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Chapter 4 - Capítulo 4: Las Cicatrices del Pasado

El fuego crepitaba en el centro de la iglesia, improvisado como refugio para los aldeanos y aventureros. Aunque las llamas ofrecían calor, no podían disipar del todo la atmósfera tensa y sombría que impregnaba el lugar. Aratsuki se mantenía alejado del grupo, sentado en un rincón con su espada apoyada junto a él, revisando cada centímetro de su arma con meticulosa concentración.

Eryn lo observaba desde el otro extremo del recinto, con los brazos cruzados y una expresión de curiosidad teñida de escepticismo. "¿Siempre eres tan huraño o es solo tu encanto natural?"

Aratsuki ni siquiera levantó la vista. "No estoy aquí para agradarte."

Eryn soltó una carcajada seca, mientras Aria miraba la escena con un gesto de incomodidad. Aunque entendía que Aratsuki era reservado, a veces le costaba ver cómo sus palabras podían ser tan afiladas como su espada.

Aria se acercó con cautela, llevando un pequeño cuenco de caldo caliente. "Aratsuki, deberías comer algo. Hemos tenido un día largo."

Él levantó la mirada, encontrándose con los ojos azules de la sacerdotisa. Por un instante, su rostro se suavizó, pero pronto volvió a endurecerse. "No tengo hambre."

"Tu cuerpo puede resistir mucho, pero no es invencible," insistió Aria, colocándole el cuenco frente a él antes de retirarse con delicadeza.

Aratsuki la observó irse, notando su caminar sereno, aunque marcado por el cansancio. Había algo en ella, una calidez que contrastaba profundamente con la frialdad que él sentía en su interior.

Una noche sin descanso

Mientras los aldeanos dormían en el suelo de la iglesia, Aratsuki permaneció despierto, con la espalda apoyada en la pared y la mirada fija en las llamas que se apagaban lentamente. Sus pensamientos, como siempre, volvían al pasado.

La imagen de su padre regresó a su mente con una intensidad abrumadora. Lo veía de pie, espada en mano, enfrentándose a un ogro mientras gritaba: "¡Corre, Aratsuki! ¡Protege tu futuro!"

El niño que fue, indefenso y lleno de terror, aún vivía dentro de él, y esa impotencia seguía atormentándolo. Sus puños se cerraron con fuerza, las uñas clavándose en sus palmas.

"No volveré a ser débil," murmuró en voz baja, como un juramento.

Una señal inesperada

El amanecer llegó pronto, bañando el interior de la iglesia con luz pálida. Aratsuki ya estaba de pie, afilando su espada, cuando Eryn se le acercó con una expresión seria.

"Tenemos un problema," dijo, señalando hacia una de las ventanas.

Aratsuki siguió su mirada y vio algo que le hizo fruncir el ceño: humo ascendiendo desde el bosque cercano.

"Es otra emboscada," afirmó él.

"No estoy tan segura," respondió Eryn. "El humo no parece provenir de un campamento enemigo. Es demasiado denso, demasiado grande. Podría ser otra aldea bajo ataque."

Aratsuki asintió, ya preparando su equipo. Aria se acercó, ajustándose el báculo al cinturón. "No podemos ignorarlo. Si hay personas en peligro, debemos ayudarlas."

"No necesitamos un debate," cortó Aratsuki. "Nos vamos ahora."

El bosque en llamas

El grupo avanzó rápidamente hacia el origen del humo, internándose en un bosque que pronto se volvió sofocante por el calor y la ceniza. Las llamas consumían los árboles, pero lo que encontraron en el centro del desastre fue aún más aterrador.

Una horda de goblins había rodeado a un grupo de aldeanos, que intentaban protegerse con herramientas rudimentarias. Entre ellos había un hombre joven sosteniendo una lanza improvisada y un anciano arrodillado, sosteniendo a un niño que lloraba desconsolado.

Sin dudarlo, Aratsuki corrió hacia la escena, con su espada desenvainada. "Aria, protege a los aldeanos. Eryn, cúbreme."

