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Chapter 5 - Capítulo 5. Una Charla y El Primer Día de Clases.

Lucian caminaba junto al prefecto, quien lo había sacado del grupo de estudiantes de primer año de Slytherin con un gesto tranquilo, casi desinteresado. El joven era alto, de cabello oscuro y porte seguro, cualidades que reflejaban no sólo su posición como líder entre los estudiantes, sino también el orgullo de pertenecer a una familia de tradición mágica.

—Charlotte mencionó que vendrías —dijo el prefecto finalmente, rompiendo el silencio mientras giraban hacia un corredor iluminado tenuemente por antorchas flotantes que proyectaban sombras danzantes en las paredes—. Me pidió que cuidara de ti.

Lucian levantó una ceja, captando el nombre con una pequeña sonrisa que era más educada que cálida.

—¿Hermana tuya, supongo?

—La mayor —respondió el prefecto con un toque de orgullo en su voz—. Aunque creo que ya lo sabías.

—Una mujer impresionante —comentó Lucian con calma, manteniendo su mirada al frente—. Talentosa y, diría yo, muy capaz.

El prefecto dejó escapar una risa breve y seca, como si la evaluación no fuera inesperada.

—Eso suena como Charlotte, sí. Pero nunca imaginé que alguien como tú fuese su... ¿contacto?

Lucian giró ligeramente hacia él, la curiosidad brillando apenas en sus ojos.

—¿Alguien como yo"? —repitió en un tono neutral, más interesado que ofendido.

El prefecto no desvió la mirada, aunque su tono adquirió un matiz más cauteloso.

—No me malinterpretes. Es solo que, bueno, no parece que necesites mi ayuda.

Hubo una pausa antes de que añadiera, con seriedad:

—Ni que la quisieras.

Lucian mantuvo su ritmo pausado, reflexionando brevemente antes de responder.

—El concepto de "necesitar ayuda" es relativo. —Giró la cabeza hacia el prefecto, sus palabras tan medidas como su tono—. Pero incluso los más preparados saben reconocer un recurso útil cuando lo tienen delante.

El prefecto lo miró por el rabillo del ojo, tratando de evaluar si aquellas palabras eran un cumplido o un recordatorio velado de su posición.

—Bueno, es bueno saber que eres pragmático. Aquí en Hogwarts, eso puede ser... una ventaja.

Lucian dejó escapar una breve sonrisa, apenas perceptible.

—Lo tendré en cuenta.

El prefecto no insistió más y el silencio se instaló nuevamente entre ellos mientras avanzaban por los corredores. Finalmente, se detuvieron en una intersección bien iluminada.

—Hasta aquí llego yo. La profesora McGonagall te llevará el resto del camino —anunció, señalando a la figura alta y severa que esperaba más adelante.

Lucian inclinó ligeramente la cabeza en un gesto de agradecimiento.

—Ha sido un placer.

El prefecto asintió, aunque sus ojos mostraban una mezcla de curiosidad y respeto.

—Si necesitas algo, no dudes en hacérmelo saber. —Dio media vuelta y se alejó con paso firme, dejándolo frente a la imponente presencia de la profesora McGonagall, quien lo observaba con ojos agudos y atentos.

Lucian levantó la barbilla, preparando su mente para lo que estaba por venir. Había aprendido que en lugares como este, las primeras impresiones lo eran todo.

La profesora McGonagall caminaba delante de Lucian con pasos firmes y decididos, sin girarse ni una vez mientras subían los últimos tramos de la escalera de caracol que conducía a la oficina del director. El eco de sus zapatos resonaban en las paredes, un contrapunto al suave crujido de los escalones bajo los pies del joven Grindelwald.

Finalmente, llegaron ante una gran puerta de madera adornada con un pomo en forma de grifo. McGonagall se detuvo, colocándose de perfil para mirarlo.

—Señor Grindelwald —comenzó, su tono habitual teñido con una calidez poco común—, Hogwarts será su hogar por los próximos años. Los desafíos que enfrentará aquí dependerán tanto de su habilidad como de su carácter. —Por un momento, sus ojos brillaron con algo que Lucian no logró descifrar—. Estoy segura de que encontrará su lugar.

Lucian la miró con calma, ofreciendo un leve asentimiento como única respuesta.

—Buena suerte —añadió McGonagall, su voz más baja antes de girarse y marcharse con la misma determinación con la que había llegado.

La puerta se abrió sola, revelando la oficina del director. Era un espacio amplio, lleno de curiosidades que parecían competir por la atención: antiguos instrumentos mágicos que giraban y tintineaban suavemente, estanterías repletas de libros encuadernados en cuero, y retratos cuyos ocupantes murmuraban entre sí desde sus marcos. Pero lo que capturó de inmediato la atención de Lucian fue el majestuoso fénix que reposaba sobre un pedestal dorado junto a una ventana, sus plumas brillando con un resplandor cálido bajo la luz tenue.

Dumbledore no estaba a la vista.

Lucian avanzó con cautela, cerrando la puerta tras de sí. Sus ojos se encontraron con los del ave, que lo observaba con una mirada serena pero profunda, como si pudiera leer más allá de lo evidente.

