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Chapter 9 - Capítulo 9. Una Noche y Mañana Caótica.

Lucian avanzaba por los pasillos del sexto piso del castillo con la tranquilidad característica de quien está acostumbrado a mantener el control de cada situación. El suave eco de sus pasos rompía el silencio que reinaba en las paredes de piedra; la mayoría de los estudiantes se encontraban reunidos en el Gran Comedor, disfrutando de las festividades de la noche. Sin embargo, su mente estaba fija en la reunión que había postergado durante más de un mes.

Sabía que el enfrentamiento con la facción conservadora de Slytherin era inevitable. Durante semanas, habían intentado socavar su creciente influencia dentro de la casa, utilizando tácticas que iban desde la manipulación de rumores hasta pequeños sabotajes que, en retrospectiva, parecían infantiles. Cada intento había fracasado de manera tan evidente que el efecto contrario se producía: su prestigio entre los estudiantes aumentaba.

Lucian no podía evitar encontrar la situación irónica. Aquellos que buscaban detenerlo no hacían más que reforzar su posición. Sus fracasos reiterados los hacían parecer desesperados y torpes, mientras que él, simplemente por mantenerse firme, salía fortalecido. Era un juego que estaba ganando sin necesidad de moverse demasiado, lo cual, por supuesto, enfureció aún más a sus opositores.

El peso de lo que significaba esta reunión no le era ajeno. Selwyn y Travers, los líderes actuales de la facción conservadora, representaban a familias profundamente arraigadas en las tradiciones de la casa Slytherin. Sus padres, antiguos mortífagos, no solo habían sido fieles seguidores de Voldemort, sino que también habían inculcado en sus hijos el mismo desprecio por cualquier cosa que desafíe la pureza de sangre. Sin embargo, Lucian sabía que estas creencias estaban en decadencia. 

Las ideologías y creencias que Voldemort había promovido durante su ascenso al poder estaban experimentando un declive notable tras su caída. Aunque el cambio era lento, comenzaba a percibirse un giro hacia una mentalidad más abierta dentro de la comunidad mágica. Este avance, sin embargo, estaba lejos de ser universal; los prejuicios y las tradiciones arraigadas aún persistían en muchos rincones del mundo mágico.

La erosión del legado de Voldemort no solo se debía al rechazo de sus métodos y principios, sino también a la realidad de cómo se había consolidado su régimen. Muchos de los que alguna vez se unieron a su causa lo hicieron no por convicción, sino por miedo, oportunismo o el deseo de protegerse a sí mismos y a sus familias. Su supuesta lealtad era, en el mejor de los casos, una fachada que se desmoronó tan pronto como su poder empezó a tambalearse.

Sin embargo, este cambio enfrentaba desafíos significativos. Las viejas familias, orgullosas de su linaje y de las tradiciones que habían mantenido durante siglos, se resistían ferozmente a abandonar su posición privilegiada. Para ellas, admitir que las ideas de pureza de sangre estaban desfasadas no solo significaba renunciar a un poder simbólico, sino también aceptar que habían estado equivocadas al seguirlo, algo que pocos estaban dispuestos a hacer.

Este contexto creó un ambiente de transición, donde las facciones más conservadoras intentaban mantener su influencia mientras surgían voces más progresistas que abogaban por el cambio. Lucian sabía bien que las batallas que se estaban llevando a cabo eran por el control político o social.

Finalmente, llegó al lugar señalado para la reunión. Frente a él se encontraba un tapiz descolorido que mostraba lo que parecía ser una asamblea de magos y brujas bajo un cielo estrellado. La tela era vieja, casi olvidada, pero Lucian podía apreciar el detalle con el que se habían bordado las figuras. Con un ligero movimiento de su mano, apartó el tapiz y se encontró con un pasillo oscuro. Las pocas velas que lo iluminaban parecían luchar contra la penumbra, proyectando sombras inquietantes en las paredes de piedra.

Mientras avanzaba por el pasillo. La madera crujió bajo sus pies al llegar a la puerta al final del camino. Tomó un momento para ajustar la expresión de su rostro, relajando sus rasgos hasta que adoptaron una neutralidad que no daba lugar a interpretaciones. Entonces, empujó la puerta.

