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Chapter 11 - Capítulo 11. Una Fecha Especial.

Se acercaba la Navidad, y una fría mañana de diciembre, Hogwarts amaneció cubierto por una capa de nieve que alcanzaba los dos metros. El lago estaba completamente congelado, y el aire era tan gélido que las pocas lechuzas que lograron atravesar el cielo tormentoso para entregar el correo tuvieron que quedarse bajo el cuidado de Hagrid. Allí, protegidas de las inclemencias del tiempo, podían recuperarse antes de intentar volar nuevamente.

Helena comenzaba a conocer mejor a los gemelos Weasley, cuya fama de bromistas ya era conocida en todo el castillo. Había tenido la oportunidad de interactuar con ellos en uno de los entrenamientos de quidditch de su hermano, y aunque al principio no entendía cómo Harry podía soportar su energía inagotable, ahora encontraba cierto encanto en su peculiar sentido del humor. Recientemente, habían sido castigados por hechizar bolas de nieve para que persiguieran al profesor Quirrell y lo golpearan en la parte trasera de su turbante. Helena no pudo evitar sonreír al escuchar la historia; los gemelos eran implacables, pero había algo admirable en su ingenio y creatividad.

A medida que se acercaban las vacaciones, la expectativa impregnaba el ambiente. Las chimeneas de la sala común de Slytherin y el Gran Comedor ofrecían refugio ante el implacable invierno, pero los pasillos permanecían helados y llenos de corrientes de aire. Un viento cruel golpeaba sin descanso las ventanas de las aulas, dejando una sensación de frío que parecía instalarse en los huesos. Sin embargo, lo más insoportable eran las clases de Pociones en las mazmorras. Allí, el frío era tan intenso que la respiración de los estudiantes se transformaba en pequeñas nubes de vapor. Muchos, desesperados por encontrar algo de calor, se mantenían cerca de sus calderos, cuyo contenido burbujeante era su única fuente de alivio.

Durante una de esas clases, Draco Malfoy no perdió la oportunidad de hacer uno de sus comentarios cargados de veneno:

—Es una verdadera lástima —dijo con su habitual tono burlón—. Toda esa gente que tiene que quedarse aquí en Navidad porque nadie los quiere en sus casas.

Su mirada se dirigió directamente a Helena y Harry, y como siempre, Crabbe y Goyle soltaron risitas torpes a su lado. Helena, ocupada pesando polvo de espinas de pez león, no levantó la vista. A su lado, Harry apretaba los dientes, haciendo un esfuerzo visible por no responder.

Antes de que la tensión pudiera escalar, la voz de Lucian resonó en la mazmorra, clara y firme:

—Malfoy, te sugiero que te centres en tu trabajo. Al menos intenta no ser una vergüenza para nuestra casa.

El comentario cayó como un rayo, y el resto de la clase quedó en silencio. Malfoy abrió la boca para replicar, pero al encontrarse con la mirada de Lucian, titubeó. Era evidente que, a pesar de su habitual arrogancia, no se atrevía a enfrentarse a alguien con la influencia de Lucian, especialmente dentro de Slytherin. Finalmente, cerró la boca, su rostro enrojecido por la ira y la humillación, y desvió la mirada hacia su caldero.

Helena alzó la vista por un momento y encontró los ojos de Lucian. Le dedicó una breve sonrisa de agradecimiento antes de volver a concentrarse en su trabajo. Sentir el apoyo de alguien como él, especialmente en un entorno tan hostil como a veces podía ser Slytherin, le proporcionaba una inesperada sensación de seguridad.

Desde el último partido de quidditch, Malfoy se había vuelto especialmente insoportable. Se había tomado la derrota de Slytherin como una humillación personal, y sus intentos de ridiculizar a Harry —como sugerir que un sapo con una gran boca podría reemplazarlo como buscador— habían fracasado. 

La mayoría de los estudiantes estaban impresionados por el desempeño de Harry en el campo y no encontraban las burlas de Malfoy particularmente graciosas. Frustrado, el joven Slytherin había dirigido su atención a los hermanos Potter, buscando cualquier oportunidad para menospreciarlos por su falta de lo que él consideraba una familia "digna".

Era cierto que ni Harry ni Helena regresarían a Privet Drive durante las vacaciones. La semana anterior, el profesor Snape había pasado a la sala común para anotar a los alumnos que se quedarían en Hogwarts durante la Navidad. Helena se había inscrito sin dudarlo, sabiendo que Harry haría lo mismo. Sin embargo, lo que realmente la sorprendió fue descubrir que tanto Lucian como Cassandra también habían decidido quedarse.

—Volver antes a casa sería una complicación innecesaria —había comentado Lucian con su habitual calma cuando Helena le preguntó al respecto.

Cassandra, como era su costumbre, había guardado silencio, limitándose a asentir en señal de acuerdo. Helena no estaba segura de lo que significaban esas palabras, pero decidió no insistir. Después de todo, la perspectiva de pasar las fiestas junto a sus nuevos amigos la llenaba de una emoción inesperada. Por primera vez en mucho tiempo, la Navidad prometía ser algo más que una fecha cualquiera.

Cuando abandonaron los calabozos, al finalizar la clase de Pociones, encontraron un gran abeto que ocupaba el extremo del pasillo. Dos enormes pies aparecían por debajo del árbol y un gran resoplido les indicó que Hagrid estaba detrás de él. 

—Hola, Hagrid. ¿Necesitas ayuda? —preguntó Ron, metiendo la cabeza entre las ramas. 

—No, va todo bien. Gracias, Ron. 

