Una luz repentinamente me dejó ciego, no podía ver nada. Abrí y cerré mis ojos en un intento desesperado por recuperar la vista. Poco a poco, la luminosidad comenzó a desvanecerse, y finalmente pude ver todo con claridad.
Frente a mí estaba una mujer de unos 20 o 30 años, con el cabello verde recogido en un peinado elegante, como si una cola de caballose tratase. Era hermosa, y su presencia irradiaba una mezcla de serenidad y delicadeza. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue su expresión, una combinación de felicidad y tristeza, una dualidad que no entendía. Lo más extraño era su vestimenta, un atuendo de sirvienta que parecía sacado de otra época, muy diferente a un simple disfraz de cosplay. Su traje estaba desgastado, como si hubiera sido usado por muchos años.
Miré a mi alrededor y noté que la habitación era completamente diferente a cualquier lugar moderno. En lugar de luces eléctricas, había velas encendidas que iluminaban el ambiente con una luz suave y parpadeante. El mobiliario, el ambiente… todo parecía sacado de un tiempo antiguo.
"Ha'e peteĩ mitãkuimba'e, karaikuéra", dijo la mujer de cabello verde, con una voz que me resultaba cálida, pero incomprensible.
Su idioma era completamente desconocido para mí, yo me encontraba más perdido que nunca.
¿Qué estaba pasando aquí?
De repente, una voz masculina rompió el silencio.
"Aver, ehechauka chéve che ra'y, por favor, Lylia", dijo alguien desde el fondo de la habitación.
Giré la cabeza y vi acercarse a un hombre. Tendría unos 40 años, con cabello negro y delgado como yo. Su rostro irradiaba seguridad y experiencia, como si fuera alguien que hubiera vivido mucho y visto más de lo que yo podría imaginar. Su sonrisa era amable, pero lo que me desconcertó fue que, aunque su presencia era imponente, su traje estaba visiblemente desgastado, casi en ruinas.
Antes de que pudiera reaccionar, el hombre me cargó en sus brazos con facilidad. Me invadió una mezcla de repulsión y confusión. Pude oler el sudor en su cuerpo, como si hubiera estado trabajando duro.
¿Por qué me estaba cargando? ¿Y cómo podía hacerlo tan fácilmente si ambos éramos delgados?
"Rogueraha nde sy rendápe, che ahayhuetéva Kaini", murmuró el hombre con voz suave, mientras me llevaba hacia una mujer que no había notado antes.
Ella era hermosa, con rasgos europeos y cabello claro que caía en suaves ondas. Parecía tener unos 20 años, y su rostro reflejaba una mezcla de alegría y cansancio. Su sonrisa era cálida, pero detrás de ella había un indicio de agotamiento, como si hubiera estado pasando por algo difícil.
El hombre me acercó a ella, y al mirarme, la mujer sonrió con ternura.
"Kaini, che ra'y porã", dijo con una voz suave y dulce.
Todo esto era demasiado. Quise gritar, decirles que pararan, pero cuando intenté hablar, lo único que salió de mi boca fue un débil
"vaa…".
Espera, ¿esa fue mi voz?
"Nanana…"
Balbuceé, sin poder pronunciar ninguna palabra coherente. Me invadió el miedo. Intenté liberarme de los brazos de aquel hombre que me sostenía, pero fue en ese momento cuando noté algo aún más aterrador. Mis manos eran pequeñas, mucho más pequeñas de lo que recordaba.
¿Qué estaba sucediendo aquí?