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Chapter 8 - Entre Espadas y Fuego

Alex no podía apartar la vista de la princesa Olivia mientras descendía las escaleras. Su mente, sin embargo, estaba atrapada en una maraña de pensamientos.

"No puede ser, ¿cierto? Yo reencarné porque mi tiempo había llegado a su fin... Pero Olivia estaba completamente saludable cuando me fui. No tiene sentido que sean la misma persona."

Mientras los nobles se acercaban a la princesa para felicitarla y conversar, Alex se perdió aún más en sus cavilaciones. La familiaridad en su porte, en su presencia... era algo que no podía ignorar.

Alissa, notando la mirada distante de su hijo, se acercó y puso una mano suave sobre su hombro.

—¿Todo bien, cariño? —preguntó con preocupación.

Alex, sobresaltado por la voz de su madre, se recompuso rápidamente y le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

—Sí, madre. Solo pensaba en el pasado, —respondió, aunque su tono dejaba entrever que aún estaba distraído.

Unos minutos después, el sonido de las campanas volvió a resonar en el salón, captando la atención de todos. El mayordomo regresó al centro del salón y alzó la voz para anunciar:

—¡Sus Altezas, el Príncipe y la Princesa impe...! —Sin embargo, antes de que pudiera terminar, fue interrumpido por una voz femenina, autoritaria pero melodiosa.

—Vamos, Gilbert, —dijo la joven con un tono que mezclaba carisma y firmeza, alzando ligeramente una mano—. Es el cumpleaños de mi prima. Ella es la protagonista de esta noche.

Una joven de cabello corto rojo intenso y ojos plateados entró al salón, acompañada de un joven de la misma edad que compartía sus rasgos, aunque con un porte más masculino. Ambos irradiaban una presencia imponente, similar a la de Olivia, pero con una fuerza que parecía iluminar todo el lugar.

Al instante, el murmullo de la sala cesó, y todos los presentes, sin excepción, hicieron una reverencia profunda, inclinando la cabeza en señal de respeto.

—¡Humildemente presentamos nuestros respetos a la familia imperial! —proclamaron los nobles al unísono, llenando el salón con un eco solemne.

La joven suspiró con resignación, mirando de reojo al joven a su lado.

—¿Ves? A esto me refería, —murmuró con una mezcla de exasperación y humor.

El joven a su lado levantó una mano, indicando que aceptaba los respetos de los presentes, y luego habló con una voz firme y segura:

—Continúen y disfruten de la velada. Esta noche pertenece a Olivia, y ella es quien debería recibir toda la atención, —comentó mientras miraba a su prima y le guiñaba un ojo.

Olivia, quien había estado agradecida por la distracción inicial, dejó escapar un suspiro cuando sus primos devolvieron el protagonismo hacia ella.

Alex observaba a los recién llegados con curiosidad y admiración. No era difícil deducir quiénes eran: el príncipe y la princesa imperiales, los gemelos de la familia Redwin. Su cabello rojizo, característico de la familia imperial, y su porte impecable hablaban por sí solos. Su presencia lo dejó perplejo.

"Esos son los herederos del trono... Se ven realmente imponentes," pensó Alex mientras su mirada se posaba en ellos. Había considerado acercarse a Olivia, pero ahora la idea parecía inalcanzable. Si ya era intimidante intentar hablar con la princesa ducal, hacerlo con ella y dos miembros de la familia imperial parecía un desafío imposible. Decidió quedarse al margen, permaneciendo junto a su padre y conversando con los nobles que se acercaban.

—Buenas noches, Lord Hemingway, —una voz masculina resonó a su espalda mientras Alex conversaba con uno de los nobles presentes.

—Buenas noches, señor Goldwen, —respondió Enzo con cortesía. Alex, al escuchar el apellido, recordó de inmediato una peculiar escena de días atrás. Se giró y vio a un hombre de mediana edad que irradiaba confianza y elegancia, conversando con su padre.

Junto al barón había una mujer de cabello castaño y ojos marrones que captó la atención de Alex. Había algo familiar en ella, y no tardó en darse cuenta: se parecía notablemente a la joven que había conocido recientemente. Entonces, su mirada se cruzó con la de una joven junto a ellos. Era ella: Anastacia Goldwen. La misma que lo había confundido con un plebeyo y le había ofrecido —o más bien impuesto— una cita. Su rostro estaba teñido de vergüenza, y hacía todo lo posible por evitar el contacto visual con Alex.

