En medio de todo ese caos, Lucifer no podía apartar la mirada de sus propias manos, empapadas en la sangre de inocentes a quienes alguna vez juró proteger. Esa sangre fluía por su cuerpo como un recordatorio imborrable, un eco doloroso de su pasado como tirano, cuando aniquiló vidas incontables para saciar su sed de poder y venganza contra un mundo que lo había herido profundamente.
Ese recuerdo hacía que su sangre se helara, como una marca indeleble de la que no podía deshacerse. En sus ojos vacíos se reflejaba un profundo sentimiento de ira, pero no hacia el Terror, sino hacia sí mismo. No podía perdonarse por no haber hecho nada por aquellas personas atrapadas en un destino cruel, personas que no tenían ninguna culpa en este conflicto.
La idea de que entre esas vidas perdidas había niños con un futuro prometedor, padres que se esforzaban por mantener a sus familias, madres dedicadas a unir a los suyos o incluso bebés que nunca llegaron a vivir, lo destrozaba. Por un momento, Lucifer perdió la noción del tiempo y del espacio, atrapado en su tormento interno.
—Haaa... haa... ¿Qué estoy haciendo? —
—¿Por qué me siento así? ¿Por qué siento ira, tristeza, confusión? Es como si me estuviera ahogando... —
Se llevó una mano al rostro, tratando de calmarse, pero su mente seguía hundida en el caos.
—Esto es raro... Nunca antes me había sentido así —
Su voz se quebró por un momento, pero luego continuó con un tono más firme.
— No, ya he sentido esto antes... y la respuesta es clara —
Lucifer alzó la mirada al cielo y, tras un breve silencio, concluyó:
—Me he vuelto débil—
El reconocimiento de su debilidad lo atravesó como una lanza, llenándolo de una mezcla de rabia y resignación. Soltó un profundo suspiro cargado de impotencia, pero ese instante de vulnerabilidad fue aprovechado por las criaturas. Desde la distancia, una de ellas disparó una esfera de aquel líquido negro corrosivo que lo alcanzó de lleno, lanzándolo contra una montaña cercana. La fuerza del impacto produjo una pequeña explosión al colisionar.
—¡Mierda! No vi venir ese ataque... —
gruñó, mientras se levantaba del suelo, sacudiéndose el polvo de su ropa. Desde la cima de la montaña, observé el interminable mar de criaturas que se acercaba desde todas las direcciones. Lo que antes era un entorno verde y vivo ahora estaba cubierto por esas aberraciones. Sus ojos recorrieron las hordas mientras un pensamiento sombrío cruzaba su mente: Todas estas criaturas fueron personas...
Lucifer apretó los puños. Aunque detestaba la idea de hacerles daño, sabía que no tenía otra opción. No podía escapar al espacio exterior, ni tenía el poder para teletransportarse a otro planeta. Su única alternativa era luchar.
—No quiero hacer esto... pero tengo que hacerlo —
Susurró con tristeza, mirando sus manos aún manchadas de la sangre de inocentes, mientras que la horda se acercaba cada vez más a su posición. Alzó la mirada al cielo y notó cómo una tormenta se cernía sobre el lugar. La lluvia comenzó a caer con fuerza, como un sombrío presagio de lo que estaba por venir.
Las gotas golpeaban el suelo con intensidad, mezclándose con la sangre en su cuerpo y lavándola poco a poco. El sonido de la lluvia, combinado con el avance de las criaturas, se asemejaba al redoble de tambores que anunciaban el inicio de una guerra.
Lucifer cerró los ojos por un instante. Sentía cómo el agua limpiaba su cuerpo, pero no podía purificar su alma. En ese momento, lo entendió. A pesar de rechazar la idea de luchar, debía hacerlo. No porque quisiera sobrevivir, ni por temor a la muerte, que siempre había aceptado como un nuevo comienzo y no como el final. Esta vez, lucharía por aquellos a quienes había prometido proteger.
