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Chapter 6 - El Emblema del Heredero

(Alex POV)

—Bienvenido, mi señor. —El caballero de la muralla inclinó la cabeza respetuosamente.

El carruaje se detuvo momentáneamente mientras los guardias de la ciudad reconocían el emblema de los Hemingway. Apenas vieron el rostro de mi padre, nos dejaron pasar sin mayor inspección. Esa es la ventaja de ser el Conde Enzo Hemingway.

Habíamos llegado a Silver, la capital del Ducado Silver y una de las ciudades más grandes del Imperio Redwin. Su bullicio y actividad eran inigualables, reflejo de la influencia de la familia Silver, una de las tres casas más poderosas después de la familia imperial.

El Imperio Redwin está dividido entre tres ducados principales: Silver, Archwood y Voltara, todos descendientes de las figuras que ayudaron a fundar esta nación hace casi 3,000 años. Según los libros de historia que leí en la biblioteca, todo comenzó con un grupo de cuatro personas, las más poderosas de su tiempo.

Se decía que estos cuatro individuos eran tan fuertes que incluso fueron bendecidos por los dioses. Cada uno dominaba uno de los elementos principales: fuego, rayo, agua y tierra. Eran considerados ejemplos perfectos de compatibilidad elemental, un fenómeno que no se ha vuelto a ver en los miles de años desde entonces.

Sin embargo, incluso entre estos "semi dioses", como me gusta llamarlos, había uno que se destacaba por encima de los demás: Xanthor Redwin, el primer emperador. Su afinidad con la magia fue la única registrada en nivel 10 en toda la historia. Era una leyenda viviente, el hombre que unió a los cuatro y fundó el Imperio. Por su poder inigualable, todos estuvieron de acuerdo en que debía ser el líder.

Mientras mi mente divagaba en estas historias, Alfred, nuestro cochero, anunció:

—Mi señor, hemos llegado.

¡Finalmente! Sentí como si el viaje de 30 minutos desde la mansión hubiera durado horas. Tal vez era porque no salgo mucho de casa debido a mi condición. Mi padre es extremadamente protector, lo cual entiendo; después de todo, un error podría ser fatal para alguien como yo.

Pero hoy... hoy era especial. Por primera vez en mucho tiempo, tenía la oportunidad de explorar la ciudad. Quería absorber cada detalle, cada rincón, y por supuesto, encontrar la espada perfecta.

¿Qué tipo de espada debería elegir? ¿Una ligera y elegante rapier? ¿Una katana, rápida y precisa? ¿O una espada larga, imponente y versátil? La decisión era emocionante.

—Gracias, Alfred. Regresaremos después de hacer unas compras, —dijo mi padre antes de despedirse del cochero.

Cuando bajé del carruaje, mi atención se desvió por completo hacia el bullicio de la ciudad.

—Hay mucha gente, —murmuré, impresionado por el movimiento constante.

—Este es el estado normal del distrito comercial, querido, —respondió mi madre con una sonrisa.

—Bien, Alex, sígueme, —dijo mi padre después de terminar de hablar con Alfred.

Mi madre y mi hermana se separaron de nosotros, entusiasmadas por explorar el comercio. Conociéndolas, era evidente que volverían cargadas de compras y que una buena suma de dinero cambiaría de manos hoy.

Mientras caminábamos, observé la inmensa variedad de negocios que llenaban el distrito comercial. Había de todo: puestos de comida, tiendas de ropa, armerías, librerías... cualquier cosa que uno pudiera imaginar estaba disponible aquí. Y con tantos negocios, también había una multitud enorme, personas de todas las edades y clases sociales abarrotaban las calles, creando un ambiente vibrante y caótico.

Mi padre, como siempre, atraía la atención. Las mujeres, especialmente, no podían evitar mirarlo. Es comprensible; tiene una presencia imponente y una apariencia que fácilmente llama la atención. Pero lo que realmente me sorprendió fue que varias chicas, probablemente hijas de estas mujeres, me lanzaban miradas tímidas, ocultándose tras sus madres cuando intentaba mirarlas.

"Bueno, no es por presumir, pero si las familias reales fueron bendecidas con poder, mis padres definitivamente fueron bendecidos con belleza," pensé mientras sonreía para mí mismo. Y por supuesto, yo heredé esos genes.

Viendo este comportamiento, no pude evitar recordar todas las historias que había leído sobre nobles arrogantes y presuntuosos.

"Vaya, tal vez ser de la nobleza sí te hace un poco presumido," reflexioné, mientras seguía a mi padre hacia la herrería.

