Al día siguiente, con la noche cayendo sobre el pueblo, no pude evitar sentirme intranquilo. Tenía que ir a la casa de Pablo e Isabel, necesitaba saber cómo se encontraba ella después de lo que había sentido la noche anterior. Al llegar, fui recibido con una gran sonrisa y un fuerte abrazo por parte de Pablo. Su entusiasmo contrastaba con la preocupación que yo llevaba dentro.
—¡Carlos! ¡Amigo! —exclamó mientras me rodeaba con sus brazos—. ¡Voy a ser papá otra vez! ¡Isabel está embarazada!
Sentí un nudo en la garganta. Mi mente se quedó en blanco. Apenas pude reaccionar, pero logré felicitarlo, aunque las palabras me salieron secas, casi vacías.
—¡Qué buena noticia! Felicidades, Pablo —atiné a decir.
Pablo, lleno de energía, me dijo que tenía que irse porque tenía un compromiso de trabajo importante con uno de los vecinos más adinerados del pueblo. Antes de irse, me sugirió que pasara a la habitación para felicitar a Isabel en persona.
Mi corazón latía con fuerza mientras caminaba hacia la habitación. Al correr la cortina, la vi. Isabel estaba sentada en la cama, con los ojos vidriosos, abrazada por su hijo, Alejandro. Al verme, el niño corrió hacia mí con una sonrisa.
Lo felicité, aunque algo en su alegría infantil me resultaba doloroso. Isabel, con una voz suave pero firme, le dijo a Alejandro que ya era hora de irse a dormir. El niño obedeció, dejó de saltar a mi alrededor y se dirigió a su cama.
Me acerqué lentamente a Isabel y me senté a su lado. Con suavidad, le puse el brazo sobre el hombro y la felicité.
—Felicidades, Isabel. Vas a ser madre otra vez.
Ella me miró, y en su mirada había algo que no entendía del todo. Me agradeció, pero lo hizo con un tono de sarcasmo que me desconcertó.
—Felicidades a ti también, Carlos —dijo, con una sonrisa amarga.
Me quedé sin entender. ¿Qué quería decir con eso? Lo que vino después me dejó sin aliento. Isabel, con una mezcla de dolor y resolución, me confesó la verdad:( el hijo que llevaba en su vientre era mío ).
—Este niño es tu hijo, Carlos —dijo entre sollozos—. Vas a ser padre por primera vez,y a tan joven edad.
Mi mente se nubló. Las palabras no podían salir de mi boca. Todo se sentía irreal. Isabel continuó explicándome, con voz quebrada, que sin pensarlo le había dicho a Pablo que el niño era suyo, una mentira necesaria para salvar su matrimonio.
No pude contener las lágrimas. Me acerqué a ella y la abracé con fuerza, sintiendo el peso de lo que estaba ocurriendo. Habíamos compartido tantas noches de pasión, tanto deseo, sin pensar en las consecuencias. Y ahora, estábamos frente a una de ellas, frente a la vida que habíamos creado juntos.
—No me arrepiento de lo que pasó entre nosotros, Carlos —me dijo, con una mezcla de tristeza y nostalgia—. Pero esto es una señal de que todo tiene que terminar. No podemos seguir con esto. Por el bien de todos, debemos quedarnos solo como amigos.
Asentí en silencio, incapaz de decir nada coherente. La besé una última vez, sabiendo que sería el final de lo que alguna vez tuvimos. Nos abrazamos con fuerza, como si quisiéramos aferrarnos a esos últimos momentos, antes de que yo me levantara para marcharme.
Esa noche, mientras caminaba de regreso a casa, mi mente no podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido. Me acosté en la cama, pero no pude dormir. Me quedé mirando el techo, reflexionando sobre lo que vendría después, sobre mi hijo, sobre Isabel, y sobre el futuro que ahora tendría que enfrentar.