—¡Alex! —a toda velocidad, la pequeña Elize saltó sobre su hermano mientras él aún dormía—. ¡Vamos, despierta! ¡Es el gran día!
—Elize... —Alex intentó recuperar el aliento mientras empujaba suavemente a su hermana—. Un día de estos vas a matarme.
Hoy era un día importante: la prueba del maná, un rito que se realizaba a los doce años para determinar la cantidad, la afinidad y el tipo de energía mágica de cada individuo. Para Alex Hemingway, ese día había llegado. Cumplía doce años, y su destino, en este nuevo mundo, empezaría a definirse.
Después de calmar a su emocionada hermana, Alex se dirigió al comedor acompañado por ella, como ya era costumbre en las mañanas. Al llegar, encontró a sus padres sentados en la mesa, esperándolos con expresiones llenas de expectativa.
—Feliz cumpleaños querido.— felicitó Alissa con una sonrisa amorosa en su rostro. Alex le agradeció mientras se acercaba a la mesa.
—¿Y bien, Alex? ¿Ya decidiste a qué academia te unirás? —preguntó Enzo, observando a su hijo mientras tomaba asiento.
Aunque Enzo trataba de mantener su tono ligero y su rostro lleno de emoción, su corazón estaba cargado de frustración. Las probabilidades no estaban a favor de Alex.
Solo un 0.7% de las personas que intentaban manipular maná antes de los doce años lograban salir ilesas, y con cada informe de Archibald sobre el lento desarrollo de las bobinas mágicas de su hijo, esas esperanzas habían disminuido casi por completo.
—Oh, cierto... para ser mago se debe asistir a una academia tras la prueba, ¿no? —comentó Alex, su mirada perdida mientras jugaba con los cubiertos—. Creo que me gustaría ir a la academia Aeterclove. Después de todo, es la mejor del imperio.
—Bien dicho, querido Alex. Una buena ambición siempre te llevará lejos, —respondió Alissa con una sonrisa alentadora.
—Hmm... pero esa academia es muy selectiva con sus alumnos, ¿no es así? —Enzo se cruzó de brazos, su rostro adoptando un gesto pensativo.
—Vamos, cariño, —intervino Alissa, mirándolo con seguridad—. Alex será el mago más poderoso de su generación. Es nuestro hijo, después de todo.
Enzo dejó escapar una leve risa, cediendo ante la confianza de su esposa.
—Tienes razón, Ali. Muy bien, Alex, come rápido. La ceremonia comenzará dentro de una hora.
—¿Qué? ¿Tan pronto? —exclamó Alex, mirando a su padre con los ojos entrecerrados.
—Por supuesto. Toda la mansión está ansiosa por conocer el elemento de su joven señor, —respondió Enzo, mientras tomaba un sorbo de su té con una sonrisa tranquila.
Con un suspiro de resignación, Alex bajó la mirada hacia su plato y comenzó a desayunar en silencio. La emoción en el ambiente contrastaba con su propio nerviosismo, pero sabía que no podía dejarse arrastrar por las dudas. Hoy marcaría el comienzo de su camino, para bien o para mal.
Una hora más tarde, todo estaba listo para la ceremonia.
En cada mansión noble había una habitación especial donde el maná se concentraba en mayor cantidad. Estas cámaras, comúnmente utilizadas para fortalecer el núcleo mágico, eran esenciales para los nobles que buscaban perfeccionar sus habilidades mágicas. El proceso era simple: cuanto más utilizaba una persona su magia, más se fortalecían sus bobinas y núcleo con el tiempo. Incluso cuando alguien agotaba sus reservas, podía restaurarlas absorbiendo el maná de la naturaleza, aunque esa acción requería una gran concentración y disciplina.
Por ello, los nobles pasaban horas meditando en estas salas especiales. Salas conocidas como "Cámaras de Claridad", y en ese momento dicha sala estaba preparada para llevar a cabo la ceremonia más importante en la vida de un niño noble: la prueba de los doce años.
Alexander Hemingway estaba de pie frente a la puerta de la cámara, su corazón latiendo con fuerza mientras intentaba mentalizarse. El nerviosismo lo invadía, y no podía evitar que sus pensamientos vagaran hacia el pasado. Le preocupaba profundamente que sus bobinas estuvieran "defectuosas", una consecuencia de su curiosidad infantil que le había llevado a experimentar imprudentemente con magia cuando aún era demasiado joven.
En su vida anterior, Alexander había vivido con la sombra de la muerte siempre presente, incapaz de disfrutar todo lo que la vida ofrecía. En esta segunda oportunidad, se había prometido experimentar todo lo que no pudo antes. Sin embargo, su suerte parecía no haber cambiado mucho: a los dos años de su nueva vida, ya había comenzado a enfrentar obstáculos insuperables.