—¿Te importaría quitarte de en medio? —La voz fría y gangosa de Malfoy llegó desde atrás—. ¿Estás tratando de ganar algún dinero extra, Weasley? Supongo que quieres ser guardabosques cuando salgas de Hogwarts... Esa choza de Hagrid debe de parecerte un palacio, comparada con la casa de tu familia. 

Ron se lanzó contra Malfoy justo cuando aparecía Snape en lo alto de las escaleras. 

—¡WEASLEY! 

Ron soltó el cuello de la túnica de Malfoy. 

—Lo han provocado, profesor Snape —dijo Hagrid, sacando su gran cabeza peluda por encima del árbol—. Malfoy estaba insultando a su familia. 

—Lo que sea, pero pelear está contra las reglas de Hogwarts, Hagrid —dijo Snape con una voz que pretendía ser amable, aunque rebosaba de su característico desprecio—. Cinco puntos menos para Gryffindor, Weasley, y agradece que no sean más. Ahora, marchaos todos.

Malfoy, Crabbe y Goyle pasaron junto a ellos de forma brusca, luciendo sonrisas presuntuosas que hicieron hervir la sangre de Ron.

—Voy a atraparlo —gruñó Ron entre dientes, mirando la espalda de Malfoy mientras se alejaba—. Uno de estos días lo atraparé...

—Los detesto a los dos —añadió Harry, con la misma intensidad—. A Malfoy y a Snape.

Helena, que había estado observando en silencio, suspiró con frustración.

—¿Puedes parar con ese odio? —preguntó finalmente, mirando a su hermano con desaprobación. Desde el partido de quidditch, tanto Harry como sus amigos parecían convencidos de que Snape había estado detrás del maleficio que casi lo hizo caer de la escoba. Ninguna de sus palabras había conseguido hacerlos dudar de esa teoría.

—Snape podrá no ser muy buena persona, y sí, claramente te odia, pero del odio a querer matarte hay una gran distancia —comentó Helena, intentando mantener la calma.

Harry, sin embargo, solo rodó los ojos, claramente irritado por el comentario de su hermana.

—Acaba de quitarnos puntos injustamente —respondió con exasperación, como si eso probará su punto.

—No diría que fue del todo injusto —intervino Lucian, quien había permanecido en silencio hasta entonces, observando la escena con atención—. Si bien Malfoy inició la confrontación, después no hizo nada. En cambio, Ron quiso golpearlo, y Snape solo actuó en consecuencia.

Ron, que hasta entonces había contenido su enojo, explotó: —¡Insultó a mi familia!

—Es cierto, lo hizo —admitió Lucian con tranquilidad—. Pero tu error fue buscar una venganza inmediata. Hay veces en las que uno debe pensar con la cabeza fría y no dejarse llevar por las emociones. Si realmente quieres hacerlo pagar, busca otra oportunidad. Una en la que no quedes en evidencia.

Su tono calmado, casi paternal, descolocó a todos. Helena frunció el ceño, insegura de si aquel era el tipo de consejo que deseaba que su hermano siguiera.

Ron, sin embargo, parecía debatirse entre sentirse ofendido o aceptar las palabras de Lucian como una lección útil. Finalmente, murmuró algo incomprensible, claramente insatisfecho.

—Vamos, arriba el ánimo, que ya es casi Navidad —interrumpió Hagrid de repente, como si quisiera aliviar la tensión en el ambiente—. Os voy a decir qué haremos: venid conmigo al Gran Comedor. Está precioso, os lo aseguro.

Así que los seis siguieron a Hagrid y su abeto hasta el Gran Comedor, donde la profesora McGonagall y el profesor Flitwick estaban ocupados en la decoración. 

El salón estaba espectacular. Guirnaldas de muérdago y acebo colgaban de las paredes, y no menos de doce árboles de Navidad estaban distribuidos por el lugar, algunos brillando con pequeños carámbanos, otros con cientos de velas. 

—¿Cuántos días os quedan para las vacaciones? —preguntó Hagrid. 

—Sólo uno —respondió Hermione—. Y eso me recuerda... Harry, Ron, nos queda media hora para el almuerzo, deberíamos ir a la biblioteca. 

—Sí, claro, tienes razón —dijo Ron, obligándose a apartar la vista del profesor Flitwick, que sacaba burbujas doradas de su varita, para ponerlas en las ramas del árbol nuevo. 

—¿La biblioteca? —preguntó Hagrid, acompañándolos hasta la puerta—. ¿Justo antes de las fiestas? Un poco triste, ¿no creéis? 

—Oh, no es un trabajo —explicó alegremente Harry—. Desde que mencionaste a Nicolás Flamel, estamos tratando de averiguar quién es. 

—¿Qué? —Hagrid parecía impresionado—. Escuchadme... Ya os lo dije... No os metáis. No tiene nada que ver con vosotros lo que custodia ese perro. 

—Nosotros queremos saber quién es Nicolás Flamel, eso es todo —dijo Hermione. 

—Salvo que quieras ahorrarnos el trabajo —añadió Harry—. Ya hemos buscado en miles de libros y no hemos podido encontrar nada... Si nos das una pista... Yo sé que leí su nombre en algún lado. 

—No voy a deciros nada —dijo Hagrid con firmeza. 

—Entonces tendremos que descubrirlo nosotros —dijo Ron. Dejaron a Hagrid malhumorado y fueron rápidamente a la biblioteca. 

Helena, que había permanecido en silencio durante la conversación, dio un paso hacia Hagrid, observando cómo los otros tres se alejaban con decisión por el pasillo.