—Hola —murmuró Lucian, casi sorprendido por el tono tranquilo de su propia voz. Había visto criaturas mágicas antes, pero nunca había estado tan cerca de un fénix.

Fawkes inclinó ligeramente la cabeza, soltando un trino suave que llenó el aire con una calidez reconfortante. Lucian dio un paso más cerca, evaluándolo con una mezcla de respeto y fascinación.

—Pensé que ustedes preferían mantenerse a distancia —comentó, con un toque de humor inesperado.

El ave respondió con un trino melódico. Lucian alargó la mano instintivamente, y para su sorpresa, Fawkes no retrocedió. Sus dedos rozaron las plumas del ave, que parecían fuego y seda al mismo tiempo.

—Supongo que tú eres una excepción —añadió en voz baja.

El momento fue interrumpido por un crujido apenas audible. Lucian giró rápidamente, sus ojos buscando la fuente, y ahí estaba: Albus Dumbledore, emergiendo tranquilamente de las sombras junto a una estantería.

Era curioso. Lucian estaba seguro de que la habitación había estado vacía, salvo por él y el fénix. No había señal alguna de magia de ocultamiento. Claro, pero eso era lo que uno esperaba del mago más renombrado de la era.

—Es un ser extraordinario, ¿verdad? —comentó Dumbledore, su voz cálida y musical, cargada con la sabiduría de los años.

Lucian no mostró sorpresa. Sus ojos recorrieron brevemente al hombre antes de responder.

—Lo es.

Dumbledore caminó hacia su escritorio con una calma natural, deteniéndose para acariciar suavemente la cabeza de Fawkes.

—Fawkes tiene un don especial para percibir el carácter de quienes lo rodean —dijo, sus ojos brillando detrás de las lentes de media luna—. Parece que le has causado una buena impresión.

Lucian inclinó la cabeza, reflexionando antes de hablar.

—Es un ave perceptiva.

—Y tú, ¿qué has percibido en él? —preguntó Dumbledore, su voz teñida de genuina curiosidad.

Lucian sostuvo la mirada del director, sus ojos mostrando un destello de agudeza.

—Que es más de lo que aparenta.

Dumbledore sonrió con suavidad, como si disfrutara del intercambio.

—Esa suele ser una buena forma de describirlo.

El silencio que siguió no era incómodo, sino contemplativo. Finalmente, Lucian rompió la pausa.

—¿Puedo hacerle una pregunta, profesor?

—Por supuesto.

—¿Siempre sabe cuándo aparecer en el momento perfecto, o esta vez fue pura coincidencia?

Dumbledore rió suavemente, su mirada brillando con humor.

—Digamos que, con los años, uno aprende la mejor manera de hacer una entrada.

Lucian dejó escapar una risa breve, seca pero auténtica.

—Interesante habilidad.

Fawkes soltó un trino aprobatorio, como si celebrara el momento, y ambos hombres compartieron una breve sonrisa antes de que Dumbledore adoptará un tono más reflexivo.

—Estoy seguro de que tienes tus razones para estar aquí, Lucian. —Su voz seguía siendo amable, pero había un peso en sus palabras—. Pero si me permites preguntar, ¿por qué Hogwarts?

Lucian no apartó la mirada.

—Por su reputación, profesor. Es difícil ignorar el hecho de que este colegio está bajo la protección del mago más respetado de nuestra era.

Dumbledore arqueó una ceja, su interés claramente despertado.

—¿Protección?

Lucian asintió, su tono más pragmático.

—Es un mundo complicado. A veces, estar bajo un paraguas poderoso evita problemas innecesarios.

Dumbledore inclinó la cabeza con un leve asentimiento.

—Un enfoque práctico, sin duda. Pero no puedo evitar preguntarme: ¿buscas protección de las sombras o de la luz?

La respuesta de Lucian fue una risa baja, contenida, casi imperceptible, pero cargada de un matiz que decía mucho más de lo que pretendía.

—De ambas, si es posible. —Pausó brevemente, observando la reacción del director antes de continuar—. Recibí ofertas de otras escuelas: Beauxbatons, Ilvermorny, Durmstrang. Todas muy tentadoras. Pero ninguna tiene a Albus Dumbledore.

El director se limitó a observar en silencio, aunque sus ojos parecían escrutar cada palabra.

—Y pensé —prosiguió Lucian, con una calma deliberada— que Hogwarts es diferente. El hecho de que esté aquí hablando con usted y no con representantes del Ministerio de Magia me confirma que tenía razón. Si hubiera aceptado alguna de las otras ofertas, no dudo que habría tenido a sus respectivos ministerios tras de mí en cuanto pusiera un pie en sus instituciones.

Dumbledore dejó escapar un leve suspiro, no de cansancio, sino como de entendimiento. Sus ojos azules parecían aún más brillantes, como si procesaran cada arista de lo dicho por el joven Grindelwald.

La mirada del viejo director se mantuvo fija en Lucian, sus ojos cargados de una mezcla de comprensión y precaución, como si estuviera caminando por la cuerda floja entre la empatía y la prudencia.

—Tienes razón en que Hogwarts es diferente —concedió, su voz suave pero con un subtexto de autoridad—. Siempre he creído que nuestra labor, como educadores, es ofrecer oportunidades para crecer, no sentenciar basándonos en los pesos que otros cargan. Y aunque tu historia puede influir en cómo eres percibido por algunos, no define quién eres... ni quién puedes llegar a ser.

