Después de la escalofriante advertencia del cantinero, decidí actuar como un niño asustado, rogándole a Aria que nos fuéramos de ese lugar. Mi actuación, según yo, era impecable; según ella, no tanto.
—Tu "pobre intento de actuación" —como lo llamó con un aire exasperado— no logró engañarla. Según Aria, solo buscaba una excusa para escapar del hostal miserable donde nos alojábamos. Tenía razón.
Así que aquí estoy, acostado en el sillón de mierda de nuestra recámara, mirando el techo de lámina que reflejaba la tenue luz lunar. Por otro lado, Aria dormía plácidamente en la cama, que aunque no era un colchón de primera, parecía infinitamente más cómoda que mi improvisado rincón. Tragué mi envidia, no porque fuera noble, sino porque sé que, de alguna manera, ella podría sentirla incluso dormida. No quería darle la satisfacción.
Intenté distraerme repasando los hechos. Según los informes, la iglesia local había solicitado nuestra ayuda para investigar varias desapariciones, en su mayoría jóvenes señoritas que salían a caminar de noche. Aunque no quería admitirlo, todo apuntaba a un ritual macabro. El cantinero sabía más de lo que decía, eso era seguro, y la figura sombría que vi en la cantina... bueno, también tenía algo que ver. O tal vez finalmente estaba desarrollando algún tipo de trastorno mental, y esa figura era simplemente una proyección de mi creciente paranoia. Curiosamente, esa idea me resultaba más atractiva que seguir arriesgando mi vida. Quizá incluso podría jubilarme temprano si fuera diagnosticado.
El ruido de la lámina vibrando por el viento me sacó de mis pensamientos. Me senté, tratando de no hacer ruido, y observé a Aria. Dormía profundamente, aunque algo en su expresión denotaba cansancio acumulado. "Qué irónico", pensé. Ella, con todo su aire de santidad, parecía tan agotada como yo. A veces olvidaba que detrás de toda esa rectitud, había alguien cargando sus propios demonios.
Suspiré y me levanté del sillón. El aire nocturno se filtraba por las grietas de la pared, trayendo consigo un frío que erizaba la piel. Caminé hacia la ventana y miré afuera. La calle estaba desierta, pero algo no se sentía bien. Era como si el silencio mismo ocultara un secreto, uno que no quería ser descubierto.
Entonces, lo vi. Una sombra. No era la figura sombría de la cantina, pero algo en su movimiento me hizo tensarme. Parecía humana, pero su andar era errático, como si luchara contra su propio cuerpo.
Sin pensarlo, tomé mi arma, un cuchillo bendecido que siempre mantenía cerca. Sabía que no debía salir sin despertar a Aria, pero la curiosidad y el instinto me ganaron. Abrí la puerta con cuidado y salí a la calle, sintiendo cómo el frío se intensificaba. Seguí a la sombra a una distancia prudente, mis pasos casi imperceptibles sobre el suelo terroso.
La sombra se detuvo frente a una vieja casa abandonada al final de la calle. El lugar estaba en ruinas, con ventanas rotas y paredes cubiertas de moho. "Genial", pensé. "Justo lo que me faltaba, una mansión embrujada en un pueblo olvidado."
De repente, la sombra se giró. No era humana. Sus ojos brillaban con un rojo antinatural, y su rostro estaba cubierto de cicatrices profundas, como si alguien hubiera intentado borrar su identidad. Mi cuerpo se tensó mientras la criatura me observaba fijamente, sus labios curvándose en una sonrisa antinatural.
—Sabía que vendrías —dijo, con una voz que sonaba como si proviniera de varias gargantas a la vez.
Retrocedí un paso, mi mano apretando el cuchillo. Antes de que pudiera reaccionar, la criatura desapareció en un parpadeo. El aire a mi alrededor se sintió más pesado, como si algo invisible estuviera presionándome.
—Ignis, ¿qué demonios haces afuera? —La voz de Aria me hizo dar un salto. Estaba de pie detrás de mí, con una expresión que mezclaba enojo y preocupación. Su cabello estaba desordenado, y llevaba su típica túnica, claramente lista para la acción.
—Había algo aquí... —intenté explicar, señalando hacia la casa abandonada.
—Lo único que hay aquí es tu estupidez. No vuelvas a salir sin mí —replicó, empujándome de vuelta hacia el hostal.
Mientras caminábamos, no podía sacarme de la cabeza la mirada de esa criatura. Algo me decía que esta misión sería diferente, y no en el buen sentido.