—Es poco probable que encuentren algo en la biblioteca —comentó con calma, sus ojos fijos en las decoraciones del Gran Comedor—. Hace semanas que todos los libros relevantes sobre Flamel fueron solicitados por estudiantes de Slytherin. Es curioso cómo algunos solo necesitan una sugerencia en la dirección adecuada para interesarse por ciertos temas.

Hagrid levantó una ceja, desconcertado por la aparente casualidad, había una mezcla de incertidumbre y preocupación en su rostro.

—Descuida, no me interesa lo que sea que esté pasando —murmuró Helena con calma, su voz apenas un susurro mientras seguía con la mirada a Harry y sus amigos desaparecer por el pasillo—. A decir verdad, preferiría que Harry tampoco mostrará más interés, pero eso es imposible. Aun así, no le facilitaré las cosas. Sé que se meterá en problemas, pero al menos intentaré retrasarlo lo más que pueda.

Hagrid, que la observaba con el ceño ligeramente fruncido, dejó que sus palabras se asentaran en el aire antes de hablar.

—¿Slytherin, eh? —reflexionó en voz alta tras unos segundos de silencio, con una sonrisa leve que suavizó su expresión severa—. Ahora entiendo por qué el Sombrero Seleccionador te puso ahí.

Helena alzó ligeramente las cejas, como si no le sorprendiera el comentario, y dejó escapar una pequeña risa antes de responder, juguetona:

—En realidad, creo que tiene más que ver con el tiempo que pasó junto a Lucian. Algunos de sus hábitos parecen estar contagiándome.

Con esas palabras y un destello de diversión en sus ojos, dio por terminada la conversación y avanzó hacia el centro del Gran Comedor. La conversación con Hagrid quedó atrás mientras su atención se desviaba hacia el profesor Flitwick, que flotaba sobre un taburete encantado y decoraba los árboles de Navidad con burbujas doradas que danzaban en el aire antes de posarse delicadamente en las ramas.

Lucian y Cassandra ya estaban allí, trabajando con diligencia y eficiencia. Lucian colocaba guirnaldas de muérdago en las paredes con un hechizo de levitación preciso, mientras Cassandra ajustaba pequeños detalles con una mirada crítica que delataba su afán por la perfección. Ambos parecían cómodos en su tarea, y su presencia le ofreció a Helena un respiro inesperado.

Sin dudarlo, Helena se unió a ellos, agradeciendo la oportunidad de sumergirse en algo diferente. El cálido resplandor del Gran Comedor, el parpadeo de las velas mágicas flotantes y la compañía silenciosa de sus amigos creaban una atmósfera de paz que contrastaba marcadamente con las tensiones y problemas que sabía que su hermano estaba destinado a buscar. Por ahora, era suficiente.

Cuando comenzaron las vacaciones, Helena, Cassandra y Lucian disfrutaron de la relativa calma que la ausencia de la mayoría de los estudiantes les ofrecía. Con los dormitorios prácticamente para ellos solos y la sala común de Slytherin mucho más vacía de lo habitual, finalmente pudieron relajarse lejos de las miradas persistentes que sus compañeros de casa solían lanzarles. Era como si, por primera vez desde su llegada a Hogwarts, pudieran bajar la guardia.

En esos días tranquilos, compartían risas y pequeñas travesuras mientras se acomodaban alrededor de la chimenea. Helena se había aficionado a las meriendas improvisadas, en las que tostaban pan, mordisqueaban buñuelos y melcochas, y se dedicaban a idear planes absurdos para lograr que Malfoy fuera expulsado. Las ideas que surgían oscilaban entre lo hilarante y lo extravagante, pero Helena no podía evitar notar que las sugerencias de Lucian, aunque disfrazadas de humor, tenían un aire de factibilidad inquietante. A veces, se preguntaba si hablaba en serio.

Sin embargo, no todo era diversión. Helena había decidido aprovechar esas vacaciones para aprender tanto como pudiera de Lucian. Sabía que él era un estudiante excepcional; los comentarios de los profesores no dejaban lugar a dudas. Desde el primer día, su habilidad y su comprensión de la magia habían impresionado incluso a los maestros más exigentes, y no era raro que lo mencionaran como un ejemplo a seguir para los demás estudiantes. Sería insensato no utilizar esa ventaja para mejorar sus propias habilidades.

En particular, quería perfeccionarse en transfiguración y pociones, las materias en las que Lucian brillaba con mayor intensidad y que también eran sus favoritas. Aunque Helena ya era competente en ambas asignaturas, sabía que siempre había margen para crecer. Cada día dedicaba tiempo a estudiar con Lucian, pidiéndole que le explicara teorías avanzadas o que la guiara en hechizos que requerían precisión. Él solía aceptar, aunque no sin lanzar algún comentario burlón, lo que le daba un toque de ligereza a las lecciones.

En cuanto a las demás materias, Helena no tenía problemas significativos, pero había dos áreas en las que realmente sentía que se estaba quedando atrás: Defensa Contra las Artes Oscuras e Historia de la Magia.

En Defensa Contra las Artes Oscuras, Helena sentía que parte del problema no era completamente culpa suya. Aunque el profesor Quirrell poseía un conocimiento vasto y profundo, tenía dificultades para transmitirlo de manera efectiva. No podía decir que fuera un mal profesor, pero tampoco podia decir que era uno particularmente bueno. Las explicaciones fragmentadas y su forma temblorosa de enseñar hacían que la clase fuera menos provechosa de lo que esperaba. 

Además, Helena sabía que le faltaba la confianza y el instinto rápido que la materia requería, cualidades que Lucian poseía de forma natural. Para él, los hechizos prácticos enseñados en clase parecían tan fáciles como respirar. Así que aprovechaba cada oportunidad para observar cómo los ejecutaba y pedirle consejos prácticos que pudieran mejorar su rendimiento.

