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Chapter 7 - Capítulo 7. Cambios Y Una Problemática Clase.

La sala común de Slytherin había vuelto a la calma habitual, aunque con un cambio perceptible en la atmósfera. La tensión que había surgido después de la noche del duelo se había disipado ligeramente, pero no del todo. Durante los días que siguieron, los estudiantes evitaron abiertamente hablar de los eventos recientes. Las miradas fugaces, los susurros contenidos y el aire de precaución se convirtieron en parte de la rutina.

No obstante todos podían notar que las jerarquías habituales, cimentadas durante años, habían comenzado a resquebrajarse. Aunque la mayoría de los estudiantes preferían fingir normalidad, un aire de cautela dominaba el ambiente.

Aunque había una calma superficial lo cierto es que desde aquella noche, los susurros habían sido constantes. Algunos se preguntaban si Lucian había hecho su movimiento por impulso o si había calculado cada detalle de su victoria. No obstante todos llegaban a la conclusión que el joven había navegado de forma implacable en la política interna de la casa.

El joven se había convertido en un foco de atención silenciosa aún mayor de lo que ya era anteriormente. No había hecho grandes gestos desde aquella noche, pero su presencia, reforzada por su calma y seguridad, había empezado a atraer seguidores de manera sutil.

Sentado en su sillón habitual junto a la chimenea, Lucian hojeaba un libro con expresión serena, sus ojos recorriendo las páginas mientras observaba de reojo a los demás. Durante los últimos días, un pequeño grupo de apoyo se había consolidado. Los alumnos más jóvenes , especialmente aquellos descontentos con la autoridad tradicional, gravitaban hacia él. 

Incluso el estudiante de quinto año que había sido humillado por Flint y Rosier había comenzado a sentarse regularmente cerca de Lucian. Era un joven reservado, pero Lucian apreciaba el valor que había tenido al ser el primero de los de su año en dar un paso al frente.

Los pensamientos de Lucian se interrumpieron cuando divisó a dos figuras familiares acercándose hacia él. Cassandra caminaba con la misma gracia contenida que siempre la caracterizaba, mientras que Helena, con un aire más relajado, lanzaba miradas curiosas a su alrededor. Era una rutina no declarada entre ellos tres: reunirse en la sala común antes de dirigirse al Gran Comedor.

—Es un placer verlas esta mañana —dijo Lucian, cerrando su libro y poniéndose de pie con un gesto deliberado pero natural.

—Siempre tan teatral —comentó Cassandra. Aunque sus palabras podían sonar críticas, su tono era neutral, casi cómplice.

—Alguien tiene que mantener las tradiciones —replicó Lucian, con un toque de sarcasmo en su voz y un encogimiento de hombros que arrancó una sonrisa más amplia de Helena.

Mientras se dirigían hacia la salida, los susurros en la sala común parecieron disminuir. Helena, aunque acostumbrándose a la vida en Hogwarts, no podía evitar sentirse algo incómoda con la atención que su grupo atraía constantemente aunque esta fuera dirigida a Lucian

—La gente sigue observándote —murmuró, con un tono de preocupación.

Lucian apenas asintió, sin molestarse en bajar la voz cuando respondió.

—Y lo seguirán haciendo. Es un hábito difícil de romper. Pero no importa. Tampoco debería importarte a ti.

Las palabras eran simples, pero en ellas había una certeza que Helena no pudo evitar envidiar.

Cuando llegaron al Gran Comedor, la escena era casi idéntica a días anteriores. El bullicio habitual estaba presente, pero las miradas dirigidas a la mesa de Slytherin continuaban. Ahora, sin embargo, las divisiones dentro de la mesa eran aún más marcadas.

La mesa, antes un espacio cohesionado, ahora estaba claramente dividida en tres zonas. A la derecha, se encontraban principalmente los alumnos mayores, de sexto y séptimo año. La mayoría provenían de familias de sangre pura y habían pasado más tiempo bajo las antiguas normas.

Flint y Rosier se sentaban con la mirada baja y una actitud retraída. Era posible que su fracaso de la noche anterior había mermado significativamente su prestigio, relegándolos a una posición secundaria en el grupo. A pesar de su apariencia de unidad, la cohesión del grupo parecía más fruto de la costumbre que de una lealtad genuina.

En el centro, había una mezcla de estudiantes de todos los años, notablemente más numerosa que la facción de la derecha. Este grupo parecía haber adoptado una postura neutral, observando la situación sin tomar partido. Arthur estaba entre ellos, manteniéndose al margen con una mirada calculadora. Para este grupo, era evidente que cualquier movimiento en falso podría tener consecuencias, por lo que permanecían expectantes, esperando ver cuál lado ganaría fuerza antes de comprometerse.

Finalmente, en el lado izquierdo, donde el grupo de tres se había sentado, se había formado un pequeño grupo. Lucian se había establecido como el epicentro de lo que parecía ser una nueva fuerza emergente dentro de la casa.

Helena dejó escapar un suspiro casi inaudible mientras observaba el ambiente a su alrededor. El cambio era tangible, y aunque había aprendido a adaptarse a los cambios desde su llegada, no podía evitar sentirse abrumada por las tensiones que flotaban en el aire.

—Esto es… diferente —murmuró, sus palabras dirigidas más a sí misma que a los demás.

Lucian esbozó una leve sonrisa, dejando la taza en el platillo con la misma calma medida con la que había estado observando todo. No miró directamente a Helena al responder, como si sus palabras fueran más una reflexión personal que una explicación para ella.

—Es natural —comentó con voz tranquila, como si el caos a su alrededor no lo tocara—. Los cambios, por pequeños que sean, siempre traen incertidumbre. Y esa incertidumbre divide. Algunos se aferran al pasado, temerosos de perder lo que conocen junto al poder que tienen, mientras que otros avanzan hacia el futuro, buscando algo mejor, aunque no tengan garantías de encontrarlo.

Lucian hizo una pausa, su mirada aún fija en su taza como si las palabras flotaran en el aire, destinadas a ser absorbidas por quienes quisieran escucharlas. Luego alzó ligeramente la vista hacia Helena, sus ojos brillando con un matiz de interés que parecía casi desafiante.

—Lo interesante, claro, es ver quién tiene el coraje de cruzar el puente antes de saber si se sostendrá.

De esa forma las conversaciones en el Gran Comedor continuaban, mientras una lechuza negra como el azabache entró majestuosamente por las ventanas abiertas. Sus alas eran imponentes y brillaban bajo la luz de las velas flotantes, y su presencia no pasó desapercibida. El ave parecía tener un propósito claro, pues descendió con precisión hasta aterrizar frente a Lucian en la mesa de Slytherin.

Helena, sentada cerca, observó a la lechuza con una mezcla de fascinación y curiosidad.

—Es hermosa —comentó, mientras Lucian tomaba el pergamino que llevaba atado a la pata con una destreza que sugería que estaba acostumbrado a recibir correspondencia de este tipo.