—Hemos llegado, Alex, —dijo mi padre mientras se detenía frente a una herrería imponente. La tienda desprendía un aire de prestigio; era evidente que no era un lugar cualquiera. Su fachada robusta y decorada con detalles metálicos pulidos destacaba entre las demás tiendas del distrito. La fila de clientes que se extendía fuera del establecimiento confirmaba su reputación como una de las mejores del comercio.

—Parece que estaremos aquí todo el día haciendo fila... —murmuré con los ojos entrecerrados, resignado.

—No te preocupes, Alex. Digamos que el dueño de esta tienda tiene ciertas... deudas con los Hemingway, —respondió mi padre con una sonrisa que mezclaba confianza y misterio.

Sin decir una palabra más, mi padre caminó directamente hacia la entrada de la tienda, ignorando la fila como si fuese el dueño del lugar. Las personas en la fila nos miraron, algunas con curiosidad y otras con evidente incomodidad. Sin embargo, nadie se atrevió a decir nada. Bueno, casi nadie.

—¡Oye! ¿Qué te crees? ¿Acaso no ves la fila que ha... —Un joven enojado intentó confrontarnos, pero antes de que pudiera terminar, su compañero lo golpeó en la cabeza y lo obligó a inclinarse en una reverencia.

—Lo siento muchísimo, mi señor. Este bruto aquí es nuevo en la ciudad. Me encargaré personalmente de enseñarle modales, —dijo el joven, inclinándose junto a su amigo mientras hablaba con tono humilde.

—No te preocupes, joven, —respondió mi padre con una sonrisa tranquila antes de continuar hacia la tienda.

Mientras lo seguía, escuché cómo el joven reprendía al otro detrás de nosotros.

—¡Idiota! Tienes suerte de que Lord Hemingway sea tan benevolente. Si hubieras dicho eso frente a otro noble...

Una vez dentro, mis ojos se abrieron con asombro. Había todo tipo de armas y armaduras en exposición, cada una de una calidad impresionante. Incluso sin ser un experto, podía reconocer que las piezas en esta tienda eran extraordinarias, obras de un verdadero maestro.

—¿Quién demonios...? —Una voz resonó desde el fondo antes de que un hombre saliera de una habitación trasera, limpiándose las manos con un paño sucio. Era robusto, con la ropa marcada por manchas de carbón y un rostro curtido por el trabajo duro. Su presencia irradiaba la experiencia de años como artesano—. ¡Oh, Enzo! Bienvenido. ¿Qué te trae por aquí?

Sus ojos se posaron en mí con una mezcla de curiosidad y reconocimiento.

—¿Acaso este pequeño es el hijo prodigio del que mi hija tanto habla en sus cartas? —dijo con una sonrisa amplia.

—"¿Hija? ¿De qué está hablando?" —pensé, confundido, mientras observaba la interacción entre este hombre misterioso y mi padre.

—Para responder a tu primera pregunta, venimos a recoger el pedido que ya deberías haber terminado, —dijo mi padre con calma, aunque su tono llevaba un trasfondo de advertencia—. Y, para la segunda, sí. Este es mi hijo, Alex.

El hombre, a quien mi padre llamó Soma, me observó detenidamente, como si estuviera evaluándome.

—Veo que has estado entrenando, muchacho. Buen trabajo, —comentó Soma, mostrando una sonrisa aprobatoria.

—Eh... gracias, —respondí con un tono algo incómodo.

—¡Bien! Tengo un obsequio para ti, pequeño, por todos esos cumpleaños que no estuve presente... —comenzó a decir Soma, pero su voz se detuvo de golpe. Su expresión se congeló, y de repente, comenzó a sudar profusamente.

—Soma... —La voz de mi padre resonó con un tono bajo y peligroso, acompañado de un aura que hacía que el aire se sintiera más pesado. Era la misma sensación que experimentaba cuando no terminaba mis repeticiones durante el entrenamiento. Oh, Soma, no sé qué hiciste, pero ya siento pena por ti.

—¡No, espera, Enzo! ¡Espera! —dijo Soma con un tono suplicante, levantando las manos mientras temblaba como una hoja en el viento—. Te prometo que la espada está lista... solo dame una hora, ¿sí?

—Alex, —mi padre giró hacia mí con una expresión tranquila que contradecía el aura intimidante que aún emanaba—. ¿Por qué no aprovechas para explorar el comercio mientras terminamos aquí?

—¡Sí, señor! —respondí automáticamente, como si me hubieran dado una orden militar, y salí de la tienda sin perder un segundo.

Mientras cruzaba la puerta, no pude evitar pensar: "Fue un placer conocerte, Soma. Descansa en paz."

Una vez fuera de la herrería, decidí aprovechar el tiempo para explorar mis opciones. ¿Qué debería comprar? ¿Ropa? No suena mal, aunque... ya que voy a conseguir mi propia espada, tal vez una armadura sería más apropiada. Pero, espera... ¿y si mejor busco algo más interesante? ¡Libros! Sí, eso suena perfecto.

