En un mundo donde la magia es el pilar de la sociedad, vivir sin ella no es solo difícil, es una condena. No se trata únicamente de ladrones y asesinos que utilizan su poder para cometer atrocidades, sino también de las feroces bestias mágicas que acechan en la oscuridad, listas para devorar a cualquier desafortunado incapaz de defenderse.
Por esta razón, a pesar de no poder invocar un elemento, Alex Hemingway se ha dedicado durante los últimos dos años a entrenar su cuerpo y sus habilidades con la espada bajo la guía de su padre. Este arduo entrenamiento no busca grandeza, solo una chispa de esperanza, un mínimo incremento en sus posibilidades de supervivencia en un mundo hostil.
Con solo catorce años, Alex ya posee un cuerpo definido gracias a su disciplina y esfuerzo. Su cabello negro rebelde y sus ojos ámbar, herencia de su madre, le dan un aire atractivo y único. Como hijo de un Conde, lo habitual sería que su familia organizara un matrimonio ventajoso con otra casa noble, consolidando poder y alianzas.
Sin embargo, el destino de Alex está lejos de ser convencional. Aunque la familia Hemingway ha recibido varias propuestas de matrimonio, todas han sido rechazadas. El motivo es claro: Alex es un "defectuoso", un "amorfo", alguien incapaz de manipular magia. En una sociedad donde la magia define el valor de una persona, su condición lo convierte en una aberración.
Este secreto ha sido cuidadosamente guardado. Si el reino descubriera que el heredero de los Hemingway carece de la capacidad de usar magia, no solo sería desterrado del Imperio; es probable que pagara con su vida.
En este momento, Alex y su padre, Enzo Hemingway, están en el campo de entrenamiento, inmersos en un combate amistoso.
—Bien, Alex, veamos cuánto has mejorado, —dijo Enzo con una sonrisa confiada, levantando su espada de madera.
Sin decir una palabra, Alex se lanzó hacia su padre con una velocidad impresionante.
—¡Wow, qué rápido! —exclamó Elize, observando el combate junto a su madre, Alissa.
Enzo bloqueó el ataque inicial con su espada, pero Alex, anticipando la defensa, intentó derribar a su padre con una patada baja. Sin embargo, Enzo esquivó fácilmente con un salto ágil. Aprovechando el impulso, Alex giró en el aire y lanzó una segunda patada dirigida al costado derecho de su padre. Esta vez, Enzo no pudo esquivarla y tuvo que bloquearla con su antebrazo. El impacto fue tan fuerte que lo envió volando varios metros hacia atrás.
Alissa, mirando desde la distancia, sonrió con nostalgia.
—"A pesar de no poder usar maná, su fuerza bruta es increíble. Tal palo, tal astilla," —pensó, viendo en Alex una imagen de un joven Enzo.
Alex sabía que su padre seguía siendo mucho más fuerte que él, así que no podía darle la oportunidad de contraatacar. Antes de que Enzo pudiera recuperar la compostura, Alex cargó de nuevo, confiando únicamente en su velocidad.
—Has mejorado bastante, Alex, pero aún dejas demasiados flancos desprotegidos, —advirtió Enzo, con un tono tranquilo.
Alex lanzó un golpe directo con su espada, pero no encontró resistencia. En un parpadeo, Enzo había desaparecido de su vista. Rápidamente giró sobre sí mismo y logró bloquear un ataque que venía por la espalda. Aunque sintió el impacto en su espada, su padre no estaba allí.
—"Maldición, es demasiado rápido," —pensó Alex, buscando desesperadamente con la mirada.
—Concéntrate, Alex, —la voz de Enzo resonó a su alrededor—. No confíes solo en tus ojos. Usa tus otros sentidos. Escucha mis pasos, mi respiración. Siente cómo el aire cambia con mis movimientos.
