Chereads / HP: Fragmentos De Un Legado / Chapter 6 - Capítulo 6. Conexiones y Desafíos.

Chapter 6 - Capítulo 6. Conexiones y Desafíos.

Lo primero que Helena vio al bajar del dormitorio a la sala común fue a Cassandra, de pie cerca de la chimenea, con una expresión de ligera impaciencia, mientras Draco Malfoy permanecía junto a ella, visiblemente incómodo y con un notable sonrojo en las mejillas. La escena era tan peculiar que Helena se detuvo un instante, tratando de entender lo que estaba viendo.

No es como si conociera realmente a Draco Malfoy, pero en solo cuatro días de ligera convivencia, había aprendido lo suficiente como para formarse una opinión: un chico arrogante, mimado y siempre dispuesto a demostrar su supuesta superioridad. En cierto modo, le recordaba a Dudley, aunque Draco parecía tener al menos una pizca de sofisticación que su primo nunca mostró. Aún así, verlo así, como un cachorro con la cola entre las patas, era… inesperado, pero no desagradable.

—Es una escena satisfactoria, ¿no te parece? —La voz de Lucian resonó a sus espaldas, suave y burlona.

Helena se giró ligeramente para verlo. Lucian estaba apoyado contra la pared, observando la interacción entre Cassandra y Malfoy con una sonrisa apenas perceptible en los labios.

—Un poco, sí —admitió Helena, dejando escapar una pequeña sonrisa. No disfrutaba viendo a otros pasar un mal rato, pero algo en la humillación de Malfoy tenía cierto aire de justicia—. ¿Qué está pasando? —preguntó, volviendo su atención a la escena frente a ella.

—El mundo de las altas esferas políticas —respondió Lucian, con un tono tan cansado como despreocupado, como si hablara de un juego que había visto demasiadas veces.

Helena arqueó una ceja, esperando una explicación más concreta.

—En el tren, Malfoy fue grosero y maleducado con Cassandra —continuó Lucian, cruzándose de brazos—. Claro que lo fue; en ese momento no tenía idea de quién era ella.

—¿Y ahora?

—Ahora lo sabe, y se ha dado cuenta de que cometió un error —explicó, su tono cargado de una mezcla de diversión y exasperación—. Aunque debo admitir que tiene el mérito de haber dejado su orgullo de lado. No todos lo harían.

Helena lo miró con más atención, intrigada por sus palabras.

—¿A qué te refieres?

Lucian exhaló lentamente, como si estuviera a punto de darle una lección.

—Es simple: todo se reduce a sus familias —respondió con calma—. La familia de Cassandra tiene una influencia considerable en la comunidad mágica, no solo en su país de origen, sino también a nivel internacional. Su poder radica principalmente en Francia, pero sería un error subestimarlos.

—¿Y los Malfoy? —preguntó Helena, todavía tratando de encajar las piezas.

—Los Malfoy son una de las familias más prestigiosas de Gran Bretaña —admitió Lucian, inclinando ligeramente la cabeza—. Pero su posición ha decaído en los últimos años. Su conexión con Quien-No-Debe-Ser-Nombrado, voluntaria o no, no es bien vista, al menos no públicamente.

Helena asimiló la información en silencio, observando cómo Malfoy parecía cada vez más incómodo bajo la mirada tranquila pero firme de Cassandra.

—Entonces, ¿todo esto es por lo que pasó en el tren? —aventuró.

Lucian esbozó una pequeña sonrisa, como si la pregunta le resultara obvia.

—Podría parecer un simple desacuerdo entre niños, pero cuando se trata de familias como las de Cassandra y Malfoy, las cosas nunca son tan simples. Hay expectativas, apariencias y… consecuencias.

Helena observó a Cassandra por un momento. La joven hablaba con su tono usual, calmado pero autoritario, y parecía controlar la conversación sin esfuerzo. Malfoy, en contraste, apenas podía mantener la compostura.

—Cassandra parece disfrutarlo —murmuró Helena, con un destello de admiración en la voz.

—Por supuesto que lo disfruta —respondió Lucian, con una sonrisa ladeada—. Aunque nunca lo admitiría. Cassandra puede ser muy vengativa si se lo propone.

El tono de Lucian se suavizó considerablemente en esas últimas palabras, como si temiera que alguien más pudiera escucharlo.

Helena lo observó con interés.

—Eres sorprendentemente observador.

Lucian inclinó la cabeza, aceptando el comentario con una mezcla de humor y modestia.

—No se sobrevive mucho tiempo sin esa cualidad.

Había algo en la manera en que lo dijo, un matiz oscuro que cruzó brevemente su rostro, que hizo que Helena quisiera preguntar más. Pero al mismo tiempo, sabía que cualquier respuesta sería personal y no estaba segura de que Lucian quisiera compartirla.

Antes de que pudiera decidirse, el reloj de la sala común dio la hora. Cassandra giró hacia ellos, con una expresión que dejaba claro que la conversación con Malfoy había terminado.

—Vamos. No queremos llegar tarde a clase, ¿verdad? —dijo con un tono irónico, aunque su elegancia seguía intacta.

Helena asintió, lanzando una última mirada a Malfoy. El chico seguía rojo, pero su alivio era evidente ahora que Cassandra se marchaba.

La sala común de Slytherin, con su imponente diseño y sus intrincados secretos, de repente se sintió como el escenario de un juego mucho más grande y peligroso de lo que Helena había imaginado.

Si Helena era franca consigo misma, la etapa más feliz de su día en Hogwarts no eran las clases donde aprendía magia, sino las comidas en el Gran Comedor. Cada comida era un espectáculo: los platos se llenaban mágicamente, las luces flotantes iluminaban suavemente el ambiente, y el cielo encantado sobre sus cabezas reflejaba los caprichos del clima exterior, cambiando entre días soleados, nublados o estrellados. Había algo reconfortante en aquel lugar, algo que hacía que Helena se sintiera conectada con el mundo mágico de una manera que las aulas no lograban.