Lucian no respondió de inmediato. Abrió el pergamino con cuidado y leyó las palabras escritas en su interior, su rostro permaneciendo impasible al principio. Sin embargo, al final, un leve ceño fruncido apareció en su frente, apenas perceptible, pero suficiente para que Helena lo notara.

—¿Todo bien? —preguntó ella, inclinándose ligeramente hacia él, como si quisiera descifrar el contenido del mensaje a través de su expresión.

Lucian enrolló el pergamino con calma y lo guardó en el bolsillo interior de su túnica. Luego, extendió la mano para acariciar a la lechuza, que aceptó el gesto con dignidad antes de alzar el vuelo, desapareciendo por las mismas ventanas por las que había entrado.

—Nada importante —respondió, su tono casual pero deliberadamente evasivo.

Helena alzó una ceja, claramente escéptica.

—¿Nada importante? Entonces, ¿por qué esa cara?

Lucian dejó escapar un leve suspiro y se permitió una pequeña sonrisa que no alcanzó a sus ojos.

—Es una tontería, realmente. Una cuestión de poca importancia que alguien ha decidido dramatizar.

Helena parecía dispuesta a insistir, pero algo en la postura de Lucian, relajada pero firme, le indicó que no obtendría más respuestas en ese momento. Optó por dejarlo pasar, aunque la duda quedó flotando en el aire.

—Si tú lo dices… —murmuró finalmente, aunque su mirada aún lo observaba con cierta desconfianza.

Lucian simplemente volvió a tomar su taza, bebiendo con una tranquilidad que contrastaba con el leve ceño que había mostrado momentos antes. Sin embargo, cualquiera que estuviera prestando atención a los detalles habría notado que, aunque su postura seguía siendo impecable, sus dedos jugueteaban sutilmente con el borde de la taza, como si su mente estuviera ocupada en algo más profundo de lo que dejaba entrever.

Lucian caminaba por los pasillos de Hogwarts acompañado por Cassandra y Helena, quienes hablaban en voz baja sobre la próxima clase de vuelo. Era una sesión compartida con Gryffindor, algo que parecía entusiasmar especialmente a Helena. Sus ojos brillaban con emoción mientras discutía las posibilidades de volar por primera vez.

—Será increíble sentir el viento en la cara —dijo Helena, con una sonrisa que delataba su entusiasmo.

—O terminar con la nariz llena de tierra si no sabes aterrizar —respondió Cassandra con su tono característicamente seco, aunque un leve destello en su mirada sugería que disfrutaba de la conversación.

Lucian, más callado, escuchaba mientras mantenía el ritmo de sus pasos. No podía evitar pensar que volar en una escoba parecía una actividad innecesaria, casi primitiva, comparada con otras posibilidades mágicas.

Justo cuando se aproximaban al patio que conectaba con la zona de vuelo, una voz firme y autoritaria resonó detrás de ellos.

—Señor Grindelwald, un momento.

Lucian se detuvo con tranquilidad, girando apenas para mirar al profesor Snape. Cassandra y Helena intercambiaron miradas, deteniéndose también, pero manteniendo la distancia.

—¿Ocurre algo, profesor? —preguntó Lucian con tono neutro.

Snape no respondió de inmediato. En lugar de ello, hizo un leve gesto con la mano, indicando que lo siguiera.

—Acompáñeme, el profesor Dumbledore desea hablar con usted.

Lucian no mostró ni una pizca de sorpresa. Con calma, compartió una breve mirada con sus amigas, como si les indicará que continuarán sin él. Luego, obedeció la orden, cayendo en paso detrás del profesor.

Mientras caminaban hacia la oficina del director, un silencio pesado se instaló entre ambos, roto únicamente por el sonido de sus pasos resonando contra las piedras del pasillo. Finalmente, Snape habló, su voz baja pero cargada de intención.

—Es poco común que un primer año cause tanta agitación en su casa tan pronto.

Lucian, manteniendo su ritmo sin esfuerzo, miró de reojo al profesor antes de responder, su tono cuidadosamente medido.

—No considero que sea algo digno de mención, solo he utilizado las mismas estratagemas que otros antes de mi han empleado.

Snape dejó escapar un sonido ambiguo, algo entre un resoplido y una risa contenida, pero no apartó la mirada del camino frente a ellos.

—¿De verdad cree que todo esto se reduce a simples estratagemas, Grindelwald? —preguntó, su tono impregnado de escepticismo—. La diferencia entre un estratega exitoso y uno olvidado no está en las herramientas que utiliza, sino en cómo las emplea y, más importante aún, en cómo enfrenta las consecuencias.

Lucian mantuvo su semblante tranquilo, aunque el brillo calculador en sus ojos se intensificó.

—Toda acción tiene sus riesgos, profesor, pero también oportunidades. No he hecho más que explorar las opciones disponibles. Si eso genera reacciones… no es algo que dependa enteramente de mí.

Snape se detuvo abruptamente en un cruce de pasillos, girándose para enfrentarlo. La luz tenue de las antorchas proyectaba sombras afiladas sobre su rostro severo.

—Las reacciones, señor Grindelwald, son precisamente lo que debería preocuparle. Slytherin es una casa que prospera en los márgenes de las alianzas y los secretos. Alterar ese equilibrio puede ser tanto un logro como una sentencia.

Lucian no retrocedió ante la intensidad de la mirada del profesor. En cambio, inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera considerando cuidadosamente sus palabras.

—Entiendo lo que dice, profesor. Pero la estabilidad no siempre significa progreso. A veces, es necesario un pequeño cambio para revelar nuevas oportunidades.

—Su confianza es destacable, aunque parece bordear la imprudencia. Le diré esto, señor Grindelwald: No permita que la seguridad que tiene en su aparente control sobre la situación oscurezca su juicio, pues esa misma confianza ha sido la ruina de muchos magos antes que usted.

—Agradezco su consejo, profesor —dijo finalmente Lucian, su voz tranquila y reflexiva.

El silencio volvió a caer entre ellos, aunque no era incómodo. Lucian siguió al profesor, meditando en las palabras que acababa de escuchar. No podía negar que había verdad en las advertencias de Snape, pero también sabía que el cambio siempre requería un precio. La pregunta era si él estaba dispuesto a pagarlo.

Cuando llegaron a la gárgola que custodiaba la entrada a la oficina del director, Snape pronunció la contraseña en un susurro apenas audible. La estatua se movió lentamente, dejando al descubierto la escalera que conducía al despacho.

—Adelante —indicó Snape, su voz volviendo a su tono habitual, frío y distante—. No haga esperar al profesor Dumbledore.

Lucian asintió brevemente antes de empezar a subir las escaleras.

Al entrar en la oficina del director, Lucian notó algo diferente: Fawkes, el fénix, no estaba en su pedestal. La habitación parecía más silenciosa de lo usual, aunque seguía irradiando la atmósfera solemne y enigmática que la caracterizó en su anterior visita. Dumbledore estaba inclinado sobre un pergamino, centrando su atención en las líneas escritas con tinta negra. La luz de las velas danzaba suavemente, proyectando sombras que parecían cobrar vida en las paredes repletas de artefactos mágicos.