Con ese pensamiento, comencé a buscar una librería cercana. Después de caminar un poco, encontré un lugar que parecía prometedor. Sus estantes visibles desde el escaparate estaban repletos de libros antiguos, y el aroma a pergamino viejo que emanaba era irresistible.

—Bien, esto parece un buen lugar, —murmuré para mí mismo, justo antes de escuchar una voz que me llamaba.

—¡Oye, tú!

Instintivamente me giré, aunque no estaba del todo seguro de si me hablaban a mí. Pero el grupo de tres jóvenes que estaba frente a mí lo dejó claro cuando sus miradas se enfocaron directamente en mí. Parecían amigas, y dos de ellas apenas podían contener su emoción, como si acabaran de ganar un premio.

—¿Sí? —respondí, algo desconcertado.

En cuanto hablé, las dos jóvenes emocionadas casi saltaron de alegría, mientras la tercera, que parecía la líder, aclaraba su garganta en un intento de adoptar una postura seria. Sin embargo, el leve sonrojo en sus mejillas traicionaba sus intenciones.

—¿Qué edad tienes? —preguntó con un tono que intentaba ser autoritario, aunque no lo lograba del todo.

—¿Eh? Tengo... catorce años, —respondí, todavía algo perdido.

—Mhmm... —murmuró, adoptando una expresión pensativa. ¿Qué demonios estará calculando? Tras unos segundos, se giró hacia sus amigas y comenzaron a discutir en susurros. Desde mi posición, solo podía ver gestos exagerados y una que otra mirada rápida hacia mí.

Finalmente, volvió a dirigirse a mí. Una vez más, intentó mostrarse como una joven seria y segura de sí misma, aunque el sonrojo en sus mejillas seguía ahí.

—He tomado una decisión. Como eres un chico apuesto, te permitiré tener una cita conmigo, —dijo, con un tono que combinaba confianza y arrogancia.

Me quedé en silencio por unos segundos, procesando lo que acababa de escuchar. ¿Una cita? ¿De qué rayos está hablando? Ni siquiera nos conocemos. ¿Está loca? Espera... esta situación ocurre mucho en las novelas que leí. Por su apariencia y su actitud, probablemente es una noble. ¿Será hija de un marqués? ¿De un conde?

—Te veo confundido. Déjame iluminarte, —continuó con una sonrisa orgullosa—. Mi nombre es Anastacia Goldwen. Así es, Goldwen. Mi padre es el barón Oscar Goldwen.

...

"¿Barón?" ¿Enserio?. Si hablamos de jerarquía, mi padre, un conde, está por encima del suyo. Pero no soy de los que sacan pecho por cosas así, a diferencia de ella.

—Seguramente te preguntas por qué alguien como yo se interesaría en ti. No le des muchas vueltas. Eres afortunado. Y, bueno... también increíblemente hermoso, —añadió en un susurro apenas audible. Si no fuera por mis sentidos entrenados, no habría escuchado esa última parte.

"¿Hermoso? ¿En serio?" Esta chica no deja de sorprenderme, pero en el mal sentido. ¿Cómo me saco de esta situación sin empeorar las cosas? No parece el tipo de persona que acepte un rechazo fácilmente. Bueno, no tengo otra opción.

—Me siento honrado, mi lady, pero en estos momentos estoy muy ocupado como para ofrecerle una cita. ¿Qué le parece si...

—¡Espera! —me interrumpió con brusquedad, su tono cargado de molestia—. ¿Acaso estás a punto de rechazarme? Ja, vámonos, chicas. Este plebeyo no sabe tomar oportunidades.

¿Plebeyo? ¿En serio? La vi alejarse con su séquito de amigas, murmurando entre ellas mientras se perdían entre la multitud. Solté un suspiro largo y pesado, aliviado de que esa interacción hubiera terminado.

"Vaya, eso fue... interesante," pensé. Pero no tenía tiempo para reflexionar demasiado sobre lo ocurrido. Había cosas más importantes que hacer, como explorar lo que esta librería tenía para ofrecer. Sin más preámbulos, empujé la puerta y entré, dejando atrás el extraño encuentro.

Casi una hora más tarde salí de la librería. Es increíble cómo el tiempo puede desaparecer cuando estás rodeado de tantos libros. Al final, compré un libro sobre esgrima y otro sobre hechizos básicos de cada elemento. Aunque no puedo usar magia, me gusta leer sobre ella. Aprender acerca de la variedad de hechizos y su funcionamiento es algo que siempre me ha fascinado.

