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Chapter 18 - Capítulo 18: La Llama y la Luz

Las llamas devoraban la energía divina como bestias insaciables. Por primera vez en mi vida, no necesitaba intermediarios: ni pólvora, ni reliquias, ni rezos. Este poder era mío, puro e incontrolable. Me sentía vivo, pero también perdido.

—Este no eres tú, Ignis. —La voz de Aria atravesó el rugido ensordecedor del fuego como una cuchilla, cargada de emoción y desesperación.

Sus palabras me golpearon como una bofetada, pero no podían apagar mi furia. La miré con desprecio, mi pecho alzándose con cada respiración que parecía alimentar las llamas.

—¿Qué sabes tú de mí? —espeté, mi voz grave y resonante, como el eco de una tormenta contenida. Mis ojos, ardientes como brasas, la desafiaban a contradecirme.

Pero ella no retrocedió. En su mirada no había miedo, sino una mezcla de dolor y determinación. Las lágrimas corrían por su rostro, pero su postura era firme, casi desafiante.

—Claro que sé quién eres. —Su voz no tembló. Cada palabra estaba cargada de una certeza que me hizo vacilar—. Te conozco mejor de lo que tú mismo te conoces ahora.

Por un instante, mi mirada se cruzó con la suya. Y vi algo más allá de las lágrimas: un reflejo de lo que yo había sido. Era un golpe certero, una fisura en la coraza que había construido a mi alrededor.

—Eres Ignis Vitae, sacerdote de Éxodo, aprendiz de las artes sagradas, guardián de los perdidos. —Cada título era un recordatorio de lo que había olvidado, pero su siguiente declaración fue la que me atravesó como una daga—: Y, más que nada, eres mi amigo.

Esa palabra, tan sencilla, resonó en mi mente como un eco en un abismo. Amigo. Había olvidado lo que significaba.

Mis llamas comenzaron a titubear. La certeza que me había sostenido ahora se sentía como arena deslizándose entre mis dedos. Por primera vez, me sentí vulnerable.

—Aria… —pronuncié su nombre, mi voz débil, como si al decirlo reconociera el peso de mis errores.

Ella avanzó, cojeando ligeramente, pero sin apartar los ojos de los míos. Su luz era un faro en medio de mi oscuridad, y por un momento, creí que podía salvarme. Quería creerlo.

Pero entonces, una risa familiar e inquietante resonó en mi mente.

"¿Realmente crees que puedes escapar de mí, Ignis?"

Mi cuerpo se tensó, como si cadenas invisibles me apresaran. Reconocí esa voz. Era la mía… y no lo era. Laplace. Nox.

—¡No! —grité, llevándome las manos a la cabeza mientras el dolor se propagaba como fuego en mi cráneo.

"Siempre fui yo, Ignis. Tú no eres más que mi sombra."

El poder que había sentido como mío ahora se revelaba como una burla cruel. Mis llamas, antes un símbolo de mi libertad, ahora parecían responder a otra voluntad.

Aria dio un paso atrás, su luz intensificándose en un intento desesperado por contener mi transformación.

—Ignis, lucha. ¡No te dejes consumir! —gritó, su voz cargada de desesperación.

—¿Luchar? —Una risa fría escapó de mis labios, pero ya no era yo quien hablaba—. Aria, eres tan ingenua. Ignis no está aquí. Nunca lo estuvo. Yo soy Laplace.

Las llamas estallaron, llenando el aire de cenizas mientras me levantaba, mi rostro distorsionado por una sonrisa cruel. Todo rastro de duda o debilidad había desaparecido, reemplazado por una fría determinación.

—Casi me convences, Aria. —Mi voz, cargada de sarcasmo, la atravesó como un cuchillo—. Pero me has recordado algo importante: la esperanza es una debilidad. Y tú eres su encarnación.

La expresión de Aria se endureció, pero no retrocedió. Su luz, más brillante que nunca, envolvió la sala.

—No importa cuántas veces intentes tomar el control, Laplace. —Su voz era un juramento—. Nunca me rendiré.

Mi risa resonó, cruda y despectiva.

—No necesito que te rindas. —Las llamas a mi alrededor crecieron, alimentadas por el odio que ahora me definía—. Solo necesito destruirte.

El salón volvió a llenarse con la tormenta de nuestras energías enfrentadas. Pero esta vez, con Laplace al mando, el fuego ardía con un propósito singular: consumirlo todo.