El sonido de la puerta cerrándose detrás de Lucian sacó al director de su aparente concentración. Levantó la mirada, y por un instante, detrás de los lentes de media luna, Lucian captó un destello en sus ojos. ¿Curiosidad? ¿Precaución? Fuera lo que fuese, Dumbledore lo ocultó rápidamente tras una sonrisa cálida.

—Lucian, qué bueno verte. Por favor, toma asiento —dijo, su tono equilibrando cercanía y autoridad.

Lucian inclinó ligeramente la cabeza en señal de reconocimiento. Con pasos medidos, se acercó al escritorio y ocupó el asiento que le ofrecían. Sus ojos se movieron con discreción por la sala, evaluando los detalles como un hábito arraigado. No importaba cuántas veces hubiera estado en un lugar determinado; siempre intentaba encontraba algo nuevo en ese espacio.

—El profesor Snape mencionó que deseaba verme —dijo, su voz serena, desprovista de cualquier matiz de curiosidad o inquietud.

Dumbledore asintió con un gesto tranquilo, entrelazando las manos sobre el escritorio como si sopesara las palabras adecuadas.

—Es cierto. A veces creo que es mejor abordar ciertos temas personalmente. Ah, y no debes preocuparte por tu clase con la profesora Hooch; ella ya está al tanto de esta conversación.

Lucian no respondió de inmediato. Se limitó a asentir con la cabeza y esperar. Había aprendido que, con personas como Dumbledore, el silencio podía ser igual de efectivo que las palabras.

—Debo decirte —continuó Dumbledore, su tono manteniéndose amable, aunque con un trasfondo de seriedad—, que, como en toda institución, Hogwarts no está exento de opiniones encontradas. La Junta de Gobernadores ha recibido algunas cartas de padres... preocupados por tu presencia en el colegio.

Hizo una pausa, observando atentamente a Lucian, buscando cualquier indicio de emoción en su rostro. Pero el joven no mostró nada, salvo una calma inmutable.

—Era de esperarse —comentó Lucian con tono neutral, su mirada fija en el director.

Dumbledore esbozó una leve sonrisa que tenía un tinte de tristeza.

—Lamentablemente, los prejuicios y temores son compañeros persistentes de la ignorancia. A menudo, los nombres y las historias arrastran consigo sombras que algunos prefieren no dejar atrás.

Lucian sostuvo su mirada, sin rastro de sorpresa o indignación.

—Entonces, ¿qué ocurrirá? —preguntó, su tono impecable.

—Nada de qué preocuparse, al menos por ahora —respondió Dumbledore, su tono ligero, casi despreocupado, pero con los ojos aún fijos en Lucian, evaluándolo—. La mayoría de los miembros de la Junta considera que esas preocupaciones son infundadas. Sin embargo, como medida cautelar, se prestará atención a cómo se desarrollan las cosas.

Lucian no reaccionó de inmediato. La expresión "medida cautelar" bastaba para que llegara a sus propias conclusiones. Tras un breve silencio, alzó ligeramente la barbilla.

—Supongo que eso también era de esperarse —murmuró finalmente, sin concederle mayor importancia.

La habitación quedó en silencio por un momento, aunque no de manera incómoda. Dumbledore, siempre atento, parecía medir las palabras que seguirán. Finalmente, habló con la calidez característica de su tono, pero con un interés que no se molestó en disimular.

—Espero no sonar demasiado directo, Lucian, pero es imposible no notar ciertos cambios que han ocurrido en tu casa desde tu llegada.

Lucian sostuvo la mirada de Dumbledore con calma calculada. No respondió de inmediato, permitiendo que el peso de las palabras del director flotara en el aire antes de contestar.

—Bueno, creo que era algo inevitable. Incluso si no hubiera sido por mí, estoy seguro de que habría otros que habrían dado un paso al frente para intentar cambiar las cosas —respondió, haciendo una breve pausa antes de añadir—. Solo aceleré un poco más ese proceso.

Dumbledore esbozó una sonrisa, ligera pero llena de significado, e inclinó la cabeza como si apreciara la reflexión de Lucian.

—Es muy posible. No tengo la menor duda de que en Slytherin hay jóvenes con grandes dones y de buen carácter, aunque a menudo esos talentos se expresan de maneras que el resto del colegio no siempre comprenden del todo.

Lucian sostuvo la mirada del director, intentando descifrar el subtexto en sus palabras, pero su expresión permaneció inmutable. Después de un momento de silencio, decidió continuar.

—El tiempo suele revelar la verdadera naturaleza de las cosas, profesor. Las acciones, al final, hablan más fuerte que las palabras.

Dumbledore asintió lentamente, sus ojos brillando con una mezcla de interés y aprobación.

—Eso es cierto, Lucian. Sin embargo, también hay momentos en los que nuestras acciones pueden ser malinterpretadas, incluso si nuestras intenciones son puras. Y en ocasiones, el camino correcto no es el más fácil, especialmente cuando las circunstancias son injustas.

Lucian inclinó la cabeza ligeramente, mostrando que escuchaba con atención, pero no interrumpió.

—Es en esos momentos —continuó Dumbledore, con un tono más reflexivo— cuando nuestro verdadero carácter se pone a prueba. Hacer lo correcto, incluso frente a la incomprensión o el rechazo, es uno de los desafíos más grandes que enfrentamos.

Hubo un leve cambio en la expresión de Lucian, un destello de algo que podría haber sido curiosidad o escepticismo.

—¿Y qué define lo correcto, profesor? —preguntó finalmente, su voz tranquila pero con un filo que denotaba un ansia por la respuesta.

Dumbledore sonrió con suavidad, como si esperara esa pregunta.

—Ah, esa es una pregunta que muchos grandes magos y brujas han intentado responder a lo largo de los siglos. Para mí, lo correcto suele ser aquello que protege la dignidad y el bienestar de otros, incluso cuando hacerlo implica un sacrificio personal. Es un concepto simple en apariencia, pero complicado en ejecución.

Lucian reflexionó sobre las palabras del director, permitiendo que el peso de su significado se asentara en su mente antes de responder.

—Eso implica una gran carga, profesor. Una que, creo, nadie debería tener que llevar sobre sus hombros.

Dumbledore asintió lentamente, su expresión teñida de una leve melancolía.

—Estoy de acuerdo contigo, Lucian. Ninguno de nosotros debería tener que cargar con tanto. Sin embargo, el destino a menudo parece tener otros planes. A pesar de ello, he aprendido que aquellos que llegan a asumir esa carga suelen descubrir, a su tiempo, que también poseen la fortaleza para soportarla, incluso si inicialmente no son conscientes de ello.

Lucian mantuvo su mirada fija en el director, procesando las palabras con cuidado. Finalmente, asintió, permitiendo que un atisbo de consideración cruzara su rostro.