Tras un breve intercambio entre Enzo y el barón, este último decidió presentar formalmente a su hija.

—Esta es mi hija, Anastacia, —anunció el barón mientras la joven daba un paso adelante y realizaba una reverencia impecable.

—Es un honor conocerte, Lord Hemingway, —dijo Anastacia con una voz formal, su tono mucho más refinado que en su primer encuentro.

Alex, sorprendido por la diferencia en su comportamiento, pensó con humor: "Vaya, quién lo diría. Aunque, bueno, sigue siendo una noble."

Como era costumbre, Enzo llamó a Alex para que se presentara.

—Buenas noches. Mi nombre es Alexander Hemingway. Es un placer conocer a la familia Goldwen, —dijo Alex con una reverencia impecable, reflejando la educación que había recibido.

Al levantar la mirada, notó la mezcla de emociones en el rostro de Anastacia: vergüenza y un leve rastro de enojo. Su expresión parecía gritar que Alex le había ocultado intencionadamente su verdadera identidad. Aunque su cabello castaño y ojos marrones le daban una belleza delicada, la impresión inicial que había dejado en Alex aún pesaba.

"Es curioso cómo una primera impresión puede influir tanto," pensó Alex, pero mantuvo una sonrisa educada mientras continuaba la interacción.

Y lo que Alex menos quería sucedió: en un momento, sus padres, de manera astuta, se las arreglaron para dejarlos a solas.

"Eh... tengo un mal presentimiento," pensó Alex mientras una gota de sudor se deslizaba por su frente.

—¿Por qué me ocultaste que eras hijo de Lord Hemingway? —preguntó Anastacia sin perder un segundo, cruzándose de brazos mientras lo miraba con una mezcla de confusión y molestia.

—¿Ocultarte? Ni siquiera me diste la oportunidad de presentarme, —respondió Alex con calma, aunque ligeramente incómodo por la confrontación.

—Aun así, no llevabas tu emblema en ese momento, —replicó la joven, señalando la espada que Alex había recibido el mismo día en que la conoció—. Si eres un noble, deberías portar tu emblema en todo momento.

—¿Es por eso que asumiste que era un plebeyo? —preguntó Alex, arqueando una ceja. Sus palabras hicieron que Anastacia se sonrojara de inmediato, no solo por vergüenza, sino también por el temor de haber cometido una falta grave. Después de todo, había llamado "plebeyo" al hijo de un conde, alguien cuya posición estaba muy por encima de la suya.

—Yo, Anastacia Goldwen, me disculpo por mi impertinencia, —dijo rápidamente, haciendo una reverencia exagerada que dejaba claro cuánto lamentaba su error.

Alex no pudo evitar sentirse un poco avergonzado por la reacción extrema de la joven.

—Eh, no te preocupes, no tienes por qué hacer todo esto, —dijo, intentando aliviar la tensión, pero Anastacia no levantó la cabeza. Con un suspiro resignado, Alex habló con tono formal—. Yo, Alexander Hemingway, acepto tus disculpas.

Anastacia levantó el rostro con una expresión de alivio. Sin embargo, al hacer contacto visual con Alex, sus mejillas se encendieron de nuevo. "Es realmente hermoso," pensó sin poder evitarlo, desviando rápidamente la mirada.

Toda la interacción fue observada desde la distancia por un joven que quería hablar con Anastacia. Al ver la escena, una expresión de molestia cruzó su rostro. Desde su perspectiva, parecía que Alex había forzado a una dama a humillarse innecesariamente. Claro, desconocía completamente el contexto entre ellos, pero eso no evitó que la irritación lo invadiera. Sin perder tiempo, se dirigió hacia donde estaban Alex y Anastacia.

—Mi lady, ¿me permite robarle su compañía? —preguntó el joven con una mano en el pecho y una reverencia ligera, dirigiéndose a Anastacia con tono cortés.

La joven lo miró confundida por un momento, pero finalmente asintió.