Eryn ya estaba posicionándose en un árbol cercano, su arco en alto. "Siempre das órdenes. Espero que valgan la pena."

La batalla

Aratsuki chocó contra la primera línea de goblins con una fuerza implacable, su espada cortando el aire con movimientos precisos y mortales. Cada tajo era limpio, su objetivo claro. Pero los goblins no eran meros salvajes; varios portaban armas robadas, y su coordinación era inquietante.

Uno de ellos intentó flanquearlo, pero una flecha de Eryn lo atravesó antes de que pudiera atacar. "¿Ves? Te dije que necesitabas mi ayuda," gritó desde su posición elevada.

Aria, mientras tanto, usaba barreras mágicas para proteger a los aldeanos, creando un muro translúcido que bloqueaba los ataques de los goblins. Aunque su rostro estaba sereno, el sudor en su frente revelaba el esfuerzo que le costaba mantener el conjuro.

Un goblin más grande, evidentemente el líder, se lanzó contra Aratsuki con un martillo robado. El impacto casi lo desequilibró, pero Aratsuki giró rápidamente, clavando su espada en el costado del monstruo. El goblin cayó con un grito desgarrador, y los demás comenzaron a dispersarse.

"¡No los dejes escapar!" gritó Eryn, disparando flechas a los que huían.

Aratsuki ignoró a los que corrían, enfocándose en asegurar que los aldeanos estuvieran a salvo. Su prioridad era clara, aunque su expresión seguía siendo dura.

Después de la tormenta

Cuando todo terminó, los aldeanos agradecieron entre lágrimas al grupo. El joven de la lanza improvisada se acercó a Aratsuki, inclinándose profundamente. "Gracias por salvarnos. No sé qué habríamos hecho sin ustedes."

Aratsuki asintió, sin decir palabra. Sus ojos se dirigieron hacia el niño que aún lloraba en brazos del anciano. Por un instante, se vio reflejado en ese pequeño: vulnerable, asustado, dependiendo de la fuerza de otros.

Eryn se acercó, apoyando una mano en su hombro. "Hiciste lo correcto."

"No fue suficiente," respondió él, su tono frío pero cargado de algo más profundo.

Aria lo observó en silencio, notando cómo sus palabras escondían un peso que él aún no estaba dispuesto a compartir.

La promesa

Esa noche, mientras los aldeanos descansaban en un claro lejos del peligro, Aratsuki se mantuvo en vela, sentado cerca del fuego. Aria se acercó, sentándose a su lado sin decir nada al principio.

"Aratsuki," comenzó suavemente, "no tienes que cargar con todo esto solo."

Él no respondió de inmediato, mirando las llamas danzar. Finalmente, habló, aunque sus palabras fueron apenas un susurro.

"No puedo permitirme ser débil. No otra vez."

Aria sonrió levemente, apoyando una mano sobre la suya. "Ser fuerte no significa estar solo. No lo olvides."

Por primera vez en mucho tiempo, Aratsuki no apartó su mano. El camino seguía siendo incierto, pero tal vez, solo tal vez, había encontrado un motivo para avanzar que iba más allá de la venganza.

Un Eco de Esperanza

El amanecer llegó con una claridad insólita tras la tormenta de cenizas y muerte del día anterior. Los rayos de sol atravesaban el dosel del bosque, iluminando el claro donde el grupo descansaba junto a los aldeanos rescatados. Aunque el peligro inmediato había pasado, el ambiente seguía cargado de tensión.

Aratsuki estaba despierto, como siempre. Su mirada se perdía en el horizonte, su postura rígida, como si estuviera preparado para enfrentar un ataque en cualquier momento. Las palabras de Aria la noche anterior seguían resonando en su mente, pero su corazón endurecido se resistía a aceptarlas.

Aria se acercó con un cuenco de agua fresca, sentándose a su lado. No habló de inmediato, respetando su silencio. Pero la conexión que habían compartido la noche anterior permanecía, como un tenue puente que empezaba a formarse entre ellos.

"Hoy será un día largo," dijo ella finalmente. Su tono era suave, pero sus palabras llevaban una firmeza que Aratsuki no pudo ignorar.