Alex cerró los ojos y tomó una respiración profunda, relajando su cuerpo. Lentamente, comenzó a agudizar sus sentidos. En unos segundos, no solo pudo sentir los movimientos de su padre, sino también seguirlos con la mirada.
Enzo, notando el cambio en la postura de su hijo, sonrió con orgullo. Alex ya no buscaba desesperadamente, ahora lo estaba enfrentando con determinación.
Cuando Enzo lanzó su próximo ataque, Alex giró su cuerpo 90 grados, esquivando por completo el golpe. Vio la espada de su padre pasar frente a su rostro e impactar en el suelo. Aprovechando la oportunidad, pisó el arma de Enzo y lanzó un ataque directo.
Enzo, sin opciones, soltó su espada y retrocedió para evitar el impacto.
—Buen trabajo, Alex. Me rindo, —dijo Enzo, levantando las manos en señal de derrota. A pesar de admitir su pérdida, no podría estar más orgulloso.
Alex, respirando con dificultad, se dejó caer al suelo mientras el cansancio lo alcanzaba.
—¡Agh! Aún así, no pude dar un golpe definitivo, —se lamentó, frustrado.
Enzo se acercó y le ofreció la mano para ayudarlo a levantarse.
—Yo no diría eso. Lograste desarmarme. En un combate real, eso podría haberte dado la ventaja, y en algunos casos, la victoria. Diría que, en fuerza y velocidad, estás al nivel de una runa de etapa media, —comentó Enzo con una sonrisa.
Alex se levantó con la ayuda de su padre, todavía sintiendo el ardor en sus músculos por el esfuerzo. Aunque estaba cansado, la satisfacción de haber arrancado un reconocimiento de su padre lo hacía olvidar el dolor.
Antes de que pudiera responder, un par de brazos lo envolvieron inesperadamente en un fuerte abrazo.
—¡Bien hecho, mi pequeño! Te estás volviendo tan fuerte, —dijo Alissa, presionándolo contra ella con tanto entusiasmo que Alex comenzó a luchar por respirar.
—Querida, creo que nuestro hijo necesita aire, —comentó Enzo con una sonrisa nerviosa, viendo cómo Alex comenzaba a ponerse morado.
—Está bien, solo estoy mostrando un poco de amor maternal, —respondió Alissa, soltándolo con reticencia.
Alex apenas tuvo tiempo de recuperar el aliento antes de que su hermana Elize, con un grito emocionado, se lanzara sobre él, derribándolo nuevamente al suelo.
—¡Alex! ¡Eres increíble! ¡Te movías tan rápido como papá! —exclamó la niña, sentada sobre él con una sonrisa radiante.
—Sí, sí, soy increíble, pero también me estoy quedando sin aire otra vez, Elize, —bromeó Alex, sacudiéndola suavemente para que lo dejara levantarse.
—A veces siento que soy el hombre menos querido de esta familia, —murmuró Enzo, cruzándose de brazos mientras observaba a su esposa e hija peleándose por abrazar a Alex.
Luego, su expresión cambió.
—Por cierto, Alex, creo que ya es hora de que compres tu propia espada.
Elize se detuvo en seco, y Alex se incorporó rápidamente, su rostro iluminándose de emoción.
—¿¡En serio!? —preguntó, casi saltando de la emoción. Tener una espada propia era más que un simple regalo: era un símbolo de madurez y responsabilidad entre los nobles.
En la sociedad noble del Imperio, portar una espada es mucho más que un simple acto simbólico. Es una tradición profundamente arraigada que representa madurez, responsabilidad y estatus. Una espada no solo es un arma; es un emblema que define el lugar de un noble en la jerarquía social y marca su entrada en la adultez.
Desde generaciones pasadas, los nobles han considerado las espadas como una extensión de su identidad. Cada familia tiene su propia manera de otorgarlas, pero la tradición más común dicta que un hijo noble debe obtener su espada una vez que su padre lo considere preparado. Esta preparación no siempre se mide por la habilidad en combate, sino también por la capacidad de asumir responsabilidades como representante de su linaje.
