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Chapter 23 - Capítulo 23: Voces y Sombras

—Entonces, ¿ahora eres un benevolente pastor o qué? —La voz de Laplace resonaba en mi cabeza, un eco molesto que se sentía más como un dolor de cabeza que como un pensamiento.

—Cállate y déjame en paz.

—Oh, ¿y dónde quedó toda esa bondad que tenías hace un rato? ¿Puedes perdonar a un asesino, pero no a un alma condenada como la mía?

—No nos engañemos. Difícilmente serías considerado un alma en pena. Más bien, una bestia salvaje con sed de sangre.

—No sé si sentirme herido o halagado.

—Herido.

—Auch. Sabes…

Antes de que continuara arruinándome la existencia, reuní toda mi concentración para silenciarlo. Sabía que no duraría mucho, pero incluso unos momentos de silencio valían el esfuerzo.

El hostal se alzaba frente a mí, sus puertas desvencijadas como guardianes cansados. Suspiré, resignado. Era hora de enfrentar a mi compañera.

Abrí la puerta, el chirrido de las bisagras pareció más fuerte de lo habitual.

—¿Dónde estabas? —La voz de Aria cortó el aire con autoridad, cargada de un toque de regaño.

Ni siquiera había entrado por completo y ya me sentía interrogado.

—Oh, ya sabes… turisteando un poco, probando la comida local. ¿Sabías que pie grande es de este pueblo?

—Todo el mundo dice que pie grande es de su pueblo. No, dime la verdad.

—¿La verdad sobre pie grande o sobre dónde estuve?

—¡IGNIS!

—Está bien, está bien. Salí a caminar un poco.

Aria cruzó los brazos, su mirada perforándome.

—Ignis, tenemos que hablar.

—¿Es aquí donde tú y papá me dicen que se van a divorciar? Lo sabía.

—¿Qué?

—Un mal chiste. Por favor, continúa.

Aria no parecía estar de humor para bromas.

—Ignis, pensé que Laplace era solo una leyenda para asustar a los monaguillos.

—Estoy seguro de que en mi currículum como guardián de la Santa Iglesia dice claramente que lo derroté.

Aria no sonrió. En lugar de eso, señaló la silla frente a ella.

—Siéntate.

No discutí. Por una vez, hice lo que me pidieron.

—¿Cuánto tiempo llevas ocultando esto? —preguntó mientras yo me acomodaba en la silla.

—Define "ocultando."

—No juegues conmigo. ¿Cuánto tiempo?

Suspiré, sintiendo un nudo formarse en mi pecho.

—Siempre ha estado ahí, Aria. Desde el día en que lo derroté… o al menos, creí haberlo hecho. Resulta que no matas a una sombra tan fácilmente.

Aria se inclinó hacia adelante, sus ojos perforándome.

—¿Qué pasó realmente ese día, Ignis? ¿Qué hiciste para que él terminara contigo?

Sus palabras me golpearon como un martillo.

—No es tan simple como crees… —murmuré, desviando la mirada—. Y hay cosas que todavía no entiendo del todo.

—¿No entiendes? ¿O no quieres entender? —Su voz era dura, más de lo habitual—. Ignis, Laplace no es solo tu sombra. También es nuestra amenaza.

No pude responder de inmediato. Sabía que tenía razón.

—¿Por qué no confiaste en mí? —insistió, con una mezcla de rabia y dolor—. ¿Qué te hace pensar que puedes cargar con esto solo?

—No quería arrastrarte a algo que ni siquiera yo puedo controlar —respondí finalmente, la culpa impregnando mis palabras.

El silencio que siguió fue pesado. Finalmente, Aria desvió la mirada, dejando escapar un suspiro tembloroso.

—Espero que, cuando llegue el momento, seas honesto. Conmigo.

Antes de que pudiera responder, un destello cruzó mi mente.

—¡La recompensa!

—Ignis, la iglesia local no tenía fondos. Sabes que derrotar a Lira era algo de buena fe.

—Dios mío, no creo que diga esto: no se trata del dinero, sino del conocimiento que se supone que Lira guardaba.

—¿Tenemos que volver a la mansión en ruinas? Dudo mucho que algo haya sobrevivido después de tu pelea con Lira o conmigo.

—Primero, no fui yo quien peleó, fue Laplace. Ya me siento lo suficientemente culpable como para que me reproches eso. Y segundo, toda buena bruja tiene sus conocimientos bien protegidos. Y tercero, no, no vamos a la mansión. Vamos a la iglesia.

—¿A la iglesia?

—Sí. Siguiendo las costumbres de los siervos de Dios, probablemente ya saquearon todo de la mansión. Hay que hablar otra vez con el Padrecito senil.

—Tu herejía no tiene límites, Ignis. —Los ojos de Aria rodaron con exasperación, y su tono sonó molesto.

En la iglesia local

Las puertas de la iglesia crujieron al abrirse, dejando escapar un aire denso cargado de incienso y humedad. Las sombras proyectadas por los candelabros parecían alargarse en las paredes de piedra, como figuras danzantes atrapadas en un fuego invisible.

El altar, bañado por una luz temblorosa, se alzaba como un faro en medio de la penumbra, pero no ofrecía consuelo. En cambio, la fría piedra bajo mis pies amplificaba el peso de cada paso.

El padre nos esperaba junto al altar, con la espalda recta, pero sus manos temblaban ligeramente mientras acariciaba los bordes de su sotana.

—Ignis, Aria. No esperaba verlos tan pronto —dijo, su voz reverberando en el espacio vacío.

—Padre, hemos venido por lo que prometió —dije, directo al grano.

El sacerdote suspiró profundamente y señaló una pequeña caja de madera colocada sobre el altar.

—Esto es todo lo que pudimos recuperar de la mansión de Lira antes de que colapsara. Lo revisamos, pero… —Se detuvo, como si no quisiera continuar.

—¿Pero qué? —presionó Aria, cruzándose de brazos.

—Este libro… no es algo que debamos poseer. Su energía es inquietante, oscura. Pensé en destruirlo, pero recordé que ustedes se enfrentaron a ella. Quizás ustedes puedan darle un propósito mejor.

Me acerqué al altar con cautela, mi mirada fija en la caja.

"Ah, mira eso. Un pequeño trozo de oscuridad para añadir al caos que ya llevas dentro," susurró Laplace en mi mente.

Al tocarlo, un escalofrío recorrió mi brazo.

—¿Qué es esto? —pregunté, mi voz baja.

—Un libro que guarda las técnicas de Lira. Sus rituales, sus secretos… y su oscuridad.

—¿Vas a usarlo? —preguntó Aria mientras salíamos, su mirada fija en mí.

—No lo sé —respondí.

"Oh, Ignis, esto será divertido," rió Laplace, y su voz quedó como eco en mi mente.