El viento silbaba entre las ramas secas de los árboles, y Aratsuki avanzaba con paso firme pero distraído, su mente atrapada en los recuerdos del pasado. La luz del atardecer bañaba el camino, pero él no prestaba atención a la belleza del horizonte. Lo único que importaba era la misión que tenía por delante: la misma misión que había decidido al despertar de aquella pesadilla, la misión que lo acercaba, paso a paso, al único objetivo que mantenía vivo su ser: la venganza.
El sonido de sus botas al golpear el suelo era todo lo que rompía el silencio. A lo lejos, la ciudad de Kaldrim se perfilaba en el horizonte, pero incluso su presencia no conseguía distraer a Aratsuki de lo que acababa de revivir en su mente.
El Sueño del Pasado: Ardheim, Hace 7 Años
De repente, como un torrente de agua helada, los recuerdos llegaron con una intensidad abrumadora. Aratsuki fue arrancado de la quietud del presente y arrastrado al pasado, a ese instante que marcó su vida para siempre.
Tenía solo diez años. Ardheim, su hogar, se extendía ante él como un lugar de paz. El aroma de las flores que su madre cultivaba en el jardín lo rodeaba, y el sonido de los aldeanos trabajando era un eco constante en el aire. Él, un niño tan pequeño que no comprendía del todo el mundo de los adultos, pasaba sus días corriendo entre los campos, riendo con su hermana, sin tener idea de lo que estaba por ocurrir.
Fue en ese día que su vida cambió para siempre.
Un rugido monstruoso retumbó en el aire, bajo y profundo, como el eco de un terremoto. Aratsuki se detuvo en seco. Miró al cielo, que comenzaba a oscurecerse de forma extraña. De repente, una lluvia de flechas y piedras cayó desde las colinas cercanas. Goblins, orcos y ogros. Una horda imparable de bestias desatadas que se abalanzaban sobre la aldea con una brutalidad desmesurada.
Todo sucedió demasiado rápido. El sonido de los gritos humanos se mezcló con los rugidos de las criaturas. Aratsuki vio a su padre, un hombre robusto y fuerte, empuñando una espada con habilidad y desesperación. Su mirada se cruzó con la de su hijo en ese instante, y fue allí cuando Aratsuki comprendió lo que estaba ocurriendo. No era un entrenamiento. No era una prueba. Era la lucha por su vida.
Su padre, con todo su esfuerzo, luchaba contra un ogro que estaba a punto de aplastarlo. Aratsuki, paralizado por el miedo, solo pudo observar desde la distancia, impotente. "¡Corre, Aratsuki!" fue lo último que su padre gritó antes de caer bajo el peso de la enorme criatura.
El Dolor del Niño
La imagen de su padre luchando, la desesperación en sus ojos, quedó grabada en su mente. Aratsuki no podía moverse. Su cuerpo era una estatua de terror. No podía defender a su madre. No podía defender a su hermana. Solo veía cómo el destino se llevaba a su familia, uno a uno, ante sus ojos.
En su desesperación, hizo lo único que le quedaba: escapar. Corrió, pero nunca llegó muy lejos. El suelo de la aldea estaba cubierto de cuerpos y el humo del fuego dificultaba la respiración. Aquel día, su mundo se rompió, y Aratsuki juró que, algún día, haría que todos esos monstruos pagaran por lo que hicieron.
"Lo haré... Juro que lo haré," murmuró entre dientes, con una rabia que lo consumía. Su promesa de venganza resonó en sus oídos, un eco que jamás lo abandonó.
Despertar al Presente
De repente, el sueño se desvaneció, y la imagen de su hogar, la masacre, su padre, se desintegró en la oscuridad de la noche. Aratsuki despertó de un sobresalto, respirando con dificultad, el sudor empapando su frente. El sonido de su respiración era la única prueba de que aún estaba vivo.