—No puedo devolverles las vidas que se les arrebataron... y lo lamento profundamente —
—Pero puedo evitar que se conviertan en cascarones vacíos... en seres sin humanidad, sin derecho a reencarnar —
—Les daré fin a este sufrimiento... —
La realidad era cruel. Estas personas, aunque atrapadas en una falsa ilusión creada por el virus, sufrirían. Sus almas se marchaban lentamente, mientras sus cuerpos, deformados por mutaciones extremas, eran un testimonio viviente de su tormento. Lucifer no podía permitir que esto continuara.
Con una mirada firme, acepta el peso del sacrificio que estaba a punto de hacer. Cargaría con ese pecado por el resto de su existencia inmutable, como un recordatorio constante de su debilidad y de las consecuencias de sus decisiones.
—Les daré el único regalo que les puedo brindar—
—...Una muerte rápida e indolora—
—Y juro por mi vida que en sus próximas vidas no pasarán por este dolor ni por ningún otro, se los prometo—
Lucifer adoptó una postura de combate mientras la tormenta rugía a su alrededor. Los truenos resonaban como un canto de guerra, y las gotas de lluvia cubrían su rostro, mezclándose con las lágrimas que no se permitía derramar. Sabía que lo que estaba a punto de hacer sería un peso que cargaría por siempre, uno que le recordaría la dureza del camino que escogió.
—Si este es mi destino... que así sea—
—Estoy dispuesto a cargar con este dolor —
Y con estas palabras, Lucifer se preparó para enfrentar la horda, listo para entregarlo todo en una batalla que no solo cargaría con el peso de sus enemigos, sino también con el de su propio sufrimiento.
Innumerables criaturas se arremetieron contra él al mismo tiempo. Lucifer respondió con movimientos rápidos y precisos, fluidos como el agua. En un instante, cortó las cabezas de varios de ellos con un tajo tan exacto como el filo de una hoja de obsidiana.
Las cabezas salieron volando, dejando tras de sí chorros de sangre que se mezclaban con las gotas de lluvia que empapaban el campo de batalla. Algunos de estos salpicaron el rostro de Lucifer, pero él no perdió la concentración.
Más criaturas avanzan en masa, atacando con sus extremidades deformes. Sin embargo, Lucifer no se dejaba intimidar ni por sus grotescas apariencias ni por su abrumadora cantidad. Uno tras otro, fue acabando con los que se cruzaban en su camino: arrancándoles el corazón, decapitándolos, partiéndolos por la mitad o atravesando sus cráneos con golpes certeros. A pesar de sus esfuerzos, el número de enemigos no disminuyó; al contrario, parecía multiplicarse sin cesar.
De repente, emergieron mutantes gigantescos, mucho más grandes que los demás. Estas colosales criaturas, de más de 20.000 metros de altura, tenían cuerpos deformes compuestos por múltiples brazos, cabezas repartidas por todo su torso y una fuerza descomunal. Sin preocuparse por las bajas de sus propios aliados, atacaron la montaña donde se encontraba Lucifer, destruyéndola con su devastador poder. La estructura, que antes se alzaba a más de 12.000 metros, quedó reducida a escombros.
Lucifer emergió de entre los restos con un salto impresionante. Los gigantes intentaron golpearlo en el aire, pero sus movimientos eran lentos, y Lucifer los esquivó con facilidad. Usando una de las extremidades de estos gigantes como impulso, se lanzó contra uno de ellos, derribándolo con un potente puñetazo que sacudió la tierra.
Sin dar tiempo a reaccionar, Lucifer se lanzó hacia otro de estos seres colosales y lo partió en dos con un corte limpio, como si fuera mantequilla. Luego, creó una gigantesca lanza de energía que atravesó la cabeza de un tercer gigante, derribándolo al suelo.
El incidente parecía interminable. Aunque Lucifer demostró una destreza y una fuerza incomparables, la agotación comenzaba a pasarle factura. Sus movimientos, aunque aún precisos, se regresaron cada vez más lentos, y en un descuido, recibió un impacto directo de una de las criaturas. El golpe lo lanzó hacia una zona infestada por los monstruos más pequeños, que se abalanzaron sobre él con fiereza.
A pesar de estar fatigado, Lucifer se reincorporó rápidamente, esquivando un ataque combinado en el último segundo. Aprovechó el momento para golpear el suelo con todas sus fuerzas, generando un terremoto devastador. Inmensas grietas se abrieron en la tierra, tragándose a un gran número de enemigos. Fragmentos de terreno se elevan del suelo, separando al ejército enemigo en distintos grupos.
