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Chapter 22 - Capítulo 22: Penitencia

—Bien, eso es todo. —Mi voz resonó en el bar vacío mientras me levantaba de mi asiento. Dejé que el cantinero llorara, su cuerpo encorvado sobre la barra como si intentara desaparecer en ella.

Cada paso hacia la salida parecía más pesado, pero no me detuve.

—¿Eso es todo? —Su voz me alcanzó como un grito desesperado, lleno de incredulidad.

Me giré lentamente, encontrándolo de pie, tambaleándose, con los ojos rojos y las manos temblorosas.

—¡SECUESTRÉ Y MATÉ! —exclamó, casi escupiendo las palabras—. ¿De verdad no vas a castigarme? ¿Vas a dejar que todos mis pecados queden impunes? ¡DIME!

Había furia en su voz, pero detrás de esa máscara había algo más profundo: desesperación. No buscaba justicia. Quería que su sufrimiento tuviera un propósito.

—Confesaste y te arrepentiste —dije, mi voz calma pero firme—. Mi dios dicta que así se perdonan los pecados.

El cantinero soltó una risa amarga, casi un sollozo.

—¡Perdón! —gritó, golpeando la barra con un puño cerrado—. ¡Yo no quiero, no merezco tu perdón! ¡Quiero la muerte!

Di un paso hacia él, dejando que el eco de mis botas llenara el vacío entre nosotros.

—Todos cometemos errores —dije, mi tono más bajo pero no menos firme—. Y aunque mi trabajo exige que a veces actúe como un verdugo de la iglesia, la verdad es que no soy quien para juzgarte.

—¡No me vengas con tonterías! —rugió, su voz quebrándose al final—. Esto no fue un simple error. ¡No puedes borrar todo lo que hice con palabras vacías!

Lo vi tambalearse, su cuerpo temblando bajo el peso de su propia culpa. Por un momento, su fragilidad fue tan palpable que me quedé en silencio, permitiéndole hablar.

—Querías penitencia. —Finalmente rompí el silencio, dejando que mis palabras cayeran como un martillo—. Y ahí está tu penitencia: vive con tu culpa.

La frase lo golpeó como un puñetazo. Sus hombros se hundieron, y por un momento, pensé que iba a desplomarse.

—Normalmente, te daría un Padre Nuestro —continué, mi voz más baja—. Pero tienes razón. No cometiste poca cosa.

El cantinero dejó caer la mirada, sus ojos clavándose en el suelo como si buscara respuestas en las grietas de la madera.

—No puedo hacer borrón y cuenta nueva —murmuró, su voz apenas un susurro.

—Nadie te está pidiendo que lo hagas. —Mi respuesta fue cortante, casi fría—. Pero la muerte no es redención. Vivir con lo que hiciste, eso es redención.

El silencio que siguió fue largo y pesado. Finalmente, dio un paso atrás, tambaleándose hasta su lugar detrás de la barra.

—¿Y ahora qué? —preguntó, sin levantar la vista.

—Ahora decides qué haces con lo que queda de tu vida. —Mis palabras sonaron más duras de lo que esperaba, pero no las corregí.

Me giré hacia la puerta, dejando que el bar se sumiera nuevamente en el silencio.

Fuera del bar

El aire frío de la noche me recibió como un balde de agua helada. Debería haber sentido alivio, pero lo único que quedó fue el peso de una decisión que no sabía si había sido la correcta.

"¿Eso fue todo?"

La voz de Laplace resonó en mi mente, burlona, riéndose de mi supuesta misericordia.

—Cállate —murmuré, llevándome una mano a la frente.

"Te estás volviendo blando, Ignis. Admítelo. Querías matarlo."

—No.

Mi respuesta fue firme, pero la verdad era más complicada que eso. Había entrado al bar con la intención de ajustar cuentas, pero ahora… algo había cambiado.

"Patético."

La risa de Laplace se desvaneció, pero su sombra permanecía, envolviéndome en su silencio.

Caminé por las calles desiertas, mis pasos resonando en el pavimento. Había dejado a un hombre roto en el bar, pero la pregunta seguía rondándome: ¿era eso suficiente?