—¡Aria, cuidado! —grité, mi voz desgarrada por la urgencia mientras veía al niño poseído abalanzarse con un cuchillo brillante en su mano pequeña.
Aria giró sobre sus talones, el sudor perlaba su frente. En un movimiento rápido, levantó una barrera de energía divina. El niño chocó contra ella, dejando caer el cuchillo, mientras sus ojos verdes resplandecían con una furia que no era suya. Detrás de él, la multitud avanzaba, como un mar embravecido, sus rostros inexpresivos deformados por el brillo esmeralda que los controlaba.
El caos nos rodeaba, pero nuestra incertidumbre inicial había cedido a la necesidad de actuar. Aria trabajaba sin descanso, separando a mujeres, ancianos y niños y confinándolos en su barrera. Cada destello de su energía divina iluminaba la calle, pero también revelaba su cansancio.
Por mi parte, estaba inmerso en un violento juego de supervivencia. Golpeé a un hombre que llevaba un martillo oxidado, enviándolo contra otros dos. Sus cuerpos cayeron pesadamente al suelo, pero antes de que pudiera respirar, un anciano armado con una pala me obligó a esquivar de nuevo.
—Creo que le estamos agarrando el ritmo —dije, tratando de inyectar algo de optimismo en medio del caos.
—Habla por ti —respondió Aria, jadeando mientras la barrera empezaba a parpadear—. ¡No sé cuánto más pueda sostener esto!
Miré la multitud, que parecía multiplicarse en cada instante, como si la voluntad de Lira los regenerara. Los ojos de los aldeanos eran pozos vacíos de humanidad. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que estábamos perdiendo.
—¡Ignis, tienes que ir con la bruja! —gritó Aria, su voz teñida de desesperación—. Yo intentaré contenerlos el mayor tiempo posible.
La propuesta era una locura, y ambos lo sabíamos. Cada fibra de mi ser gritaba que no podía dejarla sola. Pero Aria tenía razón: derrotar a la bruja era la única forma de terminar con esto.
—Está bien —murmuré con una mezcla de furia y resignación—. Pero si te pasa algo, te juro que te buscaré hasta en el más allá.
Aria sonrió débilmente, sus ojos cansados pero decididos.
—Hazlo rápido, Ignis.
La mansión al final de la calle parecía devorar la luz misma. Cada paso que daba hacia ella hacía que el mundo a mi alrededor se desvaneciera, dejándome solo con mis pensamientos y el eco de mis botas en el pavimento agrietado.
El aire se volvió más pesado, impregnado de un olor a tierra húmeda y algo metálico, como sangre oxidada. La mansión era un espectáculo de pesadilla: su fachada cubierta de hiedra negra que se retorcía como si tuviera vida propia. Las ventanas eran ojos oscuros que parecían observarme con malicia.
La puerta se abrió con un chirrido espeluznante, revelando un interior que parecía aún más siniestro. El suelo estaba cubierto de ceniza, y el aire estaba cargado con un zumbido bajo, como si el lugar estuviera vivo.
—Ah, Ignis… —La voz de Lira resonó desde todas las direcciones, un canto burlón que heló mi sangre—. Tan predecible. ¿Realmente crees que puedes salvar a tu pequeña amiga y derrotarme?
—Prefiero morir intentándolo que vivir sin hacer nada —respondí, mi tono cargado de rabia contenida mientras encendía una llama en mi mano.
—Qué heroico —rió Lira, y su figura apareció en el centro del salón. Flotaba sobre un círculo de energía verde, su cabello como sombras líquidas que caían en cascada. Sus ojos brillaban con una intensidad que eclipsaba la de los aldeanos.
El salón parecía respirar. Las paredes estaban cubiertas de símbolos oscuros que se retorcían como si estuvieran escritos con sangre viva. El zumbido en el aire se volvió más fuerte, resonando en mi cabeza como un tambor de guerra.
—¿Sabes? —dije, apretando los dientes mientras daba un paso adelante—. Si las llamas ya no te asustan, tal vez sea hora de que pruebes el fuego real.
Sin esperar su respuesta, lancé mi ataque, una llamarada que iluminó el salón con un resplandor anaranjado. Lira levantó una mano, y mi fuego fue absorbido por el círculo verde, desapareciendo como si nunca hubiera existido.
—Oh, Ignis… —susurró Lira, con una sonrisa que me hizo dudar por un instante—. ¿No te lo dije? No puedes quemar lo que ya ha sido consumido por las llamas.
Su risa resonó en mi mente, y de repente, el suelo bajo mis pies se desmoronó. Sentí que caía hacia la oscuridad mientras su voz se desvanecía en un eco.
La batalla apenas había comenzado.