El aula, vacía y polvorienta, apenas estaba iluminada por unas pocas velas flotantes. El aire olía a humedad y a tiempo estancado. En el centro de la sala, Adrian Selwyn y Isolde Travers estaban de pie junto a un escritorio central, como si esperaran a un adversario en lugar de a un interlocutor. Ambos lo observan con miradas calculadoras, intentando descifrarlo antes de que siquiera hablara. A un lado, Arthur Catherwood estaba apoyado contra la pared, sus brazos cruzados y una expresión de calma aparente, aunque sus ojos se movían con suma atención.

—Llegas justo a tiempo, Grindelwald —saludó Selwyn con una voz que intentaba sonar casual, pero cuyo tono llevaba un filo evidente.

Lucian cerró la puerta tras de sí con un suave clic y avanzó hacia el centro de la sala, sin prisa pero con una determinación que llenó el espacio. No respondió al saludo de inmediato, dejando que el silencio se estirara lo suficiente para que los demás sintieran el peso de su entrada.

—Un lugar peculiar para una reunión —comentó Lucian finalmente, su tono ligero pero cargado de una burla apenas disimulada, mientras sus ojos analizaban el aula vacía con una calma estudiada. Finalmente, centró su mirada en Selwyn—. Supongo que es un buen lugar para personas como ustedes.

El leve brillo de furia que cruzó el rostro de Selwyn no pasó desapercibido para Lucian. Aunque el joven lo ocultó rápidamente bajo una sonrisa calculada, la grieta en su fachada fue suficiente para que Lucian supiera que había acertado con sus palabras.

—Nos pareció adecuado. Después de todo, los asuntos importantes requieren un espacio lejos de miradas indiscretas —replicó Selwyn, manteniendo una voz cuidadosamente medida.

Isolde Travers intervino entonces, su tono firme y cargado de un desdén palpable: —Asuntos que, me temo, necesitan aclararse antes de que alguien más en esta casa pierda la perspectiva de lo que significa ser un verdadero Slytherin.

Lucian alzó una ceja, permitiéndose una ligera sonrisa que apenas ocultaba su diversión. Sus palabras eran predecibles, un eco de las mismas ideologías gastadas que había escuchado tantas veces antes, pero no dejaban de ser interesantes. Sus ojos se desviaron brevemente hacia Catherwood, buscando algún indicio de su postura en todo esto. Sin embargo, el joven permaneció impasible, apoyado contra la pared como un espectador disfrutando de un espectáculo en el que no tenía intención de participar.

—¿Y qué es exactamente lo que consideran que necesita aclararse? —preguntó Lucian finalmente, cruzando los brazos con una postura relajada, aunque su mirada seguía siendo penetrante, evaluadora.

Selwyn, parecía ansioso por tomar el protagonismo, dio un paso adelante, ajustándose las solapas de su túnica como si el gesto pudiera añadirle peso a sus palabras.

—Tus constantes esfuerzos por atraer la atención y la lealtad de los más jóvenes están creando una división innecesaria en nuestra casa. Estás desviándolos de los valores que Slytherin representa desde hace siglos.

La sonrisa de Lucian se ensanchó ligeramente, aunque su mirada se volvió más afilada.

—Si recuerdo correctamente, los valores de Slytherin son la ambición y la astucia. Hasta donde sé, eso es exactamente lo que he estado fomentando —replicó con un tono suave, casi despreocupado, pero sus palabras cayeron como un golpe bien dirigido.

La tensión en la habitación se volvió palpable. Isolde entrecerró los ojos, pero Selwyn intentó intervenir antes de que ella hablara.

Lucian no le dio oportunidad. Dio un paso adelante, reduciendo la distancia entre ellos lo justo para que su presencia no pudiera ser ignorada, pero sin perder la calma.

—¿O acaso tu idea de un verdadero Slytherin es seguir ciegamente las ideas de alguien que fue derrotado por un bebe indefenso? —continuó, su tono aún moderado, pero con un filo cortante que hizo eco en las paredes de piedra del aula.

El silencio que siguió a sus palabras fue ensordecedor. La habitación parecía contener la respiración, mientras incluso Catherwood, quien hasta entonces había permanecido indiferente, desvió levemente su atención hacia Selwyn y Travers, observando cómo intentarían responder.

Selwyn, visiblemente furioso, dibujó un movimiento rápido con la mano, y en un instante su varita estuvo apuntando directamente hacia Lucian.

—¡Detente, Selwyn! —dijo Arthur con firmeza, moviéndose casi al unísono mientras sacaba su propia varita y la mantenía lista. Su tono era de advertencia más que de ruego, dejando claro que no estaba dispuesto a permitir que la situación se descontrolara.