Historia de la Magia, en cambio, representaba un tipo completamente diferente de desafío. Helena no podía decir que la materia no le interesara; de hecho, disfrutaba de los relatos sobre guerras mágicas y figuras icónicas del pasado. Pero el problema era lidiar con la abrumadora cantidad de fechas, tratados y nombres que el profesor Binns recitaba monótonamente desde su escritorio, como si esperara que los estudiantes absorbieran la información por osmosis. Por el contrario, Lucian tenía una memoria impresionante y una capacidad casi mágica para conectar eventos históricos con el presente, haciendo que cualquier lección aburrida cobrará vida cuando él hablaba.

—¿Cómo puedes recordar tantas fechas?— le preguntó Helena una tarde, mientras él hojeaba un libro sobre los orígenes de la Confederación Internacional de Magos.

—No las memorices como listas,— respondió Lucian con calma. —Piensa en ellas como historias conectadas. Cada evento tiene una causa y un efecto. Si entendemos la narrativa detrás, los detalles se llenaran solos.

Cassandra, por su parte, observaba estas sesiones de estudio con una mezcla de curiosidad y diversión, aunque rara vez intervenía. Parecía preferir disfrutar del ambiente tranquilo y aportar comentarios ocasionales, mientras trabajaba en su propia lista de objetivos personales, que Helena sospechaba involucraba más que solo tareas académicas.

Cuando no estaba inmersa en sus propios estudios, Cassandra encontraba formas sutiles de distraerse y entretenerse, siendo su actividad favorita jugar al ajedrez mágico con Helena. Estas partidas, sin embargo, rara vez terminaban a favor de Helena.

—Jaque mate —dijo Cassandra, inclinándose hacia atrás en su silla con una sonrisa satisfecha mientras su reina se movía para coronar la victoria—. Eso hace nueve de diez. Quizás deberías considerar cambiar de oponente, Helena.

Helena suspiró, cruzando los brazos mientras miraba el tablero. —Es frustrante que siempre estés varios pasos adelante. ¿Cómo lo haces?

—Tenga mucha más experiencia que tú —respondió Cassandra con un leve encogimiento de hombros, aunque su tono tenía un matiz de orgullo—. Mis padres insistieron en que el ajedrez mágico era fundamental. Estrategia, disciplina, pensar con calma bajo presión... Todo eso. Era una especie de entrenamiento.

—Bueno, parece que aprendiste bastante bien —replicó Helena, reorganizando las piezas con cuidado—. Aunque todavía no entiendo cómo nunca derrotas a Lucian.

Al oír esto, la sonrisa de Cassandra se desvaneció brevemente, reemplazada por una expresión pensativa. Se cruzó de brazos y fijó su mirada en Helena con un destello de frustración mezclado con algo más difícil de descifrar.

—Lo hice, una vez. Pero... sospecho que quiso que ganara. Hasta el día de hoy, sigo sin poder vencerlo de nuevo.

—¿Crees que se dejó ganar? —preguntó Helena, levantando una ceja mientras movía su pieza en el tablero, dando inicio a una nueva partida.

Cassandra soltó un suspiro, como si reviviera aquel momento.

—Sí, lo creo. Era una niña, ¿sabes? Por más que me dijeran que había mejorado, siempre perdía contra él. En una partida... simplemente no pude soportarlo más y terminé llorando. Fue humillante. Entonces, él sugirió que jugáramos otra. Y esa vez, le gané. —Hizo una pausa, con una leve sonrisa que no alcanzaba a ocultar la mezcla de vergüenza y algo de nostalgia—. En ese momento estaba demasiado emocionada para cuestionarlo, pero ahora que lo pienso... fue demasiado fácil.

Helena observó la reacción de Cassandra, notando el conflicto en su rostro.

—¿Te molesta? —preguntó con suavidad.

Cassandra tardó unos segundos en responder, mirando las piezas del tablero como si estuviera evaluando su próximo movimiento en la conversación, no en el juego.

—No exactamente —admitió finalmente, con un tono más calmado—. Eso... es simplemente la clase de chico que es. No lo hace desde una mala intención. Creo que solo quería verme feliz. Tal vez pensó que necesitaba esa victoria más de lo que necesitaba ganarme de verdad.

Su mirada se suavizó al decir esto, y Helena notó que había algo más que frustración en su voz.

—Debe ser frustrante, aun así.

Cassandra soltó una risa breve y seca.

—Por supuesto que lo es. —Se inclinó hacia atrás, cruzando los brazos mientras miraba el tablero con atención—. Lucian tiene esta... forma de ser, ¿sabes? Siempre está ahí, un paso por delante de todos, como si nada pudiera perturbarlo. A veces me hace querer gritarle, porque parece que nunca duda, nunca pierde. Pero al mismo tiempo...

—¿Al mismo tiempo? —Helena la animó a continuar, dejando de lado por un momento la partida.

—Al mismo tiempo, no puedo evitar admirarlo. —La voz de Cassandra bajó un poco, su tono más reflexivo—. Siempre ha sido así. No solo es brillante; tiene esta forma de hacer que los demás quieran ser mejores, incluso sin darse cuenta. Es como si te empujara sin empujarte, ¿me entiendes?

Helena asintió, intrigada por la complejidad de los sentimientos de Cassandra.

—Parece que realmente lo admiras.

—Lo hago —admitió Cassandra, mirando a Helena con una sonrisa más sincera—. Pero no le digas eso. Ya tiene el ego lo suficientemente grande.

