extraño en el jardín. Parecía un conejo de espaldas, pero al intentar verlo mejor, noté que tenía un rostro peculiar: un pico.
La extrañeza me asustó tanto que me caí del asiento en el que estaba observando. Mi reacción, quizás por instinto, fue llorar.
Mi llanto fue tan fuerte que mi madre llegó rápidamente, con una voz llena de preocupación.
"Kaini, hijo, ¿estás bien?" Me dijo.
Yo solo podía seguir llorando por el dolor, realmente la caída había sido dura porque me golpeé la cabeza. Ahí es cuando mi madre me tomó en brazos, me acurrucó en su regazo y me susurró unas palabras.
Me pareció algo gracioso que me hizo calmarme y encontrar consuelo, verla tan concentrada. De repente, una luz esmeralda apareció a mi alrededor y me envolvió, haciendo que mi cabello se erizara. El ambiente se volvió cálido y no me di cuenta de que el dolor había desaparecido.
Después de eso, no supe qué decir. Lo primero que vino a mi mente fue
¡magia!