El diseño y la procedencia de la espada también son de gran importancia. Las familias más ricas y poderosas, como la familia imperial o las familias ducales, suelen portar espadas lujosas y ornamentadas, hechas con los materiales más raros y forjadas por los mejores artesanos del reino. Estas piezas no solo muestran riqueza, sino también prestigio. Por otro lado, los nobles guerreros, como los Hemingway, valoran más la funcionalidad y la fuerza que el lujo.
Tradicionalmente, a los jóvenes nobles se les requiere explorar mazmorras de bajo nivel como un rito de paso para recolectar materiales con los que forjar una espada. Un proceso que simboliza esfuerzo, dedicación y autoconfianza. Sin embargo, algunas familias optan por comprar espadas ya forjadas para sus hijos, ya sea como muestra de riqueza o para evitar riesgos innecesarios.
En el caso de Alex Hemingway, su condición de "amorfo" lo excluye de los estándares tradicionales, ya que no puede avanzar a los niveles mágicos requeridos para entrar siquiera a la mazmorra de más bajo nivel. Aun así, su padre, Enzo, ha decidido que Alex debe portar una espada. Más que un arma, será una declaración: Alex es un Hemingway, un noble que puede valerse por sí mismo. Es un acto que no solo honra a su hijo, sino que también desafía las normas de una sociedad que desprecia a los incapaces de usar magia.
—Por supuesto. Considero que ya estás listo. Ve a darte un baño; iremos al mercado comercial esta tarde.
Alex no esperó a que se lo repitieran. En un instante, corrió hacia la mansión, dejando una nube de polvo a su paso.
—Ha mejorado mucho, ¿no crees? —comentó Alissa, observando cómo su hijo desaparecía entre los pasillos.
Enzo asintió, su mirada perdiéndose por un momento.
—Sí, quizás incluso más de lo que imaginamos. Su nivel de afinidad podría ser la clave...
~Dos años antes~
Después de la prueba fallida de Alex, Archibald se había acercado a Enzo con un rostro serio.
—Mi señor, no lo mencioné durante la ceremonia para no desalentar aún más al joven amo, pero... su nivel de afinidad es ocho.
Las palabras golpearon a Enzo como un martillo. La afinidad de Alex, el potencial natural para manejar magia, estaba entre los niveles más altos registrados, solo superado por los fundadores del Imperio.
—Maldita sea... —murmuró Enzo, apretando los puños. "¿Cómo puede alguien con un potencial tan extraordinario estar atrapado en un cuerpo que no puede filtrar maná?"
~Actualidad~
—Si tan solo hubiera estado más atento... —murmuró Enzo, su expresión ensombrecida.
—Cariño, ya hablamos de esto, —respondió Alissa, colocando suavemente una mano en su hombro—. No podías haber previsto lo que pasó. Ninguno de nosotros podría haber imaginado que un niño de dos años intentaría leer un grimorio.
—Pero aún así... Si hubiera sido más cuidadoso, si hubiera supervisado mejor...
Antes de que pudiera continuar, Alissa lo interrumpió envolviéndolo en un abrazo cálido.
—Deja de castigarte por algo que no puedes cambiar. Alex está creciendo fuerte y saludable, y eso es gracias a ti. En lugar de pensar en lo que no pudiste evitar, concéntrate en lo que aún puedes hacer por él.
Enzo suspiró, sintiendo cómo su esposa aliviaba parte de la carga que llevaba.
—Tienes razón. Es un chico fuerte. Puede que no sea un mago, pero tiene un futuro brillante si seguimos apoyándolo.
—Y lo haremos, juntos, —respondió Alissa con una sonrisa.
Mientras tanto...
—¡Lydia! —gritó Alex mientras corría por los pasillos de la mansión.