—Todo saldrá bien, —se dijo a sí mismo, respirando hondo—. Haré la prueba, mi elemento será el fuego, como siempre he deseado. Mis bobinas están perfectamente desarrolladas. No hay nada de qué preocuparse.
Con esa determinación, Alex empujó la puerta y entró a la cámara. Inmediatamente sintió la pureza del aire y una ligereza en su cuerpo que no había experimentado antes.
En el centro de la habitación estaban sus padres y Archibald, el mayordomo. Los tres rodeaban una esfera mágica que brillaba tenuemente. Alex avanzó lentamente y se posicionó en el único espacio libre frente a la esfera, con sus padres a ambos lados y Archibald directamente frente a él.
—¿Estás listo, hijo? —preguntó Enzo, su voz seria y su rostro mostrando una preocupación poco habitual. Rara vez llamaba "hijo" a Alexander, y solo lo hacía en momentos de verdadero peso emocional.
—Sí, —respondió Alex con firmeza, aunque su interior temblaba.
—Bien, joven amo. Por favor, coloque una de sus manos sobre la esfera mágica, —instruyó Archibald mientras sus propias manos se rodeaban de un aura amarilla que resonaba suavemente alrededor de la esfera, sin tocarla.
Alex obedeció y colocó su mano izquierda sobre la superficie de cristal.
Por un instante, nada sucedió. Luego, la esfera comenzó a iluminarse, su brillo aumentando hasta que un resplandor blanco cegador llenó toda la cámara. Los tres adultos intercambiaron miradas de asombro; jamás habían visto una reacción tan intensa.
Alex sintió un extraño calor recorriendo sus "venas mágicas", como si su maná estuviera reaccionando de manera inusual. Finalmente, el brillo comenzó a disminuir hasta que la esfera recuperó su aspecto normal.
Archibald se inclinó hacia la esfera para leer los resultados, pero su rostro se ensombreció.
—¿Y bien? ¿Qué dice? —preguntó Enzo con urgencia.
Archibald miró a Alex con una expresión llena de pena antes de dirigir sus palabras a Enzo.
—Núcleo de Iniciado. Ningún elemento filtrado.
El silencio que siguió fue casi insoportable. La única interrupción vino de los sollozos de Alissa, quien no pudo contener las lágrimas al escuchar las palabras de Archibald.
Alex, inmóvil, seguía mirando la esfera, como si esperara que los resultados cambiaran mágicamente.
—Lo siento mucho, mis señores, —dijo Archibald, su voz cargada de compasión.
Enzo, con un hilo de esperanza, insistió:
—Archibald, ¿qué fue esa luz tan intensa? ¿Es posible que mi hijo sea un caso especial? ¿Quizás haya alguna oportunidad?
Archibald suspiró profundamente antes de explicar:
—El joven amo tiene sus bobinas mágicas completamente desarrolladas, pero están defectuosas, probablemente debido al incidente de su infancia. Aunque sus bobinas pueden transferir energía mágica, no filtran el maná. Esto significa que el maná puro corre por sus venas mágicas sin transformarse en ningún elemento. Por eso la luz fue tan intensa: es maná puro, sin filtrar. Sin embargo, sin esta filtración, será imposible manipular la magia.
Enzo apretó los puños con tanta fuerza que sus manos comenzaron a sangrar.
Alex, al escuchar las palabras de Archibald, sintió cómo toda esperanza se desmoronaba. Lágrimas silenciosas comenzaron a rodar por sus mejillas. Su segunda vida, la oportunidad que tanto había anhelado, ya estaba arruinada. Ser incapaz de manipular magia no era solo un defecto, sino una condena social. En este mundo, un ser sin magia era poco más que un renegado, alguien despreciado y considerado una aberración.
"¿Qué sentido tiene la vida?" pensó Alex. "Dos vidas y ambas llenas de desgracias. Tal vez en una próxima oportunidad me vaya mejor... si es que existe una tercera."
Alissa, notando el vacío en los ojos ámbar de su hijo, no perdió un segundo. Lo envolvió en un abrazo cálido y protector, lleno de amor maternal.
—Siempre serás mi hijo, pase lo que pase, —le susurró con ternura—. No hay nada en este mundo ni en cualquier otro que pueda eliminar mi amor por ti.
En los brazos de su madre, Alex sintió un calor reconfortante en su pecho. Por primera vez en mucho tiempo, permitió que sus emociones reprimidas fluyeran. Rompió en llanto, dejando salir toda la frustración y el dolor que había acumulado.
—Todo estará bien, mi pequeño, —repetía Alissa mientras acariciaba su cabello, consolándolo con una calidez inquebrantable.
En ese momento, por más oscura que pareciera su situación, Alex encontró algo de paz en el amor incondicional de su madre.