Al día siguiente, toda la atención en el Gran Comedor se centró en un paquete largo y delgado que era llevado por seis lechuzas blancas. Helena no pudo evitar arquear una ceja de sorpresa al ver que el paquete volaba directamente hacia donde su hermano estaba sentado.
Curiosa, se disculpó con sus compañeros de mesa y cruzó el comedor hacia Harry justo a tiempo para verlo tomar y abrir una carta que acompañaba el paquete. Reconoció de inmediato la letra en el pergamino.
NO ABRAS EL PAQUETE EN LA MESA. Contiene tu nueva Nimbus 2000, pero no quiero que todos sepan que te han comprado una escoba, porque también querrán una. Oliver Wood te esperará esta noche en el campo de Quidditch a las siete para tu primera sesión de entrenamiento. Profesora McGonagall.
—Supongo que es su forma de darte la bienvenida al equipo —comentó Helena por encima del hombro de Harry, su tono ligeramente mordaz. Todavía tenía sentimientos encontrados sobre la manera en que la profesora McGonagall había resuelto las cosas.
—¡Una Nimbus 2000! —exclamó Ron, el pelirrojo con quien Harry solía pasar el tiempo. Había un brillo de asombro en sus ojos mientras examinaba el paquete—. Nunca pensé que vería una tan de cerca… es increíble.
Helena notó una pequeña fracción de envidia en el entusiasmo de Ron, pero este parecía más genuinamente emocionado que celoso.
—¡Vamos! Tenemos que abrirla y verla. —Harry se levantó con entusiasmo de su asiento, dispuesto a salir corriendo hacia la Torre de Gryffindor. Sin embargo, de repente se detuvo en seco, recordando algo.
—Oh… Es cierto. No puedes entrar a la sala común de Gryffindor —dijo con un deje de frustración, mirando a Helena con pesar.
Helena sonrió con naturalidad, sin mostrar ni una pizca de molestia.
—No te preocupes. Me la enseñas después. —Su voz sonaba alegre y despreocupada.
Harry pareció aliviado y asintió con una sonrisa.
—Después de la cena, Wood me enseñará lo básico en el campo de Quidditch. —Luego, añadió rápidamente—: Puedes venir conmigo a la práctica.
—¡Por supuesto! —respondió Helena con entusiasmo genuino.
Harry sonrió antes de regresar su atención a Ron, y Helena, satisfecha, regresó a su mesa, aunque no sin echar una última mirada al paquete que contenía la flamante escoba.
Durante el resto del día, Helena no pudo evitar pensar en la escoba que había recibido Harry. Estaba segura de que debía tenerla guardada en algún lugar seguro de su dormitorio, probablemente debajo de su cama o incluso en ella, como si quisiera mantenerla a la vista todo el tiempo.
No podía culparlo por su entusiasmo. Realísticamente, era una de las primeras ocasiones que Harry tenía algo que fuera completamente suyo. Hasta ahora, lo único que habían conocido eran las sobras que los Dursley decidían que ya no servían para Dudley. Y aun así, muchas de esas cosas terminaban siendo compartidas entre ambos, como si el simple hecho de darles algo fuera un acto de extrema generosidad.
En realidad, ninguno de los dos había tenido algo verdaderamente propio, al menos hasta que llegaron a Hogwarts. Este lugar les estaba mostrando lo que significaba tener un espacio propio, amigos.
Cuando el reloj marcó las siete, Helena lo observó salir del Gran Comedor con pasos rápidos. Tras una breve explicación a sus amigos, empezó a seguirlo al campo de Quidditch.
Cuando llegó, la magnitud del lugar la dejó sin aliento. Las altas tribunas se alzaban alrededor del campo como murallas, ofreciendo una vista perfecta de lo que sucediera en el terreno de juego. Cada extremo del campo estaba coronado con tres postes dorados rematados con aros en la cima, recordándole los juguetes muggles que los niños usaban para hacer burbujas, aunque estos eran imponentes, alcanzando al menos quince metros de altura.
Buscó a Harry con la mirada y lo encontró rápidamente, surcando el aire con su nueva escoba. La emoción era evidente en su rostro, iluminado por una sonrisa que rara vez veía en él. Esa imagen fue suficiente para que Helena también sonriera, sintiendo un calor reconfortante en el pecho. Por un instante, era como si todas las preocupaciones de su hermano hubieran desaparecido, reemplazadas por la pura alegría de volar.
—¡Harry! —gritó, alzando la voz para que la escuchara desde el suelo.
Harry dio una vuelta rápida antes de descender hacia donde ella estaba, aterrizando con una destreza sorprendente para alguien que apenas estaba comenzando a volar.
—¡Es increíble, Helena! —dijo con entusiasmo, bajando de la Nimbus 2000 y mostrándosela como si fuera un trofeo—. Tienes que probarla.
Helena sonrió y, sin dudarlo, tomó la escoba que Harry le ofrecía. Recordaba las instrucciones de la primera clase de vuelo y, con un movimiento decidido, se montó con cuidado y, al sentir cómo sus pies perdían contacto con el suelo, un escalofrío de emoción la recorrió. La escoba era ligera y obediente.