—Tendré que pensar en lo que ha dicho, profesor —respondió, su tono sereno pero respetuoso, mientras se levantaba de su asiento con movimientos medidos—. Gracias por su consejo.

Dumbledore lo observó detenidamente, como si evaluara cada palabra y cada gesto. Pareció debatir si añadir algo más, pero finalmente optó por guardar silencio.

—Es un placer conversar contigo, Lucian. Si alguna vez sientes la necesidad de orientación, mi puerta estará abierta.

Lucian inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto y, sin añadir más, se dirigió hacia la puerta.

Mientras descendía las escaleras de la oficina, no podía evitar repasar la conversación en su mente. Las palabras de Dumbledore, aunque pronunciadas con la suavidad característica del director, llevaban consigo un peso profundo y una sabiduría difícil de ignorar. Lucian se dio cuenta de que, detrás de esa fachada amable, había un mago que realmente entendía la complejidad del mundo y las decisiones que exigía.

Realmente digno de ser considerado uno de los magos más grandes de la época actual, pensó para sí mismo, mientras desaparecía en los corredores de Hogwarts.

A las tres y media de la tarde, Helena, junto con Cassandra, se encontraba en el campo donde tendría lugar su primera lección de vuelo. Era una lástima que Lucian hubiera sido llamado por el director; quizás más tarde podría preguntarle sobre lo que habían hablado.

El día era claro y ventoso. La hierba se agitaba bajo sus pies mientras avanzaban por el terreno inclinado hacia un prado al otro lado del Bosque Prohibido, cuyos árboles oscilaban de manera inquietante en la distancia.

Cuando los Gryffindor llegaron finalmente al campo, los Slytherin ya estaban allí. Poco después, apareció la profesora, la señora Hooch. Era baja, con el cabello canoso y ojos amarillos como los de un halcón. Helena pensó que todos los profesores de Hogwarts parecían tener una peculiaridad distintiva, y Hooch no era la excepción.

—Bueno, ¿qué estáis esperando? —bramó la profesora—. Cada uno al lado de una escoba. Vamos, rápido.

Helena miró su escoba. Era vieja, con algunas ramitas de paja sobresaliendo en ángulos extraños.

—Vaya, ¿tan poco presupuesto tiene esta clase? —susurró Cassandra con una mueca de desdén.

Helena reprimió una sonrisa mientras extendía la mano derecha sobre la escoba, siguiendo las instrucciones de la profesora.

—Extended la mano derecha sobre la escoba —dijo la señora Hooch con tono firme— y decid "¡Arriba!".

—¡Arriba! —gritaron todos.

La escoba de Helena saltó inmediatamente a su mano, al igual que la de Harry. Cassandra logró lo mismo con facilidad, pero Daphne Greengrass, una de sus compañeras de cuarto, sólo consiguió que su escoba rodara por el suelo. Tracey Davis, sin embargo, no tuvo tanta suerte; su escoba permaneció inmóvil.

La señora Hooch continuó enseñándoles cómo montarse en las escobas, corrigiendo con paciencia la postura de cada alumno. Helena sintió una pequeña satisfacción al ver a Malfoy fruncir el ceño cuando la profesora le señaló que lo había estado haciendo mal durante años.

—Ahora, cuando haga sonar mi silbato, dais una fuerte patada —explicó la señora Hooch—. Mantened las escobas firmes, elevaos uno o dos metros y luego bajad inclinándoos suavemente hacia delante. Preparados... tres... dos...

Pero antes de que la profesora pudiera llegar al uno, Neville, visiblemente nervioso, dio la patada demasiado pronto.

—¡Vuelve, muchacho! —gritó Hooch, pero era demasiado tarde.

Neville ascendió rápidamente, como un corcho saliendo de una botella, alcanzando cuatro, seis metros en cuestión de segundos. Su rostro estaba pálido por el terror mientras miraba el suelo alejarse cada vez más. Apenas un instante después, perdió el equilibrio y resbaló de la escoba.

—¡BUM!

El golpe resonó por todo el campo. Neville yacía en la hierba, inmóvil por unos segundos, mientras su escoba continuaba ascendiendo hasta desaparecer hacia el Bosque Prohibido.

La señora Hooch corrió hacia él, su rostro casi tan blanco como el del chico.

—Fractura de muñeca —murmuró al revisarlo—. Vamos, muchacho, está bien. A levantarse.

Neville, con lágrimas corriendo por su rostro, se aferró a su muñeca mientras la profesora lo ayudaba a incorporarse.

—No debéis moveros mientras llevo a este chico a la enfermería —advirtió Hooch, lanzando una mirada severa al grupo—. Dejad las escobas donde están o estaréis fuera de Hogwarts antes de poder decir "quidditch".

Con Neville cojeando a su lado, la profesora desapareció en dirección al castillo.

Tan pronto como estuvieron fuera de vista, Malfoy se echó a reír.

—¿Habéis visto la cara de ese zoquete?

Un par de Slytherin más lo acompañaron en sus carcajadas, pero la mayoría permaneció en silencio, aparentemente incómodos.

—¡Cierra la boca, Malfoy! — una de las compañeras de Harry mencionó.

—Oh, ¿estás enamorada de Longbottom? —dijo Pansy Parkinson, la única chica que estaba dentro del círculo interno de Malfoy. Nunca pensé que te podían gustar los gorditos llorones, Parvati. 

—¡Mirad! —dijo Malfoy, agachándose para recoger algo de la hierba. Era la Recordadora de Neville, brillando bajo el sol—. Esa cosa estúpida que le mandó su abuela.

—Devuélvemela, Malfoy —dijo Harry con calma, aunque Helena, que lo observaba de lejos, sabía que su furia estaba a punto de desbordarse. Por un momento, intentó detenerlo con la mirada, rogando que no hiciera algo imprudente, pero ya conocía a su hermano. Era inútil.

Malfoy esbozó una sonrisa burlona y sostuvo la Recordadora como si fuera un trofeo. —Creo que voy a dejarla en algún sitio para que Longbottom la busque... ¿Qué os parece... en la copa de un árbol?

—¡Dámela! —rugió Harry, pero Malfoy ya había montado en su escoba y se alejaba.

Desde lo alto, entre las ramas de un roble, Malfoy lo provocó: —¡Ven a buscarla, Potter!

Harry agarró su escoba con decisión.

—¡No lo hagas! —gritó Hermione, alarmada—. Harry, escuchaste a la profesora Hooch. Dijo que no nos moviéramos. ¡Te vas a meter en problemas!

Helena, asintió con fuerza, apoyando a Hermione. Sin embargo, no hizo ningún movimiento para detener a su hermano; sabía que sería una pérdida de tiempo. Un segundo después, Harry ignoró los ruegos, empujó con fuerza el suelo y salió disparado hacia el cielo.

