La aldea parecía más viva al amanecer, pero el aire seguía cargado de una tensión que no podía ignorarse. Tras haber rescatado a la niña, los aldeanos ofrecieron una tímida muestra de gratitud, proveyéndoles comida, agua y un lugar para descansar. Sin embargo, había algo en las miradas esquivas y los silencios prolongados que sugería que no toda la amenaza había desaparecido.
Aratsuki se encontraba en la parte trasera de la taberna, observando cómo el fuego de la chimenea parpadeaba, proyectando sombras danzantes en las paredes de madera. Su espada rota descansaba sobre la mesa, y él la limpiaba con meticulosidad.
Aria, sentada frente a él, lo observaba en silencio. Había algo en su forma de concentrarse, en la rigidez de sus movimientos, que revelaba un peso que él nunca compartía con nadie.
"Deberías descansar," dijo ella finalmente, rompiendo el silencio.
"No puedo permitírmelo," respondió Aratsuki sin levantar la vista.
Dargan, que había estado terminando su tercer jarra de cerveza, se unió a la conversación, dejando escapar un resoplido. "El descanso es tan importante como la pelea, chico. Si caes por agotamiento, ¿qué servicio le harás a los muertos que intentas honrar?"
Aratsuki no respondió, pero sus manos se detuvieron por un momento antes de retomar el movimiento.
Las noticias del norte
Eryn entró en la taberna con un mapa desgastado en las manos. "Hablé con algunos aldeanos. Parece que los problemas no terminan aquí. Hay informes de bandidos y más goblins organizándose en el paso hacia el norte."
"¿Cuánto tiempo antes de que ataquen otra aldea?" preguntó Aria.
"Menos de una semana, si los rumores son ciertos."
Aratsuki levantó la vista, sus ojos fríos fijos en Eryn. "Entonces, nos vamos mañana al amanecer."
"¿Mañana? ¿Después de lo que acabamos de pasar?" protestó Aria.
Dargan rió entre dientes, golpeando la mesa con su jarra vacía. "El chico tiene el espíritu de un guerrero... o la terquedad de un idiota. No estoy seguro todavía."
Un pasado revelado
Más tarde esa noche, mientras los demás descansaban, Aratsuki se encontraba fuera de la taberna, mirando el cielo estrellado. Aria lo encontró allí, envuelta en una capa para protegerse del frío.
"¿Por qué te esfuerzas tanto?" le preguntó suavemente, acercándose a él.
Aratsuki tardó en responder, como si estuviera debatiendo si valía la pena compartir sus pensamientos. Finalmente, habló, su tono bajo y lleno de una melancolía contenida.
"Cuando era niño, creía que el mundo era justo. Que si eras fuerte y hacías lo correcto, nada malo podía pasarte. Esa creencia murió el día que vi a mi aldea arder."
Aria lo miró con empatía, esperando que continuara.
"Mi padre me protegió, luchó para darme tiempo para escapar. Pero yo era un niño débil, incapaz de ayudarlo. Juré que nunca volvería a ser tan impotente, que haría lo necesario para asegurarme de que otros no sufrieran lo mismo."
"Eso es mucho peso para llevar solo," dijo Aria.
"El peso es mío. No necesito que nadie lo cargue," respondió él, pero sus palabras sonaban más como un intento de convencerse a sí mismo que a ella.
El sendero al norte
A la mañana siguiente, el grupo partió hacia el norte. El paisaje cambió rápidamente, con el bosque dando paso a colinas rocosas y senderos estrechos. A medida que avanzaban, la sensación de peligro aumentaba, y los rastros de actividad goblin eran cada vez más evidentes.
En una curva del camino, encontraron un campamento improvisado. Restos de fogatas aún humeaban, y algunas armas rudimentarias estaban esparcidas por el suelo.
"Definitivamente están cerca," dijo Eryn, agachándose para examinar una huella.
"¿Trampas?" preguntó Dargan, mirando a su alrededor con desconfianza.
"Es posible," murmuró Aratsuki, avanzando con cautela.
La emboscada
No habían avanzado mucho cuando un grito agudo resonó desde las alturas. Goblins surgieron de las rocas, disparando flechas y lanzando piedras. Aratsuki reaccionó al instante, desviando una flecha con su espada rota mientras gritaba órdenes.
"Eryn, cúbrenos desde atrás. Dargan, mantén el frente. Aria, quédate cerca y prepárate para curar si es necesario."
La pelea fue feroz. Dargan derribaba goblins con su martillo, riendo como si disfrutara cada golpe. Eryn, desde una posición elevada, disparaba con precisión mortal, sus flechas encontrando objetivos incluso en el caos. Aria, aunque no era una combatiente, lanzó hechizos de apoyo que fortalecieron al grupo.