Esa noche, mientras se disponía a comenzar su cena, notó a Harry gesticulando emocionado desde la distancia. Caminaba hacia ella con un pergamino en la mano, mientras su lechuza, Hedwig, se acomodaba en un perchero cercano.

—¡Mira esto! —exclamó Harry, inclinándose hacia su hermana y sosteniendo el pergamino frente a ella.

Helena lo tomó con curiosidad y comenzó a leer en voz baja:

*Queridos Harry y Helena:

Sé que tienen las tardes del viernes libres, así que, ¿les gustaría venir a tomar una taza de té conmigo, a eso de las tres? Quiero que me cuenten todo sobre su primera semana. Envíenme la respuesta con Hedwig.

Con cariño,

Hagrid.*

La caligrafía era grande, inclinada y un tanto desordenada, pero el mensaje era claro y cálido.

—¿Qué opinas? —preguntó Harry, con los ojos brillando de entusiasmo.

Helena sonrió.

—Eso sería maravilloso —dijo con entusiasmo, devolviéndole el pergamino—. Escríbele y dile que estaré ahí, no me lo perdería por nada.

Mientras hablaba, hizo un gesto hacia un lugar vacío en la mesa frente a ella, invitando a Harry a sentarse.

Harry se detuvo, mirando el lugar vacante con cierta vacilación.

—¿Puedo hacerlo? —preguntó en voz baja, como si estuviera rompiendo alguna regla.

Helena parpadeó, confundida. Desde que había llegado a Hogwarts, no había visto a nadie sentarse en una mesa que no fuera la de su casa, pero no recordaba haber escuchado que estuviera prohibido.

Fue Cassandra, que hasta entonces había permanecido en silencio, quien rompió la tensión.

—No hay ninguna regla que lo impida. Solo siéntate —dijo con su habitual tono tranquilo, mientras cortaba un trozo de carne con indiferencia.

Harry aún dudó un momento, sintiendo las miradas de otros estudiantes, pero finalmente tomó asiento.

Por un instante, Helena percibió cómo los ojos de algunos de sus compañeros de Slytherin se posaban sobre ellos. En la mesa de su casa, había una etiqueta no escrita: se esperaba que cada uno se mantuviera en su propio círculo. No obstante, tras unos minutos la mayoría perdió interés en ellos.

Para Harry, la situación era distinta. Desde la mesa de Gryffindor, notó a varios estudiantes murmurando, intercambiando miradas como si él acabara de romper un código sagrado.

Intentando ignorar las miradas, Harry comenzó a servirse comida mientras hablaba con Helena.

—Realmente no entiendo por qué es un problema —dijo, manteniendo la voz baja—. ¿Es tan malo que me siente con mi hermana?

Helena levantó la vista, esbozando una sonrisa.

—A veces las personas son... curiosas —respondió con calma—. Si te sirve de consuelo, aquí no parece importar mucho.

Harry frunció el ceño, recordando las conversaciones que había tenido en los últimos días. Algunos de sus compañeros de Gryffindor parecían convencidos de que Slytherin era inherentemente "malvado". Según ellos, todos los magos oscuros habían salido de esa casa, como si fuera un hecho indiscutible. Sin embargo, eso no concordaba con su experiencia. Lucian y Cassandra no se comportaban como villanos de cuentos de hadas, y Helena, por supuesto, nunca podría ser malvada. Ni siquiera era capaz de matar a una araña, algo que Harry recordaba claramente de su vida con los Dursley.

Cassandra, mientras tanto, observaba la escena en silencio, aunque una ligera sonrisa cruzó sus labios cuando Harry empezó a hablar con Helena.

—Esto no debería ser tan complicado —dijo Harry, sirviéndose un poco de puré de patatas.

Cassandra lo miró de reojo y comentó con tranquilidad:

—A veces las personas necesitan etiquetas para sentirse seguras.

Harry asintió lentamente, sin estar seguro de si entendía completamente el comentario.

Minutos después, la conversación transcurrió con tranquilidad. Harry y Helena charlaron sobre sus clases y anécdotas de la semana, mientras Cassandra participaba de vez en cuando con breves comentarios.

—Por cierto, ¿dónde está Lucian? No lo he visto desde que terminaron las clases —preguntó Helena, mirando a Cassandra con curiosidad.

—Francamente, no lo sé. Debe de estar explorando el castillo. Después de todo, nunca puede quedarse quieto, solo ocasiona problemas a los demás —respondió Cassandra, pero al final de sus palabras, su mirada se ensombreció por un instante, como si recordara algo que no le agradaba.

Helena y Harry intercambiaron una breve mirada y, antes de darse cuenta, ambos empezaron a reír. La expresión de Cassandra se relajó ligeramente, aunque mantuvo su usual semblante reservado.

En el momento en que Lucian entró a la biblioteca, el ruido del exterior parecía desvanecerse. Quizás era obra de un hechizo, aunque no le dio demasiada importancia; estaba allí con un propósito claro.

Había escuchado algo intrigante y necesitaba confirmar la veracidad de esas palabras. Sus pasos eran lentos pero firmes mientras recorría los pasillos. Sus ojos se movían con curiosidad por las estanterías, tomando nota mental de los títulos que podrían ser de su interés más adelante.

Finalmente, encontró a la persona que buscaba. Estaba en lo que parecía una sesión de estudio con otros alumnos. Lucian observó la escena por un momento, sopesando sus opciones, y luego decidió acercarse de todas formas. Con calma y confianza, tomó asiento frente al grupo.

La conversación se detuvo abruptamente. Todos miraron hacia él, claramente sorprendidos por su presencia. Durante unos instantes, solo se escuchó el leve crujido de las páginas al cerrarse.

—La sesión ha terminado. Vayan a cenar, los alcanzaré en poco tiempo —dijo quien parecía ser el líder del grupo, con una voz firme y controlada.