El viento revolvía su cabello, y una sonrisa temeraria cruzaba su rostro mientras ascendía. Helena sintió que su corazón se detuvo por un momento. Las imágenes de Neville cayendo de su escoba se repetían en su mente.

—¡Devuélvela! —gritó Harry, mientras se acercaba a Malfoy a toda velocidad—. ¡O te haré bajar!

—¿Ah, sí? —replicó Malfoy con tono desafiante, aunque Helena notó un leve temblor en su voz.

Helena se llevó una mano al pecho, sintiendo un nudo de miedo que apenas podía contener. Todo pasó demasiado rápido: Harry se lanzó hacia Malfoy como un proyectil, y, sin darse cuenta, Helena apretó el brazo de Cassandra a su lado. Los ojos de Cassandra se abrieron con ligera sorpresa, pero no dijo nada, su mirada fija en la escena.

Malfoy giró bruscamente, apenas esquivando a Harry. Dejó escapar un grito ahogado mientras varios compañeros aplaudían y vitoreaban, pero Helena no podía unirse al entusiasmo. Sentía náuseas, y su pecho ardía con una mezcla de miedo y frustración.

—¡Aquí no están Crabbe y Goyle para salvarte, Malfoy! —exclamó Harry, lanzándose de nuevo hacia él con la misma ferocidad que un ave de presa.

Malfoy, visiblemente nervioso, decidió cambiar de táctica. —¡Atrápala si puedes, entonces! —gritó antes de lanzar la Recordadora con todas sus fuerzas y descender rápidamente hacia el suelo.

Helena sintió un nudo en el estómago al ver la pequeña esfera volar por el aire, pero fue el movimiento inmediato de Harry lo que realmente la llenó de pánico. Su hermano se lanzó tras la Recordadora sin dudarlo, directo hacia una línea de trayectoria que parecía terminar contra el suelo.

No pudo soportar más y cerró los ojos con fuerza. Sus manos temblaron mientras se aferraba a las mangas de su túnica, sintiendo cómo su mente se llenaba de imágenes terribles: Harry cayendo, inmóvil, roto contra la hierba. Su pecho se contrajo ante la idea.

Un crujido seco rompió el aire, seguido de un golpe fuerte y los gritos alarmados de varios estudiantes. El ruido parecía confirmar sus peores temores, pero entonces los murmullos a su alrededor cambiaron. Exclamaciones de asombro y aplausos empezaron a llenar el campo.

Lentamente, Helena abrió los ojos, su corazón latiendo con fuerza. A lo lejos, Harry estaba descendiendo con la escoba perfectamente controlada, una expresión de orgullo y alivio en su rostro. Su mano alzada sostenía la Recordadora, cuyo cristal brillaba tenuemente bajo el sol.

El alivio fue inmediato y abrumador. Se disponía a correr hacia él para revisar si estaba herido cuando un grito estridente resonó en el claro.

—¡HARRY POTTER! —La voz de la profesora McGonagall cortó el aire como un látigo. Helena se giró justo a tiempo para ver a la profesora acercarse a grandes zancadas, con el rostro pálido y temblando visiblemente.

—Nunca... en todos mis años en Hogwarts... —McGonagall estaba casi muda de la impresión, y sus gafas centelleaban de furia—. ¿Cómo te has atrevido...? ¡Podrías haberte roto el cuello!

—No fue culpa de él, profesora... —intentó decir Helena, desesperada por defender a su hermano.

—Silencio, señorita Potter —la interrumpió McGonagall sin mirarla siquiera.

—¡Pero Malfoy...! —intentó añadir un chico pelirrojo desde la multitud.

—Ya es suficiente, señor Weasley —replicó McGonagall con severidad—. Harry Potter, ven conmigo.

Helena no pudo hacer nada más que observar impotente cómo la profesora se llevaba a su hermano, rezando para que no lo expulsaran. La incertidumbre se instaló en su pecho, pero pronto su atención fue captada por un murmullo creciente.

Cerca del borde del campo, algunos estudiantes estaban reunidos en círculo. Al acercarse, pudo distinguir a Malfoy sentado en el suelo, sosteniéndose la frente con una mueca de dolor. No muy lejos de él, los restos de su escoba yacían dispersos sobre la hierba.

Antes de que pudiera preguntar algo, un segundo grito resonó con autoridad:

—¿Qué ha pasado aquí? ¿Qué te ocurrió, chico? —Madam Hooch apareció en escena, su voz cortante mientras apartaba a los estudiantes del camino.

Una docena de voces comenzaron a hablar al mismo tiempo, explicando lo ocurrido. Los Gryffindor eran los más ruidosos, clamando justicia.

—¡Silencio! —ordenó Madam Hooch, levantando una mano. Sus ojos se clavaron en Malfoy con severidad—. Señor Malfoy, sus acciones le costarán veinte puntos a su casa.

—¿Veinte? —exclamó Malfoy, incrédulo, con los ojos abiertos como platos.

—¿Está en desacuerdo? —replicó Madam Hooch, arqueando una ceja—. Considerando que desobedeció mis órdenes, dañó la propiedad escolar y provocó conflictos con sus compañeros, diría que he sido muy indulgente.

—¡Pero yo no rompí la escoba! ¡Se partió sola! —protestó Malfoy, señalando los pedazos.

—No me interesan sus excusas para salvar el orgullo, señor Malfoy —sentenció Madam Hooch tajantemente—. Ahora, todos regresen al castillo. Hemos tenido suficientes incidentes por hoy.

En cualquier otra ocasión, Helena habría celebrado esta especie de justicia divina. Sin embargo, no podía alegrarse, no mientras no supiera qué le pasaría a Harry debido a su desobediencia. La ansiedad seguía revolviendo su estómago mientras seguía a regañadientes al resto de los estudiantes hacia el castillo, echando una última mirada a los restos de la escoba de Malfoy.

—¿Qué te hizo qué? —preguntó Helena, incrédula, mirando a su hermano con los ojos entrecerrados, como si tratara de entender si estaba bromeando.

Era la hora de la cena. Originalmente, había planeado dirigirse a su mesa junto a Lucian y Cassandra, pero antes de que pudiera entrar al Gran Comedor, Harry la había tomado completamente por sorpresa. Con un tirón firme, la había apartado hacia un pasillo lateral, sin darle tiempo de reaccionar. Apenas logró lanzar una mirada de disculpa a sus amigos, quienes parecían tan desconcertados como ella por la repentina interrupción.

Su sorpresa, sin embargo, no era solo por la acción de Harry, sino por lo que acababa de contarle.

—El buscador. Al parecer, es una de las posiciones en los equipos de Quidditch. Wood me entrenará, es el capitán del equipo de Gryffindor —explicó Harry con entusiasmo, casi sin respirar, sus ojos brillando de emoción.

Por un momento, Helena lo observó boquiabierta. Luego, su expresión se transformó en una mezcla de asombro y alegría.

—¡Eso es genial! —dijo, igualando el éxtasis de su hermano. Una sonrisa amplia iluminó su rostro, contagiada por el entusiasmo de Harry. Después de todo, era fantástico que no hubiera sido expulsado.

