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Chapter 2 - Capítulo 2: La Dama en Peligro

El sol comenzaba a ocultarse tras las colinas, tiñendo el cielo de tonos naranja y rojo. El bosque alrededor de Aratsuki y Aria estaba en completo silencio, solo el crujir de las hojas bajo sus pies rompía la calma. El viento era suave, como un susurro lejano, pero la quietud del entorno no engañaba a Aratsuki. Algo estaba por suceder. El instinto de un guerrero le decía que no podían relajarse aún. Aria caminaba al frente, concentrada, sus ojos azules destellando bajo la tenue luz del atardecer. A su lado, Aratsuki no dejaba de observar el horizonte, con la espada firmemente sujeta en su mano, su rostro impasible, como siempre.

La joven sacerdotisa, aunque aparentemente tranquila, sentía un peso en el aire. Algo oscuro, algo inminente. "Aratsuki," comenzó a decir en voz baja, sin mirarlo, "Siento que estamos siendo observados."

"Lo sé," respondió Aratsuki, su tono cortante. "No bajes la guardia."

Aria asintió, aunque se notaba que algo en ella comenzaba a inquietarse. La naturaleza que la rodeaba, aunque hermosa, también podía ser peligrosa. Había algo en la forma en que los árboles susurraban entre sí, como si compartieran secretos oscuros. Algo acechaba en las sombras, y ella no podía ignorarlo.

De repente, un grito desgarrador rompió el silencio. Era una voz femenina, llena de terror y desesperación. Aratsuki reaccionó al instante, su cuerpo en tensión, los músculos de su espalda tensándose bajo la armadura. Aria se detuvo, su rostro palideciendo al reconocer el tipo de grito.

"¡Rápido!" dijo Aratsuki, su voz fría, pero con una firmeza que no admitía discusión.

El grito provenía de un pequeño claro más adelante, entre los árboles. Sin dudarlo, ambos corrieron hacia allí. A medida que se acercaban, Aratsuki pudo oír la cacofonía de una pelea. El sonido de metales chocando, gritos de dolor, y algo más... un gruñido bajo y gutural, como el de una bestia.

Al llegar al claro, la escena era aún peor de lo que habían imaginado.

La Emboscada de los Orcos

Un grupo de orcos, enormes y desfigurados, rodeaban a una joven sacerdotisa que, con un rostro lleno de desesperación, intentaba mantenerse en pie, aunque su fragilidad era evidente. Sus ojos estaban llenos de terror, sus ropas desgarradas, y su varita de poder parecía haber caído al suelo, inalcanzable. Los orcos, con sus pieles de un verde sucio y ojos amarillos como el fuego, reían grotescamente mientras se acercaban a ella, sus manos llenas de mazas y garrotes.

"¿Crees que puedes huir, humana?" rugió uno de los orcos, levantando un garrote con una sonrisa malévola.

Aratsuki, al ver la situación, no mostró ni una pizca de duda. En un parpadeo, su espada salió de su funda, y en un solo movimiento calculado, corrió hacia el grupo de orcos.

Aria, por otro lado, se detuvo un segundo, observando la escena. La joven sacerdotisa estaba claramente aterrada, y el simple hecho de verla en esa situación la paralizó por un momento. Pero Aratsuki no esperaba que ella se quedara atrás, no lo permitiría. Su voz, fría y autoritaria, cortó el aire.

"¡Ven, ayuda ahora!"

El grito de Aratsuki despertó a Aria de su trance. Sin dudarlo, corrió a su lado, con su varita levantada, lista para lanzar un hechizo.

La Batalla Comienza

El primer orco que Aratsuki atacó ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar. Con un movimiento rápido, cortó la pierna del monstruo, haciéndolo caer al suelo con un rugido de dolor. Sin perder tiempo, levantó su espada y la hundió en su cuello, acabando con él en un solo golpe.

El siguiente orco, al ver a su compañero caer, gruñó de furia y levantó su maza para atacarlo. Pero Aratsuki no se dejó intimidar. Con un salto hacia atrás, esquivó el golpe, y con un rápido movimiento de su espada, cortó la mano del orco, haciendo que la maza cayera al suelo. Antes de que pudiera reaccionar, el espadachín se lanzó hacia él, hundiendo su espada en su pecho, terminando con su vida.

Aria, con un gesto decidido, levantó la varita, invocando una corriente de energía luminosa. Las flechas de luz que disparó golpearon a otro orco, haciendo que retrocediera, desorientado por el brillo cegador.

"¡Cuidado!" Aratsuki gritó cuando un orco se acercó sigilosamente por su espalda. Sin embargo, fue demasiado tarde para el monstruo. Con un golpe preciso, Aratsuki giró sobre sus talones y atravesó la garganta del orco, su espada impregnada en sangre.