Se sentó en la cama, mirando al frente. El calor de la pesadilla aún lo envolvía, y su pecho seguía acelerado por el dolor que nunca se desvanecía. Cada día que pasaba era otro paso hacia la venganza. Pero a veces, los recuerdos eran más reales que el mismo presente.
Con una sacudida, se levantó. No había tiempo para lamentarse. Ya no había lugar para el dolor. Su espada estaba esperando sobre la mesa, y su equipo estaba listo para la misión. Sabía que la batalla nunca cesaba; solo se transformaba.
Preparándose para la Misión
Al igual que en sus sueños, su cuerpo estaba marcado por el tiempo, por la sed de venganza. Cada movimiento que hacía, cada acción, estaba perfectamente calculada. Tenía que estar listo. Para la misión. Para enfrentarse a todo lo que viniera. Aratsuki no era el niño que había sido en Ardheim. Era un hombre, uno forjado por el sufrimiento y el deseo de hacer justicia.
En el sendero, la misión lo esperaba. Sabía que cada paso lo acercaba más a la verdad, a los monstruos que destruyeron su vida. Pero hoy, en este nuevo día, algo más también lo esperaba.
Al principio, solo vio la figura a lo lejos. Una mujer, caída, con el rostro marcado por el miedo y la desesperación. No necesitaba pensar demasiado. El sonido de los goblins riendo, torturando y burlándose de la mujer lo sacó de su ensueño. La rabia volvió a brotar en su interior. Sin dudarlo, corrió hacia ellos.
La batalla fue rápida. Aratsuki no necesitaba más que unos pocos movimientos para acabar con los goblins, su espada destellando con precisión fatal. El último monstruo cayó al suelo con un estertor, y el silencio se hizo de nuevo.
El Primer Encuentro con Aria
La mujer estaba en el suelo, temblando. Aratsuki la observó en silencio. Sus ojos, los mismos ojos que había visto tantas veces en sus pesadillas, ahora lo miraban a él. Azules. Profundos. En sus ojos no había miedo, solo una concentración calmada, como si no estuviera sorprendida por lo que acababa de ocurrir.
"Gracias... No sé qué habría hecho sin tu ayuda," murmuró, su voz quebrada por la fatiga.
Aratsuki no dijo nada al principio. Su mirada era fría, distante. Solo miró la espada que había dejado caer y luego se levantó, sin un gesto de empatía. "Levántate," dijo, su voz baja, cortante. No era una orden amable, ni una sugerencia. Era un mandato que esperaba ser obedecido.
La mujer lo miró, un destello de sorpresa en sus ojos, pero luego, con esfuerzo, se puso de pie. "Me llamo Aria," dijo en voz baja, sin quitarle la vista de encima. "Soy sacerdotisa."
"Aratsuki," respondió él, en un tono casi neutral. No había tiempo para conversaciones largas. No había tiempo para más. Los goblins eran solo el inicio, y él sabía que algo más grande estaba por llegar.
"¿Te acompañaré?" preguntó ella con cierta cautela, no por miedo, sino por curiosidad. "Necesitas alguien que te apoye en este camino."
"No," fue su respuesta, sin suavizar las palabras, pero Aratsuki no la miró mientras las decía. "Yo soy suficiente."
Aria, sin embargo, no se dio por vencida. A pesar de la frialdad de sus palabras, vio algo en él, algo más allá de la máscara de indiferencia que él había aprendido a mostrar. En su mirada, Aria pudo ver una chispa de humanidad, algo que Aratsuki había intentado enterrar, pero que se resistía a desaparecer.
"Te lo demostraré," dijo ella, con una pequeña sonrisa. "No soy tan débil."
Aratsuki no respondió, pero algo en su interior se movió ligeramente, como si las palabras de Aria hubieran tocado una fibra que ni él mismo sabía que existía.
Reflexión en el Camino
Mientras avanzaban, la conversación se hizo mínima. Aratsuki prefería el silencio. La misión era lo único que importaba, pero una pequeña parte de él no podía evitar sentir que Aria estaba empezando a abrir algo dentro de él. Algo que había estado sellado por años.