Isolde Travers, por su parte, permaneció en silencio, con los brazos cruzados y una expresión conspirativa en su rostro, evaluando cada detalle como si estuviera esperando el momento adecuado para intervenir.

Lucian, sin embargo, no mostró ni el más mínimo rastro de intimidación. En lugar de retroceder, avanzó un paso más, cerrando la distancia entre él y Selwyn hasta quedar frente a frente. La diferencia de altura entre ambos era evidente, y Selwyn tuvo que inclinar la cabeza hacia abajo para encontrarse con los ojos de Lucian.

—Adelante, hazlo —dijo Lucian, su tono calmado, casi aburrido, pero con una frialdad cortante que perforaba la tensión en la sala—. Quiero ver si eres mejor que tus lacayos… o si, como sospecho, no eres más que otro sangre pura incompetente.

El desprecio en sus palabras fue un golpe más efectivo que cualquier hechizo, y por un momento, Selwyn pareció congelado. Sus nudillos se tensaron alrededor de su varita, y su mandíbula se apretó tanto que parecía que iba a rechinar los dientes.

Arthur, desde su posición, mantuvo su varita lista pero no dijo nada más, dejando que el peso de las palabras de Lucian decidiera el curso de los acontecimientos. Travers, mientras tanto, mostró una sombría expresión al ver la vacilación de Selwyn.

Tras un instante lleno de tensión, el joven respiró profundamente y bajó su varita con un movimiento lento, forzando sus emociones a calmarse.

—No voy a jugar tu juego, Grindelwald —dijo Selwyn con voz tensa, tratando de recuperar algo de dignidad mientras se enderezaba—. Esto no termina aquí.

Lucian arqueó una ceja, su expresión de decepción apenas disimulada.

—Qué predecible. —La burla en su voz era palpable—. Una amenaza vacía de alguien que no tiene el coraje para respaldar sus palabras.

Antes de que Selwyn pudiera responder, Travers decidió que la paciencia no era su punto fuerte. Con un movimiento rápido y llena de frustración, levantó su varita y apuntó directamente a Lucian.

—¡Detente, Travers! —gruñó Arthur, su voz cargada de autoridad—. Esto no es un duelo.

Pero sus palabras cayeron en oídos sordos. La furia de Travers nublaba su juicio, y estaba decidida a actuar. Justo cuando abrió la boca para recitar un hechizo, un destello rápido de luz azul la golpeó de lado, enviándola contra la pared con un ruido sordo. Su varita salió volando en la dirección opuesta, cayendo al suelo con un sonido hueco.

El impacto dejó un silencio momentáneo en la habitación. Selwyn observó la escena con los ojos muy abiertos, sorprendido tanto por la caída de Travers como por la fuente del hechizo. Lentamente, giró la cabeza hacia Arthur, que seguía sosteniendo su varita con una calma imperturbable.

—Supongo que esta es tu forma de tomar un bando, Catherwood —espetó Selwyn, su voz cargada de veneno.

Arthur se encogió de hombros con indiferencia, dirigiendo una mirada fugaz hacia Travers, que se esforzaba por levantarse del suelo con movimientos torpes y llenos de frustración.

—Si sirve de consuelo, no es personal. Simplemente no tengo paciencia para espectáculos tan… dignos de un Gryffindor.

Lucian, que hasta ese momento había permanecido como un espectador indiferente, dejó escapar un suspiro, como si la escena entera le resultará más aburrida que irritante.

—Y así es como termina esto —dijo con un tono neutro, casi desapasionado, mientras dirigía una mirada fría a Selwyn—. Ustedes pueden seguir aferrándose a las viejas ideas, pretendiendo tener un poder que claramente no les corresponde. Pero les vendría bien recordar algo esencial: los tiempos cambian, y con ellos, las prioridades.

Sus palabras, aunque dichas con calma, tenían un filo que perforó la vacilación de Selwyn. Este, aunque aún sostenía su varita, parecía dudar de si valía la pena arriesgarlo todo en un enfrentamiento que ya estaba perdido. Lucian le sostuvo la mirada con firmeza antes de dirigir su atención a Travers, que lo observaba desde el suelo con una mezcla de furia y humillación.

Con movimientos despreocupados, Lucian se dirigió hacia la puerta, como si la situación en la que acababa de participar no tuviera mayor importancia.