La partida continuó, con Cassandra mostrando su lado más competitivo Helena, sin embargo, encontró la situación bastante entretenida, aprendiendo más sobre su amiga mientras fortalecían su vínculo, incluso a través de las inevitables derrotas.

En la víspera de Navidad, Helena se fue a dormir, deseosa de que llegara el día siguiente, pensando en toda la diversión y comida que le aguardaban, pero sin esperar ningún regalo. Helena, Cassandra y Lucian habían decidido pasar la noche juntos allí, acampando en cómodas camas improvisadas hechas de cojines y mantas.

Cuando despertó temprano la mañana de Navidad, lo primero que sintió fue el calor de la chimenea y un cosquilleo de emoción al recordar qué día era. Pero lo que realmente la sorprendió fue ver varios paquetes al pie de su cama improvisada. Se incorporó lentamente, frotándose los ojos mientras Cassandra se removía a su lado, todavía medio dormida.

—¿Qué es eso? —preguntó Helena en voz baja, mirando los paquetes con incredulidad.

Lucian ya estaba despierto, recostado contra uno de los cojines, con un libro en las manos y una sonrisa apenas perceptible.

—Es Navidad, Helena. ¿Qué esperabas? —respondió con su tono habitual, sin levantar la vista del libro.

Helena tomó el paquete que estaba más arriba de la pila. Estaba envuelto en papel de embalar simple, con una etiqueta que decía: "Para Helena, de Hagrid". Al abrirlo, encontró un collar en forma de cruz tallado en madera, algo tosco pero con un encanto único. Era evidente que Hagrid lo había hecho con sus propias manos. Sonrió con ternura al imaginar al enorme guardabosques trabajando en el regalo y, sin dudarlo, se lo colocó alrededor del cuello.

—Es perfecto —murmuró, acariciando la cruz con los dedos mientras observaba como Cassandra se despertaba y se estiraba como un gato.

El siguiente paquete era mucho más pequeño. Al desenvolverlo, encontró una nota y una moneda de cincuenta peniques pegada a ella. La nota decía:

"Recibimos tu mensaje y te mandamos tu regalo de Navidad. De tío Vernon y tía Petunia."

Helena leyó las palabras en voz alta, con un tono sarcástico. Luego, dobló la nota con calma y la arrojó directamente a la chimenea, donde se consumió en cuestión de segundos.

—Realmente amables, ¿verdad? —comentó, mientras sus dos amigos la miraban con curiosidad.

—¿Eso era tu regalo? —preguntó Cassandra, alzando una ceja con incredulidad.

Helena solo se encogió de hombros y volvió su atención a los demás paquetes. Señaló dos cajas que llamaron su atención: una grande, envuelta en papel de color púrpura con un lazo gris, y otra más pequeña, decorada con un elegante papel plateado.

—Hagrid, mis tíos… ¿Quién me ha enviado estas? —se preguntó en voz alta mientras cogía la caja púrpura primero.

Al abrirla, sus ojos se iluminaron. Dentro había un set completo de pociones, con frascos vacíos de cristal tallado, un mortero de piedra, una balanza y una colección de ingredientes raros meticulosamente organizados en pequeños compartimentos.

—Esto es increíble —dijo Helena, maravillada mientras examinaba cada detalle del set.

—Es de mi familia —intervino Cassandra, su sonrisa suave reflejando una mezcla de orgullo y sinceridad—. Mi madre insistió en enviártelo cuando le mencioné en mis cartas que te interesaban mucho las pociones. También, bueno... tal vez le mencioné que tu set era el más básico del mercado.

Helena levantó la mirada del impresionante kit de pociones y arqueó una ceja hacia Cassandra.

—¿Le dijiste eso a tu madre?

—No lo tomes a mal —respondió Cassandra, alzando una mano en un gesto conciliador—. No era una crítica, pero ella tiene algo con asegurarse de que quienes están cerca de mí tengan lo mejor posible. Además, al mencionarle tu entusiasmo por la materia, prácticamente decidió por sí sola que merecías algo mejor.

Helena parpadeó, todavía impresionada por el regalo.

—Cassandra, esto es... increíble. No sé cómo voy a agradecerle a tu madre.

—No tienes que hacerlo —dijo Cassandra, con un encogimiento de hombros despreocupado pero un destello de satisfacción en los ojos—. Solo demuestra que vale la pena, ¿sí? Haz que las pociones que prepares sean tan impresionantes como este set.

Helena sonrió, sintiendo una cálida gratitud hacia su amiga, mientras volvía a inspeccionar cada compartimento del kit. Cuando terminó colocó con cuidado el set a un lado y tomó la caja más pequeña. Al abrirla, encontró un delicado adorno para el cabello, hecho de plata con un diseño en forma de pequeñas ramas entrelazadas, como si estuviera inspirado en el bosque.

—¿Otro regalo de tu madre? —preguntó Helena, levantando el adorno para observar más de cerca.

—No, ese es de mí —respondió Cassandra con una sonrisa que mostraba algo de timidez, un contraste inusual en ella—. Pensé que te vendría bien algo bonito.

Helena sintió un nudo en la garganta. Era raro recibir regalos, y mucho más raro recibirlos de alguien que claramente había pensado en lo que podría gustarle.

—Es precioso, Cassandra. Gracias.

Se lo colocó en el cabello de inmediato, y Cassandra asintió con satisfacción.

Helena dirigió su mirada hacia otro regalo que había a un lado. Se trataba de una caja de madera finamente pulida, de un color rojizo profundo con acabados plateados. Era grande, y aunque trataba de imaginar qué podría contener, su mente no lograba procesarlo del todo.

—¿Supongo que este es de tu parte? —preguntó, mirando de reojo a Lucian.