La altura aumentó poco a poco, y cuando estuvo lo suficientemente alto —quizá a poco más de diez metros—, se detuvo. El viento frío le golpeó el rostro, despeinando su cabello, y Helena respiró hondo, disfrutando de la sensación. Desde ahí arriba, los últimos rayos del sol se deslizaban entre los árboles oscuros del Bosque Prohibido, tiñendo el cielo de tonos dorados y púrpuras. Por un momento, se sintió tan pequeña como un pájaro frente a la inmensidad del paisaje.
—¿Qué estás esperando? —escuchó la voz de Harry desde el suelo—. ¡Vuela!
Y eso hizo.
Dio una vuelta lenta alrededor del campo de Quidditch, familiarizándose con la escoba y con el terreno. Era como deslizarse por el aire; la escoba respondía a cada uno de sus movimientos con precisión. Después de una primera ronda cautelosa, se permitió ir más rápido. Una risa escapó de sus labios mientras aceleraba y el viento silbaba a su alrededor. Era como si la gravedad hubiera dejado de existir; en ese instante, Helena se sintió libre. Verdaderamente libre.
Cuando descendió, todavía con una sonrisa en el rostro, vio que Harry ya no estaba solo. Un chico alto, algo mayor, con el cabello castaño oscuro, estaba junto a su hermano. Ambos aplaudieron suavemente al verla aterrizar.
—Nada mal para un novato —comentó el chico, sonriendo con aprobación—. Parece que eso de volar corre en la familia. Soy Oliver Wood, capitán del equipo de Quidditch de Gryffindor.
Helena correspondió con una pequeña sonrisa.
—Debo decir que, si no fueras de Slytherin, me encantaría reclutarte. El equipo necesita talento y podrías ser una excelente cazadora con esa velocidad —añadió con entusiasmo.
La sonrisa de Helena titubeó ligeramente. No supo qué responder. Apenas entendía qué era un "cazador" en el contexto del juego; hasta ese momento, el Quidditch le había parecido solo otra actividad en sus libros, algo que no requería su atención. Ahora, después de volar, empezaba a entender por qué era tan importante para los demás.
El entusiasmo de Wood se disipó un poco, y su expresión cambió. Se pasó una mano por la nuca, buscando las palabras correctas, pero su mirada delataba una ligera incomodidad.
—Hablando de Slytherin... —comenzó, eligiendo con cuidado su tono—. Sé que eres la hermana de Harry, pero… los entrenamientos del equipo se mantienen en secreto. Ya sabes, intentar despistar a los rivales. Así que, bueno, no quiero sonar rudo, pero…
Helena arqueó una ceja y terminó la frase por él con tranquilidad forzada:
—Necesitas que me vaya.
Wood se vio aún más avergonzado, y un leve rubor subió a sus mejillas.
—No es personal, de verdad. Estoy seguro de que eres de fiar, pero Flint... —Hizo una pausa, como si considerara sus palabras—. Marcus Flint, no es precisamente el más… ético de los jugadores. Intentará cualquier cosa para ganar. No quiero ponerte en una situación difícil, ¿entiendes?
Eran excusas Helena lo podía intuir con cierta amargura. Wood no estaba mintiendo, pero tampoco decía toda la verdad. Que ella perteneciera a Slytherin era el único motivo real. En su mente, eso era suficiente para convertirla en alguien de quien no podían fiarse.
—¿Quién es Flint? —preguntó Harry, con un tono que dejó claro que no le gustaba el rumbo de la conversación.
—Capitán del equipo de Slytherin —respondió Wood con un resoplido—. El único estudiante en Hogwarts que parece un troll con uniforme.
—Okay, pero ¿por qué importa eso? —replicó Harry, con el ceño fruncido—. Helena nunca les diría nada. No es como Malfoy u otras personas.
Wood levantó las manos, en un gesto de disculpa.
—Lo sé, Harry. Pero es mejor no dejar cabos sueltos. Controlar las variables, ya sabes.
—Está bien, Harry —intervino Helena con firmeza antes de que su hermano pudiera protestar más—. Concéntrate en tu entrenamiento. Tengo deberes que terminar, de todas formas.
Sonrió, o al menos lo intentó, y comenzó a alejarse del campo con un nudo en la garganta. Harry le lanzó una última mirada preocupada, podía ver que estaba debatiendo consigo mismo si seguirla o no, así que le lanzó una mirada tranquilizadora demostrando que no necesitaba preocuparse por ella.
…
Mientras caminaba de regreso al castillo, sentía cómo las palabras de Wood se repetían en su mente. "No es personal". Pero lo era. No había hecho nada para merecer desconfianza ni de él ni de nadie. Ser una Slytherin no debería ser razón suficiente para que otros no confíen en ella.
Helena caminó hacia las mazmorras con paso rápido, como si pudiera dejar atrás la incomodidad del encuentro en el campo de Quidditch. A su alrededor, los pasillos oscuros y húmedos del castillo parecían menos acogedores que de costumbre. Cruzó la entrada de la sala común de Slytherin, que estaba prácticamente vacía a esa hora, y subió las escaleras hasta su dormitorio.
La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la tenue luz verde que entraba a través de las ventanas submarinas y las velas flotantes de los candelabros. La suave vibración del lago sobre las paredes de piedra hacía que todo pareciera extrañamente silencioso.