—Ustedes dos deberían reflexionar sobre lo que realmente significa ser un Slytherin. Aferrarse al pasado solo garantizará que se queden atrás.

Arthur, que había estado a su lado todo el tiempo, se detuvo un momento en el umbral, lanzándoles una última mirada.

—Será mejor que piensen bien en lo que desean. El futuro tiene poco espacio para los que no saben adaptarse.

Con esas palabras, ambos salieron de la habitación, dejando tras de sí un aire pesado, cargado de tensión y resentimiento, mientras Selwyn y Travers permanecían en silencio, enfrentándose no solo a su humillación, sino también a la amarga realidad de sus propias limitaciones.

...

Lucian y Arthur caminaron en silencio a través de los corredores de piedra del castillo, iluminados tenuemente por las antorchas que proyectaban sombras alargadas en las paredes. El eco de sus pasos era el único sonido que los acompañaba, y durante un largo momento, ninguno pareció dispuesto a romper la quietud.

Finalmente, fue Arthur quien habló, con su voz baja pero firme.

—No pensé que llegarías a este punto tan pronto —dijo, sin mirar directamente a Lucian—. Pero, ¿estás seguro de que esto era necesario? Aunque te hayan estado antagonizando, no necesariamente eran tus enemigos.

Lucian esbozó una media sonrisa, un gesto tan breve que casi pasó desapercibido.

—Selwyn y Travers no son un problema, Arthur. Ellos solo son síntomas de una enfermedad. En cuanto a lo que sucedió hoy, sabes tan bien como yo que era algo inevitable. Dejarlos correr sin una advertencia clara habría sido un error.

Hizo una pausa, su tono cambiando ligeramente, mostrando un atisbo de genuina sorpresa.

—Aunque no negaré que tu decisión de apoyarme ha sido una grata sorpresa. Originalmente pensé que estaría solo en esto.

Arthur resopló levemente, como si encontrara la idea algo divertida.

—Solo consideré mi mejor opción —respondió, encogiéndose de hombros—. El lado conservador está francamente acabado. Están perdiendo prestigio y seguidores rápidamente, y sus mayores partidarios son alumnos mayores que están a menos de dos años de salir de Hogwarts.

—¿Pragmatismo puro, entonces? —preguntó Lucian, arqueando una ceja, aunque había un tono de aprobación en su voz.

—Por supuesto —dijo Arthur, con un toque de ironía—. Pero también quiero un poco de paz en los años que me quedan dentro de estas paredes.

Lucian dejó escapar una suave risa, casi inaudible, pero lo suficiente para romper la tensión del momento.

—Paz... —repitió, como si probara la palabra en su boca—. Es algo que todos deseamos, pero pocos pueden llegar a tener.

Arthur se encogió de hombros, con su habitual expresión indiferente.

—Mientras no tenga que lidiar con idiotas como Travers todos los días, eso lo considero paz.

Sin más, giró hacia un pasillo diferente al llegar al siguiente cruce, desapareciendo entre las sombras sin mirar atrás.

Lucian lo observó marcharse por un momento, su expresión serena, aunque sus ojos brillaban con una intensidad calculadora. Finalmente, retomó su camino, el eco de sus pasos resonando en el corredor vacío, pero algo cambió en su andar.

Pronto, sus pasos se volvieron más lentos, y su mirada se fijó en el pasillo delante de él, como si estuviera viendo algo que no estaba allí, algo invisible para cualquier otro. Su respiración se calmó, y en su rostro apareció una leve sonrisa, casi juguetona.

—Bien, veamos qué deseas mostrarme —dijo en voz baja, como quien se dirige a un viejo amigo, aunque a ojos de cualquiera parecería que hablaba solo.

La atmósfera a su alrededor pareció transformarse; el aire se tornó más denso, cargado de una energía que se sentía ceremonial, casi solemne, como si el propio castillo lo guiara. Lucian giró por un pasillo lateral, uno que apenas recordaba haber visto antes, y continuó avanzando sin vacilar, como si sus pasos estuvieran dictados por una fuerza que sólo él percibía.

Cuando volvió en sí, se encontró en uno de los corredores del primer piso. Era curioso: a esas alturas, los alumnos deberían haber terminado su festín en el Gran Comedor, pero el pasillo estaba vacío, desolado, como si el tiempo mismo se hubiera detenido.

Un hedor acre y desagradable llegó a sus sentidos, haciéndole fruncir levemente el ceño. No obstante, no retrocedió. En su lugar, continuó caminando con calma, hasta que al dar vuelta en un pasillo, encontró la respuesta.

