El fuego rugía a mi alrededor, un torbellino abrasador que devoraba todo a su paso. Aria estaba frente a mí, con los pies firmes, su luz una muralla que mantenía mi furia contenida. Sus ojos brillaban con algo que no podía comprender: no era miedo, ni odio, sino algo peor. Fe.
—Ignis, no tienes que hacer esto —dijo, su voz clara y resonante a pesar del rugido de las llamas.
"Ella no entiende," susurró Laplace en mi mente. "Tú eres el fuego. Tú eres el destructor. No puedes detener lo que eres."
—¡Cállate! —grité, pero mis palabras eran un eco mezclado con la risa de Laplace, distorsionado e irreconocible.
—No me voy a callar —replicó Aria, dando un paso adelante. Su luz se intensificó, arrancándole sombras a las paredes—. Si tengo que atravesar tu oscuridad para llegar a ti, lo haré.
Sentí su determinación como un golpe. Por un instante, mis llamas vacilaron. Era una chispa de duda, suficiente para que Laplace atacara.
"¿Dudas? ¿A estas alturas?" La voz resonó como un trueno, y las llamas a mi alrededor se intensificaron, extendiéndose con furia renovada.
—¡Ignis! —La voz de Aria atravesó la tormenta de fuego, firme pero cargada de emoción.
De repente, el mundo cambió. Las llamas desaparecieron, y me encontré de pie en un corredor de piedra oscura, iluminado por antorchas parpadeantes.
—¡Apúrate, Ignis! —Una voz infantil resonó, clara y llena de alegría. Era Nox, corriendo delante de mí con su nariz mocosa y su sonrisa tonta.
—Nox… —murmuré, dando un paso hacia él.
"Esto no es real," siseó Laplace, su figura emergiendo de las sombras del pasillo. Su rostro, idéntico al mío, pero sus ojos ardían con una intensidad que me heló.
—Déjalo atrás. Es un peso muerto, un eco inútil —dijo, acercándose con cada palabra.
—No… —respondí, mi voz apenas un susurro.
—¿No? —Laplace rió con una crueldad que perforó mi mente—. Entonces déjame mostrarte lo que pasa cuando dudas.
El pasillo se desmoronó, y el rugido de las llamas regresó con fuerza. Volví al presente, jadeando, con el calor del fuego quemando mi piel. Frente a mí, Aria había caído de rodillas, pero su luz seguía brillando, luchando por mantenerse.
—Ignis, escúchame. ¡Lucha! —gritó, su voz rasgando el caos.
—¿Luchar? —respondí, con la voz de Laplace mezclándose con la mía—. No hay nada por lo que luchar.
Sus ojos encontraron los míos, y en ellos vi algo que hizo que Laplace retrocediera ligeramente en mi mente: compasión.
—Lucha, Ignis. No por mí, no por ellos… lucha por ti mismo.
Por un instante, el rugido de Laplace en mi mente se silenció. Sentí algo pequeño y frágil, enterrado en la oscuridad. Una chispa.
"¡No lo hagas!" rugió Laplace, pero su voz ya no era tan fuerte.
Abrí los ojos, y mis llamas comenzaron a apagarse. Laplace gritaba en mi mente, intentando retomar el control, pero con cada respiración, lo empujaba más lejos.
Caí de rodillas, jadeando, mientras las llamas se extinguían, dejando un silencio pesado en su lugar.
Aria se arrastró hacia mí, sus manos temblorosas colocando presión sobre la herida en mi pecho.
—Ignis… —dijo, su voz suave pero firme.
—Gracias… —logré decir antes de que la oscuridad me reclamara una última vez.
El aire era denso y pesado cuando desperté. La luz que me envolvía era tenue, como el último resplandor de un amanecer. Aria estaba a mi lado, sentada, con las manos aún brillando mientras cerraba mis heridas.
—¿Por qué? —murmuré, mi voz ronca y débil.
Ella me miró, con el rostro agotado pero lleno de esa misma compasión que había visto antes.
—Porque creo en ti, Ignis. Siempre lo he hecho.
Quise responder, pero el peso del cansancio me arrastró de nuevo al sueño. En esa oscuridad, sentí a Laplace, reducido pero todavía presente.
"Esto no ha terminado," susurró, su voz ahora un eco lejano.
—No, no ha terminado —respondí en voz baja, tanto para él como para mí.
Mientras la oscuridad se desvanecía lentamente, sentí algo nuevo: una chispa de esperanza.