—Supongas lo que supongas, siempre tienes razón —respondió él con una sonrisa juguetona.

Con un ligero atisbo de emoción y curiosidad, Helena se acercó al regalo y levantó con cuidado la tapa de la caja. Al ver lo que había dentro, su mente se quedó en blanco. Allí, perfectamente colocada, estaba una Nimbus 2000 completamente nueva.

—¿Es... es una Nimbus 2000? —murmuró en un susurro, como si aún necesitará una confirmación de lo que tenía frente a sus ojos.

—Eso parece —respondió Lucian con una ligera sonrisa, como si no fuera gran cosa—. He notado tu expresión cada vez que ves a tu hermano volar en los entrenamientos. Parecías casi envidiar que él tuviera su propia escoba. Así que pensé que te gustaría tener una para ti.

Helena sacó la escoba de la caja con manos temblorosas, recorriendo cada detalle de su diseño impecable.

—Lucian, esto es increíble. Me encanta —dijo con una mezcla de asombro y gratitud. Pero entonces su expresión se tornó pensativa y dejó escapar un leve suspiro—. Aunque... los de primer año no podemos tener escobas propias.

Lucian soltó una breve carcajada, un sonido bajo y despreocupado.

—Ah, esa "regla" —dijo, haciendo un gesto de comillas con los dedos—. Dudo mucho que sea tan estricta, considerando que tu hermano ya tiene una Nimbus y juega en el equipo de Quidditch.

—Pero Harry es una excepción, ¿no? McGonagall fue quien...

—Exacto. Una excepción que abre la puerta para más "excepciones" —interrumpió Lucian con una sonrisa de complicidad—. Además, ¿quién podría decir algo? Incluso si lo intentan, siempre podríamos argumentar que ciertos profesores tienen sus favoritos. Aunque, honestamente, dudo que alguien tenga un problema.

Esas palabras abrumaron a Helena. Miró la escoba, luego a Lucian, y finalmente a Cassandra. Sin poder contenerse, dejó la escoba a un lado y los abrazó a ambos con fuerza, primero a Cassandra y luego a Lucian.

—¡Gracias, gracias! Esto es... es más de lo que podía imaginar.

Cassandra sonrió, algo incómoda pero cálida, mientras correspondía al abrazo de forma breve.

—Es bueno que te haya gustado.

Lucian, por su parte, permaneció rígido al principio, claramente no acostumbrado a este tipo de gestos, pero finalmente dio unas palmaditas en la espalda de Helena.

—No hay de qué.

Cuando el abrazo terminó, Helena volvió a sentarse frente a sus regalos, aunque ahora una pequeña punzada de inseguridad comenzaba a filtrarse en su mente. Miró la escoba y luego los regalos que había recibido, lujosos y cuidadosamente seleccionados. Con cierta reticencia, extendió su mano debajo de su cama improvisada y sacó dos pequeñas cajas que había preparado días atrás.

Había pasado horas pensando en qué regalarles a Cassandra y a Lucian, pero ahora, comparándolos con lo que ellos le habían dado, sentía que sus obsequios eran insignificantes. Aun así, respiró hondo y decidió entregarlos.

Primero tomó el paquete envuelto en papel azul oscuro con un lazo blanco. Lo extendió hacia Cassandra con una sonrisa tímida.

—Esto es para ti.

Cassandra arqueó una ceja, intrigada, y aceptó el paquete. Rasgó el papel con cuidado, revelando un libro de cuentos mágicos ilustrados. La portada estaba decorada con grabados dorados y un diseño intrincado que mostraba criaturas mágicas en movimiento.

—Es un libro de cuentos mágicos. Pensé que te gustaría... aunque sé que puede parecer infantil —se apresuró a decir Helena, insegura de su elección.

Cassandra abrió el libro y observó las primeras páginas. En ellas, una pequeña escena animada mostraba un unicornio pastando en un bosque encantado. Su expresión se suavizó, y sus labios se curvaron en una sonrisa genuina.

—Es precioso, Helena. Mi madre solía leerme cuentos como estos cuando era pequeña. Gracias.

Helena dejó escapar un suspiro de alivio al ver la sinceridad en los ojos de Cassandra.

Luego, tomó el otro paquete, más pequeño, envuelto en un papel sencillo decorado con grabados de runas plateadas. Se lo extendió a Lucian, quien lo tomó con curiosidad.

—Y esto es para ti.

Lucian deshizo el envoltorio con rapidez, dejando al descubierto un par de guantes grises, simples pero bien confeccionados.

—Te escuché decir que tus manos siempre están frías... así que pensé que algo que te ayudará a calentarlas sería el mejor regalo —explicó Helena con timidez, mirando hacia abajo mientras hablaba.

Por un momento, Lucian se quedó en blanco, observando los guantes en silencio. Luego, una sonrisa apareció en su rostro, probablemente la más genuina que Helena había visto en él.

—No pensé que le dieras tanta importancia a ese comentario... —murmuró, casi sorprendido por el detalle.

Luego, alzó la mirada hacia Helena.

—Gracias —dijo con honestidad, su tono más suave de lo habitual.

Helena dejó escapar un suspiro aliviado al ver las reacciones de Cassandra y Lucian. Por un momento, su inseguridad se desvaneció, reemplazada por una sensación cálida de aceptación. Sin embargo, justo cuando pensaba que todo había terminado, Cassandra, con una sonrisa intrigante, señaló hacia un rincón del paquete. Allí, detrás de la caja de la Nimbus 2000, se asomaba un paquete más pequeño que ninguno de ellos había notado antes.

—Aún te falta algo, Helena —dijo Cassandra con un destello de curiosidad en sus ojos.

