"Siente las bobinas mágicas en tu cuerpo, cómo el maná fluye a través de ellas, desde tu núcleo hasta cada extremidad. Es posible liberar esa energía y darle forma. Este hechizo consiste en liberar tu maná y convertirlo en algo tangible, como una muralla, como un escudo. Visualiza el círculo mágico, su escritura y la runa que indica protección. Si eres capaz de imaginar el flujo de maná que emana de tu cuerpo y transformarlo en el círculo mágico que está dibujado en esta página, crearás un hechizo capaz de repeler cualquier ataque de su mismo nivel. Tendrás tu propio escudo mágico."
Las palabras resonaban en la mente de Alex, entrelazándose con los recuerdos de aquel fatídico día, cuando solo tenía dos años. La imagen del hechizo que había intentado conjurar, el accidente que marcó su vida, regresó con una claridad abrumadora, como si todo estuviera sucediendo de nuevo.
—¡ALEX! —El grito desgarrador de Alissa resonó en la arena, cargado de desesperación al ver la bola de fuego impactar en su hijo.
Elize, incapaz de soportar la escena, cerró los ojos con fuerza y abrazó las piernas de su madre, buscando refugio.
Enzo, por su parte, sintió cómo el aire abandonaba sus pulmones. Sus ojos se abrieron al máximo, y un dolor insoportable atravesó su pecho, un dolor que jamás habría querido experimentar.
La explosión envolvió el área en una nube de humo y chispas, dejando la arena en un silencio sepulcral. Los espectadores contenían la respiración, incapaces de apartar la vista del escenario.
William, inmóvil, comenzó a comprender la magnitud de lo que acababa de ocurrir. Por un instante, el temor de haber causado un daño irreversible lo paralizó.
Cuando el polvo comenzó a asentarse, un destello blanco llamó la atención de todos. Un círculo mágico brillante, de un blanco puro, se encontraba al costado derecho de Alex. Humo salía de su borde, indicando que había recibido el impacto de la bola de fuego.
Los murmullos entre los nobles comenzaron a extenderse mientras observaban la escena con asombro.
—Ese círculo... —murmuró uno de los espectadores—. ¿Qué elemento mágico es ese?
—¿Podría ser un convergente? —susurró otro, intentando descifrar lo que veía.
—Imposible. Sus padres son humanos, —respondió alguien más, intentando encontrar lógica en la situación.
Los convergentes eran un fenómeno raro. Solo aquellos nacidos de padres de diferentes razas podían heredar esta condición única, en la que sus bobinas mágicas fusionaban dos elementos, creando uno completamente nuevo. Incluso bajo esas circunstancias, las probabilidades eran casi inexistentes, convirtiendo a los convergentes en una rareza que muchos nobles solo conocían de los libros.
Enzo, mirando a su hijo desde la distancia, tenía una expresión que mezclaba confusión, alivio y un temor inexplicable. "¿Qué está pasando?" pensó, intentando procesar lo que acababa de presenciar.
Alissa, por otro lado, no pudo evitar que las lágrimas brotaran de sus ojos mientras veía el círculo mágico desaparecer lentamente. No sabía cómo interpretar lo que acababa de ocurrir, pero el hecho de que Alex estuviera vivo era suficiente para llenar su corazón de gratitud.
Mientras tanto, William observaba la escena con asombro y, al mismo tiempo, con una sonrisa resignada. Había perdido. Aunque no comprendía cómo, aceptaba que su oponente lo había superado.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de rendirse, Alex se desplomó, inconsciente. El círculo mágico que lo había protegido se desvaneció, dejando a su alrededor solo el rastro de humo.
Enzo reaccionó de inmediato. Sin pensarlo dos veces, cruzó la arena con rapidez y tomó a su hijo en brazos.
—El vencedor es William Knightfield, —declaró el mediador, aunque su voz sonaba insegura tras lo ocurrido. Luego, se dirigió a Enzo con un gesto solemne—. Lord Hemingway, sígame. Lo llevaré al médico del palacio.
Enzo, con Alex en brazos, abandonó la arena sin esperar un segundo. Alissa y Elize los siguieron de cerca, con sus rostros aún marcados por la preocupación.