Cassandra estaba sentada en su cama con las piernas cruzadas, el cabello rubio cayendo como una cortina brillante sobre su rostro mientras leía un libro. Su expresión era serena, como si nada pudiera perturbarla. Sus otras dos compañeras de dormitorio parecían no haber llegado aún.
Helena se dejó caer sobre el colchón con un suspiro. Su túnica todavía olía a viento y césped. Durante un instante, Cassandra no dijo nada, simplemente pasó una página de su libro con la misma elegancia indiferente de siempre. Finalmente, habló sin levantar la vista.
—¿Qué te ocurre? Estás haciendo más ruido que el Profesor Quirrell al intentar hablar.
Helena soltó una risa amarga.
—Gracias por la comparación —respondió, con un deje de sarcasmo. Se quedó mirando el dosel verde oscuro sobre su cama, como si buscara respuestas entre las sombras—. ¿Has sentido que todos piensan que eres… malvada solo porque eres de Slytherin?
La pregunta quedó suspendida en el aire un momento. Cassandra cerró el libro con un leve chasquido y levantó la vista, observando a Helena con sus ojos grises claro, llenos de una tranquila curiosidad.
—¿Alguien te lo ha dicho?
—No exactamente. Pero pude ver que lo pensó —murmuró Helena, girándose para mirarla. Estaba tumbada de lado, con la cabeza apoyada en la mano—. Wood, el capitán de Quidditch de Gryffindor, me dijo que no era personal, pero…
Cassandra arqueó una ceja, expectante.
—Pero igual me pidió que me fuera porque soy de Slytherin —continuó Helena—. No importa que sea hermana de Harry o que nunca les daría información a los de mi casa. Es como si llevar el verde me convirtiera automáticamente en alguien de quien no pueden fiarse.
Por primera vez, Cassandra pareció realmente interesada. Se acomodó en su cama, apoyándose contra las almohadas, y estudió a Helena durante unos segundos.
—¿Y por qué te molesta tanto lo que piensen?
—Porque no es justo —respondió con frustración—. No he hecho nada malo.
Cassandra esbozó una sonrisa leve, más comprensiva que divertida.
—¿Acaso no sabes lo que dicen de nosotros? —respondió con un tono suave, casi burlón—. Que somos astutos, ambiciosos, manipuladores… "magos oscuros" en formación. Si bien no ha pasado mucho tiempo desde nuestra llegada puedo asegurar que para el resto de Hogwarts, si estás en Slytherin, tienes que ser así. Da igual quién seas en realidad.
Helena guardó silencio, mirando las suaves ondas de luz verde reflejadas en las paredes de piedra.
—¿Pero es verdad? —preguntó al final, con un hilo de voz—. ¿Realmente somos así?
—No somos malvados —dijo con firmeza, su voz tranquila pero cargada de convicción—. Al menos, no más que cualquier otra persona, incluyendo las que hay en las otras casas.
Helena se giró un poco en su cama para mirarla, sintiendo una mezcla de curiosidad y escepticismo.
—Eso no es lo que todos parecen pensar —murmuró, recordando las palabras de Wood y el tono desconfiado que había escuchado de otros alumnos cuando hablaban de los Slytherin.
Cassandra dejó escapar un suspiro y apoyó la espalda contra la cabecera de la cama, estirando las piernas.
—¿Sabes cuál es el problema? —preguntó, mirando a Helena con sus ojos grises—. La gente se queda con los nombres grandes, los más terribles… Algunos de ellos fueron de Slytherin o están vinculados a la casa. Pero eso no significa que la misma tenga el monopolio del mal.
Helena parpadeó, sorprendida por lo directa que había sido. Cassandra continuó, alzando una ceja con un deje de ironía.
—¿Acaso crees que en Gryffindor nunca ha habido magos oscuros? Claro que los ha habido. Por mucho que digan que solo son valientes y nobles, también tienen a los arrogantes, los impulsivos y los peligrosos. La valentía mal dirigida puede ser tan letal como la ambición.
—¿Estás diciendo que los Gryffindor han producido magos oscuros? —preguntó Helena, incrédula.
Cassandra asintió, como si aquello fuera un hecho evidente.
—No solo ellos. También en Ravenclaw y en Hufflepuff. Cada casa tiene sus luces y sus sombras. ¿O acaso crees que la inteligencia de Ravenclaw no puede ser usada para cosas terribles? ¿O que la lealtad de los Hufflepuff no puede cegar a alguien hasta el punto de seguir a un líder equivocado? —Su voz se volvió más suave, como si intentara calmar la incomodidad de Helena—. La verdad, Helena, es que ningún rasgo es malo por sí mismo. La ambición no lo es, la astucia tampoco. Todo depende de lo que hagas con ello.
Helena se quedó callada un momento, procesando lo que Cassandra decía. Aunque no podía negar que tenía razón, había algo en lo que seguía sintiéndose inquieta.
—Entonces, ¿por qué parece que solo nos culpan a nosotros? —preguntó finalmente, su voz apenas un susurro.
Cassandra la miró con una expresión más suave, casi comprensiva.