Los demás no protestaron. Con rapidez recogieron sus cosas y se retiraron, lanzando miradas fugaces hacia Lucian mientras salían. Era evidente que sabían que lo que se iba a discutir no debía ser oído por nadie más.

—¿Y bien? ¿A qué debo tu visita? —preguntó, con un tono cortés, aunque sus ojos brillaban con un destello de cálculo.

Lucian sonrió con desenfado, recostándose ligeramente en su asiento.

—Bueno, dijiste que podía encontrarte si necesitaba algo. —Su tono despreocupado contrastaba con la seriedad del otro.

El prefecto alzó las cejas, visiblemente sorprendido.

—No esperaba que fuera tan pronto —admitió, dejando escapar una breve risa.

—Oh, tranquilo, Arthur. —Lucian agitó una mano como si quisiera disipar cualquier malentendido—. Solo necesito saciar mi curiosidad. Escuché que mañana habrá una pequeña competencia en la sala común.

Arthur, ahora entendiendo a qué se refería, guardó silencio por un momento. Finalmente, suspiró.

—Ah, ya veo. Así que es eso —dijo Arthur, pensativo—. Supongo que alguien estuvo abriendo la boca sin prestar atención a su entorno.

Lucian no respondió, pero su mirada expectante dejó claro que esperaba una explicación. Arthur cruzó los brazos antes de continuar:

—Es una tradición. Nadie sabe exactamente cuándo o quién la inició. En teoría, es una forma de fortalecer la unidad y el control dentro de nuestra casa. Pero, con el tiempo, se ha deformado para servir a intereses particulares.

Lucian arqueó una ceja, claramente intrigado. Arthur prosiguió:

—La competencia de la que hablas se basa en duelos. Se llevan a cabo para establecer una especie de jerarquía dentro de la casa. Los más fuertes ocupan posiciones de influencia. No es obligatorio participar, pero si quieres ser tomado en serio o tener una voz en las decisiones importantes, no tienes muchas opciones.

—¿Y qué pasa con los que pierden? —preguntó Lucian. Su tono seguía siendo despreocupado, pero sus ojos brillaban con curiosidad.

Arthur esbozó una sonrisa ladeada, cargada de ironía.

—Depende. Hace tiempo, los que perdían podían encontrar formas de compensar su derrota: intrigas, favores, alianzas… Era tanto un juego de estrategia como de fuerza.

Arthur guardó silencio por un momento, como si dudara en decir algo más. Finalmente, suspiró y habló con más seriedad:

—Actualmente, los seguidores de tú-sabes-quién han torcido la tradición para fomentar y proteger sus creencias. Y cuando algo o alguien interfiere con ellos...

Arthur se detuvo, pero Lucian no necesitó que terminara la frase. Con un tono suave pero firme, completó: —Lo eliminan.

Arthur asintió levemente.

—Por supuesto, nada drástico. Después de todo, seguimos en terrenos de la escuela. Pero se aseguran de que aquellos que no están de acuerdo con ellos no tengan forma de levantarse.

El silencio que siguió fue tenso, cargado de entendimiento mutuo.

Lucian, aún sentado frente a Arthur, dejó que sus pensamientos vagaran por un momento. Se había preguntado muchas veces cómo la casa de Slytherin había llegado a estar tan asociada con prejuicios y oscuridad. No podía creer que todos los miembros de una comunidad fueran intrínsecamente malvados. Sin embargo, las palabras de Arthur comenzaban a darle cierta claridad.

La mayoría de los estudiantes de Slytherin eran sangre pura o, al menos, provenían de familias mágicas establecidas. Los nacidos de muggles eran una rareza en la casa, y eso, por sí solo, ya marcaba una diferencia fundamental. Los valores y tradiciones que las familias mágicas transmitían a sus hijos tenían un peso considerable en la dinámica de la casa, especialmente cuando eran moldeados por décadas de ideología exclusivista y lealtad a figuras como Voldemort.

Lucian podía ver ahora cómo esa mentalidad se perpetuaba. No era algo que surgiera de la nada; era un sistema cuidadosamente alimentado por aquellos que tenían el poder y la influencia para hacerlo. 

Arthur lo observó en silencio, como si pudiera adivinar el curso de sus pensamientos.

—No todos son así —dijo, como si quisiera responder a una pregunta no formulada. Su tono era bajo —. Hay quienes no están de acuerdo con esas ideas, pero... Slytherin no es un lugar fácil para los disidentes.

Lucian levantó la mirada, captando la sinceridad en las palabras de Arthur.

—Y tú, ¿estás de acuerdo? —preguntó, sin rodeos.

Arthur soltó una risa corta, sin alegría.

—Digamos que soy pragmático. Si quieres sobrevivir aquí, aprendes a jugar según las reglas... o al menos, a aparentar que lo haces.

Lucian se recostó en su asiento, meditando las palabras del prefecto. Entendía la lógica detrás de ellas, pero también sabía que no era alguien que simplemente se adaptará a los juegos de los demás.

Finalmente, se levantó, ajustando su túnica con calma.

—Gracias por la información, Arthur. —Su tono era cortés, aunque su mirada reflejaba una determinación tranquila.

Arthur asintió, su expresión todavía seria, pero con un leve destello de reconocimiento en sus ojos.

—Confío en que enfrentarás cualquier obstáculo con la misma seguridad que demuestras ahora —dijo, sus palabras cargadas de una mezcla de advertencia y respeto.

Lucian respondió con una sonrisa segura, una que no necesitaba palabras para transmitir su confianza. Después de un breve intercambio de despedidas, giró sobre sus talones y salió del lugar, siguiendo los mismos pasos que lo habían llevado allí.

Mientras recorría los pasillos en dirección a la sala común, su mente seguía trabajando, procesando lo que había aprendido. Su conversación con Dumbledore resonaba con una claridad inquietante: la casa de Slytherin estaba profundamente envuelta en prejuicios. Pero eso no significaba que todos dentro de ella los merecieran.