—Por supuesto, William, —respondió, alejándose ligeramente de Alex para dirigirse al recién llegado.

El joven luego giró hacia Alex, sus ojos fijos en él con intensidad.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó con una voz que, aunque respetuosa, llevaba un matiz de desafío.

—Alexander Hemingway. Es un placer conocerte, —respondió Alex, aunque ligeramente desconcertado por el repentino cambio de tono.

—Yo, William Knightfield, reto a Alexander Hemingway a un duelo, —declaró con firmeza.

—¿Qué? —Alex quedó completamente perplejo ante las palabras de William. "¿Knightfield? ¿Es el hijo de Alaric? ¿Pero por qué quiere un duelo?" pensó mientras trataba de comprender la situación.

Un duelo entre nobles.

Una tradición formal que ha existido en la nobleza del Imperio Redwin durante más de doscientos años. Esta regla fue creada con la intención de resolver disputas entre nobles sin escalar a conflictos mayores. Según la ley, cualquier noble puede solicitar un duelo por diversos motivos: un desacuerdo personal, un deseo de transmitir un mensaje, o simplemente para demostrar superioridad en habilidad o poder.

El duelo, sin importar las circunstancias, tiene reglas claras y está diseñado para limitar los daños colaterales. El vencedor puede recibir una compensación, ya sea dinero, tierras, o incluso la restricción del perdedor de acercarse a cierta persona. Sin embargo, la persona desafiada siempre tiene el derecho de rechazar el duelo.

Pero en la cultura de la nobleza, rechazar un duelo es visto como una señal de debilidad y una mancha en el honor de la familia. De hecho, es considerado más vergonzoso que perder el duelo mismo.

Sin embargo, para Alex, todas estas reglas y costumbres no significaban nada. Dinero, orgullo, derrotas, ninguna de estas cosas importaba realmente para él. Lo único que ocupaba su mente era un hecho ineludible: la magia.

En el Imperio Redwin, los duelos son una oportunidad para demostrar el dominio sobre los hechizos y la magia, un componente clave de cualquier enfrentamiento noble. Y Alex, a pesar de todo, sabía que su realidad no podía cambiar: era un noble incapaz de usar magia en un mundo que giraba completamente en torno a ella.

"¿Maldición, qué hago?" pensó Alex mientras sentía cómo sus nervios se intensificaban. Aceptar el duelo significaba enfrentarse a William sin usar magia, algo que inevitablemente levantaría sospechas. Sin embargo, su mirada se desvió hacia la espada que colgaba de la cintura de William, y notó algo peculiar. Aquella espada no era solo un emblema decorativo, como muchas de las que usaban los nobles; estaba hecha para el combate, al igual que la suya.

Alex recordó la conversación entre Alaric y su padre, en la que hablaban de sus duelos de espadas, y de repente una idea se formó en su mente. Quizás esta podría ser la salida que necesitaba.

—Veo que eres hijo de Lord Alaric, —dijo Alex con confianza, aunque su mente rogaba que su plan funcionara—. Si es así, ¿por qué no hacemos un duelo únicamente con espadas? Veamos cuál familia es mejor en el arte del combate: los Knightfield o los Hemingway.

William sonrió con aire de superioridad. Tenía absoluta confianza en su habilidad con la espada, forjada con años de entrenamiento bajo la supervisión de su padre. Su sueño era unirse algún día a las Espadas Centinelas de Lumina, y sabía que, en comparación, su dominio de la magia dejaba mucho que desear. Si el desafío hubiera sido un duelo mágico, habría dudado; pero un duelo de espadas era justo lo que él tenía en mente.

—Si eso es lo que deseas, no tengo ninguna objeción, —respondió William, su tono seguro.

Alex sintió una oleada de alivio.

—En ese caso, yo, Alexander Hemingway, acepto tu desafío, —declaró con firmeza, mientras su mente seguía planeando cada detalle.

La interacción entre ambos jóvenes no pasó desapercibida. Los nobles que estaban cerca comenzaron a murmurar emocionados. Para ellos, esta era una oportunidad perfecta para evaluar las habilidades del heredero de los Hemingway, cuya ausencia en los círculos sociales había generado curiosidad durante años.