"Lo sé," respondió él, sin mirarla.

Un nuevo llamado

No pasaron muchas horas antes de que el grupo se pusiera en marcha. Los aldeanos, agradecidos por la ayuda, insistieron en acompañarlos hasta el próximo pueblo, temiendo que los goblins o algo peor regresaran.

Eryn lideraba el grupo con su arco siempre listo, sus ojos verdes escaneando el terreno con precisión. Cada rama rota o marca en el suelo la hacía detenerse y mirar a Aratsuki, quien asintía en silenciosa confirmación antes de continuar.

"Estás mejorando, 'huraño'," comentó Eryn en un momento de pausa, una sonrisa juguetona en su rostro.

"Solo me aseguro de que no te maten por tu arrogancia," respondió Aratsuki sin apartar la vista del camino.

Eryn soltó una carcajada, pero Aria, que caminaba detrás, se dio cuenta de que la tensión entre ellos era menos hostil que antes.

El ataque

El grupo apenas había recorrido unas pocas millas cuando el aire cambió. Aratsuki fue el primero en detenerse, levantando una mano para que todos se detuvieran.

"¿Lo sienten?" murmuró.

Eryn cerró los ojos por un momento, sus orejas élficas captando un sonido lejano: un rugido bajo y gutural que reverberaba entre los árboles.

"Orcos," dijo con un tono serio.

Antes de que pudieran reaccionar, una ráfaga de gritos y el sonido de ramas quebrándose llenaron el aire. Un grupo de orcos emergió de entre los árboles, portando armas improvisadas y pieles curtidas. Sus ojos estaban llenos de maldad, y sus bocas se curvaban en sonrisas sádicas.

"¡Aldeanos, retrocedan!" gritó Aria, levantando su báculo para conjurar una barrera protectora.

Aratsuki ya estaba en movimiento, desenvainando su espada y enfrentándose al primer orco que se abalanzó sobre ellos. El choque fue brutal: el arma del orco, un hacha enorme y dentada, se estrelló contra su espada con tal fuerza que casi lo desequilibró. Pero Aratsuki giró sobre su eje, usando el impulso para lanzar un corte limpio que atravesó el torso de la criatura.

La estrategia

Eryn disparaba flechas desde una posición elevada, cada disparo encontrando su objetivo con una precisión letal. Sin embargo, la cantidad de orcos era abrumadora, y varios lograron esquivar sus ataques.

"¡Son demasiados!" gritó desde su posición.

"Entonces deja de quejarte y sigue disparando," respondió Aratsuki con voz fría mientras bloqueaba otro ataque.

Aria, por su parte, concentraba su energía en mantener la barrera, pero la presión la estaba agotando rápidamente. El sudor corría por su frente mientras murmuraba oraciones en voz baja, su luz sagrada brillando intensamente.

"Aratsuki, no podré mantener esto por mucho tiempo," advirtió.

Él la miró de reojo, evaluando la situación. Había demasiados orcos, y su fuerza bruta superaba la resistencia del grupo. Necesitaban un plan.

"¡Eryn!" gritó, señalando una formación rocosa cercana. "Cúbrelos desde allí. Usa las flechas incendiarias."

Eryn asintió, corriendo hacia la posición indicada mientras preparaba una flecha especial. Aratsuki se lanzó hacia el grupo principal de orcos, distrayéndolos lo suficiente para que Eryn pudiera encender la punta de su flecha y dispararla contra un árbol caído.

El impacto creó una explosión de chispas y fuego, dividiendo al grupo de orcos y forzándolos a retroceder.

El líder

Cuando parecía que la batalla se calmaba, un orco mucho más grande que los demás emergió del bosque. Su armadura era más elaborada, formada por piezas robadas a antiguos aventureros, y su mirada irradiaba una inteligencia cruel.

"Esto no ha terminado," murmuró Aratsuki, apretando con más fuerza la empuñadura de su espada.

El orco líder rugió, cargando directamente hacia él con una fuerza imparable. Aratsuki esquivó el primer golpe por poco, sintiendo cómo el aire vibraba con la potencia del ataque.