A pesar de llevar solo unos días allí, Lucian ya había notado que no todos estaban satisfechos con la forma en que las cosas se manejaban. Había un descontento latente, difícil de detectar pero innegable, entre aquellos que parecían cansados de las dinámicas de poder que definían su casa. Sin embargo, era evidente que el cambio no era sencillo. Sin influencia ni respaldo, rebelarse contra el sistema era poco más que un riesgo inútil.

Lucian sonrió para sí, su mirada fija en el camino frente a él. Bueno, entonces, ¿qué tal si les daba la oportunidad? ¿Serían capaces de levantarse y tomar un papel activo en su destino, o seguirán escondidos, con la cola enroscada, temerosos de las repercusiones?

Al final, no importaba demasiado lo que hicieran los demás. Lucian tenía claro que su camino no dependía de las reglas impuestas por otros. Si Slytherin era un tablero, él no sería una pieza que otros movieran a su antojo. No. Si había un juego, entonces él estaba decidido a ser el jugador.

La tarde del viernes pronto llegó, y Helena descendía por las amplias escaleras de piedra hacia los terrenos del castillo. A su lado caminaba Cassandra, con la misma expresión impasible que siempre la caracterizaba. Aunque Helena había insistido en que Lucian los acompañara, él había declinado cortésmente, mencionando que tenía otros asuntos que atender, pero deseándoles una buena tarde antes de despedirse.

El cielo estaba cubierto por nubes que se movían lentamente, pero no parecía que fuera a llover. El aire fresco y el aroma del césped recién cortado llenaban el ambiente, creando una atmósfera tranquila mientras las dos jóvenes avanzaban hacia la cabaña de Hagrid, situada cerca del límite del Bosque Prohibido.

A medida que se acercaban, Helena estudió la cabaña. Era sencilla, hecha de madera, con una ballesta y un par de botas de goma descansando junto a la puerta. Aunque pequeña, había algo acogedor en su apariencia rústica.

—Es un lugar curioso para vivir —comentó Cassandra con tono neutral, sus ojos evaluando cada detalle de la cabaña.

—Sí, Hagrid es… único —respondió Helena, esbozando una sonrisa mientras pensaba en la personalidad de Hagrid.

Frente a la cabaña, vieron a Harry y a una chica que Helena reconoció al instante: Hermione, la misma que había estado buscando el sapo de Neville en el tren. Los dos estaban charlando mientras esperaban, y Harry fue el primero en notar su llegada.

—¡Helena! —exclamó, levantando la mano para saludarlas.

—Hola, Harry. Qué bueno ver que te has adaptado bien —dijo Helena con una sonrisa, inclinando la cabeza hacia Hermione.

Harry asintió, sonriendo también. Luego, Hermione dio un paso al frente y, con una ligera sonrisa, se presentó:

—Aunque ya me presenté antes, es un placer conocerte de nuevo. Me llamo Hermione Granger —dijo con tono cortés.

Helena asintió amablemente. 

—Helena Potter, encantada de conocerte, Hermione. —Sonrió, y luego dirigió una mirada rápida hacia Cassandra, quien observaba a la nueva chica en silencio.

—Cassandra Beaumont —dijo simplemente, con su voz suave y tranquila, sin mucho más que añadir.

Hermione asintió y, aunque algo sorprendida por la brevedad de la respuesta, sonrió.

—Un placer —dijo.

—¿Listos para entrar? —preguntó Harry, mirando hacia la cabaña—. Hagrid debe estar esperándonos..

Helena asintió, y los cuatro se acercaron a la puerta de la cabaña. Cuando Harry llamó a la puerta, oyeron unos frenéticos rasguños y varios ladridos. 

Luego se oyó la voz de Hagrid, diciendo: —Atrás, Fang, atrás. 

La gran cara peluda de Hagrid apareció al abrirse la puerta. 

—Entrad —dijo— Atrás, Fang. 

Los dejó entrar, tirando del collar de un imponente perro negro. Había una sola estancia. Del techo colgaban jamones y faisanes, una cazuela de cobre hervía en el fuego y en un rincón había una cama enorme con una manta hecha de remiendos. 

—Estáis en vuestra casa —dijo Hagrid, soltando a Fang, quien a pesar de su apariencia intimidante, era evidentemente mucho más amigable de lo que cualquiera podría esperar. Al liberar al perro, Fang se lanzó directamente hacia Harry, para comenzar a lamerle la cara.

—Es bueno verte, Hagrid —dijo Helena con una sonrisa, mientras miraba cómo Fang se lanzaba contra Harry. —Esta es Cassandra, por cierto —continuó, con un gesto hacia su amiga, que observaba a Hagrid en silencio, evaluando cada aspecto del entorno.

Cassandra levantó una ceja, pero finalmente se acercó, extendiendo la mano hacia Hagrid. Su expresión era tranquila, pero no exenta de curiosidad.

—Es un placer —dijo Hagrid, sonriendo de oreja a oreja mientras estrechaba la mano de Cassandra con entusiasmo.

Cassandra devolvió el gesto, aunque su mirada permaneció pensativa, como si estuviera sopesando algo en silencio.

—Y esta es Hermione —continuó Harry, después de haber logrado librarse de Fang, que ahora se tumbaba tranquilamente a un lado—. Ella es de Gryffindor, como yo.

Hermione sonrió ampliamente, mirando a Hagrid con algo de admiración mientras extendía la mano en su dirección.

—Encantada de conocerlo, Hagrid —dijo con un tono cálido y educado, ligeramente más entusiasta que el de Cassandra.

—Es bueno ver que os está yendo bien —comentó Hagrid mientras se dirigía hacia la chimenea. En una gran tetera, el agua ya hervía, lista para ser vertida en varias tazas. Con movimientos cuidadosos, sirvió té y cortó generosos pedazos de pastel.

—Vamos, tomad asiento. Los bocadillos estarán listos en un momento —añadió con una sonrisa, terminando los últimos preparativos.