Lucian se mantuvo en silencio ante esa declaración, si era debido a que no sabía cómo responder o quizá porque no estaba de acuerdo con sus palabras Dumbledore no podía saberlo.

—Tendrás una oportunidad, Lucian. Ahora eres un estudiante de Hogwarts, y eso significa que tendrás los mismos derechos que cualquier otro joven bajo este techo. —Su tono se volvió más firme, aunque no perdió la calidez—. Pero también significa que estarás sujeto a las mismas responsabilidades y expectativas.

Lucian esbozó una leve sonrisa, su tono adquiriendo un matiz irónico.

—¿Es decir, deberé preocuparme por los castigos si no hago mis deberes?

Dumbledore dejó escapar una suave risa, genuina, y sus ojos brillaron con un toque de humor.

—Si bien sería más sabio preocuparte por completar tus deberes antes de llegar a ese punto, no puedo negar que sí. —El director hizo una pausa, permitiendo que el momento de ligereza sirviera como un puente hacia algo más profundo—. Pero en un lugar como este, las responsabilidades no se limitan a cumplir con las tareas asignadas. También se trata de la forma en que elegimos interactuar con quienes nos rodean y cómo enfrentamos los desafíos que inevitablemente surgen.

El joven mantuvo su postura tranquila, aunque su mirada se volvió más aguda.

—¿Desafíos como las opiniones preconcebidas? —inquirió Lucian, con un tono cargado de ligera ironía, pero no exento de seriedad.

Dumbledore asintió, inclinándose hacia adelante en su silla con una mirada reflexiva.

—Exactamente. —Su voz se volvió más solemne, aunque mantenía un aire comprensivo—. Algunos aquí tendrán dificultades para mirar más allá de un apellido. Es una realidad que no puedo ignorar. Los prejuicios, por desgracia, son semillas que echan raíces profundas, y en lugar de desaparecer, en los últimos años solo han crecido y florecido en lugares donde menos deberíamos esperarlos.

Lucian lo observó con atención, como midiendo el peso de sus palabras antes de preguntar:

—¿Se refiere a la ideología de Voldemort, señor?

El uso del nombre provocó un destello fugaz en los ojos de Dumbledore, una mezcla de sorpresa y reconocimiento. Fue un instante breve, pero suficiente para que Lucian lo notara.

—Así es —respondió Dumbledore finalmente, con un tono pausado—. Sus ideas y las acciones que inspiraron dejaron cicatrices profundas en nuestra comunidad. Y aunque el tiempo ha pasado, esas cicatrices han alimentado temores y desconfianzas que siguen presentes. Pero no se trata solo de él, Lucian. Prejuicios de este tipo han existido mucho antes de que Voldemort alzó su voz.

Lucian inclinó ligeramente la cabeza, procesando la respuesta. Después de un momento, decidió llevar la conversación a un terreno más directo.

—La casa en la que fui colocado… Slytherin, ¿cree que será una ventaja o un obstáculo para alguien como yo? —Su tono era calculador, pero no hostil.

Dumbledore cruzó las manos frente a él, tomándose un momento antes de responder.

—Slytherin, como cualquier otra casa, es un reflejo de las cualidades que más valoramos —comenzó, con calma—. En tu caso, la ambición, la determinación y la capacidad de pensar estratégicamente son rasgos que no deberían ser despreciados. Pero también es cierto que, en los últimos tiempos, Slytherin ha cargado con un estigma que no todos sus miembros merecen. Hay quienes lo ven como un refugio para lo oscuro, lo peligroso. Nada más lejos de la verdad, pero esos prejuicios persisten.

Lucian lo miró con una expresión neutral, aunque sus ojos parecían evaluar cada palabra con atención.

—¿Y usted? ¿Lo ve de esa manera? —preguntó, su tono carente de desafío, pero lleno de curiosidad.

Dumbledore dejó escapar una ligera sonrisa, llena de sabiduría.

—He visto muchas generaciones de Slytherin pasar por estas puertas. Algunos se han perdido en el poder que buscaban, pero otros han utilizado su ambición para grandes cosas, para construir, no destruir. Creo que la ambición es como cualquier herramienta poderosa: depende de cómo decidas usarla.

Lucian reflexionó por un instante, dejando que las palabras calaran hondo antes de responder.

—Entonces, según usted, Slytherin no define a la persona, sino que ofrece el terreno para que esa persona se defina a sí misma.

—Exactamente. Las casas de Hogwarts no existen para imponer un destino, sino para ayudarte a forjarlo. Claro que, en tu caso, puede que encuentres más ojos observándote de cerca. Algunos por simple curiosidad, otros por desconfianza. Eso es algo que tendrás que manejar con sabiduría.

Lucian dejó escapar una leve sonrisa irónica, casi imperceptible.

—Parece que mi destino ya está bajo escrutinio antes siquiera de comenzar.

—Eso es inevitable, me temo —admitió con un dejo de pesar, aunque su tono conservaba una calidez tranquilizadora—. Pero recuerda, Lucian, el escrutinio no es una condena. Es una oportunidad, una invitación para demostrar quién eres realmente y de qué estás hecho.