—Eso es algo que no puedo decir con seguridad —respondió con calma—. Slytherin ha formado a grandes magos, Helena, muchos de ellos con una moralidad… cuestionable. Incluso el propio Salazar era así, o al menos eso dicen las historias. Pero ¿sabes qué es lo curioso? Cuando hay problemas, cuando se necesitan respuestas, las personas siempre buscarán a alguien a quien culpar.
Helena frunció ligeramente el ceño, mirando el dosel verde oscuro de su cama como si pudiera encontrar ahí las respuestas que buscaba.
—¿Y por qué a nosotros? —insistió, su voz apenas audible.
Cassandra dejó escapar un suspiro y cruzó los brazos, su tono adquirió un matiz más reflexivo, casi filosófico.
—Porque es más sencillo echarle la culpa a alguien más que aceptar que quizás haya algo más profundo, algo más difícil de enfrentar. La gente necesita un villano para sentirse mejor consigo misma. Y como los Slytherin siempre han sido ambiciosos, astutos y dispuestos a tomar caminos poco convencionales, hizo que se convirtieran en el blanco perfecto.
Helena la miró en silencio, procesando sus palabras, pero Cassandra no había terminado.
—Pero piénsalo bien —continuó, su voz ganando un tono ligeramente irónico—. Si la división entre el bien y el mal fuera tan sencilla, entonces en el resto del mundo mágico no habría problemas.
Helena frunció ligeramente el ceño, reflexionando sobre lo que decía.
—¿Te refieres a otros países? —preguntó con cautela.
—Exacto —respondió Cassandra, gesticulando suavemente con una mano—. Hay magos oscuros en Francia, en América, en los países del este… Incluso en el mundo muggle hay personas que toman decisiones terribles. ¿Dirías que todos ellos eran Slytherin? Claro que no, muchos de ellos ni siquiera asistieron o conocen Hogwarts. La oscuridad no conoce de casas ni fronteras. Existe en todas partes. Solo que aquí, en las paredes de este gran castillo, es más fácil señalar con el dedo.
Helena sintió cómo sus hombros se relajaban un poco. Era cierto. Lo había leído en algunos libros antes de llegar: magos oscuros y tiranos no eran exclusivos de Gran Bretaña, ni mucho menos de Slytherin. Pero nadie parecía recordar eso cuando se hablaba de su casa.
—¿Y por qué no dicen eso? —murmuró finalmente—. ¿Por qué nadie lo aclara?
Cassandra soltó una pequeña risa seca.
—Porque la verdad no es tan emocionante como una buena historia. Es más fácil contar cuentos sobre "Slytherins malvados" que aceptar que todos llevamos luz y sombra dentro. Nadie quiere escuchar que el mundo es complicado ni mucho menos que puede ser malvado, prefieren creer en héroes y villanos. Así pueden dormir tranquilos.
Helena guardó silencio. La sinceridad en las palabras de Cassandra la había tomado por sorpresa. Era raro escuchar a alguien hablar con tanta claridad sobre temas que parecían tan enredados.
Antes pensaba que solo Lucian tenía ese don con la palabra, pero ahora tenía que reconsiderar las cosas. Cassandra había demostrado que podía ser igual de persuasiva.
Pero al pensar en Lucian, fue imposible no recordar lo que sucedió aquella noche. La noche en que él, con apenas un gesto de su varita se enfrentó en duelo a dos estudiantes mayores… y ganó. La imagen estaba grabada en su mente: el movimiento preciso, la mirada serena y al mismo tiempo llena de desafío. Fue un instante que marcó una división en la casa.
Desde entonces, Helena había empezado a ver que había personas en Slytherin que solo necesitaban una oportunidad, una chispa para atreverse a luchar contra lo injusto. Quizás no todos cambiarían, pero algunos lo harían. Y eso era suficiente para demostrar lo equivocados que las otras personas estaban.
—¿Y Lucian? —preguntó de repente, su voz cargada de curiosidad y algo más profundo que no podía describir—. ¿Tú crees que él está cambiando las cosas?
Cassandra sonrió, una expresión que rara vez se deslizaba en su rostro y que ahora parecía contener una mezcla de admiración y confianza.
—Lucian no está cambiando las cosas, Helena —dijo con calma—. Él ya las ha cambiado.
Helena la miró con atención, esperando que continuara.
—La dinámica de la casa es distinta desde que decidió ir en contra de la corriente —siguió Cassandra, con una voz firme y segura—. Por supuesto, será un proceso lento. Las tradiciones no desaparecen de un día para otro, y algunos no lo aceptarán fácilmente. Pero si es él, entonces puede lograrlo.
Sus palabras estaban repletas de una confianza inquebrantable, como si estuviera hablando de algo que era un hecho inevitable.
Helena asintió despacio, sintiendo que algo dentro de ella se acomodaba, como una pieza de un rompecabezas que había estado buscando su lugar. Una chispa de esperanza iluminó sus pensamientos, disipando las dudas que había traído consigo desde el campo de Quidditch.
—Gracias, Cassandra —murmuró finalmente, su voz más firme que antes.
Cassandra le devolvió la mirada, esta vez con una calidez que rara vez permitía que otros vieran. Era un gesto sutil, pero lo suficientemente poderoso como para que Helena lo sintiera.
