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Chapter 4 - El brillo de la pasión

Así fue como se estableció mi nueva rutina. Todas las noches, después de cenar, salía de mi casa y recorría el corto trayecto hasta la vivienda de Pablo e Isabel. A veces solo charlábamos en la terraza, otras veces me invitaban a cenar con ellos,y unas tantas veces me quedaba hablando con Isabel solitariamente. Pero siempre había algo reconfortante en la calidez de su compañía, como si esos momentos compartidos fueran un escape de la monotonía de mi vida diaria.

Sin embargo, una noche, todo cambió.

Recuerdo que el aire se sentía más pesado de lo normal mientras caminaba hacia la casa de mis amigos. Una especie de presentimiento me recorría el cuerpo, como si presintiera que algo estaba a punto de suceder. Al acercarme, noté que la casa, normalmente tranquila, parecía envuelta en un extraño alboroto. Voces elevadas se filtraban por las paredes y las ventanas cerradas. El sonido de una fuerte discusión llenaba el aire, aumentando mi preocupación.

Corrí hasta la puerta, que estaba entreabierta, y la empujé suavemente para entrar. Lo que vi al cruzar el umbral me dejó impactado.

Pablo e Isabel estaban en medio de una intensa pelea en la sala de estar. Pablo, visiblemente borracho, gritaba con furia, su rostro enrojecido por la ira. Isabel, por su parte, trataba de calmarlo, rogándole que bajara la voz para no despertar al pequeño Alejandro, que dormía en su habitación. Pero sus intentos eran en vano; la furia de Pablo parecía crecer con cada palabra.

-¡Te he dicho que no me vuelvas a hablar así Isabel ! -gritó Pablo, con una voz fuerte y amenazante traspasando el aire mientras avanzaba hacia Isabel, que retrocedía lentamente.

-Por favor, Pablo,solo digo que hagas silencio o hables bajo. Alejandro está durmiendo, no quiero que te oiga así... -respondió Isabel, con un temblor en la voz que evidenciaba su miedo.

La situación escaló rápidamente. En un arrebato, Pablo extendió el brazo y agarró a Isabel por los hombros, empujándola con fuerza hacia el sofá de la sala. Isabel cayó, soltando un grito mientras intentaba recomponerse.

-¡Pablo ya basta! -grité, mi voz firme y autoritaria mientras corría hacia ellos. No podía quedarme parado viendo cómo esa situación se salía de control.

Me interpuse entre los dos rápidamente, poniendo una mano en el pecho de Pablo y obligándolo a retroceder. Sus ojos, nublados por el alcohol, se encontraron con los míos. Por un momento, la furia que ardía en su interior pareció apagarse, sustituida por una mezcla de confusión y arrepentimiento.

-Carlos... yo... -comenzó a balbucear, sus hombros encorvándose bajo el peso de su propio remordimiento-. Yo,yo no quería...

Antes de que pudiera terminar la frase, comenzó a sollozar. Las lágrimas corrieron por sus mejillas mientras sus rodillas cedían, dejándolo caer al suelo. Me aparté de él, observando cómo el Pablo que había conocido se desmoronaba frente a mí, reducido a un hombre roto por su propia culpa.

-Anda,ve a acostarte Pablo, será lo mejor -le dije con suavidad, no con autoridad, sino con una empatía que no sabía que tenía. Pablo asintió, levantándose torpemente antes de tambalearse hacia su habitación.

El silencio que quedó en la sala después de su partida fue ensordecedor. Isabel seguía en el sofa , con el rostro pálido y la respiración agitada,estaba muy asustada. Me acerqué lentamente, sintiendo que debía hacer algo, cualquier cosa, para consolarla. Me senté a su lado y, sin pensarlo demasiado, la envolví en un abrazo que sabía que nececitaba.

Al principio, Isabel permaneció rígida en mis brazos, como si estuviera en shock. Pero poco a poco, la tensión en su cuerpo comenzó a ceder , y finalmente se relajó correspondiente al abrazo, permitiendo que las lágrimas fluyeran libremente como un manantial. Su llanto fue suave, casi imperceptible, pero su temor y angustia era palpable.

-Vamos,vamos Isabel. Ya todo pasó,tranquilízate por favor -susurré, mientras la abrazaba y también acariciando su espalda en un intento de reconfortarla.

Isabel levantó la vista, sus ojos brillantes por las lágrimas. Nuestros rostros estaban tan cerca que podía sentir su respiración entrecortada contra mi piel. Por un instante, el mundo exterior dejó de existir. Solo estábamos ella y yo, dos almas buscando consuelo en medio de la tormenta.

Sin saber cómo, nuestros labios se encontraron. Fue un beso profundo,cargado de emociones; no solo pasión, sino también desesperación, alivio y una conexión inexplicable que ninguno de los dos había previsto. Mi mente gritaba que lo que estábamos haciendo estaba mal, pero mi cuerpo y mi corazón confirmaban lo contrario.

-Isabel, yo... -intenté decir algo un poco nervioso, cualquier cosa para racionalizar lo que estaba sucediendo, pero ella me calló colocando un dedo sobre mis labios.

-No digas nada, Carlos. Solo vivamos el momento-susurró, su voz cargada de una intensidad que nunca había oído antes-. No quiero arrepentimientos después, puedes estar tranquilo que de aquí nunca saldrá.

Y así lo hice. Nos dejamos llevar por el calor del momento, olvidándonos de todo lo que nos rodeaba. El mundo se desvaneció, y solo quedamos nosotros, atrapados en un torbellino de emociones y deseos cargados de sensualidad. No sé cuánto tiempo pasó, pero cada segundo fue como una eternidad, un escape de la realidad en el que ambos nos permitimos ser vulnerables y libres.

Nos desnudamos poco a poco hasta tirarnos en el piso de aquella casa,frotando nuestros cuerpos,acelerando la respiración y aumentando el placer.

Finalmente, exhaustos y saciados por aquel acto tan placentero,nos pusimos nuestras ropas nos despedimos como lo hacíamos cada noche. Pero esta vez, todo era diferente. Algo en nuestro vínculo había cambiado, una línea invisible había sido cruzada,el puente que nos conectaba se había echo más fuerte. Caminé de regreso a mi casa con el corazón latiendo con fuerza, sabiendo que lo que había sucedido nunca podría ser deshecho,y al contrario,Tenía la creencia de que podía y debia continuar.

Aquella noche, al acostarme y al cerrar los ojos, el peso de lo ocurrido me cayó encima. No sabía lo que significaría para mí, para Isabel. Pero una cosa era segura: nada volvería a ser igual entre yo y esa mujer.