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Chapter 28 - Confesiones en la Niebla

—¿Qué… quién era él?—pregunté en voz baja, intentando procesar lo que acababa de ocurrir.

Una risa resonó en mi mente. —¡Jajaja! Me encanta ver gente morir, pero que tú hayas decidido su muerte… eso fue la cereza del pastel.—La voz burlona de Laplace zumbaba con malicia.

—Cállate, Laplace. Él no está muerto… Aún—dije, recordando las palabras del misterioso hombre vendado: "No soy un enemigo… aún". La frase seguía resonando en mi cabeza como un eco persistente.

Aria observó el lugar donde el gitano había desaparecido. Su ceño estaba fruncido, como si intentara comprender lo que había sucedido.

—¿Un gitano?… Bueno, eso es lo único que se me ocurre—dije finalmente, rompiendo el silencio.

—Eso tendría sentido, debido a su particular energía—respondió Aria, aunque su voz sonaba distraída. Seguía fascinada por los residuos de energía que el hombre había dejado atrás.

—Su energía… extrañamente se parece a la de la gárgola—continuó, sus ojos ahora brillaban con una mezcla de curiosidad y preocupación.

Asentí, procesando lo que ella decía. —Ambos querían el grimorio y vinieron apenas hubo alguna perturbación en él. Parece probable que haya algún tipo de conexión entre ellos.

—¡Me agradó la gárgola, pero el maldito gitano no debió haberse entrometido en mis asuntos! Y sellar el libro, ¡vaya forma de arruinar mi diversión! Esperaba ver más criaturas tras de ti, Ignis.—La voz de Laplace sonaba irritada.

Lo ignoré, pero Aria debió notar mi expresión, porque se acercó con una mirada preocupada.

—¿Estás bien, Ignis?—preguntó suavemente.

—Sí, solo estaba pensando.

—No te esfuerces mucho, Ignis. Tu cerebro podría sobrecalentarse—bromeó, intentando aligerar el ambiente.

—Ja, ja, ja. Muy graciosa, Aria—respondí con sarcasmo.

Ella sonrió, y algo en esa sonrisa derritió mi irritación.

—Solo me preocupo por ti—dijo, con un tono que me hizo sonrojar.

—Co… como sea—tartamudeé, intentando disimular mi nerviosismo—. Tenemos que decidir a dónde ir con el tiempo que nos compró el gitano.

—¿Alguna idea?—preguntó, cruzando los brazos.

Vacilé antes de responder. —Mi primera opción era ir con Vorax.

Aria casi se atraganta. —¡Ignis!

—Lo sé, lo sé. Pero él parece ser una fuente de información, y como sacerdote, no puedo dejar que su maldad ande suelta en este mundo—mentí a medias. Parte de mí quería enfrentarlo, pero la verdadera razón era algo que aún no estaba listo para compartir: necesitaba ir al infierno y recuperar el alma de mi hermano.

"Uy, guardar secretos, ¿eh? Eso te va a explotar en la cara, y lo mejor es que estaré aquí para verlo," intervino Laplace con su habitual sarcasmo.

Aria suspiró, pero no insistió.

—Me guardaré los regaños por ahora. Entonces, ¿cuál es el plan, Ignis?—su tono era firme, pero había un dejo de preocupación en su mirada.

Miré a mi alrededor, evaluando nuestras opciones. El pueblo fantasma de Lira seguía cerca, mientras que la ciudad donde se encontraba Vorax y mi pequeño departamento (con el alquiler vencido) estaba más lejos.

—Hmm… ¿Puedes rastrear la energía que dejó el gitano?—pregunté.

Aria cerró los ojos y extendió una mano hacia el aire, buscando los restos de la energía.

—Es difícil. Su energía está dispersa, como si intentara ocultarse. Pero… creo que puedo seguir un rastro.

—Bien. Entonces, sigámoslo.

Mientras caminábamos, el silencio se hacía cada vez más pesado. La atmósfera del bosque que rodeaba al pueblo fantasma era sofocante. Los árboles parecían susurrar secretos entre sus hojas, y una ligera bruma comenzó a formarse a nuestro alrededor.

—Ignis…—Aria rompió el silencio—. Sobre lo que dijiste antes, ¿en serio crees que Vorax podría ayudarnos?

Suspiré. —No lo sé. Pero si alguien entiende el grimorio y las criaturas que está atrayendo, es él.

Ella asintió lentamente, aunque su expresión mostraba dudas.

—¿Y tú? ¿Qué piensas de todo esto?—pregunté, intentando desviar la atención de mis propias incertidumbres.

—Pienso que estamos jugando con fuego… literalmente.

Sonreí ante su elección de palabras, pero mi humor no duró mucho. Una sensación de peligro inminente comenzó a invadir el aire. Laplace también lo notó.

"Ah, qué interesante. Parece que alguien más se unió a la fiesta," dijo, su tono cargado de entusiasmo.

—Ignis…—Aria se detuvo de golpe, mirando hacia un punto en la distancia. Su luz divina comenzó a brillar con más intensidad.

El rastro nos condujo a un claro en el bosque. La bruma se despejó lentamente, revelando una escena sorprendente: una caravana de gitanos descansaba en un círculo perfecto. Los vagones eran de colores vivos, cubiertos con intrincados patrones de símbolos y runas. Las figuras alrededor de una hoguera vestían ropas tan vibrantes como sus carromatos, y sus miradas nos seguían con una intensidad perturbadora.

Uno de ellos se levantó. Su túnica estaba decorada con bordados dorados, y llevaba un turbante que ocultaba parcialmente su rostro. Sus ojos, negros como la noche, parecían atravesarme.

—Los viajeros han encontrado nuestro refugio—dijo con una voz grave, pero melodiosa—. ¿Qué los trae aquí?

Aria cruzó los brazos, en un gesto protector. —Seguimos un rastro... la energía de alguien como tú nos condujo hasta aquí.

El hombre sonrió, mostrando unos dientes sorprendentemente blancos. —Ah, mi hermano menor. Siempre le gustó causar revuelo allá donde iba.

—¿Quién eres?—pregunté, colocando una mano sobre mi espada.

—Soy Arkhan, el líder de esta caravana. Y tú, portador del grimorio, no eres bienvenido aquí.

El ambiente se volvió aún más tenso. Los gitanos comenzaron a susurrar entre ellos en un idioma desconocido. Una mujer con cabello largo y trenzado avanzó hacia nosotros, portando un bastón adornado con amuletos.

—Silencio, Arkhan. El portador debe quedarse. Hay cosas que aún no comprende, y las respuestas están aquí—dijo ella, con un tono autoritario.

Arkhan frunció el ceño, pero no replicó.

—¿Respuestas?—pregunté, estrechando los ojos.

La mujer se inclinó hacia mí, sus ojos brillando con una mezcla de compasión y severidad. —Tu grimorio y su poder tienen un precio, sacerdote. Y es un precio que alguien más ya está pagando por ti.

Mis labios se tensaron. Sabía de qué hablaba: mi hermano.

Aria me miró, confundida. —¿Qué significa eso, Ignis?

"Uy, Ignis. Parece que tu pequeño secreto está saliendo a la luz," se burló Laplace.

La mujer sonrió levemente, como si pudiera escuchar a Laplace también. —Pasa, portador. La noche es joven, y tenemos mucho que discutir.