Pasaron los meses y todo siguió su curso,había dejado de asistir a la casa como habría pedido Isabel que disolviera mi rutina matutina nocturna,hasta que un día inesperado, mientras estaba en casa, escuché golpes en la puerta. Era Pablo, con una expresión de alegría desbordante que nunca antes había visto en él. Me abrazó con fuerza, anunciando que su hijo, el nuevo miembro de la familia, había llegado al mundo. No pude evitar sentir una mezcla de alegría y melancolía. Mientras él me abrazaba, mis ojos se humedecieron, y un nudo se formó en mi garganta.
—¡Carlos! —exclamó—. Tienes que venir a ver a mi hijo. ¡Tienes que conocerlo!
Acepté su invitación, aunque mi corazón latía con fuerza, lleno de emociones que no podía controlar. Al llegar a su casa, Pablo me guió directamente hacia la habitación donde Isabel, sentada en una mecedora, trataba de dormir al recién nacido en su regazo. Nuestras miradas se cruzaron, y por un segundo ambos estuvimos a punto de llorar, pero nos contuvimos. Solo nos limitamos a saludarnos con un leve gesto.
Me acerqué lentamente a Isabel, y con una sonrisa temblorosa, me permitió cargar al bebé. Lo tomé en mis brazos, y en ese instante, algo cambió dentro de mí. Una conexión indescriptible, un sentimiento de paternidad me invadió por completo. Sentí que nunca querría separarme de ese niño. Lo sostuve con delicadeza, tratando de contener las lágrimas, y le pregunté a Pablo cuál era su nombre.
—Decidimos llamarlo Carlos, en honor a ti —respondió Pablo emocionado—. Porque eres nuestro amigo y has significado mucho en nuestras vidas.
Mis lágrimas cayeron sin control,conmocionado por sentir cerca de mi a mi propio hijo. Miré al bebé y, con voz temblorosa, le susurré: "Bienvenido a nuestro mundo, Carlos jr". Después de unos momentos, lo devolví a Isabel, sintiendo un vacío al soltarlo, pero al mismo tiempo una profunda gratitud. Les agradecí a ambos por haberle puesto mi nombre, diciéndoles que no tenían idea de lo que eso simbolizaba para mí.
Nos quedamos conversando un rato, intercambiando palabras amables y riendo sobre lo rápido que había pasado todo. Entonces, llegó Doña Josefina junto con Alejandro. El pequeño corrió hacia mí, como siempre, y me abrazó con entusiasmo. Después, se acercó a su madre para besarla y estar a su lado mientras trataba de dormir al bebé.
Josefina saludó a todos con cordialidad característica, y Pablo aprovechó para preguntarle cómo se había comportado Alejandro en su casa. Ella, en su tono habitual, comentó que todo había estado bien, que el niño había pasado el tiempo viendo dibujos animados en la tv y después dibujando en su libro de colores. Luego de dejar sus paquetes , se fue al porche, llevando consigo a Alejandro, quien jugaba con sus juguetes en el piso del porche, mientras tanto ella se sentaba a leer un libro.
Durante un rato más, Pablo, Isabel y yo seguimos conversando, riendo y disfrutando del momento. Pero eventualmente, sentí que era hora de dejar que la familia tuviera su espacio para disfrutar de su nuevo miembro. Me levanté y les dije que era momento de irme. Ambos me agradecieron la visita, y antes de salir, Isabel me miró a los ojos y me dijo suavemente: "Cuídate mucho, y sé feliz, Carlos."
Esas palabras me rompieron. Al salir de la habitación, no pude evitar empezar sollozar. Cada paso que daba se sentía más pesado que el anterior. Al llegar al porche, Doña Josefina,se percato apartando la mirada de su libro ,me observaba con su mirada astuta y fija atraves de sus espejuelos, como si pudiera leer cada uno de mis pensamientos. Me abordó con su habitual tono amable, pero a la vez serio, comenzando a interrogarme con preguntas disfrazadas de cortesía.
—¿Qué te sucede, Carlos? —preguntó, examinándome de pies a cabeza
—No nada,Tranquila Doña Josefina,es solo que las circunstancias me conmocionaron,solo eso— le explicaba
Qué alegría tener otro nieto. Mi hijo y mi nuera tienen un buen matrimonio, y ahora con dos hijos,que más se le puede pedir a la vida... —( Sonreía, pero yo sabía que no era tan así )
Comenzó a darme una de sus buenas charlas sobre los valores conservadores que debería tener más la sociedad actual, sobre la importancia de la familia y la necesidad de preservar la unidad familiar. Su tono, aunque cordial y amable, se podía presentir como algo autoritario e imponente. Yo asentía, casi sin escucharla del todo,ya que independientemente de que me aburrían un poco, mi mente vagaba por otros pensamientos más profundos.
Finalmente decidio volver a su lectura, nos despedimos. Me dio un elogio,que debo decir que fue algo hipócrita y sarcástico, sobre mi interés en los estudios, resaltando mi "inteligencia y educación",fruto de lo inculcado por mi familia,con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.me despedí de Alejandro, quien me abrazó de nuevo antes de que me fuera.
De camino a casa, me invadió una mezcla de emociones. El sentimiento paterno me dominaba, sabiendo que ese bebé, Carlos Jr ,era mi hijo biológico. Pero a la vez, había una especie de alegría silenciosa, sabiendo que ese niño era el símbolo de lo que Isabel y yo habíamos compartido. Algo que, aunque debía terminar, siempre estaría presente en nuestro recuerdos e impregnado en ambos por igual.