Lucian alzó una ceja, como si cuestionara el optimismo implícito en esas palabras, pero no replicó. Dumbledore, viendo la duda en sus ojos, se inclinó ligeramente hacia adelante.

—Tus circunstancias, aunque difíciles, no son de ninguna manera una certeza de lo que te convertirás —continuó el director, con sabiduría en su voz—. Las decisiones que tomes, las relaciones que forjes, y cómo elijas afrontar los desafíos que encuentres aquí, eso será lo que realmente defina tu camino.

Hizo una pausa deliberada, permitiendo que sus palabras calaran en el joven antes de proseguir.

—Pero recuerda también, Lucian, que este derecho a decidir sobre tu vida no te exime de una responsabilidad hacia los demás. Tus acciones no solo afectarán tu propio destino, sino también el de quienes te rodean.

La habitación cayó en silencio, interrumpido únicamente por el suave gorjeo de Fawkes, cuyo plumaje destellaba con la luz parpadeante de las velas. El ave, siempre atenta, parecía observar a Lucian con la misma intensidad que su dueño.

Dumbledore se recostó ligeramente en su silla, sus manos entrelazadas sobre la mesa. Su mirada se suavizó al encontrarse con la de Lucian.

—Ahora, creo que será mejor continuar esta conversación en otra ocasión —dijo el director con un tono amable—. Este día debe haber sido agotador para ti. Necesitas descansar.

Lucian asintió, comprendiendo que la reunión había llegado a su fin. Dumbledore continuó, señalando hacia la puerta:

—El profesor Snape, tu jefe de casa, te llevará a la sala común de Slytherin. Él te orientará en lo que necesites para esta noche.

El joven se levantó de su asiento con un movimiento elegante y calculado, inclinando ligeramente la cabeza en una muestra de respeto.

—Buenas noches, profesor —dijo con formalidad, antes de girarse hacia la salida.

—Buenas noches, Lucian —respondió Dumbledore, su voz quedando suspendida en el aire mientras observaba al joven desaparecer tras la puerta.

El eco de los pasos de Lucian resonó por el corredor, desvaneciéndose poco a poco, hasta que la quietud volvió a llenar la oficina.

Dumbledore permaneció sentado, inmóvil por un momento, su mirada fija en la puerta cerrada. Luego, suspiró profundamente, dejando escapar un pensamiento que parecía haber cargado consigo desde el inicio de la reunión.

—El futuro siempre está lleno de incertidumbre —murmuró para sí mismo, su tono apenas audible pero cargado de reflexión—. Pero a veces, las mayores luces surgen de las sombras más inesperadas.

Fawkes inclinó la cabeza, emitiendo un leve canto que parecía dar forma a una aprobación silenciosa. Las palabras del anciano se perdieron en la serenidad de la oficina, mientras las velas seguían ardiendo con su cálida luz, reflejando un brillo en los ojos pensativos del director.

El dormitorio de las chicas de primer año en Slytherin tenía un aire distintivo, con su techo abovedado y las paredes de piedra iluminadas por una luz verdosa que se filtraba desde el lago. Los cortinajes de terciopelo oscuro que rodeaban cada cama con dosel brindaban una sensación de privacidad, algo que Helena realmente apreciaba.

De pie frente a un pequeño espejo ovalado enmarcado en hierro forjado, Helena ajustaba una gargantilla de cuero negra alrededor de su cuello. Era un gesto que había perfeccionado con los años, casi automático, pero no carente de significado. Había sido uno de los pocos consejos prácticos de su tía Petunia que recordaba con claridad: "Una mujer no debería tener cicatrices visibles, Helena. Usa algo para cubrirla; no es apropiado." En aquel entonces, había obedecido más por evitar discusiones que por convicción propia. Pero ahora, la gargantilla era algo más que un accesorio; era una barrera, una forma de protegerse de preguntas incómodas y miradas inquisitivas.

Con movimientos cuidadosos, se aseguró de que la delgada línea curva de la cicatriz estuviera completamente oculta. Aunque no podía verla, sabía exactamente dónde estaba, justo al lado derecho de su cuello. Había crecido creyendo que era el resultado de un accidente, algo ocurrido la noche en que sus padres murieron. Ahora sabía que era un vestigio del ataque de Voldemort, el recuerdo de una noche que casi no sobrevivió.

Helena dejó escapar un suspiro mientras alisaba su túnica con las manos, tratando de concentrarse en el presente. El mundo mágico, Hogwarts, todo lo que había descubierto en las últimas semanas, todavía le parecía irreal. Había pasado de ser un "fenómeno" bajo el techo de los Dursley a una estudiante en una escuela mágica. Sin embargo, no podía evitar sentirse fuera de lugar. Era como si estuviera viviendo una vida que pertenecía a otra persona.

Se miró al espejo una vez más, y no pudo evitar comparar lo que veía con las palabras de quienes había conocido. Según Hagrid se parecía mucho a su madre, pero con los ojos de su padre. Desde que escuchó esa frase y supo el destino de sus padres ver esa mezcla le dolía. Era un recordatorio de todo lo que había perdido.

Un golpe suave en la puerta interrumpió sus pensamientos.