"Bien, creo que ya es hora de regresar. Espero que Soma todavía esté con vida," pensé, dejando escapar una pequeña risa para mí mismo mientras comenzaba a caminar de vuelta a la herrería.

Tras unos minutos de recorrido, llegué al lugar. La línea de clientes aún seguía siendo extensa, casi igual de larga que cuando llegamos por primera vez. Caminé hacia la entrada, esperando al menos una mirada curiosa o un comentario. Sin embargo, nadie dijo nada. "Tal vez no parezco tan plebeyo después de todo," pensé, recordando las palabras de Anastacia con cierta diversión. "Quizás ella no es tan inteligente como cree."

—¡Bienvenido! —una voz femenina me recibió en cuanto crucé la puerta. Miré hacia el origen de la voz y vi a una mujer de la edad de mis padres atendiendo a los clientes. Tenía cabello castaño y ojos verdes, y su rostro irradiaba calidez y confianza. "Espera... ella se parece mucho a..."

—Alex, regresaste, —mi padre comentó al salir de la habitación trasera. Lo seguía Soma, llevando algo envuelto en tela entre sus manos.

—Ara, así que tú eres Alex, de quien tanto he oído hablar, —dijo la mujer mientras se acercaba a mí. Cuando estuvo frente a mí, se inclinó un poco para ponerse a mi altura, lo que hizo que su rostro quedara demasiado cerca para mi comodidad. —Lydia no me había dicho que eras un joven tan apuesto.

"Lydia... Así que por eso se parece tanto a ella," pensé. La revelación me hizo sentir un poco nervioso, y di un paso atrás mientras evitaba su mirada. Algo en su presencia me hacía sentir raro, como si no supiera cómo actuar. Miré a mi padre en busca de ayuda, pero él solo sonrió, claramente disfrutando de la escena.

—¿Eres la hermana de Lydia? —pregunté, tratando de romper la incomodidad y cambiar el tema. Aunque mi intento no funcionó del todo, al menos logré articular palabras.

—Ara, además de apuesto, también eres un halagador. Serás un peligro para las chicas de tu edad, —respondió ella con una sonrisa deslumbrante que acentuaba su belleza. "Vaya, sí que es hermosa," pensé, tratando de mantener la compostura.

—Amor, deja al niño en paz, —intervino Soma con un tono divertido, llamando la atención de la mujer. "¿Amor?" Mi mente conectó los puntos rápidamente. "¿Son los padres de Lydia? Eso explicaría muchas cosas."

—Aquí tienes, Alex, tu regalo por catorce cumpleaños, —dijo Soma mientras extendía el objeto envuelto en tela hacia mí.

Con cuidado, tomé lo que tenía en sus manos y removí la tela que lo cubría. Al hacerlo, mis ojos se abrieron con asombro.

Era mi espada.

La hoja era una obra de arte, delgada y recta, con un brillo plateado pulido que reflejaba la luz de forma hipnótica. La empuñadura, de un negro profundo, estaba adornada con intrincados detalles dorados que le otorgaban un aire majestuoso y refinado. Cada línea en el pomo y la guarda parecía contar una historia, mostrando patrones ornamentales que evocaban una sensación de historia y propósito.

La funda que la acompañaba no era menos impresionante. Negra, con bordes dorados y sutiles acentos blancos, parecía diseñada para complementar perfectamente el arma. Grabados elegantes recorrían su superficie, reflejando la misma delicadeza y sofisticación de la empuñadura. Este equilibrio entre autoridad y gracia convertía la espada no solo en un arma, sino en un símbolo de nobleza y poder.

Mientras sostenía la espada en mis manos, sentí cómo una cálida corriente de emociones recorría mi pecho. La espada no era solo un arma; era una promesa, una responsabilidad, y un símbolo de lo que significaba ser un Hemingway. Mis dedos recorrieron lentamente los detalles intrincados de la empuñadura, y por un instante, todas las inseguridades que alguna vez había sentido parecieron desvanecerse.

—Te queda perfecta, Alex, —comentó mi padre, su tono tranquilo pero lleno de orgullo.

—Es un gran regalo, Soma, —dijo la mujer, sonriendo mientras me miraba con afecto—. Espero que lo lleves con honor, Alex.

—Lo haré, —respondí con firmeza, levantando la espada ligeramente para verla brillar a la luz de la herrería.

En ese momento, sentí que algo en mi interior cambiaba. Ya no era solo Alex, el chico que cargaba con un defecto que lo definía. Ahora era Alexander Hemingway, heredero del nombre de mi padre, portador de un emblema que representaba más de lo que podía poner en palabras.

Y aunque el futuro seguía siendo incierto, con esta espada en mis manos, me sentía un paso más cerca de forjar mi propio camino en este mundo.