"¡Aria, Eryn, manténganse alejadas!" ordenó.

El duelo fue feroz, con cada movimiento cuidadosamente calculado. Aratsuki usaba la velocidad y precisión como ventaja, pero el orco líder era astuto, anticipando sus ataques y obligándolo a cambiar constantemente de táctica.

Finalmente, tras un intercambio brutal, Aratsuki encontró su oportunidad. Desvió el arma del orco con un movimiento rápido y se lanzó hacia adelante, atravesando el corazón de la criatura con su espada.

El orco gruñó una última vez antes de desplomarse, su peso levantando una nube de polvo.

Después del combate

El bosque quedó en silencio, excepto por el sonido de las llamas que se apagaban lentamente. Aratsuki se quedó de pie, con la espada aún en su mano, respirando con dificultad.

Eryn se acercó, con una sonrisa cansada. "No está mal para alguien tan antisocial."

Aratsuki no respondió, simplemente limpiando su espada antes de volverla a enfundar.

Aria caminó hacia él, colocándole una mano en el brazo. "Gracias," dijo suavemente.

Él la miró, sus ojos oscuros aún llenos de la intensidad de la batalla. Pero algo en la tranquilidad de su rostro lo hizo asentir levemente, aceptando su gratitud.

Mientras se alejaban del lugar, dejando atrás los cuerpos de los orcos, Aratsuki no pudo evitar pensar en las palabras de Aria y en cómo, poco a poco, estaba comenzando a entender el valor de no cargar con todo solo.

La Marca de la Determinación

El grupo llegó al pequeño pueblo de Helmsgrove al anochecer, agotados pero aliviados por haber sobrevivido al enfrentamiento con los orcos. Las llamas de las antorchas iluminaban el camino de tierra que serpenteaba entre cabañas de madera y una posada que, aunque modesta, prometía refugio. Los aldeanos rescatados agradecieron al equipo con lágrimas en los ojos, inclinándose ante Aratsuki y los demás antes de partir hacia sus hogares.

"Bueno, esto ha sido… algo," comentó Eryn mientras se estiraba, sus movimientos gráciles desmintiendo el cansancio evidente en su rostro.

Aria suspiró, mirando alrededor. "Deberíamos descansar. Aún queda mucho camino por recorrer, y todos necesitamos reponer fuerzas."

Aratsuki asintió sin decir una palabra y se dirigió hacia la posada, dejando al grupo detrás.

La introspección

Esa noche, mientras los demás dormían, Aratsuki se sentó junto a la ventana de su habitación, observando las estrellas. La batalla del día anterior le había dejado cicatrices, no solo físicas, sino también emocionales. Había sentido, por un breve momento, algo que no había experimentado en mucho tiempo: camaradería.

Pero la voz del pasado seguía persiguiéndolo, un recordatorio constante de su misión. Cerró los ojos, y de inmediato, las imágenes volvieron: el rostro de su padre luchando con desesperación, su aldea en llamas, y el eco de sus propias promesas, tan frágiles en aquel entonces.

"Debilucho," se susurró a sí mismo. "Eso es lo que siempre decían. Eso es lo que nunca volveré a ser."

Golpeó suavemente la pared, dejando que el dolor físico lo anclara al presente.

El llamado a una nueva misión

A la mañana siguiente, el grupo se reunió en la sala común de la posada. El ambiente era más relajado, con el olor del pan recién horneado llenando el aire. Eryn estaba ocupada limpiando sus flechas mientras Aria repasaba un mapa.

"Tenemos un problema," dijo Aria, su tono grave.

Todos la miraron, y Aratsuki, que había permanecido en silencio durante el desayuno, inclinó la cabeza, señalándole que continuara.

"Uno de los aldeanos me mencionó anoche que hay algo más al norte del bosque. Orcos, sí, pero también algo peor… Algo que controla sus movimientos."

"¿Peor que un orco líder?" preguntó Eryn, con una ceja levantada.