—Helena, ¿estás lista? —La voz de Cassandra era tranquila, pero firme, con ese tono que siempre parecía equilibrar entre la neutralidad y la autoridad.

—Sí, ya salgo —respondió rápidamente, ajustándose el cabello una última vez.

La puerta se entreabrió, y Cassandra asomó la cabeza. Su expresión era seria, aunque había una pizca de impaciencia en su mirada.

—Lucian está esperando. Y aunque es bastante paciente, dudo que quiera pasar la mañana aquí.

Helena asintió y se puso en marcha, tomando su bolsa y asegurándose de que todo estuviera en orden. Al salir del dormitorio, las miradas de algunos compañeros que aún permanecían en la sala común cayeron sobre ella. Era una sensación incómoda, como si la estuvieran evaluando constantemente.

La sala común de Slytherin, con su luz verdosa y sus muebles oscuros, siempre le parecía intimidante. Mientras bajaba las escaleras, trató de ignorar las miradas y enfocarse en sus pasos. Cassandra caminaba junto a ella, su porte elegante y distante le daba un aire casi regio que Helena no podía evitar admirar.

Cerca de la salida, Lucian los esperaba apoyado contra una de las paredes de piedra. Su postura era relajada.. Su túnica impecable y su expresión tranquila le daban una presencia que era difícil de ignorar.

—Finalmente —dijo con una leve sonrisa al verlas acercarse. Su tono era suave, sin rastro de molestia, pero con una ligera nota de ironía que lo hacía parecer siempre un paso por delante.

—Ya estamos aquí. No exageres —respondió Cassandra con un destello de diversión en su mirada, algo poco común en ella.

Lucian hizo un gesto cortés, indicándoles que comenzaran a caminar.

—Será mejor que vayamos al comedor primero. Después nos dirigiremos a la clase de pociones. —Sus palabras eran medidas, casi como si estuviera organizando una agenda mental mientras hablaba—. Ayer tuve la oportunidad de intercambiar unas palabras con el profesor Snape, y debo admitir que no parece alguien particularmente... agradable.

—¿Qué te dijo? —preguntó Cassandra, curiosa, aunque su tono permanecía neutral.

—Nada fuera de lo común. Solo dejó una impresión de no tolerar la incompetencia. —Lucian dejó escapar una leve sonrisa, como si la perspectiva no lo intimidara en absoluto.

Helena caminaba en silencio por los pasillos de piedra, con la mirada fija en el suelo. A pesar de sus inseguridades, había algo en la compañía de Lucian y Cassandra que le resultaba sorprendentemente reconfortante. Tal vez se debía a que, por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía amigos más allá de Harry.

—Allí, mira.

—¿Dónde?

—Al lado del chico alto de cabello negro.

—Eres un idiota, ¿y si te lanza una maldición por estarlo mirando?

—¿Has visto a su gemelo?

Los murmullos comenzaron a llegar a los oídos de Lucian desde el momento en que salió del dormitorio aquella mañana. Los estudiantes que esperaban fuera de las aulas se inclinaban disimuladamente para observar mejor o volteaban la cabeza en los pasillos, lanzándole miradas furtivas cargadas de curiosidad.

Sabía que su llegada a Hogwarts no pasaría desapercibida; después de todo, no era alguien que pudiera mezclarse fácilmente entre la multitud. Sin embargo, no había anticipado tanta atención. Aunque, considerando que caminaba al lado de Helena, el motivo detrás de las miradas comenzaba a quedar más claro.

Los dos juntos debían ser una visión confusa para muchos. Helena Potter, una de dos hermanos que sobrevivieron al ataque de Voldemort y que, de alguna manera, habían derrotado al mago oscuro más temido de los últimos tiempos, caminando junto a él, Lucian. Aquel cuyo apellido era una sombra pesada, ligada a un hombre que había buscado no solo destruir el mundo mágico tal como era, sino también reformarlo a su imagen y semejanza. 

Helena, a su lado, parecía ajena a la intensidad de las miradas. O, al menos, lo aparentaba bien. Su postura recta y la forma en que mantenía la vista al frente daban la impresión de que estaba acostumbrada a ser el centro de atención, aunque Lucian podía encontrar las fallas en su actuación presentes en un pequeño indicio de nerviosismo en la forma en que sujetaba su bolso o desviaba la mirada brevemente antes de volver a concentrarse.

Cassandra, quien los seguía con su andar tranquilo y elegante, parecía inmune a todo. Su expresión permanecía serena, como si el murmullo constante que los rodeaba no fuera más que un zumbido lejano. 

—Qué fascinante es la gente, ¿no crees? —murmuró Lucian en un tono bajo, casi divertido, inclinándose ligeramente hacia Helena mientras seguían avanzando por el castillo.

Ella lo miró de reojo, sorprendida por el comentario, pero incapaz de reprimir una ligera sonrisa.

—¿Fascinante? —repitió, con una pizca de sarcasmo en su tono.

—Oh, sí —respondió él, encogiéndose de hombros con despreocupación—. Son como pequeños espías amateurs: observando, especulando… inventando historias sobre aquello que no entienden.

—Que no entiendan no los detendrá de hablar —intervino Cassandra desde atrás, su voz tan serena como siempre.