Había previsto este resultado. Sin dudarlo, Lucifer creó un gran número de espadas de energía que descendieron del cielo como una lluvia letal, eliminando a innumerables criaturas. Acto seguido, juntó sus manos y, con una mirada agotada, susurró:
—Explosión—
En cuestión de segundos, todas las espadas detonaron al unísono, provocando una reacción en cadena que arrasó con todo a su alrededor. Bosques, montañas y aldeas cercanas fueron destruidas por completo. Cuando el polvo se asentó, Lucifer, jadeando por el cansancio, observó el paisaje a su alrededor. Lo que antes era un bosque próspero se había convertido en un páramo desolado, azotado por la lluvia, que arrastraba los restos de lo que alguna vez fue vida.
—No esperaba tener que usar esto... —
—Pero no creo que mi cuerpo hubiera soportado mucho más. Estoy... agotado —
Apenas podía mantenerse en pie. Sentía cómo su cuerpo se desmoronaba bajo el peso del combate. Pero justo cuando parecía que la batalla había terminado, surgió una nueva amenaza de forma inesperada.
Desde el cielo, algo descendió como un meteorito, impactando contra Lucifer con una fuerza descomunal. El golpe creó un cráter en el suelo y lo dejó escupiendo sangre, algo que no había sucedido en toda la batalla.
La densa nube de polvo que se levantó tras el impacto tardó unos segundos en disiparse, revelando a la criatura responsable: un ser infectado por el Virus Terror. Pero este no era como los demás. Su mutación no lo había convertido en un monstruo grotesco, sino en un guerrero casi perfecto.
Poseía un cuerpo musculoso, con largas extremidades rematadas en afiladas garras. Su piel estaba cubierta de escamas y su esqueleto era un exoesqueleto indestructible. Tenía una cola larga, grandes alas y un rostro con cuatro ojos brillantes, pero carecía de boca. De su cuerpo emanaba una energía abrumadora que oprimía el ambiente.
—Esto debe ser una maldita broma... —
susurró Lucifer, entre jadeos, mirando al ser que lo observaba con intensidad. El ser levantó su pie del pecho de Lucifer, solo para sujetarlo por el cuello y alzarlo del suelo.
—Vaya... Qué miedo. No tienes boca
dijo Lucifer con sarcasmo, tratando de ignorar el dolor.
—Pensé que dirías algo aterrador, pero viendo que no puedes hablar, supongo que solo me golpearás —
El ser, sin emitir sonido alguno, colocó su palma en el abdomen de Lucifer y liberó una explosión de energía devastadora. El impacto lo lanzó como una bala de cañón a través de múltiples obstáculos, hasta que finalmente colisionó con un edificio en una de las ciudades más grandes del planeta, situada a millas de kilómetros de distancia.
—Eso… me dolió—
Musitó Lucifer mientras se levantaba del suelo con las pocas fuerzas que le quedaban. Al observar su entorno, se encontró en lo que parecía ser la oficina de un empresario adinerado. Sobre un lujoso escritorio de madera descansaba una costosa caja de cigarros junto con un encendido de oro.
—Creo que hoy es mi día de suerte—
Murmuró, tomando uno de los cigarros y colocándoselo en la boca. Con calma, encendió el cigarro con aquel ostentoso encendedor y dio una larga calada, llenando sus pulmones de humo mientras dejaba escapar una sonrisa tranquila, casi irónica, a pesar de la situación.
—Maldito vicio… ¿Por qué eres tan placentero? —
comentó mientras exhalaba lentamente el humo, disfrutando del breve momento de alivio.
De repente, el edificio entero se sacudió violentamente. Una explosión de energía arrasó con todo a su alrededor. Lucifer reaccionó rápidamente, formando una barrera que lo protegió del impacto, pero no tardó en descubrir la causa del ataque: aquella criatura que ahora flotaba en el aire, observándolo con intensidad.