El joven Silver que había recibido a los Hemingway en la entrada observó toda la escena con interés y decidió intervenir.

—Por favor, síganme. Los llevaré a la arena, —dijo con un gesto autoritario.

"¿Claro que el Palacio Silver tiene una arena, por supuesto que sí," pensó Alex con cansancio mientras seguía al mediador.

La noticia del duelo se propagó rápidamente entre los nobles, aumentando la expectativa en el salón. Pero aquellas palabras que despertaron entusiasmo en unos, causaron preocupación en otros.

—¿Un duelo? Parece que el heredero de los Hemingway va a pelear, —comentó uno de los nobles.

Enzo y Alissa escucharon aquello, y sus rostros palidecieron al instante.

"¿Pero qué demonios está pasando?" pensaron ambos al unísono.

—¿Mamá? ¿Hermano tendrá una pelea? —preguntó Elize con inocencia, aunque su tono reflejaba cierta preocupación.

—No lo sé, hija. Vamos a ver qué sucede, —respondió Alissa, intentando calmar a su pequeña. Pero por dentro, sus instintos maternales estaban completamente en alerta.

Sin perder un segundo, Enzo se dirigió apresuradamente hacia la arena, seguido de cerca por Alissa y Elize.

En el centro de la arena, Alex y William estaban listos para el enfrentamiento. Ambos habían retirado sus chaquetas para facilitar el movimiento, y sus expresiones reflejaban concentración. El joven Silver se había ofrecido como mediador, supervisando los preparativos para el combate.

Cuando Enzo llegó a la arena, su rostro se oscureció al observar la escena. Una mezcla de temor y frustración lo invadió.

"Alex, ¿qué estás pensando?"

Alaric, quien también había llegado, se acercó a su viejo rival con una sonrisa divertida.

—Parece que nuestros hijos están destinados a repetir nuestra historia, —comentó con tono jovial.

—No, esto no es una buena idea, —respondió Enzo con seriedad.

—¿A qué te refieres? —preguntó Alaric, pero antes de que Enzo pudiera responder, el joven Silver comenzó a hablar.

—William Knightfield ha retado a Alexander Hemingway a un duelo, y este ha aceptado, —anunció en un tono formal, asegurándose de que todos los presentes escucharan—. Las reglas para este duelo son las siguientes: no se permite magia superior a una runa, está prohibido causar la muerte del oponente, y el combate terminará cuando uno de los participantes se rinda o quede inconsciente.

El mediador hizo una pausa para observar a los dos contendientes.

—¿Están listos?

Alex desvió la mirada hacia donde estaban sus padres. Al ver sus rostros llenos de preocupación, esbozó una sonrisa tímida. "Lo siento, mamá, papá... pero no se preocupen. No habrá magia en este duelo," pensó, intentando tranquilizarse a sí mismo.

—Listo, —dijo Alex con firmeza mientras desenvainaba su espada, el brillo plateado reflejando la luz de la arena. Antes de enfocarse completamente en el combate, su mirada se desvió hacia Olivia. La princesa ducal observaba la escena con una expresión aburrida, mientras que los príncipes imperiales parecían disfrutar de la situación, intercambiando comentarios entre ellos.

—Listo, —dijo William, desenvainando su propia espada con una sonrisa confiada.

El joven Silver levantó la mano y, con voz clara, exclamó:

—¡Que comience el duelo!

Dio un paso atrás, dejando el espacio libre entre los dos jóvenes. El ambiente en la arena se tensó, y los murmullos de los nobles se desvanecieron, dejando solo el sonido de las respiraciones contenidas.

Ninguno de los contendientes se lanzó al ataque de inmediato. Ambos permanecían inmóviles, evaluándose mutuamente, buscando un punto débil que parecía no existir. La tensión en el aire era palpable, y los nobles que observaban contenían la respiración, expectantes.

Finalmente, William tomó la iniciativa, cargando hacia Alex con una velocidad impresionante que sorprendió a más de uno entre el público. Sin embargo, para Alex, el movimiento era claro como el agua.

"Sus ataques son más lentos que los de mi padre," pensó mientras analizaba el ángulo de la espada de su oponente, que se dirigía hacia su costado izquierdo. Con un movimiento fluido y calculado, Alex bloqueó el ataque con su propia espada y lanzó una patada directa hacia el pecho de William. Este, mostrando una flexibilidad admirable, giró hacia su lado izquierdo, evadiendo el golpe y quedando frente a un Alex aparentemente desprotegido.