Pero entonces, su mente volvió al momento en el campo de vuelo. Recordó el crujido seco, el golpe, los gritos... y su sonrisa se desvaneció.

—Aun así, Harry, no deberías hacer cosas tan peligrosas —añadió, esta vez con un tono más serio, casi maternal.

Su advertencia pareció enfriar un poco la euforia de su hermano. Harry bajó la mirada, su expresión tornándose más pensativa. Hubo un momento de silencio incómodo entre ellos. Finalmente, Harry levantó la vista, con una chispa de desafío en los ojos.

—Lo sé, pero no podía quedarme quieto mientras Malfoy se pavoneaba. Y... no sé, Helena, fue como si... como si supiera que podía hacerlo. Que no iba a caer.

Helena suspiró. Por un lado, entendía lo que sentía; Harry siempre había sido así, impulsivo, dispuesto a lanzarse al peligro sin pensar demasiado en las consecuencias. Pero eso no hacía que fuera menos aterrador para ella.

—Aunque me alegra que no te hayan expulsado, no entiendo cómo es que no fuiste castigado —dijo, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño, adoptando una expresión claramente desaprobatoria—. Es como si en lugar de eso te hubieran premiado.

Harry parpadeó, confundido por su tono, y luego sonrió con cierta picardía.

—Supongo que McGonagall vio mi talento innato —respondió, encogiéndose de hombros como si la respuesta fuera obvia.

Helena lo fulminó con la mirada.

—Harry, esto no es un juego. Lo que hiciste fue imprudente y peligroso. Solo porque salió bien esta vez no significa que siempre será así —replicó, su tono volviéndose más severo.

Harry suspiró y bajó la mirada de nuevo, como un niño atrapado haciendo algo malo.

—Lo sé, lo sé —dijo, con un tono menos desafiante esta vez—. Pero Malfoy me estaba provocando, y no podía dejar que se saliera con la suya.

—¿Y crees que eso lo detuvo? —Helena arqueó una ceja, su tono lleno de escepticismo—. Probablemente está más enojado que nunca, y ahora tendrá otra razón para intentar meterse contigo.

Harry se quedó callado, incapaz de refutar sus palabras.

—No estoy diciendo que no luches por lo que es justo, pero hay maneras de hacerlo sin arriesgarte de esa forma. Alguien tiene que asegurarse de que lo recuerdes, y si los profesores no lo hicieron, entonces es mi deber como tu hermana mayor —dijo Helena, apoyando una mano en su hombro con un gesto firme, pero cargado de afecto.

Por un momento, Harry no dijo nada. Luego, asintió lentamente, aunque la ligera curva de sus labios delataba que todavía estaba demasiado emocionado por lo ocurrido como para tomarse sus palabras completamente en serio.

—Está bien, lo intentaré —respondió al fin.

Helena suspiró, sabiendo que probablemente tendría que repetir esta conversación más de una vez en el futuro. Pero por ahora, era suficiente.

—Vamos al Gran Comedor antes de que la comida se acabe —dijo, girándose para caminar hacia las puertas del comedor.

Harry la siguió, con su entusiasmo ligeramente moderado pero aún visible en sus ojos brillantes. Helena no pudo evitar sonreír con cierta resignación. A pesar de todo, estaba orgullosa de su hermano, incluso si eso significaba tener que estar constantemente preocupada por él.

Al entrar al Gran Comedor, los Potter se separaron para dirigirse a sus respectivas mesas. Harry, con su característico entusiasmo, se unió rápidamente a los Gryffindor, mientras Helena cruzaba el espacio en dirección a los alumnos de Slytherin. No tardó en localizar a Lucian y Cassandra, que ya estaban sentados en su extremo de la mesa. Aceleró el paso para alcanzarlos, consciente de que debía una explicación tras la escena que Harry había protagonizado.

—Lamento la actitud de Harry, a veces es un poco... torpe —dijo Helena con una leve sonrisa mientras se sentaba junto a ellos. Su tono intentaba ser despreocupado, pero había una pizca de vergüenza en sus palabras.

Lucian negó con la cabeza, claramente sin darle importancia.

—No te preocupes. Es bueno ver que te llevas bien con tu hermano —comentó con amabilidad, tomando un sorbo de su bebida. Después, añadió con un dejo de nostalgia—: Siempre quise tener una hermana pequeña, pero ya es algo imposible a estas alturas. Lo más cercano que tengo a eso es Cassandra.

Cassandra, quien hasta ese momento había permanecido en silencio, arqueó una ceja y lanzó una mirada sarcástica hacia Lucian.

—¿Tú como un hermano? —se preguntó a sí misma en voz alta, su tono cargado de escepticismo. Luego, con una sonrisa burlona, añadió—: Estoy perfectamente bien siendo hija única, gracias.

Helena rió suavemente ante la dinámica entre ellos, pero antes de que pudiera añadir algo, Lucian inclinó ligeramente la cabeza, observándola con una curiosidad que parecía genuina.

—¿Y qué tal los muggles con los que vives? —preguntó con aparente inocencia, aunque su mirada indicaba que esperaba algo más que una respuesta superficial.

Helena sintió que su sonrisa titubeaba por un instante, pero rápidamente recuperó la compostura. Hablar de los Dursley no era algo que disfrutara, y mucho menos con Lucian. No porque no le agradara, sino porque le daba la inquietante sensación de que, si daba un paso en falso, él podría descubrir más de lo que ella quería revelar.

Era curioso, pensó. Antes de llegar a Hogwarts, eran muy pocas las personas que se habían molestado en preguntarle cómo era su vida en casa. Claro que, incluso si alguien lo hubiera hecho, no podría haber dicho la verdad. Tío Vernon siempre había sido muy claro al respecto: lo que sucedía en casa se quedaba en casa. Nadie más tenía por qué saberlo.

Aunque Helena no estaba completamente de acuerdo con esa regla, había terminado aceptándola. Ahora más que nunca, deseaba que sus nuevos amigos jamás llegarán a conocer esa faceta de su vida. Ni Harry ni ella necesitaban que ese aspecto de su existencia empañara las oportunidades que el mundo mágico les ofrecía.

—Oh, son... normales, supongo. Tan normales como cualquier muggle puede ser —respondió al fin, con un tono ligero, casi distraído, mientras se servía un poco de jugo de calabaza. Evitó el contacto visual, manteniendo la mirada fija en su copa como si de pronto fuera lo más interesante del mundo.

Lucian entrecerró los ojos, como si analizara sus palabras con más cuidado del que a Helena le hubiera gustado.

—¿Normales? —repitió, alargando la palabra como si probara su sabor—. Bueno, supongo que no podría esperar algo más.

El tono de su respuesta era neutral, pero Helena no pudo evitar sentir un ligero cosquilleo de nervios. No estaba segura de si había satisfecho su curiosidad o si simplemente había levantado más preguntas.