—No hay de qué —respondió su compañera con suavidad, apagando la vela que iluminaba la habitación con un movimiento ligero de su varita—. Ahora deja de preocuparte por lo que piense un Gryffindor cualquiera y duérmete. Mañana será otro día.
Helena sonrió débilmente en la oscuridad, mientras el dormitorio se sumía en un silencio tranquilo. El suave rumor del lago filtrándose a través de las paredes de piedra era casi hipnótico, como si el agua misma estuviera susurrando secretos antiguos y consoladores.
Cerró los ojos, sus pensamientos un poco más ligeros y su corazón un poco más firme. Tal vez aún no tenía todas las respuestas, pero una cosa era segura: No todos los Slytherins eran malvados.
…
La mañana siguiente, Helena se levantó de su cama con un ánimo renovado. La charla con Cassandra de la noche anterior había disipado gran parte de las dudas que la habían estado persiguiendo, y ahora sentía que podía enfrentar el día con más confianza. Después de desperezarse y cumplir con su rutina matutina, se vistió con el uniforme de Slytherin, asegurándose de que su collar estuviera perfectamente acomodado alrededor de su cuello.
Cassandra tardó un poco más en estar lista, pero finalmente ambas salieron del dormitorio. Helena observó cómo su compañera se recogía el cabello con un gesto elegante y sin esfuerzo antes de encaminarse juntas hacia la sala común. El aire en Slytherin siempre parecía más frío por la mañana, como si el lago oscuro que los rodeaba enfriará las piedras de las paredes.
Al llegar, Helena no pudo evitar detenerse por un momento. Lucian estaba allí, como siempre, pero esta vez no estaba solo. Estaba hablando con un chico más alto, de cabello rubio y una expresión que no transmitía ni cordialidad ni hostilidad. Helena lo reconoció casi al instante: un estudiante de sexto año que pertenecía al mismo círculo que Flint y Rosier.
De forma instintiva sus ojos se entrecerraron ligeramente. Después de todo era poco probable que aquel chico tuviera una actitud amistosa hacia Lucian. Cassandra, a su lado, también pareció captar la situación de inmediato; su mirada se afiló mientras observaba al joven al lado de Lucian.
—¿Qué hace hablando con él? —murmuró Helena en voz baja, lo suficiente para que Cassandra pudiera escucharla.
—¿Cómo lo sabría? Acabo de salir del dormitorio junto a ti —respondió Cassandra, su tono bajo pero cargado de sarcasmo y una ligera irritabilidad.
Ambas avanzaron con cautela hasta donde estaba Lucian, quien, al percatarse de su llegada, terminó su conversación con el chico. El estudiante de sexto año les dirigió una mirada breve, como evaluándolas, antes de marcharse con un paso pausado.
—¿Qué quería? —preguntó Helena tan pronto como estuvieron lo suficientemente cerca, su tono era directo, pero no acusador.
Lucian les dedicó una sonrisa despreocupada, era un tipo de sonrisa que parecía desarmar cualquier interrogante, realmente se preguntaba cómo es que Lucian parecía dominarla de forma tan natural.
—Nada importante, solo se trata de ciertos asuntos pendientes, es solo que su actitud deja mucho que desear —respondió con una calma que no dejó lugar a dudas ni tampoco a más preguntas—. ¿Listas para ir al Gran Comedor?
Helena quiso insistir, pero Cassandra le lanzó una mirada que parecía decirle que lo dejara pasar. Con un suspiro resignado, Helena se encogió de hombros y siguió caminando junto a Lucian y Cassandra hacia las puertas de la sala común.
Donde un expectante Harry la esperaba, con los brazos cruzados y un aire nervioso que Helena reconoció al instante. Apenas la vio, su rostro se iluminó.
—¡Helena! —exclamó, su tono era alegre pero apurado.
Harry se acercó rápidamente, esta vez no actuó de inmediato. Antes de tomarla del brazo como solía hacer, dirigió una mirada de disculpa hacia Lucian y Cassandra, quienes se quedaron unos pasos atrás, observando con calma la interacción.
—La tomaré prestada esta mañana, si no les importa —dijo Harry, con una inusual cortesía.
Lucian levantó una ceja, su rostro apenas mostrando una pizca de interés, pero no dijo nada. Cassandra, por su parte, lo observó con una expresión neutra.
—No hay problema —respondió Lucian finalmente, con una ligera inclinación de cabeza.
Antes de que Helena pudiera protestar, Harry ya la había tomado de la mano y la estaba guiando lejos de sus compañeros.
—Harry, ¿qué estás haciendo? —preguntó Helena, intentando comprender por qué la había llevado de la mano con tanta determinación.
—Nada… solo pensé que podríamos desayunar juntos —respondió Harry con un tono casual, aunque había algo en su mirada que sugería que tenía un propósito más claro de lo que quería admitir.
Cuando entraron al Gran Comedor, Helena empezó a entenderlo. Era evidente que Harry intentaba hacerla sentir mejor tras lo sucedido en el campo de Quidditch, pero su enfoque directo estaba llamando más atención de la que ella habría deseado.
Harry no se detuvo hasta llegar a donde Hermione y Ron estaban sentados en la mesa de Gryffindor. Sin soltar la mano de su hermana, les lanzó una breve mirada a sus amigos antes de señalar el espacio vacío a su lado.