Helena se sentó junto a Cassandra, mientras Harry y Hermione ocuparon el otro lado de la mesa. El pastel era denso y seco, lo suficiente como para desafiar sus dientes, pero todos fingieron que les gustaba. Cassandra, por su parte, simplemente dijo con cortesía que no tenía demasiado apetito.

—Entonces, ¿cómo os va con las clases? —preguntó Hagrid mientras se sentaba con ellos, observando con interés.

El grupo de cuatro hablo de sus materias favoritas y de sus primeras impresiones sobre el personal de Hogwarts. Hagrid, con una carcajada, mencionó:

—Filch, ese viejo bobo... y su gata La Señora Norris es un caso aparte. Me encantaría presentársela a Fang algún día. ¿Sabéis que cada vez que voy al colegio me sigue? Estoy seguro que Filch la envía a vigilarme.

Harry, todavía riendo por el comentario, le contó a Hagrid sobre su primera clase de Pociones con Snape.

—No sé qué tiene contra mí. Es como si me odiara —dijo Harry, frustrado.

—¡Tonterías! —respondió Hagrid con un tono firme—. ¿Por qué iba a odiarte?

Sin embargo, Harry notó que Hagrid había desviado la mirada al responder, como si tratara de evitar el tema.

—Por cierto, Helena, ¿qué tal te va en Slytherin? —preguntó Hagrid de pronto, cambiando de tema con una naturalidad demasiado evidente.

Mientras Helena respondía la pregunta de Hagrid, Harry comenzó a perderse en sus pensamientos, observando la pequeña cabaña. Su mirada se detuvo en la mesa, donde había un periódico doblado. Reconoció el encabezado a primera vista:

RECIENTE ASALTO EN GRINGOTTS.

Harry tomó el periódico con curiosidad y leyó en voz baja:

"Continúan las investigaciones del asalto que tuvo lugar en Gringotts el 31 de julio. Se cree que fue obra de magos y brujas oscuros. Los gnomos insisten en que no se han llevado nada. La cámara que se registró había sido vaciada en una ocasión anterior. «Pero no vamos a decirles qué había allí, así que mantengan las narices fuera de esto, si saben lo que les conviene», declaró un portavoz de Gringotts."

—¡Hagrid! —exclamó Harry de repente, interrumpiendo la conversación de Helena con el guardabosques—. ¡Ese robo en Gringotts sucedió el día de nuestro cumpleaños! ¡Pudo haber pasado mientras estábamos allí!

Helena dejó de hablar, frunciendo el ceño al escuchar a su hermano. Extendió la mano y tomó el periódico de sus manos para leerlo ella misma.

Cassandra y Hermione intercambiaron miradas intrigadas, aunque se mantuvieron en silencio.

—Harry... —dijo Helena con un tono de advertencia, tratando de calmarlo.

Hagrid, por su parte, se removió incómodo en su asiento. Gruñó algo ininteligible y se apresuró a llenar más tazas de té mientras ofrecía un segundo trozo de pastel que nadie realmente quería.

—No es nada de lo que tengáis que preocuparos, eso es cosa de los gnomos y del Ministerio —dijo Hagrid, con un tono que intentaba sonar despreocupado, pero que no lograba ocultar su nerviosismo.

Helena no pudo evitar recordar algo: la cámara setecientos trece, de donde Hagrid había sacado un pequeño paquete arrugado durante su visita a Gringotts. «La cámara que se registró había sido vaciada aquel mismo día», decía el artículo. Era demasiada coincidencia.

Hagrid evitó las miradas inquisitivas de los hermanos Potter, desviando el tema hacia las clases y la emoción de las próximas semanas en Hogwarts. Sin embargo, Helena no podía dejar de pensar en ello.

Mientras volvían al castillo para la cena, con los bolsillos llenos de trozos de pastel que habían sido demasiado educados para rechazar, Helena no podía apartar el tema de su mente.

Era evidente que Hagrid había sacado el paquete justo a tiempo, pensó Helena mientras caminaba en silencio. La idea la inquietaba. Recordó claramente que él había mencionado que era un encargo de Dumbledore. Entonces, surgió otra pregunta:

¿Dumbledore sabía lo que iba a suceder?

Si lo sabía, ¿por qué no había advertido a nadie? ¿Por qué enviar a una sola persona?

Y entonces, una duda aún más inquietante se deslizó en su mente:

¿Qué podía ser aquello que estaba envuelto en ese pequeño paquete arrugado?

Helena intentó organizar sus pensamientos, pero la cabaña de Hagrid, el recorte del periódico y las palabras del guardabosques parecían enredarse en un rompecabezas sin solución inmediata. Miró a Harry de reojo, pero él parecía perdido en sus propios pensamientos.

No tenía sentido compartir sus dudas en ese momento. Quizás más adelante, cuando tuviera más piezas del rompecabezas, podría buscar respuestas. Por ahora, solo le quedaba observar, escuchar y, sobre todo, recordar.

La sala común de Slytherin estaba más concurrida de lo habitual aquella noche. Las luces verdes y plateadas proyectaban sombras irregulares en las paredes, intensificando una atmósfera que ya de por sí se sentía más tensa de lo normal. Los susurros llenaban el aire, creando un murmullo constante que hacía que Helena se sintiera inquieta. Había algo que no estaba del todo bien, pero era difícil precisar qué.

Al entrar a la sala común Helena observó a Lucian sentado en un sofá alejado del centro de la sala. Con una postura relajada. Helena sintió el impulso de acercarse a él, pero antes de que pudiera dar un paso, Cassandra la detuvo, colocando una mano suave pero firme en su brazo.

—No —dijo Cassandra en un susurro apenas audible, negando con la cabeza. Su expresión era difícil de descifrar, pero en sus ojos había un brillo que mezclaba cautela y algo que casi parecía advertencia.

