(3ra persona POV)
15 de Ventaris, año 2118 del calendario Selara
Alex se encontraba en el campo de entrenamiento, inmerso en su práctica diaria de esgrima. Cada movimiento era fluido y preciso, una danza que reflejaba años de disciplina y esfuerzo. Desde que recibió su espada, su emblema como heredero, su padre había decidido que era momento de introducirlo a la sociedad noble. Aunque la decisión estaba llena de dudas y preocupaciones, Enzo sabía que no podía mantener a Alex oculto para siempre. I Después de todo, nadie podía descubrir su condición con solo mirarlo; revelar su incapacidad para usar magia requeriría un análisis con una esfera de maná, y eso solo podía suceder si Alex transfería voluntariamente su energía a la esfera.
Aún así, Alex no podía evitar sentirse nervioso. Desde que tenía uso de razón, había tomado clases de etiqueta y su madre le había enseñado a bailar, pero el evento que se aproximaba era diferente. En tres días asistiría a su primera reunión oficial como noble: el cumpleaños de la princesa del Ducado Silver. Si eso no fuera suficiente para ponerlo en tensión, sabía que la familia Hemingway estaba directamente bajo la jurisdicción de los Silver, y su padre era reconocido como uno de los mejores guerreros del ducado. Incluso era solicitado con frecuencia para entrenar a los soldados del ejército ducal. Rechazar una invitación de la familia Silver era impensable, un acto que ningún noble con sentido común cometería.
A pesar de su nerviosismo, los movimientos de Alex eran una muestra de su dedicación. Con los ojos cerrados, su cuerpo fluía como si fuera parte de la naturaleza misma: un río que serpenteaba suavemente, un viento que acariciaba los árboles. Su respiración era pausada, constante, mientras su mente recreaba una batalla imaginaria. Después de un momento, se detuvo, inhaló profundamente, y exhaló todo el aire en sus pulmones antes de continuar con su elegante danza.
—Cada día te mueves mejor, querido, —comentó Alissa mientras caminaba hacia él, interrumpiendo sus movimientos.
Alex abrió los ojos y se giró hacia su madre, quien lo miraba con una mezcla de orgullo y ternura.
—¿Qué tal si en vez de imaginarte una batalla pruebas tus habilidades con algo físico? —dijo con una sonrisa juguetona, al tiempo que un círculo mágico de una runa aparecía frente a ella.
Un golem de piedra, del tamaño aproximado de Alex, emergió lentamente del círculo, sus movimientos pesados resonando en el suelo.
—Gracias, mamá. Ya estaba ansiando una verdadera batalla, —respondió Alex, con un brillo de emoción en los ojos. Pero entonces, miró la espada de madera en sus manos y luego al imponente oponente de roca frente a él.
—Alex, atrapa, —dijo Alissa con calma mientras le lanzaba una espada de piedra.
Alex atrapó el arma en el aire y rápidamente se colocó en posición de combate, listo para el desafío.
El golem guerrero no perdió tiempo. Con un movimiento sorprendentemente ágil, se impulsó hacia Alex, atacando con su espada. Alex bloqueó el ataque con rapidez y, aprovechando su velocidad, se posicionó detrás del golem para contraatacar. Sin embargo, un repentino instinto lo hizo saltar hacia atrás justo a tiempo para esquivar una lluvia de piedras que impactaron el lugar donde estaba parado.
Volteó rápidamente y vio que un segundo golem, esta vez armado con un arco de piedra, había aparecido.
—No creo que un solo golem sea suficiente para ti, querido, —comentó Alissa con una sonrisa confiada—. Ahora, ¿cómo te las arreglarás contra dos oponentes con estilos diferentes?
Alex analizó la situación rápidamente.
"Primero tengo que destruir al arquero. Será un problema si sigue atacándome mientras peleo con el guerrero."
Con esa estrategia en mente, se lanzó a toda velocidad hacia el golem arquero. Sin embargo, el guerrero se interpuso en su camino, bloqueando su avance con una serie de ataques. Alex esquivó y desvió los golpes con precisión, pero el arquero aprovechó la distracción para dispararle más piedras afiladas.