Frente a él, la escena era grotesca. Un monstruo de más de tres metros y medio de alto se alzaba con su descomunal cuerpo gris piedra y deformado. Su pequeña cabeza pelada parecía grotescamente desproporcionada con respecto al resto de su figura. Las piernas cortas y gruesas, como troncos de árbol, sostenían un cuerpo que arrastraba con desgano un gran bastón de madera, mientras sus largos brazos colgaban a los lados.

El troll giró su cabeza hacia él, sus ojos pequeños y rojizos destellando con una ira primitiva e instintiva. Gruñó profundamente, un sonido que resonó como un trueno en las paredes del corredor.

—Vaya, parece que alguien te dejó en libertad para que causarás un poco de diversión —comentó con un tono casual, su varita ya estaba firmemente sujeta en su mano derecha.—. Muy bien, veamos si esta noche tiene más sorpresas guardadas.

El Gran Comedor estaba lleno de susurros aquella mañana. Los estudiantes, normalmente ocupados con el desayuno o intercambiando historias triviales, estaban inclinados unos hacia otros, hablando en voz baja, pero con evidente emoción. Todos los ojos parecían brillar con la misma mezcla de intriga y temor. El rumor que había surgido desde las primeras horas del día era demasiado fascinante como para ignorarlo.

—¿De verdad fue un estudiante? —preguntó un chico de Hufflepuff, mirando a sus compañeros con los ojos muy abiertos—. Dicen que el trol estaba... destrozado cuando lo encontraron.

—Eso escuché —respondió una chica, ajustándose las gafas mientras se inclinaba hacia adelante—. Pero también dicen que ni siquiera los profesores saben quién fue. Filch estaba furioso porque el trol dejó un desastre en uno de los pasillos del primer piso, pero más allá de eso...

—¡Tiene que haber sido un profesor! —interrumpió otro chico, con una risa desdeñosa—. ¿Quién más podría enfrentarse a un trol? Ningún estudiante aquí tendría el poder o la habilidad para hacerlo.

—¿Y por qué no? —replicó una chica, cruzándose de brazos con expresión desafiante—. Si alguien supo usar su cabeza y un poco de magia inteligente, podría haberlo logrado.

En la mesa de Gryffindor, el debate era especialmente animado. Ron Weasley, que parecía no haber dormido bien, escuchaba con una mezcla de curiosidad y miedo mientras mordisqueaba una tostada.

—No entiendo por qué no nos dijeron nada —murmuró Seamus Finnigan, agitando su cuchara en un plato de gachas—. Si fue un profesor, ¿por qué no mencionaron quién fue? Y si fue un estudiante... ¿por qué no lo han recompensado o algo?

—¡Porque todo esto es una locura! —exclamó Ron, dejando caer su tostada en el plato con un golpe seco—. ¿Un estudiante matando a un trol? Es imposible.

Hermione Granger, normalmente ansiosa por corregir cualquier error en una conversación, permanecía en silencio. Estaba pálida, y parecía mucho más interesada en empujar su tostada de un lado a otro del plato que en participar en el alboroto. De vez en cuando, miraba de reojo hacia el final del Gran Comedor, donde los profesores discutían en voz baja entre ellos.

Harry, sentado junto a ella, no podía evitar mirarla con preocupación. Lo poco que Hermione les había contado sobre la noche anterior lo había dejado inquieto: el trol había estado cerca, muy cerca, de los baños donde ella se encontraba. Era un auténtico milagro que no le hubiera pasado nada.

En la mesa de Slytherin, la conversación tenía un tono más altivo. Draco Malfoy se reclinaba en su asiento, observando a los demás estudiantes con expresión desdeñosa.

—Es absurdo —dijo, dejando caer su cuchillo con un golpe seco—. Nadie aquí tendría las agallas para enfrentarse a un trol, y mucho menos matarlo. Esto es solo una historia para asustar a los de primer año.

Pansy Parkinson, sin embargo, parecía encantada con la idea.

—Pero, Draco, piénsalo. ¿Y si fue un estudiante? Tal vez alguien... como tú.

Draco arqueó una ceja, claramente disfrutando de la insinuación.

—Bueno, si fue alguien, seguro que era de Slytherin. Ningún Gryffindor tendría la astucia para lograr algo así.

En la mesa de Ravenclaw, el debate tomaba un giro más especulativo.

