Chereads / Un Trabajo De Infierno / Chapter 21 - Capítulo 21: Pecados Compartidos

Chapter 21 - Capítulo 21: Pecados Compartidos

A excepción de unos cuantos clientes dispersos, el bar estaba prácticamente vacío. Un silencio pesado llenaba el aire, roto solo por el sonido ocasional de un vaso siendo colocado sobre la barra. El lugar olía a madera húmeda, tabaco viejo y licor barato.

Desde el fondo, el cantinero me lanzó una mirada de reojo, cargada de resignación. No parecía sorprendido de verme.

—Bien, así que me ahorraste la molestia de perseguirte —dije mientras cruzaba la sala. Mi tono estaba cargado de enojo, el tipo de furia que rara vez permitía escapar.

El cantinero no se movió de su lugar detrás de la barra. Sus manos permanecían inmóviles, como si estuviera esperando algo inevitable.

—Conozco mis pecados, padre. En ese momento, creí… no, estaba seguro de que era lo justo.

—¿Justo? ¿Justo matar a niñas? —espeté, dejando que mi rabia alimentara mis palabras.

El cantinero inclinó la cabeza, su voz baja pero firme.

—Justo hacer pagar al pueblo que mató a mi madre… y traerla de vuelta.

La crudeza de sus palabras me golpeó.

—No pediré disculpas. Eso no devolverá las vidas que tomé.

Mi mandíbula se tensó. Parte de mí quería odiarlo, quería que fuera un monstruo sin remordimientos para justificar lo que había venido a hacer. Pero no podía ignorar lo que sabía de su pasado.

—Mierda… —murmuré, llevándome una mano a la cabeza.

El padre de la iglesia local me había contado su historia: cómo, a los ocho años, el cantinero había visto a su madre ser arrastrada por el pueblo, acusada de brujería. Había crecido solo, alimentando un odio que finalmente lo consumió. Ahora, frente a mí, no veía a un villano, sino a un hombre quebrado.

—Sírveme un trago —dije finalmente.

El cantinero asintió y se apresuró a cumplir mi orden. Me senté en la barra, dejando que el peso de mis pensamientos se asentara. Cuando el vaso apareció frente a mí, tomé el primer sorbo, dejando que el calor descendiera por mi garganta y aliviara, aunque fuera un poco, el caos en mi interior.

—Entonces, ¿me vas a matar? ¿Arrestar? —preguntó, rompiendo el silencio.

Sin responder, lo observé mientras salía de detrás de la barra y se sentaba a mi lado. No me miró; su atención estaba fija en el vaso frente a él.

—¿Recuerdas a mi compañera? —pregunté finalmente.

—Sí.

—Ella te odió cuando se enteró de lo que hiciste. —Mi voz se volvió un susurro, cargado de algo más que enojo—. Pude ver la voluntad de matarte en sus ojos.

El recuerdo de Aria desatando su energía llenó mi mente. Su luz había sido tan intensa que parecía borrar las sombras del bar, y la furia en su rostro era algo que nunca olvidaré.

—Tenía la intención de matarte —continué—. Pero para evitar que ensuciara su alma de esa manera… pensé en hacerlo yo.

Mi confesión quedó suspendida en el aire. Solté un suspiro profundo, dejando que el peso de mis palabras se asentara.

—Hazlo. —La voz del cantinero era baja, casi un susurro.

Giré ligeramente la cabeza, sorprendido por su respuesta.

—Hice todo esto para estar con mi mamá. Secuestré y maté a esas jóvenes… todo para poder estar con ella. En ese momento, no había duda. Haría lo que fuera necesario.

Su voz tembló, pero continuó, como si el peso de su confesión lo empujara hacia adelante.

—De niño vi cómo se la llevaban de nuestra casa. La gente a la que ella llamaba familia la acusó de brujería. Vi cómo sus ojos ardían con el deseo de matarla, como si fuera un monstruo. Los odié a todos. Grité, luché, pero nadie me ayudó. Nadie la ayudó.

Las lágrimas comenzaron a caer, silenciosas, golpeando la madera desgastada de la barra.

—Crecí amargado. Y cuando se me dio la oportunidad de traerla de regreso, no dudé.

El silencio que siguió fue pesado, como si el aire mismo compartiera la carga de sus palabras.

—Mátame —dijo finalmente, su voz quebrándose—. En mi desesperación y odio, sucumbí a la tentación. No merezco piedad.

No respondí. El vaso frente a mí se sentía más pesado de lo que debería. Había venido buscando venganza, pero ahora, sentado junto a él, la rabia que me había traído aquí se estaba desmoronando.

Sin mirarlo, dejé que sus lágrimas llenaran el vacío entre nosotros, cada gota resonando en mi mente como un recordatorio de lo frágil que es el alma humana.