—Desde luego que no —asintió Lucian, con el mismo tono despreocupado—. Pero, ¿no es eso lo más interesante? Creen saberlo todo, y sin embargo, no tienen ni idea.

Helena soltó una risa suave, incapaz de contenerse. Había algo en la forma en que Lucian abordaba la situación, con ese aire despreocupado, que lograba quitarle peso a las miradas constantes. Aunque el nerviosismo seguía presente, por un instante se sintió más ligera.

Sin embargo, su mente pronto vagó hacia su hermano. Aunque no lo mencionó, una parte de ella no podía evitar preguntarse cómo estaría manejando Harry toda esa atención. Desde pequeño, él había tenido dificultades para regular sus emociones; solía reaccionar de manera impulsiva, y eso, más veces de las que podía contar, los había metido a ambos en problemas con los Dursley.

Lo que, de alguna manera, reconfortaba a Helena era saber que pronto podría ver a su hermano. Slytherin tenía Pociones junto a Gryffindor, y aunque había esperado encontrarlo en el Gran Comedor esa mañana, cuando llegaron apenas unos pocos alumnos de primer año estaban presentes. Quizá Harry había llegado temprano o, más probable, no sabía bien cómo moverse en un lugar tan caótico como Hogwarts.

Lo que, de alguna manera, reconfortaba a Helena era saber que pronto podría ver a su hermano. Slytherin tenía Pociones junto a Gryffindor, y aunque había esperado encontrarlo en el Gran Comedor esa mañana, no lo había visto entre los pocos alumnos de primer año que estaban presentes. 

Mientras avanzaban hacia el aula de Pociones, Helena no podía evitar sentirse desconcertada por la facilidad con la que Lucian parecía encontrar el camino correcto. Habían pasado menos de veinticuatro horas desde su llegada a Hogwarts, pero él ya actuaba como si supiera todos los secretos del castillo.

—¿Cómo lo haces? —preguntó finalmente, incapaz de ocultar su asombro—. Ayer fue nuestra primera noche aquí, pero caminas como si ya conocieras el castillo.

Lucian sonrió, sin detenerse, mientras giraban en otro pasillo.

—No es tan complicado como parece —respondió con tono tranquilo—. Tienes que prestar atención a los detalles.

—¿Detalles? —repitió Helena, confundida.

—Así es, los sonidos, las sombras… la magia que rodea al castillo —dijo él, como si fuera la explicación más obvia del mundo—. El castillo te habla, pero solo si estas dispuesto a escuchar

Helena lo observó, intentando descifrar si hablaba en serio o si solo estaba bromeando. Pero Lucian parecía tener una habilidad de sonar completamente convencido, sin importar cuán extraña fuera su afirmación.

—¿Quieres decir que las escaleras que desaparecen y las puertas que fingen ser paredes también están "guiándonos"? —preguntó, esta vez con una pizca de sarcasmo.

Lucian soltó una leve risa.

—En su propio modo, tal vez. Pero si te limitas a lo que ves con los ojos o escuchas con los oídos, te perderás mucho más de lo que este lugar puede ofrecer.

Helena frunció el ceño, pensando en las interminables escaleras de Hogwarts: 142, según había leído en uno de los libros que compró antes de venir. Algunas amplias y despejadas, otras estrechas y tambaleantes. Había puertas que no se abrían a menos que les hicieras cosquillas y pasillos que cambiaban de destino según el día de la semana. No veía nada de lo que le hablaba Lucian en eso.

Cassandra, que caminaba detrás de ellos con su acostumbrada calma, intervino.

—Tal vez es que tú y Hogwarts se entienden —comentó con una ligera sonrisa que Helena casi pasó por alto.

—Es posible —admitió Lucian, sin rastro de modestia, mientras giraban por otro pasillo y llegaban frente a una imponente puerta de madera oscura—. Lo que sí sé es que aquí estamos, justo a tiempo.

Helena se detuvo frente a la puerta, incrédula. ¿Cómo era posible que hubieran llegado sin un solo tropiezo? Podía imaginar a varios alumnos de primer año corriendo aún por los pasillos, buscando desesperadamente el aula correcta.

—Increíble —murmuró, sacudiendo la cabeza.

Lucian se limitó a sonreír mientras abría la puerta con un gesto elegante, cediéndoles el paso a ambas.

—La magia siempre tiene formas de guiarte —dijo en un tono bajo, casi como si compartiera un secreto.

Helena cruzó el umbral, todavía intrigada por sus palabras. Aunque no estaba del todo convencida, había algo en la manera en que lo decía que le hacía querer creerle. Pero otra parte de ella, más racional, insistía en que era simplemente imposible. Quizá era la misma parte que había crecido en el mundo muggle, acostumbrada a las explicaciones lógicas y la falta de maravillas.

Las clases de Pociones se impartían en un calabozo frío y sombrío, mucho más gélido que las partes superiores del castillo. Incluso sin los frascos de vidrio que revestían las paredes, cada uno conteniendo criaturas extrañas y conservadas, el ambiente ya sería suficientemente lúgubre. La atmósfera opresiva parecía acentuar la tensión de los estudiantes mientras esperaban el comienzo de la clase.