Aratsuki, por su parte, era un torbellino de movimientos, atacando con una precisión brutal y aprovechando cada abertura. Sus acciones eran calculadas, pero había una furia contenida en cada golpe.
Un goblin más grande y armado con un hacha robada cargó contra él. Aratsuki esquivó el primer golpe, girando para atacar la pierna del enemigo. El goblin cayó al suelo, y antes de que pudiera levantarse, Aratsuki lo remató con un golpe limpio al cuello.
Después del combate
Cuando la última criatura cayó, el grupo se reunió para evaluar sus heridas. Dargan tenía un corte superficial en el brazo, pero parecía más preocupado por las flechas rotas que se encontraban entre los cuerpos enemigos.
"Eran más de lo que esperaba," dijo Eryn, limpiando su arco.
"Y más organizados," añadió Aria.
Aratsuki se quedó en silencio, observando los cuerpos esparcidos a su alrededor.
"Esto no es nada comparado con lo que vendrá," dijo finalmente, su voz baja pero firme.
Dargan puso una mano en su hombro, sonriendo. "Entonces será mejor que estés listo, chico. Porque no pienso dejar que tengas toda la diversión."
Aratsuki no respondió, pero una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro, apenas perceptible.
Ecos en la Oscuridad
El sol apenas comenzaba a descender en el horizonte cuando el grupo llegó a las profundidades de un desfiladero angosto, con paredes de roca que se alzaban imponentes a ambos lados. Había una atmósfera pesada en el aire, como si algo antiguo y maligno los observase desde las sombras.
Aratsuki, siempre en la delantera, escudriñaba cada rincón con ojos agudos. Su postura era tensa, y su mano descansaba sobre la empuñadura de su espada recién adquirida. A pesar de su nuevo equipo, había un leve aire de inquietud en él.
"Este lugar me pone los pelos de punta," murmuró Eryn, su arco listo en sus manos. Sus ojos verdes se movían constantemente, vigilando las alturas.
"Los desfiladeros son famosos por las emboscadas," comentó Dargan, quien iba al centro, con su martillo descansando sobre su hombro. "Aquí es donde te aplastan con rocas o te llenan de flechas antes de que puedas levantar tu arma."
"No ayudes con el ánimo, enano," replicó Eryn, frunciendo el ceño.
"Silencio," interrumpió Aratsuki con frialdad, deteniéndose de golpe. Levantó una mano y todos obedecieron al instante. El silencio era sepulcral, roto solo por el susurro del viento que serpenteaba entre las rocas.
La señal del peligro
Aria dio un paso hacia adelante, preocupada. "¿Qué sientes?"
"No estamos solos," respondió Aratsuki, sin apartar la vista del terreno más adelante. Había un leve eco, un sonido que resonaba como el goteo de agua… pero también algo más. Un susurro casi imperceptible.
Dargan entrecerró los ojos y apretó los dedos alrededor del mango de su martillo. "Hay movimiento en esas rocas."
Fue en ese momento que la emboscada se desató.
La batalla del desfiladero
Desde las alturas, una lluvia de piedras cayó sobre ellos. Goblins armados con hondas y lanzas los atacaron desde posiciones estratégicas. Entre ellos había orcos, grandes y musculosos, que cargaron desde ambos extremos del desfiladero, bloqueando su salida y atrapándolos en una trampa mortal.
"¡Cúbranse!" gritó Aratsuki, desenvainando su espada y colocándose en la primera línea para interceptar a los enemigos que venían de frente.
Dargan soltó un rugido de guerra y corrió hacia un orco que blandía una enorme maza, encontrándose con el enemigo en un choque de fuerza bruta. Su martillo se estrelló contra el arma del orco con tal fuerza que ambos retrocedieron unos pasos antes de reanudar su enfrentamiento.
Eryn trepó rápidamente a una roca cercana, disparando flechas con una precisión implacable. Cada disparo derribaba a un goblin desde las alturas, pero los enemigos parecían no terminar.
"¡Aria, cuidado!" gritó Eryn cuando un goblin logró acercarse a la sacerdotisa.
Aria, aunque no era una luchadora nata, reaccionó rápidamente. Un destello de luz sagrada emanó de sus manos, cegando al goblin lo suficiente para que Aratsuki lo derribara con un golpe certero.
"Quédate cerca," le ordenó Aratsuki con voz fría, sus ojos brillando con determinación.
El verdadero peligro
En medio del caos, un orco imponente apareció. Su armadura estaba hecha de placas metálicas oxidadas, claramente saqueadas de algún desafortunado aventurero. En sus manos sostenía una gran espada de dos manos que manejaba con sorprendente facilidad.
Aratsuki lo identificó al instante como el líder. Sin dudarlo, avanzó hacia él, esquivando a otros enemigos en el camino.