Helena frunció el ceño, desconcertada. El gesto de Cassandra era extraño, y el ambiente no hacía más que intensificar su incomodidad. Antes de que pudiera insistir, una figura se interpuso en su camino. Gemma Farley, una prefecta de sexto año, se plantó delante de los alumnos que habían entrado, la mayoría de ellos de primer año.

—Esperen un momento —dijo Gemma, su tono firme, casi cortante—. Hay un anuncio importante para todos. No se les permite dejar la sala común hasta que lo escuchen.

Se detuvo un momento, su mirada fría pareció suavizarse brevemente mientras recorría a los estudiantes más jóvenes. Luego, inclinó ligeramente la cabeza hacia ellos, lo suficiente para que solo los más cercanos pudieran escucharla, y continuó con un susurro bajo, apenas audible:

—No importa lo que suceda, no se les ocurra abrir la boca. Simplemente asientan con la cabeza, incluso si no están de acuerdo.

Helena sintió que su columna se tensaba con esas palabras. A su alrededor, los demás de primer año intercambiaron miradas rápidas, sus expresiones oscilando entre la confusión y el nerviosismo. Nadie se atrevió a cuestionar, y un silencio tenso se extendió por el grupo, mismo que se dispersó por toda la sala.

Conforme pasaban los minutos, la tensión en la sala común crecía. Helena no pudo evitar notar un rastro de inquietud en los rostros de algunos de los estudiantes mayores, una emoción que rozaba el pánico. 

Poco después, un movimiento en la entrada captó la atención de todos. Varias figuras emergieron de las sombras de la entrada, sus pasos firmes resonando contra el suelo de piedra. Helena reconoció a Marcus Flint, un conocido bravucón de sexto año, acompañado por James Rosier, uno de los prefectos más reservados de la casa. Había otros estudiantes con ellos, pero sus rostros le eran menos familiares, aunque no menos intimidantes.

Gemma Farley, quien hasta ese momento se había mantenido erguida y serena, parecía haber tensado aún más su postura. Tan pronto como los vio, comenzó a hablar. Su voz, habitual en autoridad, llevaba ahora un matiz de rigidez que no pasaba desapercibido.

—Escuchen con atención —dijo, dejando que su mirada recorriera a cada uno de los alumnos congregados—. En Slytherin, la astucia y el poder lo son todo. Nuestra casa siempre ha sostenido la pureza de nuestra sangre y nuestra magia como valores fundamentales. Tenemos una reputación que mantener y, por ende, una lealtad que no debe ser cuestionada ni quebrantada.

El aire se tornó más pesado con sus palabras, y Helena sintió que el ambiente estaba a punto de volverse aún más opresivo. ¿De qué hablaba Gemma exactamente? ¿Por qué su tono parecía tan calculadamente solemne?

—No obstante, siempre hemos sido magnánimos —continuó Gemma, su voz resonando con una dureza casi ceremonial—. Así que, nuevamente, se les dará la oportunidad de cambiar las cosas. Aquellos que no están contentos con las decisiones que se toman en nuestra casa pueden dar un paso al frente.

Helena observó con una mezcla de curiosidad y creciente incomodidad cómo nadie se movió. Los estudiantes mayores, en su mayoría, evitaban el contacto visual y algunos, como si fuera un acto inconsciente, miraban al suelo, como si intentar pasar desapercibidos fuera la mejor estrategia.

El silencio en la sala era palpable, pero, de alguna manera, eso no hizo que la tensión disminuyera. En lugar de ello, parecía que el ambiente se volvía más denso con cada segundo que pasaba sin que nadie se atreviera a intervenir. 

Entonces, su mirada se desvió hacia los dos individuos en el centro de la sala: Flint y Rosier. Ambos estaban de pie, varitas en mano, como si se prepararan para un duelo. Flint, siempre provocador, lucía una sonrisa burlona, una expresión que no dejaba lugar a dudas de que estaba disfrutando del poder que sentía al estar en el centro de la atención. Rosier, por otro lado, parecía más distante, indiferente a la situación.

Rompiendo el silencio, Flint dio un paso al frente, su sonrisa burlona ensanchándose mientras recorría con la mirada a los estudiantes más jóvenes de Slytherin. Su atención se detuvo en un alumno de quinto año que estaba sentado en una esquina, tratando de pasar desapercibido.

—Dime, Edgar —dijo Flint, alzando la voz para que todos pudieran oírlo—. Ha pasado un año, ¿qué tal si vuelves a probar tu suerte? Quizá esta vez tengas más éxito.

El joven, visiblemente nervioso, apartó la mirada, pero Flint no dejó de provocarlo. La presión de las miradas de todos en la sala y las risas contenidas de algunos lo obligaron a actuar. Con un suspiro de resignación, se levantó y sacó su varita en silencio.

Flint intercambió una mirada con Rosier, y antes de que Edgar pudiera reaccionar, ambos alzaron sus varitas. Un par de hechizos bien coordinados lo derribaron al instante, dejándolo tendido en el suelo, sin posibilidad de defenderse.

Los murmullos comenzaron a extenderse por la sala, mezclados con miradas de desaprobación y miedo. Rosier, con su semblante frío y calculador, barrió la sala con la mirada hasta que finalmente se detuvo en Draco Malfoy, que había estado observando todo desde un lado, intentando mantener un perfil bajo.

—¿Y bien, Malfoy? —dijo Rosier, su tono tranquilo, pero con una mordacidad latente—. ¿No vas a demostrar de qué estás hecho? O, ¿prefieres quedarte ahí sentado? Después de todo, el honor de tu apellido ya está por los suelos, ¿no?

Draco mantuvo su expresión impasible, aunque un leve temblor en su mandíbula delataba su irritación. Quería contestar, devolver el golpe con algún comentario sarcástico, pero sabía que no valía la pena. Su padre le había advertido que situaciones como esta podían pasar.

Necesitaba contener su orgullo herido, que amenazaba con desbordarse. Sabía que Flint y Rosier buscaban una reacción; querían humillarlo, hacerlo un ejemplo frente a los demás por las acciones de su padre.