—Escuché que lo encontraron... destrozado —susurró una chica, sus ojos brillando con una mezcla de temor y emoción—. Como si no solo hubieran usado magia, sino algo más.

—¿Algo más? —repitió otro estudiante, frunciendo el ceño—. ¿Qué podría ser más que magia?

—¿Y si fue un artefacto mágico? —propuso un tercero, con una expresión pensativa—. Algo que nadie más conoce.

La conversación se extendía como pólvora. Cada grupo parecía añadir su propia versión de los hechos, y aunque nadie sabía con certeza qué había pasado, todos coincidían en algo: quienquiera que lo hubiera hecho era alguien poderoso, y tal vez peligroso.

Desde su extremo de la mesa de Slytherin, Lucian permanecía en silencio, su expresión imperturbable mientras tomaba un sorbo de su té. La conversación bulliciosa sobre el trol no parecía afectarlo en lo más mínimo, pero una leve curva en la comisura de sus labios sugería que estaba mucho más atento de lo que aparentaba.

De repente, levantó la mirada y habló en un tono ligero, pero lo suficientemente alto para que se escuchara en el área cercana.

—¿Qué sucede? —preguntó, con una ceja ligeramente arqueada—. ¿Acaso me he manchado de comida?

Su mirada se dirigió directamente hacia Helena, quien se había quedado inmóvil, sus ojos abiertos de par en par al darse cuenta de que la habían descubierto. Había estado observándolo con una mezcla de curiosidad y cautela, perdida en sus propios pensamientos sobre el muchacho que parecía tan ajeno a la conmoción que sacudía el Gran Comedor.

—Yo... —balbuceó Helena, apretando la servilleta en su regazo mientras sus mejillas adquirían un leve rubor—. Yo solo quería saber... lo que pensabas de los rumores.

Lucian la observó en silencio por un momento, inclinando ligeramente la cabeza como si estuviera sopesando su respuesta. Luego, dejó su taza con cuidado y entrelazó las manos frente a él, mostrando una sonrisa enigmática.

—¿Los rumores? —repitió, como si no supiera a qué se refería. Su tono era casi juguetón—. Ah, ¿te refieres al misterio del trol caído?

Helena asintió rápidamente, tratando de mantener la compostura, aunque su nerviosismo era evidente.

—Sí... Es que todo el mundo está hablando de eso. Dicen que fue un estudiante quien... bueno, que lo enfrentó.

—¿Un estudiante, dices? —murmuró Lucian, apoyando el mentón en una mano mientras fingía considerarlo—. Interesante. Aunque, personalmente, no creo que nadie aquí sea tan insensato como para enfrentarse a un trol.

—Entonces... —Helena lo miró con interés, olvidando momentáneamente su timidez—. ¿Crees que no es cierto?

Lucian sonrió, pero esta vez su expresión se volvió un poco más seria, su voz adquiriendo un tono reflexivo.

—Te diré lo que se no lo que puedo especular, los trols, al igual que muchas criaturas mágicas, tienen una defensa natural contra la magia. No son fáciles de herir, por lo tanto son difíciles de derrotar, y mucho más aún de... —hizo una pausa, enfatizando la palabra— ...matar. Incluso los hechizos más complejos tienen una eficacia limitada contra ellos. Solo un mago muy excepcional, con gran habilidad y experiencia, podría lograr una hazaña así.

Helena solo mostró una ligera sorpresa ante la detallada explicación de Lucian. Había pasado suficiente tiempo con él para saber que poseía un conocimiento vasto y, a menudo, sorprendente para alguien de su edad. Era precisamente esa profundidad lo que había captado su atención desde el principio, pero ahora la situación parecía diferente. Había algo más que la intrigaba.

Lucian no había estado en la cena de anoche. Había notado su ausencia de inmediato, había querido notificar a los profesores de esto cuando el Director salió a buscar Hermione, pero había sido detenida por Cassandra. Sin embargo, esta misma mañana, el castillo estaba lleno de rumores sobre un estudiante que había enfrentado y derrotado, o incluso matado, a un trol.

Helena no podía evitar sentir que eran demasiadas coincidencias. Quizás estaba siendo paranoica, pero cada detalle parecía apuntar hacia Lucian de una manera que no podía ignorar.

—Eso tiene sentido —dijo finalmente, intentando que su tono fuera neutral. Trató de no mirar directamente a Lucian, pero no pudo evitar lanzarle una mirada de reojo, esperando captar algún indicio en su expresión—. Pero... si eso es cierto, ¿no crees que es extraño que nadie sepa quién lo hizo?