—Siéntate, Helena —dijo en voz firme pero amable—. No pasa nada. Recuerda que yo me senté contigo en la mesa de Slytherin y sobreviví.
Helena dudó por un instante, mirando a su alrededor. Las miradas curiosas de los demás Gryffindor no eran exactamente sutiles, pero al ver la expresión decidida de Harry, se decidió tomar asiento a su lado.
Ron la miró como si acabara de ver a una criatura mágica aterrizar en medio del Gran Comedor.
—¿Está bien que estés aquí? —preguntó Ron, inclinándose hacia Harry mientras intentaba mantener su voz en un susurro, aunque no lo consiguió del todo.
—¿Por qué no iba a estarlo? —replicó Harry, mirando a Ron con el ceño ligeramente fruncido.
—Bueno… ya sabes —murmuró Ron, encogiéndose de hombros—, es una serpiente.
Harry giró hacia él con una mirada firme y casi desafiante.
—Es mi hermana, Ron —dijo en un tono bajo pero con énfasis, como si esa declaración fuera suficiente para zanjar la conversación.
Ron se encogió un poco bajó la intensidad de la mirada de Harry, aunque seguía teniendo una expresión ligeramente confundida.
—No es tan común, ¿sabes? —intentó justificar Ron, ahora dirigiéndose a ambos—. Que un Slytherin esté en nuestra mesa, quiero decir. No es personal.
Helena dejó que su mirada se deslizara primero hacia Ron y luego hacia Hermione antes de hablar con tono pausado, pero claro.
—Es normal que les parezca extraño. No es muy común que alguien de otra casa se siente en una mesa ajena.
Hermione asintió levemente, mientras que Ron parecía a punto de responder, pero Harry se adelantó con una actitud abiertamente cínica.
—Algo tonto si me lo preguntas. Como si fuera un crimen desayunar con quien queramos.
Ron se encogió de hombros y dejó escapar un largo suspiro, como si estuviera cansado de luchar contra la lógica inquebrantable de Harry.
—Está bien, está bien —dijo finalmente, alzando las manos en señal de rendición—. Pero si alguien te lanza un huevo frito por esto, no digas que no te lo advertí.
Helena no pudo evitar sonreír ligeramente ante el comentario, mientras Harry rodaba los ojos con impaciencia.
—Dudo que eso suceda, Ron —replicó Helena con calma—. Además, creo que puedo manejarme bastante bien sola.
Cogió su vaso de jugo de calabaza para ocultar cualquier rastro de incomodidad que aún pudiera sentir, pero sus palabras estaban teñidas de una seguridad tranquila.
Ron, sin embargo, la miró con suma curiosidad, como si todavía intentara descifrar qué hacía una Slytherin sentada allí.
—¿Qué? ¿Nunca han visto a una serpiente desayunar? —dijo Helena en un tono ligero, aunque sus ojos destellaron con un matiz desafiante.
El comentario pareció pillar a Ron por sorpresa, y estaba claro que tenía algo más que decir, pero Hermione intervino antes de que pudiera abrir la boca, dándole un pequeño codazo en el costado.
—Ya basta, Ron —le dijo con un tono firme pero controlado, como si estuviera regañando a un niño pequeño.
Ron gruñó algo ininteligible y bajó la mirada hacia su plato, dejando que el tema muriera.
Helena observó el intercambio entre ellos con una mezcla de extrañeza y calidez. Era una experiencia extraña estar sentada en una mesa rodeada por un grupo que no incluía ni a Lucian ni a Cassandra, pero la lealtad incondicional de Harry hacia ella, incluso frente a las preguntas de sus amigos, le provocó una sensación reconfortante que no esperaba.
—¿Ves? —dijo Harry con una sonrisa relajada mientras se servía una ración de huevos revueltos—. Todo está bien. No es el fin del mundo.
Helena sostuvo su mirada por un instante y luego le devolvió una pequeña sonrisa, tan sutil como cálida.
—Lo sé —respondió suavemente—. Gracias, Harry.
El ambiente alrededor de ellos comenzó a relajarse. Hermione, aparentemente decidida a aliviar la incomodidad, rompió el silencio haciendo un comentario sobre las lecturas de Transformaciones, y Harry y Ron comenzaron a discutir algo sobre el próximo partido de Quidditch.
Mientras los escuchaba, Helena no pudo evitar notar las miradas furtivas que seguían llegando desde otras partes de la mesa. Algunos estudiantes parecían genuinamente curiosos, mientras que otros mostraban expresiones más críticas. Pero por primera vez, eso no parecía importarle tanto.
Harry estaba dispuesto a enfrentarse a todos ellos para asegurarse de que ella se sintiera bienvenida, y eso significaba más para ella de lo que él podía imaginar. Con ese pensamiento, se sirvió un poco de tostada y se unió a la conversación, permitiéndose relajarse y disfrutar del momento, aunque fuera solo por un rato.
…
Posiblemente se debía al hecho de que la vida en Hogwarts era completamente diferente de la monótona y ligeramente dolorosa existencia que había llevado con los Dursley, que Helena no se había percatado de que ya habían pasado dos meses desde su llegada al castillo.