Mientras tanto, los murmullos de los nobles crecían en intensidad. Lo que acababan de presenciar era algo que ninguno de ellos olvidaría pronto.
Desde un lugar elevado, los príncipes imperiales observaban la escena con evidente interés.
—Un elemento nuevo, —comentó el príncipe, una sonrisa emocionada adornando su rostro—. Fascinante.
—Ciertamente, —respondió la princesa, inclinando la cabeza ligeramente—. Me pregunto por qué lo han ocultado hasta ahora. Normalmente, las familias nobles alardearían de algo así.
Olivia, que había permanecido en silencio hasta ese momento, añadió con una voz tranquila pero analítica:
—Quizás sea por su costo. ¿Vieron cómo se desmayó después de conjurarlo? Puede que sea una carga demasiado grande para su núcleo mágico.
Los tres intercambiaron miradas, cada uno con sus propias teorías. Pero una cosa era segura: Alexander Hemingway había captado toda su atención.
El joven Silver guió a la familia Hemingway hacia una de las habitaciones para huéspedes mientras se ofrecía a buscar al médico del palacio. Enzo, con Alex aún inconsciente en sus brazos, lo recostó con cuidado en la cama. Alissa no perdió tiempo en acercarse a su hijo, acariciándole el cabello con ternura mientras intentaba contener sus propias emociones.
—Papá, ¿qué le pasa a mi hermano? —preguntó Elize, con lágrimas acumulándose en sus ojos.
Enzo se arrodilló frente a su hija y le colocó las manos sobre los hombros, tratando de transmitirle calma.
—No lo sé, Elize, pero tu hermano es fuerte. No te preocupes, estará bien, —respondió con una sonrisa tranquilizadora, aunque en su interior estaba tan preocupado como ella.
Antes de que Elize pudiera replicar, el joven Silver regresó acompañado de un médico. Este último se acercó rápidamente a la cama y comenzó a examinar an Alex con cuidado, pasando sus manos por encima de su cuerpo mientras emitía una suave luz dorada. Alissa y Enzo observaron en silencio, la tensión en el ambiente era palpable.
Unos minutos después, el médico levantó la vista y ofreció una sonrisa reconfortante.
—No se preocupen, estará bien, —anunció con tranquilidad—. Parece que su cuerpo fue sometido a una gran cantidad de maná de alta intensidad y pureza. Esto causó una sobrecarga en sus bobinas mágicas, y su cuerpo simplemente no pudo tolerar tal carga. ¿Acaso lanzó un hechizo por encima de su rango? —preguntó mientras observaba a los padres con curiosidad.
Alissa y Enzo intercambiaron una mirada llena de preocupación. Hasta ese momento, ambos habían creído que Alex ni siquiera era capaz de conjurar magia. El hecho de que lo hubiera hecho durante el duelo los dejó desconcertados y alarmados. Pero había algo más: Alex aún estaba técnicamente en el rango de iniciado, un nivel tan bajo que ni siquiera podía considerarse dentro de la escala de los magos. Era una información que no podían compartir abiertamente.
En el mundo de la magia, los magos se clasificaban en ocho rangos, dependiendo del desarrollo de su núcleo mágico. Los principiantes que podían conjurar círculos mágicos de una runa estaban en el rango novicio, seguido por los rangos aprendiz, avanzado, mortal, experto, maestro, archimago, y finalmente el rango sabio, reservado para los magos más poderosos del mundo, capaces de lanzar hechizos de ocho runas. Cada rango tenía subdivisiones que marcaban el progreso dentro de su nivel: desde el rango novicio hasta el rango mortal, los magos avanzaban a través de tres subdivisiones, conocidas como estrellas. Sin embargo, a partir del rango experto, estas subdivisiones aumentaban a cinco estrellas, reflejando la complejidad y el poder exponencial que requerían los niveles más altos. Por debajo incluso del rango novicio estaba el núcleo de iniciado, conocido como "sin runas", el nivel más básico donde los magos aún no podían conjurar.
Para un joven de 14 años con una afinidad mágica de nivel 8, era inconcebible que Alex aún estuviera en el rango de iniciado. Pero, ¿cómo justificar lo ocurrido sin levantar sospechas?