Con una patada bien dirigida, Alex alejó al guerrero y usó su espada para desviar el ataque del arquero. Sin perder tiempo, lanzó su espada directamente hacia el arquero, destruyéndolo en el acto.
Pero antes de que pudiera reaccionar, el golem guerrero aprovechó su desventaja y se abalanzó sobre él, blandiendo su arma con fuerza. Alex, desarmado, giró sobre sí mismo para esquivar el golpe y, con movimientos rápidos, desarmó al golem utilizando su propia fuerza contra él. En un instante, tomó la espada del guerrero y la usó para destruirlo con un golpe certero.
Alissa observó toda la escena con una sonrisa de satisfacción. Amaba profundamente a su hijo, y no podía sentirse más orgullosa de su progreso.
—Bien hecho, Alex, —dijo mientras aplaudía suavemente. Sin embargo, antes de que pudiera continuar, una voz familiar resonó en el campo de entrenamiento.
—Buen trabajo, Alex, —dijo Enzo mientras se acercaba al lugar. Su tono era serio, pero había una clara nota de aprobación en sus palabras—. Sin embargo, soltar tu arma fue una decisión irresponsable. Fue ingenioso, pero ¿qué habrías hecho si tu oponente fuera más hábil con la espada? ¿O si hubieran sido dos golems en lugar de uno?
Alex asintió, escuchando atentamente a su padre.
—Por ejemplo, si hubieras prestado atención, habrías notado que el golem arquero no parecía preocuparse por si sus ataques impactaban a su compañero. Podrías haber usado esa debilidad a tu favor.
Enzo se detuvo frente a su hijo, colocó una mano sobre su cabeza y la acarició con ternura.
—Aun así, has mejorado mucho. Estoy orgulloso de ti, Alex. Sigue trabajando así.
Alex sintió una calidez reconfortante en el gesto de su padre. Aunque las críticas eran válidas, no podía evitar sentirse animado por sus palabras. Su camino apenas comenzaba, pero cada día se acercaba más a convertirse en alguien digno del apellido Hemingway.
Alissa se lanzó hacia Alex, envolviéndolo en un cálido abrazo maternal.
—Estoy tan orgullosa de ti, cariño, —dijo con una voz dulce, sosteniéndolo con fuerza entre sus brazos.
—Gracias, mamá, —respondió Alex, dejando escapar una sonrisa tímida mientras correspondía el abrazo.
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Tres días después, el tan esperado momento había llegado. La mansión Hemingway era un torbellino de actividad mientras los sirvientes se apresuraban a preparar a Alex para el evento. Lydia, con su entusiasmo habitual, supervisaba cada detalle del proceso.
—Joven amo, ¿qué le parece este atuendo? —preguntó uno de los sirvientes, sosteniendo un elegante traje azul con detalles blancos.
—No, ese no servirá, —exclamó Lydia, apartando el traje con un movimiento firme—. Este es el atuendo que debe usar el joven amo. El color gris plateado con detalles negros y dorados combina perfectamente con los ojos de la familia Silver, —dijo mientras levantaba un traje que irradiaba sofisticación.
El atuendo estaba meticulosamente diseñado: una chaqueta gris plateada con detalles en negro que resaltaban su figura, acentuada con bordados dorados en las mangas y el pecho. Los pantalones negros completaban el conjunto, y la capa gris claro con bordes dorados aportaba el toque final de nobleza.
—Además, combina a la perfección con su espada, joven amo, —añadió Lydia con orgullo mientras sostenía el traje frente a él.
En lugar de una respuesta, Alex estaba completamente aturdido. Sus ojos se encontraban en blanco, y parecía que su alma escapaba lentamente de su cuerpo.
—Esto es demasiado, —murmuró para sí mismo, incapaz de ocultar su incomodidad.
Ignorando su expresión de derrota, Lydia continuó organizando al equipo de sirvientes.
—Bien, chicos, este será el traje del joven amo. Cynthia, busca unas joyas que hagan juego con el atuendo. Rafaello, trae los zapatos adecuados. Eve, ayúdame a vestirlo, —dijo con un tono autoritario que no dejaba lugar a objeciones.
