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Chapter 30 - Capítulo 30: El día que no debería haber sido

—¿Qué fueron esas visiones? ¿Yo estaba… muerto en una?

Luna no respondió de inmediato. En lugar de hablar, se acercó a mí, su movimiento fue sutil y calmado pero lleno de una intención palpable, como si calculara cada movimiento. Sus ojos, usualmente calmados, reflejaban un destello de misterio y compasión, pero también algo más profundo que me resultaba imposible descifrar. Antes de que pudiera insistir, levantó una mano y colocó su dedo en mi frente.

—No te apresures, Ignis. Las visiones apenas están comenzando.

El contacto fue breve, pero su efecto fue devastador. Un dolor agudo recorrió mi cuerpo como si un relámpago me hubiera atravesado desde la cabeza hasta los pies. Intenté gritar, pero mi garganta estaba paralizada, incapaz de emitir sonido alguno. Mis rodillas cedieron, y caí al suelo, jadeando mientras una ola de náusea me invadía. Cerré los ojos, intentando resistir el mareo, pero algo más poderoso me arrastraba.

Cuando finalmente abrí los ojos, todo había cambiado.

Ya no estaba en el lugar donde Luna me había llevado. Ahora me encontraba de pie en el patio del orfanato. El aire olía a flores frescas y al humo tenue que escapaba de la chimenea de la cocina. Podía escuchar las risas de los niños jugando y el eco lejano de un himno que alguien practicaba en la capilla. El lugar era tan vívido, tan real, que por un momento olvidé dónde estaba.

—¡Ignis! ¿Otra vez te escapaste para buscar las galletas de la hermana Myrna?

Esa voz.

Me giré lentamente, y allí estaba él. Nox. Su rostro irradiaba esa luz infantil que siempre había admirado y que ahora me hacía tambalearme entre la alegría y el terror. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos antes de que pudiera detenerlas.

—No… esto no puede ser… —murmuré con la voz quebrada.

Pero Nox no parecía notar mi desconcierto. Corrió hacia mí, lanzándose a mis brazos como si nada fuera extraño. Su calidez, su olor… todo era tan real que me dejé llevar por el momento.

—¿Por qué lloras, Ignis? ¿Qué te pasa? —preguntó con una risita, alejándose lo suficiente para mirarme a los ojos.

Quise decirle que lo extrañaba, que no sabía cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lo vi. Pero sus ojos, llenos de vida, me anclaron al presente. Este no era el momento para preguntas.

—Nada, Nox. Solo… estoy feliz de verte.

Él me miró extrañado, pero luego sonrió, esa sonrisa que siempre iluminaba cualquier oscuridad en mi vida.

El Festival

El día transcurrió entre la preparación para el festival. Todos los niños corrían emocionados, ayudando a decorar las mesas y las linternas que iluminarían el bosque durante la procesión. Pero a medida que el sol comenzaba a descender, el aire se volvía más pesado, cargado de una tensión que solo yo parecía notar.

La hermana Myrna, la directora del orfanato, supervisaba cada detalle. Su figura, siempre imponente con su túnica gris, parecía más rígida que de costumbre. Su mirada, profunda e impenetrable, se deslizaba por todos los rincones del lugar, asegurándose de que nada estuviera fuera de lugar. Cada paso que daba, cada instrucción que emitía, parecía tener un peso adicional que no podía ignorar.

—Ignis, ayuda a llevar las linternas al grupo. Y no te distraigas esta vez —dijo, sin siquiera mirarme directamente.

Asentí en silencio, pero el peso de su voz quedó flotando en el aire. Había algo extraño en ella, algo que no había percibido antes. Myrna siempre había sido una figura de autoridad, pero ahora, había algo más. Algo oscuro. Algo que no podía identificar, pero que me hacía sentirme inquieto.

Cuando la noche llegó, los cuidadores comenzaron a reunir a los niños para la procesión. Caminábamos en silencio hacia el bosque, con Myrna liderando al frente, sosteniendo un bastón adornado con símbolos que no reconocía. Las linternas brillaban débilmente, proyectando sombras danzantes en los árboles, mientras avanzábamos por el sendero.

—Ignis, ven conmigo —dijo Nox, tirando de mi mano con una sonrisa.

El gesto me trajo un leve consuelo, pero mi mente estaba inquieta. Algo no encajaba. Todo esto se sentía como una repetición de algo inevitable, algo que no podía cambiar.

Finalmente, llegamos al claro. Allí estaba: una piedra masiva cubierta de inscripciones que brillaban débilmente bajo la luz de las antorchas. Sentí que el estómago se me hundía. Las marcas en la piedra me resultaban extrañamente familiares, como si ya las hubiera visto antes en algún libro prohibido del orfanato. Recordé las tardes en las que, por pura curiosidad, había revisado aquellos textos antiguos. Las inscripciones eran sellos arcanos, símbolos de un poder que jamás debería ser invocado.

El Ritual

La hermana Myrna levantó su bastón, y su voz resonó con una autoridad que parecía atravesar el aire:

—Niños, hoy es un día especial. Un día en que nuestra devoción será recompensada.

Los cuidadores comenzaron a formar un círculo alrededor de la piedra, guiando a los niños a sus posiciones. Yo observaba, incapaz de moverme, mientras el miedo crecía en mi pecho. La energía en el aire era pesada, como si el mismo bosque estuviera conteniendo la respiración.

—Ignis, ¿qué está pasando? —me susurró Nox, agarrando mi mano con fuerza.

—Nada… nada va a pasar. Te lo prometo.

Quería creer mis propias palabras, pero el rugido bajo que comenzó a emanar de la piedra me decía lo contrario. Las inscripciones brillaban con mayor intensidad, y las sombras a nuestro alrededor parecían cobrar vida, alargándose, envolviendo lentamente a los niños en su camino hacia la piedra.

—Nox es el elegido —anunció Myrna con solemnidad.

Mi sangre se congeló.

—¡No! —grité, intentando moverme, pero dos cuidadores me sujetaron con fuerza.

Myrna me miró, su rostro iluminado por la luz de las inscripciones.

—Ignis, no entiendes el propósito de esto. El guardián eterno debe ser sellado, y Nox es el único que puede contener su poder.

—¡Es solo un niño! ¡No pueden hacerle esto! —luché contra los cuidadores, pero su agarre era implacable.

Las sombras comenzaron a rodear a Nox, envolviéndolo mientras él gritaba mi nombre. Su rostro, antes lleno de alegría, ahora estaba marcado por el terror. Con un último esfuerzo, logré zafarme y corrí hacia él, empujándolo fuera del círculo justo cuando las marcas en la piedra estallaron en un destello de luz cegadora.

Sentí que algo me atravesaba. La energía que debía sellar a Laplace dentro de Nox encontró un nuevo recipiente: yo. Era como si una fuerza oscura e incomprensible se estuviera infiltrando en cada rincón de mi ser. Quise resistirme, pero era inútil.

Una risa fría y maliciosa resonó en mi mente.

—Oh, Ignis… qué error tan delicioso. Ahora soy tuyo… y tú, mío.

El claro se desvaneció, y todo quedó en silencio. Sentí que el mundo a mi alrededor se desmoronaba mientras mi mente intentaba comprender lo que acababa de ocurrir. Mi cuerpo se desplomó, agotado, y una última palabra se filtró en el vacío que me envolvía.

—Ignis, despierta.