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Chapter 29 - El Precio de la Verdad

—Una disculpa, señorita, pero me gustaría hablar con su compañero a solas—dijo la gitana, dirigiéndose a Aria justo cuando estábamos a punto de seguirla a una de sus carpas.

—Como lo dijiste, es mi compañero. Yo iré a donde él vaya—respondió Aria, con una desconfianza palpable y una mirada fulminante.

—Tranquila, Aria. Creo que esto lo debo hacer solo—dije, sintiéndome incómodo por lo mucho que parecía saber esta gitana. No quería que Aria se involucrara con ella.

—Pe... pero, Ignis...

—Por favor—supliqué. Mi tono finalmente pareció detener la insistencia de Aria.

—Bien. Si ya acabaron de organizarse, por favor, joven Ignis, sígame. Y usted, señorita, es libre de explorar nuestra caravana si así lo desea.

Después de un rápido intercambio de miradas entre Aria y yo, tomamos caminos separados dentro de la caravana. La gitana me dirigió a la carpa más alejada del campamento. Por fuera, el color era de un tono vino oscuro, nada sorprendente, pero el interior estaba lleno de artículos coloridos: cojines, sábanas bordadas, frascos con elixires y objetos cuyo propósito desconocía. El aire tenía un aroma dulzón, una mezcla de incienso y hierbas secas que inundaba mis sentidos.

—¿Hay algo de tu interés?—preguntó la gitana, notando mi asombro por la cantidad de objetos.

—Solo admiro la decoración—respondí, intentando sonar casual, aunque me costaba apartar la mirada de tantos detalles.

—Por favor, toma asiento, Ignis.

—Claro... ehm, no pregunté tu nombre. Perdón.

—Mi nombre es Luna.

—Entiendo. Bueno, Luna, no nos andemos con rodeos. ¿Cómo sabes de mi hermano?

—¿Cuál es la prisa, joven Ignis? Tomemos un té primero—respondió mientras traía un juego de té y se quitaba su túnica. Por su manera de hablar y su evidente estatus dentro de la caravana, había asumido que era una mujer mayor. Nunca estuve más equivocado. Su cabello plateado, brillante como la luna, apenas llamaba más la atención que su figura espectacular, que se dejaba entrever con su ropa reveladora. Sus movimientos eran elegantes, casi hipnóticos, y en su rostro había una sonrisa que mezclaba misterio y travesura.

—Pre... prefiero no desperdiciar mi tiempo—respondí, desviando la mirada para disimular mi asombro.

"¡Mírate, babeando como un perro! Jajaja, eres todo un animal, Ignis," se burló Laplace con su tono habitual de malicia. Más que irritarme, sus palabras me hacían sentir una vergüenza que nunca antes había experimentado.

—Oh, Laplace, no seas tan duro con el joven Ignis. En realidad, me halaga que un jovencito se fije en una mujer mayor como yo—intervino Luna con una sonrisa divertida.

—¿Mayor? Espera, ¿puedes escuchar a Laplace?—pregunté, sin saber cuál de los descubrimientos era más impactante.

—¿Por qué no podría? Después de todo, tengo mis propios tratos con entidades como él. Aunque debo decir que tu Laplace es particularmente ruidoso. Pobre de ti, tenerlo en la cabeza todo el tiempo debe ser agotador—dijo Luna mientras servía el té con una calma que contradecía la intensidad de sus palabras.

—No has respondido mi pregunta—insistí, aunque mi curiosidad creció.

—Ignis, el mundo es más complejo de lo que imaginas. Tu hermano, tu grimorio, tu conexión con Laplace... todo está entrelazado. Pero no te preocupes, no estoy aquí para hacerte daño. Si lo estuviera, ya lo habrías notado—dijo Luna, llevándose una taza de té a los labios.

El silencio se hizo presente mientras procesaba sus palabras. Sabía que había algo más, algo que no estaba diciendo. Me sentía como una marioneta en una obra que no entendía del todo.

—¿Qué quieres de mí?—pregunté finalmente.

—No es lo que yo quiera, sino lo que tú necesitas. He visto tu futuro, Ignis, y está lleno de dolor y sacrificio. Pero también de posibilidades. Si realmente deseas respuestas sobre tu hermano, tendrás que estar dispuesto a enfrentarte a verdades que podrían destruirte.

—¿Y qué sabes tú de sacrificio?—espeté, incapaz de ocultar mi frustración. Luna dejó escapar una risa baja, más amarga que burlona.

—Más de lo que imaginas, joven Ignis. Pero no estamos aquí para hablar de mí. Dime, ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar por tu hermano? ¿Cruzarías límites que otros considerarían impensables?

Su pregunta quedó flotando en el aire como un veneno dulce. Sabía la respuesta en mi corazón, pero temía decirla en voz alta. No porque dudara, sino porque al hacerlo, estaría sellando un destino del que no había retorno.

—Haría lo que fuera necesario—respondí finalmente, con una convicción que me sorprendió incluso a mí mismo.

Luna asintió, como si hubiera esperado esa respuesta. Se levantó y tomó un frasco de uno de los estantes. Dentro, un líquido negro como la obsidiana se movía con una viscosidad inquietante.

—Entonces, joven Ignis, este es tu primer paso. Tómalo y bebe. No te puedo prometer que te gustará lo que verás, pero es necesario para que encuentres las respuestas que buscas.

La miré fijamente, intentando leer sus intenciones. Pero Luna era como un espejo en el que solo podía ver mi propia incertidumbre reflejada. Tomé el frasco con manos temblorosas y, con un último vistazo a su enigmática sonrisa, lo llevé a mis labios.

El líquido bajó por mi garganta con una textura densa y un sabor amargo que parecía extenderse en todas direcciones, como si buscara invadir cada rincón de mi ser. Sentí una ráfaga de calor que me recorrió el cuerpo, seguida de un escalofrío helado que me hizo temblar.

El ambiente alrededor comenzó a cambiar. Las luces de la carpa se volvieron más brillantes, casi cegadoras, y las paredes parecieron disolverse en sombras que danzaban a mi alrededor. Una presión intensa se acumuló en mi pecho, como si algo dentro de mí intentara salir.

—Respira, Ignis. Déjalo fluir—dijo Luna, su voz sonando distante, como un eco.

Cerré los ojos y me dejé llevar por la corriente de sensaciones. Imágenes comenzaron a formarse en mi mente: un campo de batalla cubierto de cenizas, una figura solitaria al borde de un precipicio, y un niño pequeño que reía mientras corría entre flores marchitas. Cada visión era más vívida y desconcertante que la anterior.

Cuando finalmente abrí los ojos, el mundo había vuelto a la normalidad, pero algo en mí había cambiado. Luna me observaba con una expresión serena, como si supiera exactamente lo que había visto.

—Bienvenido a la verdad, joven Ignis. Ahora, comienza el verdadero viaje—dijo, con una sonrisa que me dejó más preguntas que respuestas.