Los sirvientes se movieron con entusiasmo, visiblemente emocionados por estar preparando al joven heredero para su primer evento noble. Alex, en cambio, permanecía inmóvil, resignado a su destino.
Unos minutos después, el trabajo estaba hecho. Los sirvientes se apartaron para admirar su obra maestra, y sus rostros se iluminaron con orgullo. Lydia, en particular, parecía a punto de llorar de emoción.
—Oh, joven amo, cuánto ha crecido. Es todo un caballero ahora, —comentó cómicamente mientras se limpiaba una lágrima con su pañuelo.
Alex entrecerró los ojos, dejando escapar un suspiro.
—Lydia... cuando regrese de esta fiesta, harás mi rutina de ejercicios junto a mí, —dijo en un tono amenazador, aunque una leve sonrisa traicionaba su intento de ser serio.
Lydia retrocedió ligeramente, simulando no haber escuchado.
—E-en fin, joven amo, ya es hora de que se marche. No querrá llegar tarde, —apresuró mientras lo empujaba suavemente hacia la salida.
Alex, resignado pero impecablemente vestido, caminó hacia la entrada de la mansión, donde su padre ya lo esperaba.
—Te ves bien, Alex. Lydia hizo un excelente trabajo, —comentó Enzo con una sonrisa de aprobación mientras examinaba a su hijo.
—Gracias, padre. Tú tampoco luces nada mal. ¿Dónde están mamá y Elize?
—Deberían estar por venir, —respondió Enzo. Como si sus palabras fueran proféticas, Alissa y Elize comenzaron a bajar las escaleras en ese momento.
Alex quedó momentáneamente sin palabras al verlas. Su madre, con un vestido de un azul profundo adornado con detalles plateados, caminaba con una elegancia natural. Su pequeña hermana, por otro lado, lucía un vestido rosado claro que complementaba perfectamente su energía alegre.
"Mi familia realmente es hermosa," pensó Alex mientras las observaba.
—Están hermosas, —dijo Enzo mientras se acercaba a Alissa y le plantaba un beso en los labios.
—Hermano, ¿qué te parece? ¿Estoy hermosa? —preguntó Elize con una mezcla de timidez y emoción, girando sobre sí misma para mostrarle su vestido.
Alex sonrió cálidamente y acarició la cabeza de su hermana con ternura.
—Estás hermosa, Elize. Muy hermosa, —respondió con sinceridad.
Elize rió alegremente, disfrutando de las palabras y el cariño de su hermano.
—Bien, es hora de partir, —anunció Enzo—. No queremos llegar tarde.
La familia Hemingway se dirigió al carruaje, listos para enfrentar lo que prometía ser una noche inolvidable.
Casi dos horas después, el carruaje de los Hemingway llegó al majestuoso Palacio Silver. Los caballeros en la entrada inspeccionaron cuidadosamente el carruaje, como era costumbre, pero bastó con que Enzo les mostrara su emblema y la carta de invitación para que sus expresiones se suavizaran.
—La familia Silver les da la bienvenida al palacio. Es un honor recibir a la familia Hemingway, —dijo uno de los caballeros, inclinando la cabeza con respeto mientras les permitía la entrada.
El Palacio Silver era una verdadera joya arquitectónica, un reflejo vivo del legado de las familias fundadoras. Desde los imponentes edificios decorados con detalles plateados hasta los jardines meticulosamente cuidados, cada rincón exudaba elegancia y grandeza. El aura de nobleza impregnaba el aire, recordando a todos los visitantes que este lugar era el corazón del Ducado Silver.
El carruaje de los Hemingway finalmente se detuvo frente a la entrada principal del palacio. El primero en bajar fue Elize, que miraba a su alrededor con los ojos brillando de emoción. Alex la siguió, con una mezcla de curiosidad y nerviosismo. Luego fue Alissa, quien bajó con la gracia natural de una dama noble, y por último Enzo, cuya imponente presencia no pasaba desapercibida. Juntos formaban una familia que no solo irradiaba belleza, sino también un porte digno de la aristocracia.
Mientras los Hemingway se acercaban a la entrada, un joven de unos 17 años, vestido con ropas formales y elegantes, los esperaba. Su cabello negro y ojos plateados, característicos de la familia Silver, dejaban en claro su linaje.