Aria asintió. "Se rumorea que hay un demonio menor en la región. Si es cierto, podría explicar por qué los orcos están actuando de manera tan organizada. Necesitamos verificarlo."

Aratsuki se levantó, su capa ondeando tras él. "No necesitamos rumores. Solo hechos. Vámonos."

"Un momento," intervino Eryn, poniéndose de pie. "¿No crees que deberíamos planear mejor esta vez? Por poco y no salimos vivos ayer."

"Si necesitas planear, hazlo rápido," respondió él, su tono cortante.

Aria suspiró. "Aratsuki… por favor. Todos queremos cumplir esta misión, pero tenemos que cuidarnos unos a otros. Incluso tú."

Él se detuvo, sus ojos oscuros fijos en los de ella. Por un momento, pareció que iba a responder con la misma frialdad de siempre, pero algo en la sinceridad de Aria lo desarmó.

"Bien," murmuró. "Pero no perdamos tiempo."

El rastro del enemigo

El grupo se adentró nuevamente en el bosque, siguiendo las pistas que Eryn identificaba con facilidad. La tensión era palpable; incluso los animales parecían haber abandonado la zona.

"Esto no me gusta," dijo Eryn, bajando la voz mientras inspeccionaba unas marcas en los árboles. "Estas señales… no son de orcos. Hay algo más aquí."

"Tal vez sea el demonio," sugirió Aria, apretando su báculo con fuerza.

"No lo sabremos hasta que lo enfrentemos," dijo Aratsuki, avanzando sin dudar.

El grupo llegó a un claro donde encontraron un altar de piedra negra, cubierto de runas que brillaban débilmente con una luz rojiza. Alrededor del altar, varios goblins y orcos realizaban una especie de ritual, murmurando palabras guturales mientras una figura encapuchada los supervisaba.

"Es él," susurró Aria, su voz cargada de temor. "El demonio menor."

La emboscada

Aratsuki levantó una mano, señalando al grupo que se dispersara. Eryn tomó posición en un árbol cercano, sus flechas listas. Aria permaneció detrás, preparando un hechizo de protección, mientras Aratsuki y Eryn esperaban el momento adecuado para atacar.

"Cuando mi flecha toque el altar, destrúyelo," dijo Eryn en voz baja.

Aratsuki asintió.

El ataque comenzó con un estallido: una de las flechas de Eryn voló directo al altar, desestabilizando las runas y causando que los goblins entraran en pánico. Aratsuki cargó hacia el centro del claro, cortando a los orcos con precisión quirúrgica.

El demonio menor levantó una mano, conjurando un círculo mágico bajo sus pies. Una ráfaga de energía oscura lo rodeó, y su voz resonó como un trueno.

"¿Mortales? ¿Atreviéndose a interrumpir mi ritual?"

Aratsuki no respondió. Se lanzó directo al demonio, su espada brillando con una intensidad que sorprendió incluso a Aria. El impacto fue brutal; la barrera del demonio se rompió, pero no sin dejar una grieta en la espada de Aratsuki.

El demonio rio. "Eres fuerte, pero también impulsivo. Tu furia te hará caer."

Sin embargo, el trabajo en equipo del grupo comenzó a inclinar la balanza. Eryn disparó una flecha que atravesó el círculo mágico del demonio, debilitando su poder. Aria conjuró una esfera de luz sagrada que envolvió a Aratsuki, protegiéndolo de los ataques oscuros.

Finalmente, Aratsuki encontró la apertura que necesitaba. Con un rugido que canalizaba toda su ira y determinación, atravesó al demonio con su espada rota.

El demonio gritó, desintegrándose en una nube de sombras.

Después de la batalla

El grupo quedó de pie en el altar destruido, respirando con dificultad. Aria se acercó a Aratsuki, su báculo aún brillando.

"Lo hicimos," dijo ella suavemente.

"Fue un comienzo," respondió él, mirando la espada rota en su mano.

Por primera vez en mucho tiempo, Aratsuki permitió que una ligera sonrisa curvara sus labios. Tal vez, pensó, no estaba completamente solo en su lucha.