En tan poco tiempo, Hogwarts se sentía más como un hogar que su casa en Privet Drive. Las clases, que al principio consistían en aprender lo básico acerca de la magia, ahora se habían vuelto mucho más interesantes y desafiantes.
La mañana de Halloween, los estudiantes se despertaron con el delicioso aroma de calabaza asada flotando por los pasillos, prometiendo un día especial. Pero lo mejor fue cuando el profesor Flitwick anunció en la clase de Encantamientos que ya estaban listos para aprender a hacer volar objetos, algo que muchos habían esperado con ansias desde que vieron cómo hacía levitar el sapo de Theodore Nott el primer día de clases.
El profesor Flitwick, como era su costumbre, subido en su pila de libros, asignó parejas para practicar el hechizo. Helena fue emparejada con Lucian, mientras que Cassandra terminó trabajando con Daphne Greengrass, una combinación curiosa debido a las personalidades igualmente reservadas e indiferentes de ambas. Aunque parecían llevarse bien, era imposible descifrar qué pensaban realmente la una de la otra.
—Y ahora no os olvidéis de ese bonito movimiento de muñeca que hemos estado practicando —dijo Flitwick con su característica voz aguda—. ¡Agitar y golpear! Recordad que pronunciar las palabras mágicas correctamente es igual de importante. Nunca olvidéis al mago Baruffio, que dijo «ese» en lugar de «efe» y acabó con un búfalo en el pecho.
Helena, aunque dudaba de la veracidad de aquella anécdota, no pudo evitar sonreír ante el entusiasmo del profesor.
—¿Quieres intentarlo primero? —preguntó Helena, mirando a Lucian mientras colocaba su pluma en el centro de la mesa.
Lucian arqueó una ceja y la observó con una expresión que mezclaba diversión y una ligera burla. Con un movimiento rápido y elegante de su varita, y sin pronunciar palabra alguna, la pluma se alzó en el aire. Flotó con gracia hasta el techo del aula, donde se quedó suspendida por un momento antes de descender lentamente, aterrizando suavemente de vuelta en la mesa.
El profesor Flitwick, que había estado observando de cerca, aplaudió emocionado.
—¡Fantástica demostración, señor Grindelwald! —exclamó, casi saltando de alegría—. Serán quince puntos para su casa: cinco por el excelente movimiento de varita y diez por el uso de magia no verbal.
—Gracias, profesor —respondió Lucian con una sonrisa serena y un leve asentimiento.
—Si no le molesta, viendo que ha dominado el hechizo con tanta facilidad, ¿podría ayudarme a guiar a sus compañeros? —preguntó Flitwick, mirándolo con ojos llenos de expectativa.
—Por supuesto, profesor —contestó Lucian mientras se levantaba de su asiento. Antes de seguir al profesor, le lanzó una última mirada a Helena, una mezcla de juguetona superioridad y satisfacción.
Helena, aún sorprendida por la escena, frunció ligeramente el ceño y murmuró con irritación.
—Presumido.
Respiró hondo y volvió a concentrarse en la pluma. Cerró los ojos por un momento, visualizando el hechizo en su mente, y luego realizó el movimiento de muñeca que Flitwick había indicado.
—Wingardium Leviosa —pronunció con claridad.
La pluma tembló ligeramente en su lugar antes de alzarse lentamente, tambaleándose un poco al principio, como si dudara de su propia capacidad para mantenerse en el aire. Helena frunció el ceño, concentrándose en ajustar el ángulo de su varita y repitiendo mentalmente el movimiento preciso que el profesor Flitwick les había enseñado.
Con un último giro de muñeca, la pluma dejó de temblar y comenzó a flotar con mayor estabilidad. Poco a poco, ascendió hasta colocarse a unos tres metros sobre su cabeza, girando con gracia en el aire. Una sonrisa triunfante apareció en el rostro de Helena mientras contemplaba su logro.
—¡Excelente, señorita Potter! —exclamó el profesor Flitwick al notar su progreso—. Muy bien hecho, ¡cinco puntos más para Slytherin!
Lucian, que había regresado al fondo del aula para observar, le dedicó una sonrisa ladeada mientras aplaudía suavemente.
—Nada mal para una primeriza —comentó con un toque de humor.
Helena le devolvió una mirada desafiante, pero no pudo evitar sonreír ligeramente.
—Al menos yo no necesito presumir para demostrar lo que puedo hacer.
La pequeña competencia entre ellos se sentía como un juego más que como una rivalidad, y mientras el resto de la clase seguía practicando, Helena se permitió disfrutar su momento de gloria personal.
La clase del profesor Flitwick fue la última del día. Helena, junto con Cassandra, se dirigió al Gran Comedor para la cena. Como era habitual, Lucian se había separado de ellas, excusándose con su acostumbrada vaguedad sobre "asuntos que atender". Helena no quiso preguntar.
Al pasar cerca de Harry y Ron, los encontró sumidos en una conversación aparentemente profunda. Les dirigió un saludo casual, pero ninguno de los dos reaccionó. Era extraño, sobre todo viniendo de Harry, quien nunca solía ignorarla, aunque fuera de forma no intencionada. Además, notó que Hermione no estaba con ellos, lo cual le pareció aún más inusual.