Helena parpadeó, desconcertada.

—¿Qué? ¿Otro? No lo vi antes.

Lucian se inclinó ligeramente para inspeccionar el objeto, y su expresión se volvió más seria al verlo.

—¿Otro regalo? —murmuró Helena, sintiéndose abrumada—. No necesitaban darme tantos.

Cassandra negó con la cabeza con firmeza.

—No es mío.

Lucian frunció el ceño, observando el paquete con cautela.

—Tampoco es mío —dijo con voz grave.

Helena dirigió su mirada al pequeño paquete. Estaba envuelto en un papel oscuro que contrastaba con los demás, adornado con un sello de cera roja que llevaba un emblema desconocido.

—Eso es... raro —murmuró, mordiéndose ligeramente el labio mientras contemplaba si debía acercarse.

Lucian extendió una mano, deteniéndola antes de que pudiera tocarlo.

—Espera. Déjame revisarlo primero.

Rápidamente sacó su varita y apuntó hacia el paquete. Un leve brillo recorrió la caja, parpadeando como si buscara algo escondido. Después de unos segundos, la luz se desvaneció sin dejar rastro.

—No hay maleficios ni magia oscura —anunció Lucian, guardando la varita. Sin embargo, su tono permaneció alerta—. Pero eso no significa que no sea extraño.

Helena miró a sus amigos con incertidumbre, pero también con una creciente curiosidad.

—¿Debería abrirlo?

—Si yo fuera tú, lo haría con cuidado —dijo Cassandra, aunque su mirada denotaba tanta curiosidad como la de Helena.

Helena tomó el paquete con manos algo temblorosas. Rompió el sello de cera con cuidado y, con un ligero crujido del papel, levantó la tapa. Dentro encontró un anillo de plata pulida, trabajado con un detalle exquisito. Grabados de runas minúsculas adornaban su superficie, brillando tenuemente bajo la luz. Junto al anillo, descansaba una carta doblada.

—¿Qué dice? —preguntó Cassandra, inclinándose un poco hacia adelante.

Helena tomó la carta y la desdobló. La caligrafía era elegante y fluida, desconocida para ella, pero las palabras resonaron profundamente.

"Este artefacto fue creado por tu madre y confiado a mí para perfeccionarlo antes de su fallecimiento. Es una pieza verdaderamente única, y ahora debe regresar a quien pertenece por derecho.

Espero que lo uses sabiamente.

Una muy Feliz Navidad para ti."

No tenía firma. Helena contempló la nota en silencio, sus dedos rozando el delicado papel.

Cassandra observó su expresión detenidamente, inclinando la cabeza con curiosidad.

—¿Qué crees que hace? —preguntó en voz baja, aunque no ocultaba su interés.

Helena levantó la mirada, todavía procesando el contenido de la carta y el significado del anillo. Finalmente, respiró hondo y dijo:

—Supongo que solo hay una forma de averiguarlo.

Con un gesto decidido, deslizó el anillo en su dedo anular. En cuanto la plata tocó su piel, un resplandor plateado, suave pero envolvente, se extendió por todo su cuerpo. Antes de que pudiera siquiera articular palabra, comenzó a desvanecerse ante los ojos de Cassandra y Lucian.

—¡Helena! —exclamó Cassandra, dando un paso atrás, sus ojos abiertos de par en par.

—Estoy aquí —respondió Helena con rapidez, aunque su voz sonaba como si viniera de algún lugar distante, amortiguada por el aire vacío.

Lucian, que ya había levantado su varita instintivamente, bajó la guardia al comprender lo que estaba sucediendo. Sus ojos, sin embargo, permanecían fijos en el espacio vacío donde antes había estado Helena.

—Es un artefacto de invisibilidad —murmuró, su voz cargada de admiración. Luego, su expresión se suavizó con un toque de emoción genuina—. Helena, esto es increíble. Tu madre era... extraordinaria.

Helena, todavía invisible, tardó unos segundos en responder, procesando la reacción de Lucian. Finalmente, con cuidado, se quitó el anillo, reapareciendo frente a ellos. Sus ojos brillaban de una mezcla de emoción y asombro.

—¿Por qué te parece tan increíble? —preguntó, su curiosidad evidente mientras miraba a Lucian.

Lucian miró el anillo entre los dedos de su amiga, examinándolo con detenimiento antes de hablar.

—Las capas de invisibilidad son consideradas tesoros en la comunidad mágica, y por una buena razón. Son extremadamente raras. Esto se debe a que solo hay dos formas conocidas de fabricarlas. —Hizo una pausa—. La primera requiere el pelo de un demiguise, una criatura mágica que puede volverse invisible y que es increíblemente difícil de capturar.

—¿Y la segunda? —preguntó Helena, cruzándose de brazos mientras se inclinaba ligeramente hacia él.

—La segunda requiere un mago con un dominio absoluto en encantamientos, alguien que dedique años de estudio y práctica. —Lucian señaló el anillo con cuidado, su tono más grave—. Pero esto... —dijo mientras miraba el artefacto—. Esto no pertenece a ninguna de esas categorías.

Helena frunció el ceño.

—¿Entonces, cómo lo hizo mi madre?

Lucian negó con la cabeza, claramente fascinado y a la vez perplejo.

—Eso es lo que lo hace tan impresionante. Este anillo no utiliza los métodos tradicionales. Está imbuido de una magia diferente. Puede que tu madre haya descubierto algo nuevo... o incluso reinventado lo que pensábamos que sabíamos sobre encantamientos y runas.

Cassandra miró el anillo con renovado interés, aunque su expresión se mantuvo más reservada.

