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Chapter 6 - Capítulo 6: Ecos del Pasado

Fuu. El suspiro salió antes de que pudiera controlarlo, como si la tensión acumulada necesitara escapar. ¿Quién diría que, además de deudas, cargaría con esto? Los días pasaban, pero mi mente siempre regresaba al mismo lugar: la conversación con Vorax.

—¿Sigues pensando en ese devorador de pecados? —preguntó Aria, su voz interrumpiendo mi cavilación.

—¿Leer pensamientos es otro de tus poderes santos? —respondí sin mirarla, intentando sonar más relajado de lo que realmente estaba.

—Por supuesto, ¿por qué crees que no te dejo manejar mis ahorros?

La réplica me tomó por sorpresa. Mi intento de meterla en aquella "oportunidad de negocio" seguía siendo un tema recurrente.

—Hey, ese era un negocio seguro —protesté.

—Tan seguro que yo no perdí mi dinero —respondió con una sonrisa de satisfacción, una de esas pocas veces en las que lograba dejarme sin palabras.

Desvié la mirada hacia la ventana del autobús. Fuera, el paisaje era tan árido como mis intentos de justificarme: campos resecos, árboles inclinados por el viento, y un cielo gris que no prometía nada bueno.

Después de la charla con Vorax, Aria había decidido sacarme del Paraíso sin miramientos, justo cuando estaba cerrando un trato con una bailarina que... bueno, digamos que encajaba perfectamente en mi visión de retiro. Pero no. Aquí estábamos, rumbo a algún pueblo remoto, siguiendo órdenes de la Iglesia como siempre.

Cuando llegamos, el lugar era peor de lo que esperaba: calles de tierra, casas medio derruidas, y un aire que olía a abandono.

—Sabes, a veces pienso que no eres una Santa tan importante como dices ser —le solté a Aria mientras observábamos lo que íbamos a llamar hogar: un hostal a medio construir con techo de lámina y paredes que parecían hechas de cartón.

—La Iglesia no valora los bienes materiales —replicó, su tono tan solemne que casi me convenció.

—No pido una mansión, solo algo que no huela a... esto.

Aria rodó los ojos y dejó caer las maletas con un bufido.

—Para ser un exorcista renombrado, eres increíblemente quejumbroso —respondió imitando mi tono.

—Jódete —murmuré, alejándome en dirección al pueblo. Según los rumores, había una cantina cerca. Era lo único que podía salvar este día.

El interior de la cantina era un reflejo del pueblo: mesas sucias, una luz mortecina, y parroquianos que parecían más sombras que personas. Me dirigí al mostrador, pero algo en el rincón opuesto llamó mi atención.

Una figura encapuchada estaba sentada allí, inmóvil. Sus ojos brillaban con un fulgor extraño, casi sobrenatural.

—¿Nuevo en el pueblo? —preguntó el cantinero, arrastrando las palabras mientras limpiaba un vaso con un trapo desgastado.

—Lamentablemente. Dame lo más fuerte que tengas.

Él asintió, pero mi atención no se apartaba de la figura en el rincón. Había algo en su postura que me incomodaba, un aire de amenaza que parecía envolverla.

—Problemas ya —dijo Aria detrás de mí. Había llegado sin que me diera cuenta, cargando nuestras maletas y claramente molesta.

—Problemas no. Curiosidad tal vez. —Señalé discretamente hacia el rincón, pero para mi sorpresa, la figura ya no estaba.

Aria frunció el ceño, visiblemente alerta.

—¿Qué viste?

—Nada. O a nadie. —Mi respuesta sonó poco convincente incluso para mí.

El cantinero dejó la bebida frente a mí y bajó la voz:

—Si piensan quedarse aquí, tengan cuidado. Hay cosas que es mejor no ver... ni escuchar.