Sin embargo, decidió no darle demasiada importancia. Al entrar al Gran Comedor, quedó gratamente sorprendida por la decoración: miles de murciélagos aleteaban desde las paredes y el techo, mientras que otro millar más revoloteaba entre las mesas, haciendo temblar las velas de las calabazas talladas. El festín apareció de pronto en los platos dorados, al igual que en el banquete de principio de curso.
Helena se sentó junto a Cassandra en su usual lado de la mesa de Slytherin. Con el paso del tiempo, ese lado había ganado popularidad, y ahora el grupo que allí se congregaba era mayor que al inicio del curso. Sin embargo, Helena no pudo evitar notar que el lado derecho de la mesa, tradicionalmente ocupado por los más conservadores de la casa, estaba menos concurrido. Algunas caras habituales faltaban, lo que le hizo fruncir levemente el ceño. Aunque no tenía pruebas, algo en su interior le decía que algo extraño estaba sucediendo.
Sin dejar que esos pensamientos la distrajeran, Helena se dispuso a servirse una patata con su piel. Fue entonces cuando el profesor Quirrell irrumpió en el comedor, con el turbante torcido y una expresión de absoluto terror.
—¡Un trol! —jadeó mientras se apoyaba sobre la mesa del profesor Dumbledore—. ¡En las mazmorras! Pensé que debía saberlo...
Acto seguido, se desplomó en el suelo, inconsciente.
El Gran Comedor estalló en un caos de gritos y murmullos alarmados. El profesor Dumbledore, con su habitual calma autoritaria, lanzó al aire un conjunto de fuegos artificiales mágicos que chisporrotearon por encima de las cabezas de los estudiantes.
—¡Silencio! —exclamó, y el tumulto cesó de inmediato—. Prefectos, conducid a vuestros grupos a los dormitorios de inmediato.
Antes de que nadie pudiera moverse, una voz clara y firme resonó desde la mesa de Slytherin.
—Nuestra sala común está en las mazmorras, director. —Cassandra se había puesto de pie, con una expresión grave que contrastaba con su habitual indiferencia.
Dumbledore, visiblemente contrariado por el error, alzó una mano para calmar los murmullos que se reanudaban.
—Tienes razón, señorita Beaumont. Mi disculpa. Ningún estudiante debe moverse hasta que esta situación esté resuelta. Todos permanecerán aquí en el Gran Comedor hasta nuevo aviso.
Mientras los profesores comenzaban a organizar la seguridad en el comedor, Harry se puso de pie de forma repentina, interrumpiendo el silencio que se había instaurado.
—¡Hermione está en el baño! —dijo, su voz cargada de urgencia—. Después de la última clase, tuvo un problema con unos compañeros y... no se le ha visto desde entonces.
Las palabras de Harry hicieron que muchos estudiantes intercambiaran miradas preocupadas.
Dumbledore asintió rápidamente y se volvió hacia los profesores.
—Minerva, Severus, acompañadme. Iremos a buscarla de inmediato —ordenó Dumbledore con firmeza antes de dirigirse a los demás profesores—. Manteneos aquí con los estudiantes. No debe haber movimientos innecesarios.
Helena sintió un impulso casi inmediato de levantarse y señalar que Lucian también estaba ausente. Había algo en la situación que le producía un nudo en el estómago, pero antes de que pudiera siquiera abrir la boca, Cassandra, sentada a su lado, le dirigió una mirada intensa. Con un leve movimiento de cabeza, le indicó que permaneciera en silencio.
Fue un gesto pequeño, pero cargado de significado. Helena cerró la boca y, en contra de su sentido común, decidió hacerle caso. Cassandra junto con Lucian siempre parecían saber más de lo que decían, y aunque a veces le resultaba frustrante, en ese momento prefirió confiar en su juicio.
Los tres profesores salieron rápidamente del comedor, sus capas ondeando tras ellos, y el Gran Comedor quedó en un tenso silencio. Los murmullos comenzaron a extenderse entre los estudiantes, pero los prefectos y los profesores restantes se esforzaban por mantener el orden.
Helena observó la puerta por donde habían salido los profesores, su ceño fruncido y la preocupación evidente en su rostro. No solo estaba inquieta por Hermione, sino también por Lucian. Aunque él solía actuar como si siempre tuviera todo bajo control, su ausencia en un momento como este la inquietaba profundamente.
Pero había algo más. Un escalofrío recorrió su espalda, uno que no podía atribuir solo a la preocupación por sus amigos. Era la primera vez desde que había llegado a Hogwarts que sentía una verdadera sensación de peligro, como si la calma superficial del castillo ocultara algo mucho más oscuro y amenazante.
Cassandra permanecía en silencio a su lado, su mirada fija en su plato como si no hubiera nada de qué preocuparse. Pero Helena notó que su amiga también estaba más tensa de lo habitual; sus manos descansaban sobre su regazo, con los dedos entrelazados en un agarre firme. Solo podia desear que su juicio fuera acertado.
Helena tragó saliva, intentando calmarse. Miró a su alrededor, observando las caras preocupadas de los demás estudiantes. Decidió que, al menos por ahora, lo mejor que podía hacer era esperar y confiar en que los profesores manejaría la situación.