—Eso explicaría por qué lo describen como especial. —Luego miró a Helena, esbozando una leve sonrisa—. Parece que tienes mucho que descubrir sobre ella.

Helena asintió lentamente, todavía sosteniendo el anillo entre sus dedos. Aunque las palabras de Lucian y Cassandra despertaron en ella un profundo orgullo por su madre, también sembraron nuevas preguntas. ¿Qué otros secretos podría esconder ese anillo? ¿Y qué más había hecho su madre que nadie sabía?

—Es un regalo increíble... —susurró finalmente, colocándose el anillo nuevamente en el dedo. Esta vez, sintió como si el artefacto reconociera su presencia, encajando perfectamente, como si siempre hubiera estado destinado para ella.

¡Helena!

El grito resonó en el corredor cuando Helena emergió de las mazmorras. Giró rápidamente, sorprendida, para ver a Harry corriendo hacia ella, jadeando.

—Por fin te encontré —dijo con una sonrisa, extendiéndole un paquete envuelto de manera torpe—. Toma, es de la madre de Ron.

Helena miró el paquete con curiosidad antes de desenvolverlo con cuidado. Dentro encontró un suéter de lana tejido a mano, de color verde esmeralda con una "H" bordada en gris. Alzó la vista y vio que Harry llevaba uno similar, aunque su "H" estaba bordada en negro.

Rápidamente se probó el suéter. Inmediatamente sintió el calor acogedor de la prenda y esbozó una pequeña sonrisa.

—Es bastante cómodo, ¿verdad? —cuestionó Harry, sonriendo.

Helena asintió.

—Es muy amable de su parte. Asegúrate de agradecerle a Ron y a su madre de mi parte, ¿de acuerdo?

Harry asintió con entusiasmo. —Claro, lo haré.

—Perfecto —respondió Helena, acomodándose mejor el suéter. Luego notó cómo los ojos de Harry se movían nerviosamente por los pasillos, como si temiera que alguien los estuviera observando.

—Por cierto, tengo algo que mostrarte —dijo Harry, bajando la voz.

Helena levantó una ceja, intrigada—Qué coincidencia —murmuró con un toque de curiosidad—. Yo también tengo algo que enseñarte, pero este no es el lugar indicado. Sígueme.

Harry asintió rápidamente y comenzó a seguirla por los pasillos. Helena se dirigió hacia un aula vacía que Lucian le había recomendado en caso de necesitar un espacio privado. Mientras avanzaban, no pudo evitar notar el paquete envuelto que Harry llevaba bajo el brazo.

Al llegar, Helena cerró la puerta con cuidado y se giró hacia su hermano. Antes de que pudiera decir algo, Harry abrió el paquete con emoción, revelando una capa plateada que brillaba bajo la tenue luz del aula.

—Mira esto —dijo con entusiasmo mientras se colocaba la capa sobre los hombros.

En un instante, su cuerpo comenzó a desaparecer, dejando solo su cabeza visible. Helena dejó escapar un pequeño jadeo, impresionada, aunque casi de inmediato una extraña sensación de familiaridad la invadió.

—¿No es increíble? —preguntó Harry, quitándose la capa para reaparecer por completo.

Helena asintió lentamente, pero su atención ya se había desviado. Estaba jugueteando con algo que colgaba de un collar alrededor de su cuello.

—Lo es, pero mira esto —respondió mientras retiraba su anillo del collar y se lo colocaba en el dedo.

Al instante, Helena desapareció completamente, dejando a Harry boquiabierto.

—¡Helena! —exclamó, dando un paso hacia donde había estado su hermana.

Ella reapareció detrás de él, sosteniendo el anillo en su mano con una pequeña sonrisa.

—¿Qué te parece? —preguntó, disfrutando de la reacción de su hermano.

Harry tardó un momento en procesarlo, pero luego rompió en una amplia sonrisa. —Así que tú también tienes algo especial.

—Sí —respondió Helena, aunque su tono era más pensativo—. Lo curioso es que me lo enviaron como regalo, junto con una nota. Decía que mamá trabajó en este artefacto antes de… bueno, antes de fallecer. También mencionaba que ahora debía regresar a su lugar original.

Harry frunció el ceño, procesando sus palabras, pero rápidamente pareció dejar de lado la seriedad del asunto.

—Eso es increíble. Mi capa también fue un regalo. Me la enviaron junto con una nota que decía que perteneció a papá.

Helena lo observó detenidamente, cruzándose de brazos.

—¿De verdad? ¿No te parece curioso que ambos hayamos recibido regalos relacionados con mamá y papá al mismo tiempo?

Harry se encogió de hombros con su típica despreocupación.

—Supongo, pero todo aquí es un poco extraño. ¿No es eso lo que pasa siempre con la magia?

Helena no estaba tan convencida. Guardó silencio, pero la coincidencia le parecía demasiado precisa para ser casualidad. No podía evitar preguntarse quién había enviado esos regalos y por qué justo ahora.

—Bueno, al menos ambos tenemos algo de nuestros padres —dijo finalmente, mirando el anillo que sostenía entre sus dedos.

Harry levantó la capa con una sonrisa traviesa.

—¿Qué te parece si probamos qué tan buenos son? Podríamos explorar el castillo.

Helena lo miró con seriedad, aunque una chispa de diversión brilló en sus ojos. Sabía que no era una buena idea, pero la emoción de compartir ese momento con su hermano era tentadora.

—Está bien —cedió con un suspiro—. Pero después de la cena y solo un rato, Harry. Y si nos atrapan, tú das las explicaciones.

—Trato hecho —respondió Harry, riendo mientras volvía a colocar la capa en su paquete.