El profesor Snape entró con su característica capa negra ondeando tras él. Comenzó a pasar lista, y cuando llegó a los gemelos Potter, hizo una pausa notable.

—Ah, sí —murmuró, su tono cargado de sarcasmo—. Los gemelos Potter. Nuestras nuevas... celebridades.

Helena sintió un nudo en el estómago, pero más por Harry que por ella misma. Aun así, su mente no pudo evitar notar algo curioso: Snape también se detuvo cuando llegó al nombre de Lucian, pero no soltó ningún comentario mordaz. Simplemente pasó al siguiente nombre sin darle importancia.

Desde su asiento, Draco Malfoy rió con sorna, acompañado por Crabbe y Goyle, quienes se tapaban la boca para no ser demasiado obvios. Snape terminó de pasar lista y alzó la mirada hacia la clase. Sus ojos negros eran penetrantes, tan oscuros como los de Hagrid, pero carentes de cualquier calidez. En lugar de eso, eran fríos, como túneles que no llevaban a ninguna parte.

—Estáis aquí para aprender la sutil ciencia y el arte exacto de hacer pociones —comenzó, su voz apenas un susurro, pero lo suficientemente clara como para llenar el calabozo. Tenía un extraño poder para captar la atención sin esfuerzo—. Aquí habrá poco espacio para esos ridículos movimientos de varita. Algunos de vosotros, sin duda, dudaréis que esto sea magia.

Hizo una pausa, recorriendo la sala con la mirada. Helena evitó sostenerla, pero podía sentir la intensidad de su escrutinio.

—No espero que todos entendáis la belleza de un caldero hirviendo suavemente, con sus vapores brillantes, ni el poder delicado de los líquidos que recorren las venas, hechizando la mente y engañando los sentidos. Sin embargo, puedo enseñaros cómo embotellar la fama, preparar la gloria... incluso detener la muerte. Si, claro está, sois algo más que los alcornoques habituales que me toca enseñar.

El silencio que siguió fue tan denso que parecía absorber el aire. Helena intercambió una mirada rápida con Harry, compartiendo una incomodidad palpable ante las palabras de su profesor. Hermione, por otro lado, estaba sentada en el borde de su silla, con los ojos brillantes y la mano lista para alzarse.

—Señor Potter —dijo Snape de repente, rompiendo el silencio como un látigo—. ¿Qué obtendré si añado polvo de raíces de asfódelo a una infusión de ajenjo?

Helena negó con la cabeza, sabiendo perfectamente que Harry no tenía idea de lo que Snape estaba hablando. Recordaba vagamente que esa combinación producía una poción para dormir muy poderosa, aunque el nombre exacto se le escapaba. Hermione, a su lado, ya agitaba su mano con entusiasmo.

—No lo sé, señor —respondió Harry con calma, aunque su incomodidad era evidente.

Los labios de Snape se curvaron en una sonrisa cruel.

—Bah, bah... es evidente que la fama no lo es todo —replicó, ignorando por completo la mano levantada de Hermione.

Snape continuó con su interrogatorio.

—Vamos a intentarlo de nuevo, Potter. ¿Dónde buscarías si te digo que me encuentres un bezoar?

La mano de Hermione estaba ahora tan alta en el aire que parecía que iba a despegar en cualquier momento. Sin embargo, Snape no le prestó atención.

—No lo sé, señor —repitió Harry.

—Parece que no has abierto ni un libro antes de venir, ¿no es así? —comentó Snape, su tono más ácido con cada palabra.

Helena apretó los labios, intentando comprender a Snape. Sabía perfectamente que Harry había leído los libros de texto, pero no era el tipo de persona que memorizaba cada detalle. Snape, por otro lado, parecía esperar que todos los estudiantes fuesen enciclopedias andantes. Bueno, quizás Hermione lo era, pero aun así, el trato no le parecía justo.

—¿Cuál es la diferencia, Potter, entre acónito y luparia? —preguntó Snape, su voz un filo cortante.

Hermione ya estaba de pie, con la mano tan alta que casi tocaba el techo.

—No lo sé —contestó Harry, sin perder la compostura—. Pero creo que Hermione lo sabe. ¿Por qué no se lo pregunta a ella?

Un murmullo de risas recorrió la sala. Seamus le guiñó un ojo a Harry desde su lugar. Pero Snape no estaba ni remotamente divertido.

—¡Siéntese! —espetó a Hermione, quien se dejó caer en su silla con un rubor intenso en las mejillas. Luego, giró su mirada hacia Helena.

—Las mismas preguntas para usted, señorita Potter —dijo, su tono aún más afilado.

Helena sintió cómo su garganta se cerraba ante la mirada penetrante de Snape, pero reunió todo su valor y respiró profundamente antes de hablar.

—Si recuerdo correctamente, señor, el asfódelo y el ajenjo combinados producen una poderosa poción para dormir. El bezoar proviene del estómago de una cabra y sirve como un antídoto. En cuanto a la última pregunta, acónito y luparia son simplemente dos nombres para la misma planta.

Conforme hablaba, la intensidad de la mirada de Snape no disminuyó, pero Helena notó que algo en su expresión cambió. Sus ojos oscuros parecían brillar con un destello de interés, y su ceja se arqueó ligeramente, como si estuviera sorprendido.