Sin embargo, el último orco no estaba dispuesto a sucumbir tan fácilmente. Su rugido de furia llenó el aire mientras corría hacia Aratsuki con una rapidez sorprendente para su tamaño. El espadachín lo esquivó con agilidad, pero el orco, en su furia ciega, logró un golpe en el costado de Aratsuki, haciendo que este se tambaleara hacia atrás.

Aria, al ver a Aratsuki herido, sintió un nudo en el estómago, pero no dudó ni un segundo. Con un movimiento preciso, invocó un escudo de luz, que envolvió a Aratsuki y lo protegió del siguiente ataque del orco. Luego, con un gesto decidido, conjuró una esfera de energía que golpeó al orco, derribándolo finalmente.

La Victoria

Con el último orco derrotado, el silencio se apoderó del claro. Aratsuki respiraba profundamente, su costado sangrante por el golpe que había recibido, pero su rostro seguía siendo estoico, como si nada le afectara. Sin embargo, su mirada al caer sobre la joven sacerdotisa fue diferente. Había algo en su expresión que denotaba una extraña forma de respeto.

La joven sacerdotisa, por su parte, parecía no creer lo que acababa de suceder. Sus manos temblaban mientras recogía su varita, y sus ojos se encontraron con los de Aratsuki, con una mezcla de agradecimiento y miedo.

"Gracias," susurró ella, su voz temblorosa.

Aratsuki no respondió de inmediato. Solo se limpió la espada con el borde de la capa, mirando a los demás orcos caídos. "No tienes por qué agradecérmelo," dijo finalmente, con una frialdad que no dejaba espacio a la duda.

Pero algo en su mirada, aunque mínima, mostraba que algo en él había cambiado. Y era algo que ni él mismo entendía.

El Encuentro con Aria

Mientras Aratsuki se acercaba a la sacerdotisa para ayudarla a levantarse, Aria observaba en silencio. Había visto el lado más oscuro de Aratsuki, pero también había presenciado la forma en que protegía a aquellos que necesitaban ayuda. Algo dentro de ella sentía una profunda admiración y respeto por él, aunque sabía que no podría acercarse a él tan fácilmente.

"Te ayudaremos," dijo Aratsuki en tono cortante, ignorando la mirada preocupada de Aria. "Ahora levántate. ¿Dónde está tu templo?"

La joven sacerdotisa no tardó en indicar la dirección, aún temblando, pero con la fuerza necesaria para seguir adelante. A pesar de su miedo, algo en ella había comenzado a confiar en el espadachín que, de una manera fría y calculadora, había salvado su vida.

La batalla había terminado, pero el viaje de Aratsuki apenas comenzaba. Sin embargo, algo en su interior, una chispa de humanidad, comenzaba a encenderse nuevamente, aunque él no lo supiera aún.

Conclusión del Capítulo

Con la sacerdotisa a salvo, el grupo se preparaba para continuar su camino. Aratsuki se mantenía distante, sus pensamientos perdidos en el horizonte, pero algo en su interior comenzaba a cambiar. La misión aún no estaba terminada, pero algo había empezado a moverse dentro de él. Los lazos que estaba comenzando a formar con sus compañeros, aunque inciertos, eran innegables.

El camino estaba lleno de sombras, y aunque la victoria de hoy había sido importante, Aratsuki sabía que los verdaderos desafíos aún estaban por llegar.

Un Destello de Esperanza

El grupo avanzaba por el camino, ahora más estrecho y rodeado de árboles que se alzaban como gigantes vigilantes. La luz del amanecer se filtraba a través de las hojas, proyectando sombras largas y danzantes sobre el suelo. Aratsuki iba al frente, con su capa desgarrada ondeando al viento y su espada enfundada en la cadera, mientras la joven sacerdotisa que habían rescatado caminaba en silencio detrás de él, junto a Aria.

El espadachín mantenía una postura firme, pero su mente estaba lejos de los bosques que atravesaban. La imagen de su aldea, las llamas devorando los hogares y los gritos desesperados, seguía persiguiéndolo. La batalla reciente solo había sido un recordatorio de lo frágil que era la vida. Y ahora, esta sacerdotisa, una desconocida, era un reflejo de lo que él no pudo salvar en su infancia.

"Gracias... por lo que hiciste."

La voz de la joven rompió el silencio. Era suave, casi temerosa. Aratsuki no se giró, ni siquiera mostró una reacción inmediata. Su rostro permaneció tan frío como siempre, pero su voz respondió, seca y cortante:

"Sobrevive. Eso será suficiente agradecimiento."

La sacerdotisa asintió, apretando la varita contra su pecho. No se esperaba calidez de él, pero algo en sus palabras, aunque duras, le daba una sensación de seguridad. Era como si ese hombre extraño, envuelto en sombras, pudiera enfrentar cualquier cosa por protegerlos.