"Es mi oportunidad," pensó William mientras intentaba apuñalar el brazo izquierdo de Alex, su mano dominante. Pero justo cuando creía tener la ventaja, Alex desapareció de su vista en un borrón de velocidad.

—¿Qué...? —William apenas pudo reaccionar antes de recibir una patada lateral en el costado izquierdo que lo hizo volar varios metros.

El público quedó boquiabierto. La exhibición de velocidad de Alex había sido sorprendente, incluso para los estándares de los nobles guerreros.

—¿Esa velocidad fue solo física? —preguntó uno de los nobles, atónito—. No sentí ningún rastro de maná en su ataque. ¿Cómo es posible?

Alaric, divertido por la escena, dejó escapar una carcajada.

—Definitivamente es hijo tuyo, Enzo, —comentó mientras daba un codazo amistoso a su viejo rival.

Enzo, sin embargo, no compartía la diversión. Aunque el combate parecía limitado a las espadas, seguía sintiendo una profunda inquietud.

William, recuperándose del golpe, se lanzó al ataque nuevamente. Pero Alex, con una velocidad superior, esquivó con facilidad y contrarrestó con un golpe preciso que William apenas pudo bloquear.

"¿Qué está pasando? ¿Cómo demonios puede ser tan rápido sin usar magia?" pensó William, frustrado. Al darse cuenta de que no podía igualarlo físicamente, canalizó su maná para incrementar su velocidad.

Usar maná para mejorar las aptitudes físicas era una técnica común, aunque distinta del aumento elemental que los usuarios de Luz dominaban. Mientras el aumento funcionaba como un multiplicador que llevaba las capacidades físicas al límite, el maná ofrecía una mejora moderada, dependiendo del rango del núcleo mágico del usuario. Como alguien en el rango novicio de una estrella, William solo obtenía un incremento leve, suficiente para cerrar un poco la brecha entre ellos, o eso pensaba.

Lo que William desconocía era que las habilidades físicas de Alex ya estaban al nivel de un novicio de dos estrellas debido a su intenso entrenamiento. Esto significaba que incluso con el refuerzo de maná, seguía estando en desventaja.

Cuando William atacó nuevamente, Alex esquivó con una agilidad impecable, desarmándolo en un movimiento fluido. Con un golpe certero, envió a William a volar varios metros, haciéndolo caer al suelo con fuerza.

—Se acabó, —declaró Alex mientras dejaba caer la espada de su oponente al suelo.

William se levantó con dificultad, limpiándose la sangre que goteaba de su nariz. La frustración y el enojo nublaban su juicio.

—No... aún no, —dijo entre dientes mientras un círculo mágico de color rojo se formaba frente a él.

"Maldita sea, está perdido," pensó Alex, sintiendo cómo la situación escalaba peligrosamente.

Enzo, desde las gradas, se tensó al ver el círculo mágico. Sus instintos lo preparaban para intervenir, ignorando las consecuencias que podrían derivarse de interferir en un duelo noble. "No importa lo que pase, no dejaré que le pase nada a Alex," decidió, con el rostro lleno de preocupación.

Alex observó el círculo mágico con cautela. Por el patrón que reconoció, dedujo que William estaba conjurando una bola de fuego de una runa, un hechizo básico, pero suficientemente peligroso en estas circunstancias. Gracias a los libros de hechizos que había estudiado, entendía el peligro que corría, pero no tenía una forma directa de detenerlo.

"¿Qué hago?" pensó desesperadamente mientras miraba a su alrededor en busca de una solución. Su atención estaba completamente enfocada en el primer círculo cuando, de repente, otro círculo mágico apareció a su lado derecho, a pocos centímetros de él.

"¿Un segundo ataque?"

Alex giró bruscamente hacia el nuevo círculo, pero ya era demasiado tarde. Una bola de fuego salió disparada hacia él.

—¡ALEX! —gritó Alissa desde las gradas, su voz cargada de desesperación al ver la bola de fuego impactar directamente en su hijo.