—La familia Silver les agradece por honrarnos con su presencia en el decimocuarto cumpleaños de su alteza, —dijo el joven, inclinándose en una reverencia cortés.
—La familia Hemingway presenta sus respetos a la familia ducal, —respondió Enzo con una reverencia igualmente formal, gesto que Alissa, Alex y Elize replicaron al unísono. En los círculos nobles, era tradición mostrar respeto a las familias ducales o reales mediante esta cortesía.
—Nuestro mayordomo los guiará al salón donde se llevará a cabo el evento. Esperamos que disfruten la velada, —añadió el joven con una sonrisa diplomática, antes de despedirse con elegancia.
Un mayordomo de aspecto impecable se acercó a los Hemingway y, con un gesto respetuoso, les indicó que lo siguieran. Mientras caminaban, Alex no pudo evitar observar los detalles del palacio: los relieves dorados en las paredes, los candelabros de cristal que colgaban del techo, y las obras de arte que decoraban los pasillos. Todo era un recordatorio palpable del poder y la influencia de la familia Silver.
El salón estaba lleno de vida cuando los Hemingway hicieron su entrada. Aunque no fueron los primeros en llegar, tampoco serían los últimos. Un número considerable de nobles ya se encontraba reunido, charlando y disfrutando del ambiente festivo. Como era de esperarse, la llegada de los Hemingway no pasó desapercibida. Todas las miradas se dirigieron hacia ellos, y el susurro del cotilleo no tardó en inundar la sala.
—¿Es ese el heredero de los Hemingway? —murmuró alguien en voz baja.
—Finalmente lo presentan en sociedad, —comentó otra voz con curiosidad.
—Es una familia realmente hermosa, —se escuchó admirar a un tercero.
—Hija, asegúrate de pedirle un baile a ese joven, —indicó discretamente una madre a su hija, quien miraba an Alex con una mezcla de nerviosismo y expectación.
Mientras los murmullos continuaban, los Hemingway se integraron al evento. Enzo y Alissa fueron rápidamente abordados por varios nobles que buscaban entablar conversación. Era evidente que algunos se acercaban con intenciones particulares: presentar a sus hijas y, quizás, asegurar una futura alianza matrimonial. Entre ellos estaba el Vizconde Alaric Knightfield.
—Señor Hemingway, ¡hace tanto que no se le ve en un evento! —exclamó Alaric, acercándose con paso firme y llevando consigo a una joven.
—Señor Knightfield, —respondió Enzo con una mueca cansada—. Entre el entrenamiento del ejército y las responsabilidades del ducado, apenas tengo tiempo para disfrutar de una buena cena. Pero no podía perderme el cumpleaños de su Alteza, ¿verdad?
Alaric lo miró con una expresión entre incrédula y divertida, antes de soltar una carcajada y acercarse para darle un fuerte abrazo, como si fueran viejos amigos.
—Vamos, Enzo, no me engañas. Sabes perfectamente que este tipo de eventos no son lo tuyo.
Enzo le devolvió el abrazo con una sonrisa ligera. Aunque no eran amigos de la infancia, sí compartían un vínculo especial: habían sido rivales durante su entrenamiento en el ejército años atrás. Ambos pertenecían a familias guerreras, y sus batallas en el campo de entrenamiento habían forjado un respeto mutuo que perduraba hasta el día de hoy.
—Estamos en un evento formal, Alaric. Compórtate, —dijo Enzo, soltando el abrazo con un toque de diversión en su voz.
—Tienes razón, tienes razón, —respondió Alaric, ajustándose la chaqueta—. En fin, quería presentarles a mi hija. Clara, ven aquí.
Una joven de alrededor de trece años, con cabello rubio al igual que Alaric y ojos marrones, se acercó tímidamente desde detrás de su padre. Sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas mientras se mantenía medio oculta, claramente nerviosa.
Enzo entrecerró los ojos mientras observaba a Alaric, reconociendo de inmediato lo que el vizconde estaba planeando. Con un suspiro resignado, decidió seguirle el juego.
—Alex, ven aquí, —llamó Enzo con un tono firme pero calmado.