Con una tranquilidad que no sentía, Draco se limitó a encogerse de hombros, fingiendo indiferencia.

—No veo la necesidad de perder mi tiempo con ustedes —dijo finalmente, con un tono que intentaba ser despreocupado.

Rosier, sin embargo, no lo dejó escapar tan fácilmente. Su voz cortante perforó el aire:

—Cobarde.

La palabra resonó en la sala como un hechizo lanzado con fuerza. Draco apretó los puños, sus ojos destellaron con furia, y durante un segundo, todos pensaron que alzaría su varita. Pero, con esfuerzo, se obligó a permanecer en su lugar. Al final, solo giró la cabeza hacia un lado, evitando más contacto visual.

Flint le lanzó una mirada burlona antes de buscar su próxima presa, dejando a Draco con una mezcla de alivio y amargura. Su mirada recorrió la sala común con la seguridad de un depredador buscando a su próxima víctima. Helena sintió cómo su mirada se detenía en ella, y un escalofrío recorrió su espalda. Sin embargo, antes de que Flint pudiera avanzar hacia ella, Cassandra se colocó frente a Helena con un movimiento casi imperceptible, su postura protectora pero sutil. Fue suficiente para desviar la atención del matón.

Posteriormente, Flint se giró hacia un sofá alejado, donde un joven de cabello oscuro estaba sentado tranquilamente, observando la escena con una calma inquietante. 

—¿Y tú qué? —dijo Flint, alzando la barbilla en dirección al chico—. Has estado muy callado. ¿Qué pasa, Grindelwald? ¿También eres otro cobarde o es que tienes miedo de ensuciarte las manos?

La mención del apellido provocó un murmullo en la sala. Algunos estudiantes levantaron la mirada, sorprendidos de que alguien tuviera la osadía de dirigirse a Lucian de esa manera. Otros comenzaron a retroceder en sus lugares, como si presintieran que algo peligroso estaba a punto de suceder.

Lucian, por su parte, no reaccionó de inmediato. Su rostro permaneció inexpresivo, y durante un instante, parecía que ni siquiera había escuchado el comentario. El murmullo de los espectadores comenzó a desvanecerse mientras los ojos de todos se fijaban en él, esperando su respuesta.

Con una lentitud calculada, Lucian se puso de pie, su movimiento lleno de una calma intimidante. Entonces, sin previo aviso, la figura de Flint salió disparada hacia atrás, como si una fuerza invisible lo hubiera empujado con una brutalidad descomunal. El cuerpo del matón voló por la sala común, chocando contra un sillón que se volcó por el impacto, antes de terminar en el suelo con un ruido sordo.

El silencio que siguió fue absoluto. Flint yacía aturdido, gimiendo débilmente, mientras los demás estudiantes miraban a Lucian con incredulidad y temor. Aunque él sostenía su varita en la mano, nadie lo había visto apuntarla, y mucho menos pronunciar palabra alguna. La única explicación era magia no verbal, algo que la mayoría en esa sala apenas podía imaginar dominar.

Lucian permaneció de pie, su figura irradiaba una calma inquietante que llenaba cada rincón de la sala común. Su mirada, helada y calculadora, se paseó lentamente entre los presentes, evaluándolos uno por uno, como si estuviera pesando su valor en una balanza invisible. No había rabia en sus ojos, solo una firme advertencia, fría como el hielo y tan cortante como una navaja.

Finalmente, su atención se detuvo en Rosier, quien se había quedado petrificado tras presenciar cómo Flint había salido volando sin que Lucian pronunciara una sola palabra. Lucian inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado, como si estuviera considerando una idea interesante, y luego rompió el silencio.

—¿Y bien? —dijo con un tono burlón, su voz resonando con un matiz de desafío que parecía retar no solo a Rosier, sino a cualquiera que se atreviera a intervenir—. ¿Quieres probar tu suerte?

Rosier aparentemente mantenía una compostura indiferente, pero sus ojos, ahora algo inquietos, traicionaban sus verdaderos sentimientos. Cuando no obtuvo respuesta, Lucian dejó escapar una risa suave. Dio un paso hacia adelante, inclinando ligeramente la cabeza como si estuviera evaluando más de cerca a su nuevo objetivo.

—Descuida —añadió, su tono ahora casi amable, aunque el veneno tras sus palabras era inconfundible—. Seré más suave contigo… en consideración con tu apellido.

Rosier reaccionó esta vez, sus ojos mostrando un destello de hostilidad pura. Su apellido, al parecer, era un tema sensible, y Lucian había tocado un nervio expuesto. Sin pensarlo dos veces, Rosier llevó la mano rápidamente a su varita, dispuesto a lanzar un hechizo que dejará en claro que no era alguien a quien se podía subestimar.

Pero no tuvo siquiera tiempo de abrir la boca.

Un destello cruzó la sala, acompañado por un golpe seco que resonó en el silencio expectante. Rosier soltó un jadeo ahogado cuando un impacto contundente le golpeó el estómago. Antes de que pudiera procesar lo que había sucedido, su cuerpo salió disparado hacia atrás, chocando contra la pared con un ruido sordo.

Los murmullos se convirtieron en un silencio absoluto, roto solo por el gemido bajo de Rosier mientras se desplomaba al suelo, aturdido. Su varita rodó lejos de él, inútil.

Lucian permaneció inmóvil, con la misma expresión serena que había tenido desde el principio, su varita descansando despreocupadamente en su mano derecha. Era evidente que no había hecho ningún esfuerzo o si lo hizo no lo mostraba. La magia no verbal que había empleado sólo hacía que la atmósfera a su alrededor se sintiera más pesada.

—Tienes reflejos lentos, Rosier —comentó con frialdad, sus palabras llenas de una indiferencia cortante—. Tal vez deberías practicar más antes de intentar algo tan impulsivo.