No confiaba en nadie, no aún. Pero, por primera vez, las palabras de alguien lo hicieron dudar. ¿Es posible que alguien realmente quiera ayudarme sin esperar nada a cambio?
Aún no lo sabía, pero Aria era, sin duda, el interruptor que podría cambiarlo todo.
La Sombra del Pasado
La niebla cubría la carretera mientras Aratsuki y Aria caminaban en silencio, el murmullo del viento era lo único que rompía la quietud del bosque. La luz de la luna se filtraba entre los árboles, bañando el camino en una suave y fría claridad. Aratsuki no prestaba atención al entorno. Su mente seguía atrapada en la promesa que se había hecho años atrás. Venganza. El objetivo era claro. Y aunque el sacrificio de su humanidad era cada vez mayor, no había marcha atrás. Solo había algo, o más bien alguien, que le hacía titubear en su resolución. Aria.
La sacerdotisa caminaba a su lado, sus ojos fijos en el camino mientras su cuerpo parecía reflejar el peso de los recuerdos que compartía con él, aunque sus emociones eran más complejas. Aratsuki no lo sabía, pero a cada paso, ella percibía el tormento de su alma, la constante lucha interna. La gente como él era difícil de tratar, y ella lo entendía. Después de todo, había aprendido a leer las señales del sufrimiento, al igual que a ver más allá de las máscaras que las personas se ponían.
"Nos acercamos," dijo Aratsuki, su voz rasposa, casi inaudible bajo el susurro de la brisa.
Aria levantó la vista, su rostro pálido bajo la luna. Sus ojos azules brillaban con determinación, y aunque su corazón aún latía con el miedo que le provocaba la oscuridad, se mantenía firme. "Lo sé," murmuró, su tono suave pero con un atisbo de resolución. "Pero no estarás solo en esto."
Aratsuki no respondió. No necesitaba palabras vacías, ni promesas falsas. Pero su mirada, aunque fría, observó a Aria por un segundo más largo del que le hubiese gustado. Su expresión, siempre estoica, cedió ligeramente. ¿Por qué había alguien como ella? ¿Por qué no la había ignorado como a los demás? El maldito destino.
El crujir de las ramas bajo una pisada abrupta los hizo alertarse al instante.
La Emboscada
Desde el arbusto más cercano, un grupo de goblins surgió de la oscuridad. Aratsuki no mostró sorpresa, ni siquiera miedo. Su mano ya estaba firmemente sobre el mango de su espada. Los goblins, sin embargo, se relamían los labios y reían entre ellos, la malicia en sus ojos era palpable.
"¡Miren! ¡El niño ha traído una sacerdotisa! ¿A qué creen que huelen sus pieles?" uno de ellos dijo en un tono sádico, mientras se frotaba las manos, disfrutando del sufrimiento ajeno.
Aria apretó los dientes, su cuerpo ligeramente tenso. No necesitaba que le dijeran lo que querían. El veneno de la tortura en sus palabras era suficiente para que su estómago se retorciera. Sin embargo, se mantenía firme, el miedo no la paralizaba.
"No soy tan fácil de cazar," dijo Aratsuki, con una frialdad casi escalofriante, mirando a los goblins con desdén. Sus ojos mostraban una calma aterradora, como si ya hubiese tomado la decisión de matar antes de que ellos pudieran mover un dedo.
Los goblins, al principio sorprendidos por la respuesta, soltaron una risa cruel.
"¡Será divertido ver cómo nos juegas a las víctimas, pequeño humano!"
"Ven," dijo Aratsuki con un suspiro impaciente, desenvainando su espada en un solo movimiento. "Muere rápido y sin dolor."
El líder de los goblins, una criatura deforme con cicatrices por todo su cuerpo y una risa gutural que resonaba como un eco desagradable, se adelantó.