Lucian, que había vuelto a estar absorto en su té, levantó la mirada con calma. Sus ojos se encontraron con los de Helena por un breve instante, un destello indescifrable brillando en ellos.

—Quizá eso sea lo más fascinante del asunto, ¿no crees? —respondió, con una sonrisa que no revelaba absolutamente nada—. Un misterio siempre es más interesante que una respuesta sencilla.

Helena sostuvo su mirada un segundo más antes de apartarla, fingiendo interés en su plato. Pero dentro de ella, las sospechas seguían creciendo. ¿Lucian sabía más de lo que estaba dispuesto a admitir? ¿Era realmente posible que él... no, era absurdo pensar eso... o tal vez no tanto?

Mientras el ruido del Gran Comedor continuaba a su alrededor, Helena decidió no decir nada más por ahora. Si Lucian tenía algún secreto, no era su lugar intentar desentrañarlo. Si algún día él decidiera revelarlo por sí mismo, sería mejor. Por ahora, todo lo que podía hacer era observar y esperar, dejando que el misterio permaneciera, tal como él había sugerido.

Durante la clase de Pociones, la atmósfera en la mazmorra era, como siempre, pesada y opresiva. Pero esa mañana parecía haber algo distinto en el aire, algo más que el olor agrio de los ingredientes en ebullición y la tensa concentración de los estudiantes. Las paredes de piedra oscura parecían absorber cualquier sonido que no fuera el chasquido de líquidos hirviendo o el ocasional murmullo cauteloso. Severus Snape, con su túnica negra flotando tras él, se paseaba entre los calderos con su característico aire intimidante.

Sin embargo, Lucian, sentado junto a Helena, notó algo que los demás parecían demasiado ocupados para percibir: el andar de Snape no era el mismo. Cada paso del profesor llevaba una ligera irregularidad, una sutil diferencia en el peso que distribuía entre sus piernas. Su pie izquierdo se movía con un poco más de firmeza, mientras que el derecho apenas tocaba el suelo, como si evitara cargarlo demasiado.

Lucian no apartó la vista de su caldero, pero en su mente, la observación quedó grabada como una nota al margen, algo que podría ser relevante más adelante. A su lado, Helena también parecía haberlo notado.

—¿Te has fijado? —murmuró ella en voz baja, manteniendo la vista en su trabajo pero con una ligera inclinación hacia él.

Lucian apenas inclinó la cabeza, lo suficiente para que ella supiera que había escuchado.

—Sí, lo he notado —respondió en un tono bajo, calculado para no llamar la atención. Añadió un nuevo ingrediente a su poción, moviendo la cuchara con precisión medida antes de continuar—. Pero Snape no es del tipo que admitirá una debilidad, ni siquiera si lo incapacita.

Helena dejó escapar un suave suspiro, como si procesara esa información, y volvió a enfocarse en su trabajo. Sin embargo, sus ojos no dejaban de moverse ligeramente hacia la figura del profesor, quien ahora se acercaba a su mesa.

Snape se inclinó sobre el caldero de Lucian, su sombra oscura proyectándose como una mancha sobre la superficie burbujeante. Sus ojos negros recorrieron rápidamente la poción y los ingredientes dispuestos con meticulosidad.

—Adecuado —pronunció con su habitual frialdad, aunque su tono dejó entrever una ligera nota de aprobación, casi imperceptible para cualquier oído menos atento. Sin esperar respuesta, se irguió y continuó su inspección del aula, su andar irregular una vez más evidente para aquellos que sabían dónde mirar.

Helena observó cómo Snape se alejaba, su mirada oscilando entre la mesa y el profesor.

—Es extraño —murmuró apenas lo suficiente para que Lucian la escuchara—. No puedo imaginar qué le habrá pasado.

Lucian no respondió de inmediato. En lugar de eso, se tomó un momento para asegurarse de que su poción estuviera en el punto correcto antes de apagar la llama bajo el caldero.

—No todo necesita ser imaginado, Helena. A veces, la información llega a quien sabe esperar —dijo finalmente, con un tono que aparentaba darle una lección.

La clase terminó poco después, y los estudiantes comenzaron a recoger sus materiales. El murmullo en la sala aumentó ligeramente mientras las parejas y grupos discutían sobre las pociones y los próximos deberes.