El choque fue brutal. La fuerza del orco era abrumadora, y cada golpe hacía temblar la tierra. Sin embargo, Aratsuki no retrocedió, utilizando su velocidad y precisión para atacar los puntos débiles en la armadura del enemigo.
Mientras tanto, Dargan continuaba luchando contra los orcos restantes, su risa profunda resonando en el desfiladero. "¡Venid por mí, monstruos! ¡Os enseñaré cómo pelea un verdadero guerrero!"
Eryn cubría a Dargan, sus flechas reduciendo constantemente el número de goblins.
Aria, a pesar de su inexperiencia en combate, continuó lanzando hechizos de curación y protección, manteniendo a todos de pie a pesar de las heridas que acumulaban.
La victoria
Finalmente, Aratsuki encontró una apertura. Con un movimiento ágil, esquivó un golpe descendente del orco y contraatacó con un tajo rápido hacia el costado desprotegido del enemigo. La espada atravesó la armadura improvisada, haciendo que el orco soltase un rugido de dolor antes de caer de rodillas.
Sin dudar, Aratsuki terminó con él, hundiendo su espada en su cuello.
Con la caída del líder, los goblins restantes comenzaron a dispersarse, sus gritos llenos de pánico mientras corrían hacia las sombras.
Dargan dejó escapar un largo suspiro y miró a Aratsuki con una sonrisa aprobatoria. "No está mal, chico. No está mal."
Eryn bajó de su posición elevada, limpiándose el sudor de la frente. "Deberíamos movernos. Si estos eran los exploradores, el resto no tardará en venir."
Aria, aunque agotada, se acercó a Aratsuki y tocó su brazo ligeramente. "Gracias. Por mantenernos a salvo."
Aratsuki asintió, pero no dijo nada. Sin embargo, algo en sus ojos había cambiado. Había una chispa de algo más allá de la frialdad habitual.
El siguiente paso
El grupo recogió lo que pudo del campamento enemigo antes de reanudar su marcha. Las heridas físicas sanarían, pero las cicatrices emocionales y las dudas sobre los próximos enfrentamientos permanecían.
Mientras avanzaban hacia la próxima aldea, el aire se llenó de un nuevo propósito. Sabían que los enemigos se volvían más fuertes, más organizados, pero también sabían que juntos podían enfrentarlos.
Aratsuki, en silencio, miró a sus compañeros. Tal vez, pensó, no estaba luchando solo después de todo.
La Sombra del Pasado
La noche había caído, y el campamento estaba rodeado por el murmullo del viento que pasaba entre las rocas. Un fuego crepitante iluminaba la oscuridad, y todos estaban sentados alrededor de él, descansando después de la feroz batalla que habían librado. La tensión en el aire era palpable, pero también había un aire de camaradería, algo que Aratsuki no había experimentado en mucho tiempo.
Sin embargo, mientras el grupo descansaba, su mente seguía ocupada, sus pensamientos en las sombras del pasado que lo perseguían. Aquella noche, se encontraba más callado que nunca, su mirada fija en las llamas del fuego. Las chispas saltaban hacia el cielo estrellado, como si intentaran escapar de su prisión de cenizas.
Aria lo observó desde donde estaba, sentada cerca del fuego, su rostro marcado por la fatiga pero con una expresión tranquila. Sabía que había algo que lo consumía, algo que no lograba alcanzar ni siquiera ella, la sacerdotisa que siempre buscaba la luz en las tinieblas.
"Aratsuki," dijo suavemente, rompiendo el silencio.
El joven levantó la mirada, y sus ojos brillaron por un instante con un destello de reconocimiento. "¿Qué ocurre?" respondió, su voz fría, casi distante, pero no del todo cortante.
Aria sonrió levemente, con una mezcla de comprensión y compasión. "Sé que hay algo en tu mente... algo que no te deja descansar. No tienes que hablar, si no lo deseas, pero quiero que sepas que estamos aquí para ti."
Aratsuki la miró, y por un momento, la dureza en su mirada pareció desvanecerse. Pero rápidamente se recuperó y apartó la vista. "No necesito que nadie me entienda." Su tono se mantuvo firme, pero su cuerpo, algo rígido, traicionaba un leve atisbo de inseguridad. "Solo tengo un objetivo, y nada más."
Dargan, quien había estado limpiando su martillo con una piedra, levantó la cabeza y resopló con una sonrisa burlona. "¿Y qué objetivo es ese, muchacho? ¿Crees que puedes cargar todo el peso del mundo solo? La venganza te consume, créeme, yo lo sé bien."
Aratsuki lo miró con dureza. "No es tu problema, enano. Haz lo que quieras, pero no interfieras."
El enano no se inmutó, continuando con su tarea de mantenimiento. "Ya veremos cuánto tiempo aguantas antes de que tus demonios te devoren, chico."