La tensión en la sala común de Slytherin era casi palpable, como si el aire se hubiera vuelto más denso tras la declaración de Lucian. Por otro lado el joven se acomodaba en el sofá con una indiferencia calculada, los ojos de todos seguían clavados en él, algunos con una mezcla de asombro y miedo, otros con un respeto silencioso que no se atrevían a expresar abiertamente.

Los amigos de Flint y Rosier, que hasta hace poco parecían tan confiados, permanecieron en sus lugares, inmóviles. Nadie se atrevió a dar un paso adelante, ni siquiera para ayudar a Rosier, quien aún intentaba recuperarse del impacto.

Lucian dejó que el silencio se extendiera, como si disfrutara del incómodo dominio que había impuesto. Finalmente, cuando la tensión alcanzó su punto máximo, habló de nuevo.

—Bien —dijo con un tono lleno autoridad implícita—. Entonces podemos dar por terminada la noche. Es una buena hora para dormir.

Sus palabras fueron una orden disfrazada de sugerencia. Se levantó del sofá con calma, guardando su varita en el interior de su túnica, y comenzó a caminar hacia las escaleras que llevaban a los dormitorios, ignorando las miradas que lo seguían.

Cuando su figura desapareció por las escaleras, el murmullo tímido regresó, y los estudiantes comenzaron a moverse nuevamente, como si hubieran estado paralizados todo ese tiempo

Había dudas, nerviosismo, asombro, alegría e incluso temor; una auténtica plétora de emociones inundaba la sala común. Nadie parecía saber exactamente cómo reaccionar. Los más jóvenes miraban a Lucian como si fuera una figura intocable, casi legendaria, mientras los mayores intentaban disimular su incomodidad, conscientes de que el equilibrio de poder dentro de Slytherin acababa de cambiar drásticamente.

En un rincón más apartado, Helena y Cassandra intercambiaron una mirada silenciosa. Cassandra mantenía una expresión de aprobación contenida, como si la actuación de Lucian hubiera sido precisamente lo que esperaba de él. No parecía sorprendida, sino satisfecha, como si todo hubiera salido según un plan que solo ella conocía.

Helena, en cambio, estaba inmersa en sus pensamientos. Sus ojos reflejaban una mezcla de intriga y ligera preocupación mientras su mente trataba de procesar lo que acababa de presenciar.

Sabía que Lucian era avanzado en la magia, eso era evidente desde el primer momento en que lo había conocido. Pero ¿tanto? Derrotar a dos oponentes mayores y aparentemente más experimentados, y hacerlo sin esfuerzo visible, no era algo que se logrará solo con simples lecciones educativas en casa o talento innato.

Había algo más.

"Esto no es normal", pensó Helena, entrelazando las manos sobre su regazo mientras observaba cómo la sala empezaba a vaciarse lentamente. ¿Qué tipo de entrenamiento había recibido Lucian? ¿De dónde provenía ese dominio absoluto, esa calma aterradora?

Cassandra, notando el silencio prolongado de Helena, le dedicó una breve sonrisa.

—¿Sorprendida? —preguntó Cassandra, inclinándose ligeramente hacia ella, su tono tan casual como si hablaran del clima.

Helena dudó antes de responder.

—Más bien… intrigada —admitió finalmente, su voz en un susurro apenas audible, cuidando que nadie más escuchara—. Aunque sea nueva en el mundo mágico, sé que lo que acaba de hacer no es algo que cualquiera pueda lograr.

Cassandra se encogió de hombros con una elegancia que parecía innata, pero su mirada traicionaba un matiz de emociones más profundas.

—Es un Grindelwald —dijo con confianza, su tono más bajo de lo habitual—. Incluso si algo parece imposible, él tiene que hacerlo posible.

En esas palabras había algo más que confianza. Era casi una mezcla de simpatía y tristeza, como si entendiera perfectamente el peso de lo que acababa de decir y todo lo que eso implicaba.

Helena no respondió de inmediato. Sus pensamientos se tornaron más sombríos mientras su mirada se dirigía, casi por inercia, hacia las escaleras por donde Lucian había desaparecido. Quizá era la primera vez desde que lo había conocido que siquiera podía empezar a comprender el peso del apellido que él cargaba.

El nombre Grindelwald no era solo un apellido; era una sombra alargada, una marca que evocaba tanto miedo como fascinación en quienes lo escuchaban. Pero ahora, después de lo que había presenciado, Helena entendía que ese legado también era una carga, una que Lucian llevaba con una serenidad inquietante.

Por un momento, pensó en su propio apellido: Potter. Helena Potter. Apenas habían pasado cinco días desde que comenzó Hogwarts, y ya sentía cómo ese nombre pesaba sobre ella como si fuera algo más grande que ella misma. Las miradas, las expectativas… No tenía que hacer mucho para darse cuenta de que todo el mundo esperaba algo de ella. ¿Una gran heroína? ¿Una estudiante ejemplar?

Helena no estaba segura de cómo lidiar con ello. Apenas estaba empezando a descubrir quién era en el mundo mágico, pero ya sentía que no tenía el lujo de cometer errores, no con tantas personas observándola, juzgándola incluso antes de que pudiera demostrar nada.

Y entonces estaba Lucian. Él no parecía cargar con esa misma inseguridad. Parecía hecho para soportar el peso de su apellido, o al menos daba esa impresión. Mientras ella se sentía abrumada, él se mostraba indiferente, como si las opiniones de los demás no le afectarán. ¿Cómo lo hacía? Esa frialdad controlada, esa calma imperturbable. ¿Era algo que había aprendido, algo que le habían enseñado, o simplemente era parte de quién era?

Helena dejó escapar un suspiro apenas audible.

—Es un Grindelwald —repitió Cassandra en voz baja, como si esas palabras fueran respuesta suficiente.

Helena no lo tenía tan claro. Por mucho que intentara comparar sus experiencias con las de Lucian, sabía que había una diferencia fundamental entre ellos. Él parecía haber aceptado la mirada del mundo sobre él como un hecho inevitable. Ella, en cambio, no sabía si alguna vez podría hacerlo.