Aria
El aire se volvió cada vez más espeso, como si el mismo espacio intentara devorarnos. Cada respiración me costaba más, como si el oxígeno se hubiese vuelto denso, imposible de procesar. La luz cegadora que había iluminado la mansión desapareció, dejando un vacío inquietante, cargado de una energía pesada que me hizo sentir atrapada, como si las paredes mismas me estuvieran presionando.
Mis piernas, débiles por las heridas que me había causado en la batalla con los aldeanos, temblaban al dar cada paso. A pesar del cansancio, había algo más, una fuerza invisible que me impulsaba hacia adelante. Algo me decía que no podía rendirme.
Ignis estaba allí. Lo sentía, pero algo no estaba bien. Algo dentro de él había cambiado.
—Ignis... —susurré, mi voz apenas un murmullo que se perdía entre el sonido entrecortado de mi respiración.
El aire parecía vibrar alrededor mío. Cada paso que daba me acercaba más a la mansión, pero al mismo tiempo sentía que algo mucho más grande y oscuro lo envolvía todo, como una presencia que se cernía sobre nosotros.
Ignis – 15 Minutos Antes
La oscuridad era total. Mi visión estaba completamente bloqueada, pero mis sentidos permanecían alerta, desbordando energía. Las runas de la mansión me habían atrapado en este plano, un vacío donde la luz no existía. Todo estaba sumido en una negrura profunda, pero no estaba solo.
Lira estaba cerca. La podía sentir en cada rincón de este mundo sombrío. Su presencia se filtraba en el aire como un veneno, empapando todo a su paso.
—Esto confirma mis sospechas —dije, intentando calmar mi mente, aunque sabía que la situación era peligrosa.
—¿Ah, sí? ¿Y cuáles serían esas sospechas? —La voz de Lira resonó en mi mente, como un susurro al oído, cercana y burlona.
Giré hacia la dirección de su voz, pero no vi nada. La oscuridad no ofrecía respuestas, solo más confusión.
—Que eres una bruja peor que mi ex.
—Qué adorable… —respondió Lira con una risa burlona, materializándose frente a mí. Su figura era elegante, pero macabra, como un espectro más que una mujer. Sus ojos verdes brillaban con malicia. —Sinceramente, tu lengua afilada ya me está empezando a hartar.
—Eso es demasiado cruel para una bruja. —Repliqué con un tono fingido de dolor, buscando distraerla.
Un presentimiento inquietante me advertía que mi intento de distraerla no serviría de nada. Algo mucho más peligroso se estaba fraguando.
—Fuu... Sabes, en verdad esperaba que pudieras ayudarme con mi venganza. Después de todo, no somos tan diferentes. —El tono de Lira cambió, sonaba más dulce, casi confiable, como si su magia estuviera calándome, buscando hacerme bajar la guardia.
—Lo siento, Lira, pero no veo el parecido entre un guapo exorcista y una bruja revivida.
—Oh, pero Vorax me dijo que tú podrías ayudarme. —El nombre de Vorax me hizo tensarme. ¿Qué tenía que ver él en todo esto?
—¿Ustedes son amigos? —Pregunté, tratando de obtener más información mientras analizaba sus palabras.
—¿Celoso? —Lira se rió, pareciendo más alerta ante mi intento de sondearla.
—Supongamos que te ayudo, ¿cómo encajo yo en tus planes? —El pensamiento de que esta bruja estuviera utilizando a un pueblo entero me repugnaba, pero la mención de Vorax me hacía pensar que lo que estaba en juego aquí era mucho más grande.
—Tú no, Ignis... Laplace. —Con un gesto brusco de su mano, me lanzó al suelo con su energía verde.
El impacto me dejó sin aliento, el dolor punzando en mi pecho por la herida que me había causado antes. El calor de mi fuego interno creció como una respuesta, pero era insuficiente. La oscuridad absorbía todo a su alrededor.
—¿Esto es todo lo que tienes? —La burla en su voz me hirió aún más.
—Solo estoy calentando. —Respondí, mi furia a punto de estallar.
De repente, una garra de sombras rasgó mi espalda.
—¡Ahhh! —grité, cayendo de rodillas mientras la oscuridad seguía atacándome.
Lira avanzó hacia mí con una calma aterradora, materializando una lanza de energía verde.
—Esto es aburrido, Ignis. Hazlo más interesante.
La lanza se deshizo en un resplandor verde y atravesó mi pecho con una velocidad mortal. La sangre brotó de mi boca.
Me sentía... como una sombra de lo que era. Mi visión se nubló y sentí cómo Lira sostenía mi cabeza, lo que hizo que todo se rompiera dentro de mí.
Pude oír su risa victoriosa, una risa que resonó en mi interior como una infección, llenándome de odio. Quería callarla, acabar con ella, pero no era su risa... era mía.
—Ignis… —La voz de Lira me llamó, esta vez con una pizca de duda.
—Ja... ja... ja... ja, ja... —Mi risa resonó por el vacío, ahora no con angustia, sino con una liberación salvaje y frenética. Estaba perdiendo el control.
—¡Soy un Dios! —grité, mi cuerpo temblando mientras una energía ardiente llenaba mis venas. El fuego interno que antes había sido una chispa, ahora se convertía en un incendio incontrolable.
Lira retrocedió, confundida. Su rostro reflejaba una mezcla de miedo y sorpresa, pero pronto la sustituyó una sonrisa, una sonrisa que me irritó aún más.
—¿Laplace? —preguntó, la incredulidad marcando su voz.
—Cállate, bruja. —Mi voz era más baja, más grave, pero ¿era mía? No, algo mucho más oscuro y peligroso estaba tomando el control.
El cambio en mi tono la hizo retroceder, pero no lo suficiente. Podía ver sus ojos brillando con desesperación.
—Qué patético, ¿cómo te atreves a interrumpir mi alegría? —Las palabras salieron de mi boca llenas de odio. No podía soportar que esta mujer se atreviera a interrumpirme.
—Bienvenido, Laplace. —Se inclinó ante mí, pero poco me importaba.
La oscuridad, que antes parecía una presencia ajena, ahora se sentía como si tuviera voluntad propia. Las sombras parecían obedecer cada uno de mis gestos. Sentía que podía destruirlo todo a mi alrededor. Pero no solo eso.
Podía ver a las almas que Lira había estado utilizando. Las jóvenes atrapadas en su maldición luchaban por mantener su forma, pero yo las veía, las sentía.
Quería callarlas.
—Cállate, bruja. —Gruñí, envolviéndola en sombras. La energía de su magia comenzaba a desvanecerse, incapaz de resistir la fuerza que ahora controlaba.
—¡Ignis, detente! —gritó Lira, pero mi risa se convirtió en un rugido.
—No soy Ignis. —La energía a mi alrededor creció aún más, palpable, casi física.
—Ni tampoco Laplace. Soy tu muerte.
Mi cuerpo parecía moverse por pura voluntad, cada paso hacia ella un recordatorio de que su derrota era inevitable.
Aria
Cuando llegué al salón central, el aire estaba cargado con una energía densa. Todo en el ambiente parecía alterado, como si el mundo entero estuviera al borde de una explosión.
Vi a Ignis de pie, su cuerpo envuelto en sombras. Pero sus ojos… no eran los de Ignis. Eran oscuros, vacíos, llenos de algo aterrador.
—Ignis… —murmuré, avanzando hacia él, pero la figura que vi frente a mí no era la del hombre que conocía.
Él giró lentamente hacia mí, una sonrisa cruel y deshumanizada curvando sus labios.
—Aria. Qué bueno que estés aquí. Esto recién comienza.