Eryn, quien había estado callada hasta entonces, intervino, levantando su mirada desde el arco que afilaba. "No es solo venganza, ¿verdad, Aratsuki?" Su voz era suave, pero la intención de su pregunta era clara. "Tu ira... no es solo por lo que pasó con tu aldea."
Aratsuki la miró por un largo momento, y por fin dejó escapar un suspiro. "No sé qué esperáis que diga. Solo estoy luchando para que nadie más tenga que pasar por lo que yo pasé."
"¿Pero qué te queda después de eso?" preguntó Aria, sin juzgarlo, sino con una genuina curiosidad. "Cuando tengas lo que buscas, cuando vengues a tu familia, ¿Qué seguirás? ¿A quién serás entonces?"
Las palabras de la sacerdotisa calaron hondo en Aratsuki, quien se quedó en silencio. La pregunta lo había tocado donde más le dolía, en un lugar que él había estado evitando durante tanto tiempo. ¿Qué quedaba de él una vez cumpliera su venganza?
El fuego crepitaba, iluminando los rostros del grupo, mientras la pregunta flotaba en el aire.
La llamada del pasado
En medio de la conversación, un ruido distante, como un grito apagado, llegó a sus oídos. Todos se quedaron en silencio, alertas. Aratsuki fue el primero en levantarse, sus ojos brillando con la intensidad de la anticipación. "Alguien más viene," murmuró, reconociendo la urgencia en el sonido.
Dargan se levantó rápidamente, agarrando su martillo con firmeza. "¡Ya me temía que no pasaríamos una noche tranquila!"
Eryn ya estaba en movimiento, deslizándose hacia la cima de una roca para obtener una mejor vista. "No parece ser un grupo grande... pero no podemos arriesgarnos."
"Vamos a ver qué tenemos esta vez," dijo Aratsuki, y su tono era tan frío como siempre, pero sus compañeros notaron el sutil cambio, el hecho de que, aunque no lo dijera, su mente ya estaba en modo de batalla.
La emboscada
El grupo avanzó con cautela, moviéndose con rapidez pero sin hacer ruido. El desfiladero que habían atravesado antes parecía aún más oscuro a medida que el cielo se oscurecía. No había estrellas, y la niebla comenzaba a cubrir el terreno, creando sombras fantasmales que acechaban en cada esquina.
De repente, como si de las mismas sombras emergieran, los atacantes aparecieron. Goblins, con sus ojos brillando en la oscuridad, avanzaron con agilidad, armados con cuchillos y hondas. Pero no eran los únicos. Orcos salieron de las rocas, sus figuras imponentes destacándose en la niebla, y con ellos, un demonio de piel gris, con cuernos retorcidos y ojos ardientes.
"¡Están aquí!" gritó Eryn, lanzando una lluvia de flechas hacia los goblins que se acercaban a gran velocidad. La precisión de sus disparos derribó a dos de ellos antes de que pudieran acercarse más.
Aratsuki, con una rapidez sobrenatural, desenvainó su espada y se lanzó al frente, enfrentando a uno de los orcos. La pelea fue feroz, pero él era imparable, esquivando los brutales ataques del orco y buscando la oportunidad de un golpe mortal. La tensión estaba en cada movimiento, en cada respiración. La furia de la batalla lo consumía, pero en un rincón de su mente, las palabras de Aria volvían a él. "¿Qué seguirás después?"
Dargan, con una fuerza descomunal, se lanzó contra el demonio, su martillo resonando contra la criatura con cada golpe. Pero el demonio era ágil, esquivando y respondiendo con ataques oscuros, como si la misma oscuridad de la tierra lo protegiera.
El combate se prolongó más de lo esperado. La batalla no solo era física; la mente de Aratsuki se debatía entre la furia de la pelea y las dudas que la sacerdotisa había sembrado en él.
El desenlace
Finalmente, el demonio cayó bajo los golpes combinados de Dargan y Eryn, mientras que Aratsuki derribaba al último orco con una estocada rápida y precisa. Los goblins restantes huyeron al ver la derrota de sus líderes, y la calma regresó al desfiladero.
El grupo se quedó en silencio, jadeando, recuperando el aliento. Nadie decía nada, pero había algo diferente en el aire, una tensión que no estaba solo en la batalla. Aratsuki volvió a mirar al fuego, su rostro reflejando el cansancio, pero también la lucha interna que ahora parecía tomar más forma que nunca.
"¿Qué sigue ahora?" preguntó Dargan, limpiando su martillo.
Aratsuki no respondió de inmediato. "Lo que siga... depende de todos nosotros," murmuró, sin mirarlos, pero con una resolución que, aunque silenciosa, era evidente.
El grupo se acomodó de nuevo alrededor del fuego, pero ninguno de ellos se atrevió a preguntar qué era lo siguiente para su líder. Algo había cambiado en él esa noche, pero lo que estaba por venir, nadie lo sabía aún.