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Chapter 17 - Capítulo 17: El Dios de las Cenizas

Al final, la bruja no fue nada para mí. Incluso en su propio territorio, incluso después de haber vencido a la muerte, no era más que una hormiga bajo mi mirada. Estaba de pie en el centro del salón de la mansión abandonada, rodeado por runas sangrientas que antes brillaban con una intensidad amenazante, pero que ahora no eran más que garabatos intrascendentes.

El momento era perfecto. Yo era perfecto.

Bajo el peso de mi bota descansaba Lira, inconsciente y derrotada. Podría haberla dejado vivir, pero, aunque acabar con una hormiga parecía indigno de mí, tampoco me molestaba la idea de aplastar su patética existencia. Ella había desafiado el orden natural al regresar de entre los muertos, pero ahora estaba claro: nada podía superar mi poder.

"Ignis," escuché la voz de Aria a lo lejos. Era débil, pero estaba cargada de algo que no esperaba: preocupación. Por un instante, me detuve y miré hacia la entrada. Allí estaba ella, mi santa. La mujer destinada a ser mi testigo, mi igual, mi creación. Mi sonrisa se amplió al imaginarlo. Ella sería mía, no como una simple compañera, sino como el inicio de algo divino.

—Aria —dije, mi voz goteando una alegría frenética—. Qué bueno que estés aquí. Esto recién comienza.

Pero su respuesta no fue la que esperaba.

—Ignis, ¿estás... bien? —preguntó, su tono tembloroso, como si no pudiera reconocerme.

Por un instante, algo dentro de mí vaciló. El nombre Laplace resonó en mi mente como un eco lejano, un golpe seco contra las paredes de mi conciencia. Ignis... ¿Quién era Ignis? ¿Acaso ese nombre todavía significaba algo? Mi mente trató de aferrarse a algo familiar, algo real, pero la calidez del poder en mis venas lo apagó rápidamente. No importaba. No había lugar para la debilidad ahora.

—¿Bien? —respondí, burlándome—. Estoy más que bien. Estoy libre. Esto no es un problema, Aria, es la solución. Todo esto —hice un gesto amplio, señalando el salón destrozado— está bajo mi control. Yo decido. Yo soy el poder aquí.

Aria frunció el ceño, y la decepción en sus ojos fue como una daga que intentó hundirse en mi pecho. Pero yo era más fuerte que eso.

—Ignis… mírame. Por favor. Esto no eres tú. —Su voz se quebró en un susurro desesperado, y la luz divina chisporroteó en sus manos como un reflejo de su agitación.

Mi sonrisa se torció. "No soy yo," repetí en mi mente, burlándome de sus palabras. Por supuesto que no era el mismo. ¿Por qué querría serlo? Pero una parte de mí —un residuo débil, insignificante— quería responderle, extender una mano y calmar su miedo.

Lo ignoré.

—¿No lo entiendes, Aria? —mi tono se volvió gélido, cargado de un desprecio que no intenté ocultar—. Esto no tiene que ser así. Juntos podríamos ser algo más grande, algo divino. Piénsalo: podrías ser mi santa.

Ella negó con la cabeza, y la pena en sus ojos fue como un cuchillo directo a mi pecho.

—No, Ignis. Ellos no necesitan un dios. Necesitan esperanza. Y tú… —Aria tragó saliva, su voz temblando con una mezcla de rabia y tristeza— tú les estás robando eso.

Por un instante, algo en sus palabras hizo eco en mi interior. Algo pequeño, insignificante, pero imposible de ignorar. Esperanza. ¿Qué significaba esa palabra ahora?

Pero no tuve tiempo para reflexionar. Aria alzó las manos, y un destello de luz divina iluminó el salón, tan brillante que mis ojos ardieron por un momento. Cuando el resplandor se desvaneció, su figura estaba envuelta en un aura resplandeciente, y sus ojos, antes llenos de duda, ahora brillaban con determinación.

—Si Laplace te controla, entonces tendré que detenerte… aunque me cueste todo.

Mi risa resonó en el salón, profunda y cargada de un poder que sentí burbujear en mi pecho.

—Detenerme… —repetí, saboreando las palabras como un chiste privado. —Aria, ¿acaso no lo entiendes? No puedes detenerme. Pero si insistes…

Extendí mi mano, y las llamas comenzaron a arremolinarse a mi alrededor, devorando el suelo bajo mis pies. El aire se volvió pesado, cargado de calor y energía, mientras las cenizas flotaban como motas de polvo iluminadas por su luz divina.

—Muy bien, mi santa. Si quieres pelear contra un dios, yo seré quien te muestre cómo es caer ante uno.

El salón vibró con nuestras energías enfrentadas. Su luz cortaba el aire como un filo invisible, mientras mis llamas devoraban todo a su paso. Ambos sabíamos que no había vuelta atrás.

Con un grito, Aria desató una ráfaga de energía divina que se estrelló contra mi barrera de fuego. El impacto sacudió la mansión, enviando ondas de choque que hicieron crujir las paredes.

El momento se congeló. Un segundo de calma tensa antes de que la tormenta nos consumiera.

Y lo hizo