—Sí, normales —insistió con una sonrisa que esperaba se viera casual, aunque su pecho se sentía apretado. Cambió rápidamente de tema antes de darle más espacio a Lucian para indagar—. Pero dime, ¿por qué tanta curiosidad por los muggles? ¿No crees que son demasiado aburridos para alguien como tú?

La pregunta pareció tomar a Lucian por sorpresa, pero una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.

—En realidad, los considero sumamente interesantes —admitió con un tono pensativo, sus ojos reflejando una mezcla de admiración y curiosidad—. Incluso sin magia, son capaces de crear maravillas únicas. Su ingenio es extraordinario, y han tenido un crecimiento muy rápido en comparación con nosotros.

Helena arqueó una ceja, intrigada por su respuesta. No esperaba que alguien como Lucian tuviera ese tipo de perspectiva sobre los muggles.

—¿Rápido? —preguntó, genuinamente interesada—. ¿A qué te refieres?

​​Lucian entrelazó las manos sobre la mesa, inclinándose ligeramente hacia adelante.

—Piensa en esto: mientras el mundo mágico parece estancado, sin mostrar un progreso tangible, los muggles no dejan de innovar. Desde las máquinas que usan para facilitar el transporte hasta sus formas de comunicación, avanzan a un ritmo que, en cierto sentido, supera al nuestro. Tal vez no tengan magia, pero han creado su propio tipo de poder.

Helena asintió lentamente, procesando sus palabras. Había pasado toda su vida entre muggles, así que muchas cosas le resultaban normales, cosas que nunca se había detenido a considerar. Desde su llegada al mundo mágico, ha pensado que con toda su maravilla y asombro, sería infinitamente superior. Sin embargo, lo que Lucian señalaba era innegable: al menos la parte del mundo mágico que ella conocía parecía anclada en el pasado.

—Claro, hay más factores detrás de este... "atraso", como la extraña y muy dudosa incompatibilidad entre magia y tecnología —añadió Lucian, con un tono más reflexivo.

Helena arqueó una ceja. Nunca había oído hablar de eso, pero la idea despertó algo en ella, una chispa de curiosidad. Quizá, cuando supiera más sobre el tema, podría profundizar en esa conversación con Lucian.

Él, aparentemente complacido por la dirección que tomaba el diálogo, continuó sin notar el silencio de Helena.

—Aunque, si lo piensas bien, creo que la verdadera razón es la misma magia. Nos da tantas comodidades que elimina la necesidad de innovar. En lugar de buscar soluciones nuevas, simplemente nos apoyamos en lo que ya tenemos, en lo que hace nuestra vida más fácil.

Helena permaneció en silencio unos instantes, reflexionando. Lo que decía Lucian tenía sentido. El mundo mágico había avanzado en formas que los muggles no podían imaginar, pero eso no significaba que hubiera un verdadero deseo de cambio o progreso. Los encantamientos y objetos mágicos ofrecían tanta facilidad que a menudo no había necesidad de buscar alternativas o mejorar lo existente.

Cassandra, quien hasta ese momento había estado escuchando en silencio, finalmente intervino, rompiendo la creciente seriedad de la conversación.

—Si quieren seguir filosofando sobre la vida, háganlo después. Por ahora, ¿podemos centrarnos en algo más importante? Como, por ejemplo, si esta noche van a servir algo mejor que pastel de calabaza.

El comentario provocó una risa ligera entre los tres, disipando la tensión. Aunque la charla sobre los muggles quedó en pausa, el ambiente se volvió más relajado, menos cargado de pensamientos profundos.

Tan inmersos estaban en su conversación que no notaron cuando Draco Malfoy se acercó a la mesa de Gryffindor. Una leve discusión estalló con Harry, atrayendo miradas curiosas de los estudiantes cercanos.

En su interior, Harry no dejaba de reprocharse haber caído en la trampa de Malfoy. ¿Cómo había podido creer que sería honesto y justo? Su hermana tenía razón: lo único que había logrado con su actuación en la clase de vuelo era darle motivos para odiarlo aún más.

Ahora, debido a su imprudencia, estaba huyendo de Filch junto a Hermione, mientras Ron y Neville habían quedado atrás en algún punto. El grupo original de cuatro se había separado en su intento desesperado por escapar. Peeves, como siempre, no había ayudado en nada: el poltergeist había optado por seguir a Ron y Neville, provocando un alboroto que delató su posición, mientras Filch se dedicaba a perseguir a Harry y Hermione, acompañado por su gata.

El sonido de las pisadas apresuradas del celador resonaba en el aire, acercándose más con cada segundo.

—¡Rápido! —exclamó Harry, mirando a su alrededor en busca de una salida.

Ambos giraron en una esquina y se encontraron con una puerta al final del pasillo. Harry corrió hacia ella y trató de abrirla con todas sus fuerzas.

—¡No se abre! —dijo desesperado, empujando inútilmente.

—Déjame hacerlo. —Hermione lo apartó con un movimiento decidido, sacó su varita y murmuró—: ¡Alohomora!

Con un suave clic, el pestillo cedió. Los dos se deslizaron dentro, cerrando la puerta tras ellos, y contuvieron el aliento mientras escuchaban. Las pisadas de Filch se detuvieron por un momento, pero luego se alejaron en dirección contraria.

Harry suspiró aliviado y miró a Hermione.

—Lo logramos.

Pero Hermione no estaba mirando a Harry. Sus ojos estaban fijos en algo más dentro de la habitación. Harry siguió su mirada y sintió que el aire se le congelaba en los pulmones.

En el centro de la habitación, un enorme perro de tres cabezas dormía plácidamente, con su aliento saliendo en fuertes resoplidos rítmicos. Una de sus patas delanteras se movía ligeramente, como si estuviera soñando.

—¿Qué es eso? —susurró Harry, horrorizado.

—Un perro de tres cabezas, ¿qué parece? —respondió Hermione en voz baja, como si temiera despertarlo.

Harry tragó saliva, con los ojos clavados en las fauces abiertas de una de las cabezas. Las enormes mandíbulas se cerraban y abrían levemente con cada respiración.

—Tenemos que salir de aquí, con cuidado —susurró Hermione, tomando a Harry del brazo.

Dieron un paso atrás, luego otro, asegurándose de no hacer ruido. Harry sentía que cada crujido del suelo bajo sus pies era un estruendo que despertaría al perro. Hermione tenía los labios apretados, como si no se atreviera a respirar.

Con el corazón latiendo desbocado, alcanzaron la puerta. Hermione la abrió con un movimiento lento y controlado, y ambos salieron al pasillo, cerrándola con suavidad tras ellos.

—Eso fue… —comenzó a decir Harry, pero Hermione lo interrumpió con un gesto apremiante, indicándole que era mejor regresar cuanto antes a la sala común.