Por un instante, sus miradas se encontraron, y el ambiente se llenó de una tensión sofocante. Sin previo aviso, el ser rompió el silencio con un ataque directo. Lucifer esquivó el golpe con agilidad y respondió con una patada contundente. Sin embargo, debido a la increíble resistencia de la criatura, el ataque apenas surtió efecto.
El monstruo tomó a Lucifer por el pie y, con una fuerza descomunal, lo azotó contra el suelo repetidas veces, como si fuera un muñeco de trapo. A pesar del daño, Lucifer logró liberarse, retrocediendo varios metros para ganar distancia. Sin embargo, la criatura predijo su movimiento y le asestó un poderoso puñetazo que Lucifer apenas logró esquivar.
Aprovechando el momento, Lucifer respondió con una serie de golpes rápidos y precisos, dirigidos a los puntos débiles de su oponente: la articulación del codo, el plexo solar, el riñón y la sien. Aunque los golpes no fueron lo suficientemente fuertes como para derribarlo, sí consiguieron que la criatura cayera de rodillas. Viendo la oportunidad, Lucifer concentró su energía en un ataque devastador que arrasó con gran parte de la ciudad.
Cuando el polvo se disipó, la criatura emergió de entre los escombros como si nada, lanzándose contra Lucifer con una furia desenfrenada. A medida que esquivaba los ataques, el caos a su alrededor aumentaba, y los edificios que quedaban en pie se desplomaban como castillos de naipes.
En un instante crítico, la cola de la criatura atravesó el abdomen de Lucifer con un ataque sorpresa que no pudo evitar. Con sangre brotando de su herida, buscó desesperadamente liberarse, pero la criatura no le dio tregua. Lo tomó por la cabeza, desplegó sus alas y ascendió a los cielos. Luego, descendió a toda velocidad, impactándolo contra el suelo con tal fuerza que las calles se agrietaron y los pocos edificios que terminaron colapsando.
Pero no se detuvo allí. La criatura volvió a levantarlo y lo lanzó con toda su fuerza hacia un puente intercontinental que se encontraba a kilómetros de distancia. Lucifer atravesó el aire como un proyecto hasta estrellarse contra un autobús, el cual amortiguó parcialmente su caída.
Herido, agotado, y sintiendo un dolor insoportable en cada centímetro de su cuerpo, Lucifer apenas podía mantenerse consciente. Sin embargo, contra todo pronóstico, se puso de pie, tambaleándose mientras observaba cómo la criatura descendía del cielo, lista para acabar con él de una vez por todas.
—Hmm… esto no se ve nada bien —
Murmuró, analizando la situación. Pero más allá del miedo, lo que sentía era una extraña tranquilidad. Después de tanto tiempo, finalmente había encontrado un oponente que representaba una verdadera amenaza.
Una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Je… hace tiempo que no uso esta carta de triunfo… —
La criatura lo golpeó con una fuerza descomunal, provocando una explosión tan poderosa que el puente tembló y una inmensa columna de agua se alzó como una bomba atómica bajo sus pies. El agua salada cayó en forma de cascada mientras la criatura, creyendo que había vencido, se alejaba sin comprobar si realmente había terminado con Lucifer.
De repente, su brazo salió volando por los aires, cortado por una fuerza desconocida. La criatura, confundida, giró rápidamente hacia el lugar donde debería estar el cadáver de Lucifer, pero no encontró nada.
—Solo he usado esto dos veces: la primera, para enfrentar al primer ser consciente. La segunda, para acabar con los dioses de la primera generación… — susurro una voz detrás de la criatura.
El monstruo giró lentamente, encontrándose cara a cara con Lucifer. Sus ojos, completamente negros como el vacío del espacio, brillaban con una intensidad aterradora. Una sonrisa excéntrica y peligrosa adornaba su rostro.
La criatura intentó retroceder, pero su cuerpo no respondió. Estaba paralizada, como si una fuerza invisible la sujetara.
—Fuiste un rival digno. Ahora... muere—
Con esas palabras, el cuerpo de la criatura comenzó a desintegrarse, convirtiéndose en polvo que el viento se llevó, como el último suspiro de un cadáver.
Lucifer, satisfecho, se tambaleó unos instantes antes de desplomarse en el suelo, vencido por el abrumador cansancio y las heridas que cubrían su cuerpo.