"¡Matémoslo!" gritó, levantando su garra hacia Aratsuki.
El Primer Golpe
Aratsuki no perdió tiempo. Con un giro veloz de su espada, cortó al primer goblin que intentó saltar hacia él, su hoja destellando en la oscuridad con una precisión mortal. La criatura cayó al suelo sin emitir un sonido, su torso partido en dos. No había piedad en sus movimientos, solo un impulso de eliminar a la amenaza antes de que pudiera causar más daño.
Los otros goblins vacilaron, sorprendidos por la velocidad y brutalidad del ataque. Pero rápidamente se reorganizaron, atacando en grupos pequeños desde varios ángulos, tratando de rodear al joven espadachín.
Aratsuki los observó en silencio, sus ojos fríos, calculando sus movimientos. Sabía que no podían vencerlo de frente. Pero si lograban atraparlo, si lograban hacerle tropezar siquiera una vez, la situación podría volverse peligrosa. Y aunque se sentía confiado en su habilidad, algo en su interior lo mantenía alerta. No podía permitirse el lujo de cometer un error.
"¡Rápido!" uno de los goblins, más ágil que el resto, se lanzó al frente, intentando apuñalar a Aratsuki por la espalda. Sin embargo, antes de que el cuchillo alcanzara su destino, Aratsuki giró sobre sus talones, esquivando el ataque con un movimiento tan rápido que el goblin ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar.
La espada de Aratsuki cortó su brazo en el proceso, haciendo que la criatura cayera de rodillas con un gruñido de dolor.
Pero el siguiente golpe fue mortal. Con un solo movimiento, la espada de Aratsuki atravesó la garganta del goblin que había intentado flanquearlo, y su cuerpo cayó pesadamente al suelo.
Aria observaba, sorprendida pero no asustada. Sabía que el joven espadachín era más fuerte de lo que parecía. Su control sobre el combate era absoluto, cada golpe calculado, cada movimiento tan fluido como el agua. Era como si luchara contra fantasmas, sin mostrar emoción alguna, simplemente una máquina de matar.
Pero aún había más enemigos. Los goblins, furiosos por la muerte de sus compañeros, avanzaron con una determinación renovada. Sin embargo, cada uno de sus ataques fue respondido con rapidez. Aratsuki movía su espada con una destreza impecable, cada corte y golpe ejecutado con una frialdad espantosa.
El Final de la Batalla
Cuando solo quedaba un goblin, el líder, Aratsuki dio un paso hacia él, su mirada fría como el hielo. El goblin intentó retroceder, pero Aratsuki fue más rápido. Sin piedad, lo levantó por el cuello, y con un giro violento, lo arrojó al suelo.
"Un mal intento," dijo, su voz baja y cortante.
Con una última mirada de indiferencia, Aratsuki levantó su espada, la cual brilló a la luz de la luna, y la hundió en el corazón del líder goblin. Su cuerpo se sacudió, y luego cayó inerte.
Todo terminó en segundos.
El silencio volvió a dominar el campo. Aratsuki respiró profundamente, su cuerpo en calma, pero sus ojos seguían observando el cadáver de los goblins. Había aprendido a no bajar la guardia. La venganza no lo permitiría.
Reflexión Tras la Pelea
Aria se acercó, aún cautelosa pero con una ligera admiración en sus ojos. "Eres… increíble," susurró, sin estar segura de si era una alabanza o una pregunta.
Aratsuki apenas la miró. "Es lo único que sé hacer," respondió, su voz impersonal. "Lo único que importa es que no haya más amenazas."
Pero en ese momento, Aria pudo ver algo más en él. Aunque su rostro seguía siendo una máscara de indiferencia, había algo en su postura que indicaba que el combate no había sido solo físico. Aratsuki, aunque no lo demostrara, cargaba con algo más pesado que cualquier espada. Y, por primera vez, ella sentía que algo en su interior comenzaba a abrirse.