Una joven criada de 19 años de edad con cabello castaño y ojos verdes, que estaba organizando las sábanas en uno de los salones, se sobresaltó al escuchar su nombre.
—¡Ah, joven amo! No me asuste así, —respondió Lydia, colocando las manos sobre su pecho mientras lo miraba con un puchero.
—¡Lo siento, Lydia! Pero tengo grandes noticias: ¡padre me comprará una espada!
—¿¡En serio!? —preguntó Lydia, emocionada—. Entonces tenemos que arreglarlo de inmediato, joven amo. No puede ir al mercado con la cara llena de polvo y la ropa hecha un desastre.
Lydia era más que una simple sirvienta para Alex. Desde que había sido asignada como su criada personal, tras la fallida ceremonia del núcleo mágico, Lydia se había convertido en una figura constante en su vida. Aunque oficialmente debía encargarse de asistirlo en sus necesidades diarias, con el tiempo había asumido un papel más profundo, casi como el de una hermana mayor.
Siempre dispuesta a animarlo y ofrecerle palabras de apoyo, Lydia entendía mejor que nadie lo que Alex había atravesado. Sabía que detrás de su actitud determinada y su esfuerzo en los entrenamientos, había un joven que cargaba con un peso que pocos podían imaginar. Por eso, no solo lo cuidaba como parte de sus deberes, sino que lo protegía y alentaba como alguien que lo veía más allá de sus limitaciones.
Alex, por su parte, sentía una confianza absoluta en ella. Aunque a veces refunfuñaba por lo mandona que podía ser, sabía que Lydia siempre estaba de su lado. La veía como una amiga y una confidente, alguien con quien podía relajarse y ser simplemente él mismo, sin preocuparse por las expectativas que la sociedad tenía de un noble. Su relación iba más allá de la formalidad, cimentada en un genuino aprecio mutuo.
—No se preocupe, lo arreglaremos enseguida. Vamos, déjeme prepararle un baño, —dijo Lydia con determinación, dejando las sábanas a un lado y tomando la delantera hacia los baños.
En pocos minutos, todo estaba listo. Lydia se aseguró de que el agua estuviera a la temperatura perfecta y dejó una toalla limpia junto a un set de ropa fresca.
—Bien, joven amo, todo listo. Por favor, tómese su tiempo, pero no tarde demasiado. ¡No queremos que su padre lo deje! —dijo Lydia con un guiño antes de salir para darle privacidad.
Mientras Alex se sumergía en el agua, dejó escapar un suspiro largo. Su cuerpo se relajaba después del agotador combate con su padre, pero su mente estaba llena de emoción. "Por fin tendré mi propia espada... mi propio emblema."
Cuando salió del baño, encontró a Lydia esperando afuera con la ropa lista.
—Perfecto, joven amo. Ahora vamos a peinar ese cabello rebelde, no puede presentarse en el mercado así, —bromeó mientras lo sentaba en una silla.
—Lydia, no soy un niño, —protestó Alex, aunque se quedó quieto mientras ella ordenaba su desordenado cabello negro.
—Tal vez no sea un niño, pero sigue siendo mi responsabilidad. No me vaya a hacer quedar mal delante de todos, —respondió Lydia, su tono ligero pero cariñoso.
Una vez que estuvo listo, Alex se levantó de la silla y se dirigió a la puerta principal con una sonrisa en el rostro. Antes de salir, se giró hacia Lydia.
—Gracias, Lydia. Prometo traerte algo del mercado.
—Oh, joven amo, no es necesario. Solo haga que su padre se sienta orgulloso, eso será suficiente para mí, —respondió Lydia, con una sonrisa cálida.
Pero Alex ya había salido corriendo, sin dejarle tiempo para rechazar su oferta.
Lydia suspiró mientras lo veía desaparecer por los pasillos.
—Es un torbellino... pero un torbellino encantador, —murmuró con una sonrisa cálida antes de suspirar al notar algo—. ¡Ah, las sábanas!