Ambos continuaron avanzando con cautela por los pasillos, tratando de orientarse en la oscuridad. Sus pasos eran sigilosos, pero la tensión en el aire era casi palpable. Cada sombra parecía esconder a Filch o incluso a Peeves, y Harry no podía sacudirse la sensación incómoda de que algo o alguien más los estaba observando.

—¿Por qué dejamos la sala común? —murmuró Harry, más para sí mismo que para Hermione.

—Porque decidiste enfrentarte a Malfoy, eso pasó —respondió ella en un susurro severo, aunque mantuvo la vista fija al frente.

—Bueno, tú tampoco tenías que venir… —replicó Harry a la defensiva, aunque la tensión en su voz delataba que sabía que era su culpa.

—No iba a dejar que te metieras en problemas solo. Aunque, sinceramente, deberíamos estar agradecidos de que Ron y Neville hayan logrado despistar a Peeves…

Harry apretó los labios, pero antes de poder responder, doblaron una esquina y se toparon con una figura alta que se movía con sorprendente sigilo. Sin pensarlo, Harry sacó su varita, dispuesto a defenderse, pero la figura levantó una mano, indicándoles que se detuvieran.

—¡Shh! —susurró la figura con autoridad.

Harry reconoció tardíamente la figura de Lucian, aunque antes de que pudiera decir algo, este los atrajo hacia él con rapidez y agitó su varita en un movimiento fluido. Un destello plateado brotó de la punta de la varita, y Harry sintió un frío extraño que le recorrió la piel. Bajó la mirada instintivamente hacia su túnica y casi jadeó al darse cuenta de lo que había ocurrido: su ropa, e incluso sus manos, habían adoptado una textura y color idénticos a la piedra del muro a su espalda. Era como si él y Hermione se hubieran convertido en camaleones perfectamente camuflados.

—¿Qué hiciste? —murmuró Hermione, apenas moviendo los labios.

—Encantamiento desilusionador —respondió Lucian en voz baja, con un tono tranquilo pero firme. Señaló hacia el extremo del pasillo y añadió—: No se muevan ni hagan ruido.

Un instante después, las pisadas apresuradas de Filch resonaron por el pasillo, seguidas del inconfundible maullido de la gata del celador. Harry contuvo el aliento mientras Filch aparecía al final del corredor, su linterna arrojando haces de luz que bailaban sobre las paredes de piedra.

—¡Sé que están aquí! —gruñó Filch, girando la cabeza de un lado a otro. Su voz era áspera y cargada de frustración—. Puedo oler su miedo…

La luz de la linterna pasó peligrosamente cerca de ellos, pero el hechizo de Lucian los mantenía ocultos. La gata soltó otro maullido inquisitivo, y Harry sintió que su corazón latía tan fuerte que temía que el ruido los delatara.

Finalmente, después de unos tensos segundos, Filch masculló algo entre dientes y, al no encontrar nada, se alejó por otro corredor, seguido de su gata.

Lucian esperó unos momentos antes de agitar nuevamente su varita. El extraño frío desapareció, y Harry y Hermione volvieron a verse.

—Gracias… —murmuró Harry, todavía intentando procesar lo que acababa de pasar.

—Tienen suerte de que los encontrara, de lo contrario habrían caminado directamente hacia su castigo —comentó Lucian mientras guardaba su varita con un movimiento elegante.

El tono despreocupado de Lucian parecía desentonar con la tensión que todavía colgaba en el aire. Harry frunció el ceño, con las palabras a punto de salir de su boca, pero finalmente las guardó. Hermione, por su parte, suspiró suavemente, como si estuviera evaluando todo lo ocurrido.

—No hay necesidad de que Filch los encuentre otra vez. —Lucian se giró hacia ellos y señaló vagamente el pasillo que acababan de recorrer—. Pueden regresar a su sala común sin más contratiempos… si son cuidadosos.

El leve énfasis en la última palabra hizo que Harry se sintiera algo infantil, como si estuviera recibiendo un sermón de un adulto.

—¿Eso significa que no dirás nada? —preguntó rápidamente, con cierta urgencia en la voz.

Lucian arqueó una ceja, con un brillo casi divertido en los ojos.

—Espero no tener que hacerlo. Pero ¿no era Helena quien te aconsejó que te mantuvieras lejos de problemas? —preguntó con aire casual, pero no lo suficiente como para no hacer que Harry se removiera incómodo.

—¡Eso intentaba! —respondió Harry en su defensa, pero se detuvo al sentir el codazo de Hermione en las costillas, como una advertencia de que no era el momento para entrar en detalles.

—De todas formas, tú también estás fuera de la cama —señaló rápidamente Harry, cambiando de tema con un tono algo desafiante.

Lucian dejó escapar una ligera carcajada y se encogió de hombros.

—Muy observador, Potter. Pero mi caso es distinto. Solo salí a buscar un bocadillo nocturno. Muy diferente de salir a buscar problemas.

Hermione lo miró fijamente, como si tratara de ver más allá de sus palabras pero antes de que pudiera decir algo, Lucian dio un paso hacia atrás y les dedicó una pequeña reverencia teatral.

—Cuídense. Y recuerden: si vuelven a cruzarse con Filch, no habrá mas encantamientos desilusionadores que los salven. —Sus palabras tenían un aire ligero, casi burlón, antes de darse media vuelta para marcharse.

—¡Espera! —llamó Harry, justo cuando Lucian comenzaba a alejarse.

Éste se detuvo, girándose apenas, con una expresión curiosa.

—¿Qué pasa ahora?

Harry bajó un poco la voz, sintiéndose algo avergonzado.

—¿Podrías no decirle a Helena que estaba fuera de la cama? No quiero… bueno, ya sabes, que me dé otro sermón.

Lucian sonrió, y el gesto tenía algo de cómplice, aunque también de enigmático.

—Tu secreto está a salvo conmigo, Potter. —Le guiñó un ojo antes de desaparecer en el corredor oscuro, sus pasos casi inaudibles sobre el suelo de piedra.

Por un momento, Harry se sintió aliviado, pero ese sentimiento no duró mucho.

—Realmente me intriga que estaba haciendo realmente —dijo Hermione de repente, rompiendo el silencio con firmeza.

Harry parpadeó, confundido.

—¿Qué? ¿Por qué dices eso?

Hermione puso los ojos en blanco, cruzándose de brazos mientras adoptaba su tono más lógico.

—Por favor, Harry. Nadie se pasea por los pasillos en plena noche, con una varita lista para usar un encantamiento que lo oculte perfectamente de otras personas, solo porque tiene hambre.

Harry abrió la boca para replicar, pero no encontró nada convincente que decir.

—Bueno… parecía sincero…

—Eso no lo hace verdad. —Hermione suspiró y señaló hacia el pasillo por el que debían continuar—. Vámonos antes de que Filch o Peeves decidan regresar.

Con un último vistazo hacia la dirección en la que Lucian había desaparecido, Harry asintió. Sin embargo, mientras avanzaban con cuidado por los oscuros corredores, no podía dejar de preguntarse qué estaba haciendo realmente Lucian esa noche.