Alexander avanzó hasta colocarse al lado de su padre. Al mirar a Clara, notó cómo sus mejillas se tornaron aún más rojas, y al cruzar miradas, ella dio un pequeño respingo, desviando la vista rápidamente.
—Vamos, hijo. Preséntate, —insistió Enzo.
Con la gracia y la educación propias de un noble, Alex hizo una reverencia impecable.
—Alexander Hemingway. Es un honor conocer a alguien tan cercano a mi padre.
Alaric lo observó detenidamente, notando la espada que llevaba en la cintura y el porte entrenado que se percibía incluso a través de su traje. Una sonrisa orgullosa cruzó su rostro.
—Claramente eres hijo de Enzo, —comentó con aprobación—. Vamos, Clara, preséntate.
Dándole un leve empujón en la espalda, Alaric animó a su hija a dar un paso adelante. Clara, aunque visiblemente nerviosa, reunió el valor para hablar.
—Cl... Clara Knightfield, —dijo con voz temblorosa pero sincera—. Es un placer conocerte.
Alex, notando la timidez de Clara, le dedicó una sonrisa cálida, llena de cortesía y empatía.
—El placer es mío, Lady Clara, —dijo con un tono suave, intentando aliviar su nerviosismo.
La joven, al escuchar su voz y ver la calidez en su sonrisa, no pudo evitar ruborizarse intensamente. Sus ojos bajaron al suelo con tanta rapidez que parecía querer escapar del momento. Incluso, si uno prestaba atención, habría jurado ver un leve "humo" metafórico saliendo de su cabeza.
Alaric, satisfecho con el intercambio, esbozó una sonrisa que denotaba orgullo y satisfacción. Su mirada pasó de su hija a Alex, evaluándolo con más detalle, mientras asentía para sí mismo. Enzo, en cambio, observaba a su viejo amigo con un gesto que combinaba exasperación y diversión. A pesar de conocer las claras intenciones de Alaric, no podía evitar una pequeña sonrisa ante la escena.
Antes de que pudieran continuar la conversación, un sonido de campanas resonó en el salón, captando la atención de todos los presentes. El mayordomo de los Silver avanzó con porte y autoridad hacia el centro de la estancia, alzando la voz para hacer un anuncio.
—¡Su Alteza, la Princesa, entra al salón! —declaró con energía, señalando hacia la entrada principal.
Todos los ojos se dirigieron de inmediato hacia la entrada, y la habitación quedó en completo silencio. Una joven apareció en el umbral, caminando con gracia y porte impecable. Su cabello negro azabache caía en suaves ondas hasta su espalda, y sus ojos plateados parecían capturar la luz, brillando con una intensidad casi hipnótica. Su vestido, elaborado con tonos plateados y azules, destellaba como si estuviera adornado con las propias estrellas, un atuendo digno de la nobleza más alta.
La presencia de la princesa era simplemente cautivadora. Su porte majestuoso irradiaba una elegancia natural que dejaba sin palabras a quienes la observaban.
Alex no fue la excepción. Desde el momento en que sus ojos se posaron en ella, quedó completamente absorto. Había conocido a mujeres hermosas antes: su madre, Lydia, y Beth, la madre de Lydia, eran ejemplos claros de una belleza notable. Pero la princesa era diferente. Había algo en ella que la hacía destacar, algo que Alex no podía explicar con palabras. Era como si su sola presencia dominara la habitación, como si una fuerza inexplicable la rodeara.
—Feliz cumpleaños, Su Alteza Olivia Silver, —anunció finalmente el mayordomo, rompiendo el hechizo del silencio.
El nombre resonó en los oídos de Alex como un trueno. Sus pensamientos se detuvieron en seco.
¿Olivia?
La pregunta se repitió en su mente mientras trataba de procesar lo que acababa de escuchar. Las voces de los nobles, que comenzaron a unirse en un coro de felicitaciones, se convirtieron en un ruido de fondo lejano para él.
—¡Feliz cumpleaños, Su Alteza! —gritaban las voces a su alrededor.
Pero Alex seguía inmóvil, observándola, con un pensamiento ocupando todo su ser:
¿Es posible que ella sea...?