Momentos de Reflexión

Mientras caminaban, Aria observaba a Aratsuki con cierta cautela. Había algo en él que no encajaba del todo. Su habilidad con la espada era impresionante, pero su manera de aislarse, de hablar poco y sin emociones, la desconcertaba. Intentó entablar conversación.

"Aratsuki," dijo con calma, su tono amable pero firme. "¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto? Aventurarte, enfrentar peligros..."

El espadachín no detuvo su marcha. Sus pasos eran constantes, como si la pregunta no lo hubiera alcanzado. Sin embargo, después de unos segundos, murmuró:

"El tiempo suficiente para saber que preguntar demasiado no te lleva a nada."

Aria frunció el ceño, pero no insistió. Sabía que él no era alguien fácil de tratar, pero algo en su instinto le decía que había una historia detrás de esa dureza. Una historia que, quizás, explicaría por qué era así.

El Puente de Piedra

Al llegar a un viejo puente de piedra que cruzaba un río caudaloso, el grupo se detuvo. Era un lugar estratégico para descansar y planificar el próximo movimiento. Aratsuki inspeccionó los alrededores con ojos entrenados, buscando cualquier señal de peligro. Todo parecía tranquilo, pero sabía que la calma podía ser engañosa.

"Descansen aquí," ordenó, su voz autoritaria pero sin agresión. "No podemos avanzar si están agotadas."

La joven sacerdotisa, que apenas se había presentado como Lyana, se sentó cerca del borde del puente, dejando que el agua fresca del río calmara su mente. Aria, por su parte, se acercó a Aratsuki, que estaba de pie al borde del puente, observando el horizonte.

"Te preocupas por nosotros, aunque lo niegues," dijo, con una leve sonrisa en los labios.

Aratsuki no respondió de inmediato. Sus ojos permanecieron fijos en el paisaje, su mente perdida en pensamientos que solo él podía entender. Finalmente, murmuró:

"No confundas precaución con preocupación."

Aria suspiró, pero no pudo evitar notar que sus palabras, aunque frías, no eran completamente insensibles. Había algo en él, una chispa de humanidad, que estaba enterrada bajo capas de dolor y resentimiento.

El Ataque de los Goblins

El silencio del momento fue interrumpido por un ruido repentino en los arbustos cercanos. Aratsuki desenfundó su espada en un abrir y cerrar de ojos, adoptando una postura defensiva. Aria y Lyana se levantaron rápidamente, alertas.

De entre las sombras, un grupo de goblins apareció, sus pequeñas figuras grotescas portando armas improvisadas: dagas oxidadas, garrotes con clavos y arcos rudimentarios. Sus risas agudas llenaron el aire, y sus ojos brillaban con malicia.

"Emboscada," murmuró Aratsuki.

Los goblins no eran tan fuertes como los orcos, pero su número y astucia los hacían peligrosos. Sin esperar órdenes, uno de ellos disparó una flecha en dirección a Lyana. Aratsuki se movió con una velocidad sorprendente, bloqueando la flecha con su espada y lanzándose hacia el enemigo con un movimiento fluido.

La batalla fue caótica.

Aratsuki se movía como una sombra, sus cortes precisos derribando a los goblins uno por uno. Cada golpe era un recordatorio de su habilidad y su determinación. Mientras tanto, Aria invocaba hechizos protectores, creando barreras de luz para mantener a los enemigos a raya. Lyana, aunque temblorosa, logró lanzar un hechizo de curación sobre Aratsuki cuando uno de los goblins logró herirlo en el brazo.

Uno de los goblins, más grande que los demás, parecía liderar el grupo. Su sonrisa maliciosa mostraba dientes afilados, y en su mano portaba una espada robada, claramente de algún aventurero desafortunado. Aratsuki lo enfrentó directamente.

El combate entre ellos fue intenso. El goblin era rápido y usaba tácticas sucias, lanzando tierra a los ojos de Aratsuki y atacando por sorpresa. Pero el espadachín, con su experiencia y precisión, logró contrarrestar cada movimiento. Con un giro rápido, bloqueó un golpe y, aprovechando la apertura, hundió su espada en el pecho del goblin, terminando con él.

La Calma Después de la Tormenta

Con los goblins derrotados, el claro volvió a quedar en silencio, salvo por los jadeos de los tres. Aratsuki se limpió la sangre de la espada y miró a las dos mujeres.

"Si no están preparadas para enfrentar cosas así, deberían quedarse en el templo," dijo, su tono tan frío como siempre.

Aria lo miró fijamente, pero en lugar de enfadarse, sonrió.

"Y si no te ayudamos, estarías cubierto de flechas ahora mismo."

Aratsuki no respondió, pero una leve inclinación de su cabeza mostró que reconocía la verdad en sus palabras.

El grupo volvió a caminar, más unidos, aunque en silencio. Cada uno tenía sus propios pensamientos, sus propios miedos y motivaciones. Pero algo era seguro: juntos eran más fuertes, incluso si aún no lo sabían del todo.