Lucian se tomó su tiempo, colocando sus ingredientes de vuelta en su baúl con la misma precisión con la que los había dispuesto al inicio. A su lado, Helena y Cassandra lo esperaban pacientemente para dirigirse juntos a sus próximas clases.

—Señor Grindelwald, quédese un momento.

La voz helada de Snape cortó el ligero murmullo del aula vaciándose. Lucian no mostró sorpresa ante la petición; solo dejó que un ligero ceño fruncido cruzara brevemente su rostro antes de borrarlo por completo. Se giró lentamente hacia el profesor, encontrándose con sus ojos oscuros, que lo observaban con una intensidad implacable.

—Por supuesto, profesor —respondió con calma, dejando su mochila a un lado. Con un movimiento sutil de la mano, indicó a Helena y Cassandra que se adelantaran. Ambas intercambiaron miradas rápidas antes de abandonar la mazmorra, sus pasos resonando suavemente en el suelo de piedra.

Lucian esperó en silencio, su postura relajada, aunque había en sus ojos un brillo de cautela.

—Tengo entendido, señor Grindelwald, que no estuvo presente en el Gran Comedor durante la aparición del trol en el castillo. Quizá podría aclararme dónde se encontraba anoche —dijo Snape finalmente, con un tono aparentemente neutral, pero impregnado de una clara nota de sospecha.

Lucian sostuvo su mirada con una serenidad que parecía casi ensayada, dejando que el silencio llenará el espacio por un momento antes de responder.

—Estaba atendiendo ciertos problemas relacionados con nuestra casa, profesor —dijo al fin, con un aire de seriedad controlada—. Arthur Catherwood podría corroborar mi historia.

Snape ladeó ligeramente la cabeza, sus ojos afilados buscando cualquier signo de mentira o vacilación en el rostro de Lucian.

—Comprenderá que las palabras de una sola persona no serán suficientes —replicó con mordaz suspicacia.

Lucian no se inmutó, permitiendo que una leve sonrisa, casi imperceptible, curvara sus labios.

—Bueno, podría preguntarles a Selwyn y Travers, pero dudo mucho que sean cooperativos —añadió con un tono casual que parecía diseñado para provocar una reacción.

Los ojos de Snape se estrecharon momentáneamente, y algo parecido a la comprensión cruzó por su rostro.

—Ya veo —murmuró con frialdad—. Espero que esos "problemas" hayan sido solucionados.

—Por el momento lo han sido —respondió Lucian, manteniendo el contacto visual con una confianza tranquila—, pero, como sabe, ciertas tensiones requerirán de mi intervención. Mantener la cohesión dentro de Slytherin es crucial para lograr un éxito colectivo.

La explicación era convincente, incluso razonable. Pero Snape, un hombre acostumbrado a las verdades a medias, no parecía dispuesto a bajar la guardia tan fácilmente. Sus ojos seguían fijos en Lucian, evaluándolo como si fuera un ingrediente dudoso en una poción crítica.

Finalmente, Snape se movió hacia su escritorio, recogiendo un pergamino. Al volver su atención a Lucian, su voz descendió a un susurro afilado.

—Sea lo que sea lo que crea que está logrando, señor Grindelwald, le recomendaría que sea más cuidadoso con sus pasos. Hogwarts tiene sus propios métodos para descubrir la verdad, y los pasos en falso rara vez pasan desapercibidos.

Lucian asintió con una leve inclinación de cabeza, su rostro adoptando una expresión de respeto calculado.

—Agradezco su consejo, profesor. Siempre intento actuar con prudencia.

Por un momento, los dos se miraron en silencio, como si cada uno midiera la profundidad del otro. Finalmente, Snape hizo un gesto breve con la mano.

—Puede retirarse.

Al salir del aula, Lucian reflexionó sobre las palabras de Snape. No estaba del todo seguro si lo dicho por el profesor era una advertencia velada o un consejo disfrazado de amenaza. Conociendo al hombre y su reputación, Lucian estaba inclinado a pensar que era lo primero, aunque era difícil determinarlo con certeza. 

Por el momento, lo único que podía hacer era dirigirse a su siguiente clase. De cualquier forma, no había evidencia concreta que pudieran usar en su contra. Quizá había una persona capaz de lograrlo, pero incluso esa posibilidad le parecía incierta. Con esos pensamientos rondando en su mente, Lucian ajustó la correa de su mochila y se encaminó hacia el aula.