Enzo tomó la iniciativa, ocultando sus verdaderas preocupaciones bajo una expresión serena.
—Así es. Durante el duelo, Alex intentó lanzar un hechizo de una runa a pesar de que su núcleo aún está en el rango de iniciado, —dijo, evitando la mirada de su esposa, que lo observaba con consternación.
Alissa entrelazó sus dedos, tratando de calmarse mientras miraba a Alex. Enzo, percibiendo su angustia, apretó suavemente su mano en un gesto de apoyo.
El médico asintió, pareciendo aceptar la explicación.
—Eso podría explicar la sobrecarga, —dijo el médico, con un tono pensativo—. Sin embargo, debo señalar que la pureza del maná de su hijo es excepcional. Es algo inusual para alguien de su rango.
Enzo y Alissa intercambiaron una mirada rápida pero significativa. Ambos conocían la razón detrás de esta pureza: las bobinas mágicas de Alex no filtraban su maná.
—Tal vez su núcleo y sus bobinas mágicas simplemente no estén preparados para manejar la intensidad de su afinidad, —continuó el médico, sin percatarse de sus pensamientos.—En mi opinión, no podrá lanzar hechizos de una runa hasta que su núcleo alcance el rango novicio de al menos dos estrellas, o preferiblemente tres. Antes de eso, corre el riesgo de causar un daño irreversible a su cuerpo.
El médico hizo una pausa, permitiendo que sus palabras calaran en los padres preocupados.
—Recomiendo que evite intentar conjurar cualquier hechizo hasta que haya fortalecido su núcleo, —añadió con firmeza.
Enzo asintió lentamente, procesando el diagnóstico. Sabía que el consejo era razonable, pero también sabía que pedirle an Alex que evitara conjurar magia sería más fácil decirlo que hacerlo, llevaba toda su vida pensando que era incapaz de hacerlo después de todo. Alissa, por su parte, se inclinó hacia su hijo inconsciente y le acarició el cabello con una mezcla de ternura y resolución.
—Nos aseguraremos de que siga sus recomendaciones, —respondió Enzo con un tono firme, aunque una parte de él no podía evitar preocuparse por lo que esto significaba para el futuro de Alex.
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Horas más tarde, Alex despertó en su habitación, con una sensación de pesadez en su cuerpo. A su lado, su madre y su hermana dormían profundamente, una escena que, a pesar de todo, logró reconfortarlo un poco.
—¿Dónde estoy? —murmuró, mientras sus ojos recorrían la habitación. No tardó en reconocerla como su cuarto, lo cual le dio un poco de tranquilidad. Pero su mente pronto comenzó a llenarse de preguntas. "¿Qué demonios sucedió?" pensó, intentando armar los fragmentos dispersos de su memoria.
Entonces, los recuerdos del combate volvieron a él como un torrente. La imagen de la bola de fuego acercándose a toda velocidad estaba grabada en su mente. Recordó la presión en su pecho, el sudor frío recorriendo su espalda, y, sobre todo, el miedo. Pero, en medio del pánico, algo más emergió: los recuerdos de un hechizo que había intentado años atrás, el mismo que nunca había logrado conjurar.
Pudo sentir nuevamente cómo su cuerpo comenzaba a calentarse, como si cada fibra de su ser estuviera ardiendo desde adentro. El dolor fue insoportable, un dolor punzante proveniente de su núcleo y otro, abrasador, que emanaba de sus bobinas mágicas. Aunque la sensación solo duró unos instantes, cada segundo había sido eterno.
Y entonces, justo como lo había visualizado en su mente, un círculo mágico blanco y brillante apareció frente a él, bloqueando la bola de fuego. El impacto fue absorbido por el escudo, pero el costo fue alto: el dolor en su núcleo se intensificó hasta volverse insoportable. Ese fue el último recuerdo claro antes de que la oscuridad lo envolviera por completo.
"¿Acaso... conjuré un hechizo?" pensó Alex mientras las piezas finalmente encajaban en su mente. Pero antes de poder reflexionar más, el agotamiento volvió a reclamarlo, llevándolo nuevamente a la inconsciencia.