Por un momento, el calabozo quedó en silencio. Snape no dijo nada, y Helena casi deseó que el suelo se la tragara. Entonces, su voz cortó el aire:

—Bien. Parece que, al menos, hay una persona en esta clase que podría llegar a ser digna de enseñar. Cinco puntos para Slytherin por tus respuestas, señorita Potter.

El murmullo bajo de los estudiantes cesó de inmediato. Helena sintió un calor inesperado en su pecho; era un reconocimiento que no esperaba, pero tampoco podía disfrutar por completo bajo la mirada fría de Snape.

El profesor cambió su mirada de Helena al resto de la clase, que lo observaba con atención.

—El Filtro de la Muerte es una de las pociones para dormir más poderosas y peligrosas. El bezoar, como bien explicó, es una piedra obtenida del estómago de una cabra y sirve para contrarrestar la mayoría de los venenos. Y, efectivamente, acónito y luparia son dos nombres para la misma planta. No podríais haberlo dicho mejor.

Hizo una pausa, dejando que sus palabras se asentaran en la mente de los estudiantes.

—Bueno, ¿por qué no lo estáis apuntando todo? —preguntó con un tono cortante.

El aula se llenó de inmediato con el ruido apresurado de plumas raspando sobre pergaminos. Snape observó con su habitual expresión de desdén, pero cuando su mirada regresó a Harry, sus labios se torcieron en una mueca burlona.

—Y se le restará un punto a Gryffindor por tu descaro, Potter —añadió Snape, con evidente satisfacción.

Harry frunció el ceño pero no dijo nada; prefería no arriesgarse a más sanciones o a perder más puntos para su casa. Helena, por su parte, apretó los labios para contenerse y se concentró en sus notas.

Por el resto de la clase de Pociones, Snape los organizó en parejas para preparar una poción sencilla para curar forúnculos. Con su imponente figura envuelta en su capa negra, se paseaba entre las filas de estudiantes, observando cómo pesaban ortiga seca y trituraban colmillos de serpiente. No desperdiciaba oportunidad para criticar a todos, salvo a Draco Malfoy, a quien parecía favorecer abiertamente.

Helena trabajaba con Lucian en su caldero. A pesar de su diferencia inicial en cuanto al ritmo de trabajo, pronto notó que la poción que preparaban tenía la tonalidad exacta que se indicaba en el libro. Observó cómo Lucian manejaba los ingredientes con una precisión casi instintiva era visible que tenía experiencia previa en la elaboración de pociones.

Estaba a punto de rodar los ojos ante un comentario en voz baja de Lucian, cuando un movimiento repentino captó su atención. Lucian se levantó de su asiento y, con rapidez, caminó hacia la mesa donde trabajaba Neville Longbottom. El chico parecía inseguro mientras sostenía un puñado de púas de erizo, listo para añadirlas a su caldero.

—Espera —dijo Lucian, sujetando el brazo de Neville con firmeza pero sin brusquedad—. Te aconsejo que, si no quieres hacer explotar tu caldero, dejes las púas de erizo en la mesa. Todavía no es el momento de añadirlas.

Neville parpadeó, su rostro oscilando entre un blanco pálido de miedo y un rojo brillante de vergüenza. Algunos estudiantes cercanos se detuvieron a mirar, y el murmullo de curiosidad llenó el calabozo.

Antes de que Neville pudiera responder, la figura de Snape apareció entre las mesas, moviéndose como una sombra imponente. Sus ojos oscuros brillaban con interés malicioso.

—¿Puedo saber a qué se debe esta pequeña escena? —preguntó Snape con su tono mordaz, mirando a Lucian con una mezcla de curiosidad y desaprobación.

Lucian soltó el brazo de Neville con calma y se giró para enfrentar al profesor, con una expresión serena.

—Señor, Neville estaba a punto de añadir las púas de erizo antes de apagar el fuego bajo el caldero. Según sus indicaciones, eso provocaría una reacción explosiva. Solo intentaba evitar un accidente.

Snape alzó una ceja, mirando a Lucian como si intentara decidir si su intervención era digna de crítica o de reconocimiento. Por un momento, el calabozo quedó en completo silencio, excepto por el burbujeo de las pociones.

—Hmph —resopló finalmente, dirigiendo su atención a Neville, que ahora parecía desear que el suelo lo tragara. Luego echó un vistazo al caldero, confirmando que las palabras de Lucian eran correctas.

Neville bajó la mirada, todavía demasiado atemorizado para decir algo.

Snape entrecerró los ojos y regresó su atención a Lucian.

—Aunque su intervención no fue solicitada, señor Grindelwald..., su advertencia ha evitado lo que habría sido un desastre predecible. Cinco puntos para Slytherin —dijo finalmente, con una nota de desgana, antes de dirigirse a Neville con un tono más severo—. Y usted, Longbottom, intente no ser un peligro para todos en esta clase.

El profesor se alejó, dejando un rastro de tensión en el aire. Helena miró a Lucian de reojo mientras este regresaba tranquilamente a su asiento.

—Fue amable de tu parte ayudar a Neville —comentó en voz baja, mientras agitaba cuidadosamente su poción.

Lucian, sin apartar la vista de su caldero, respondió con calma:

—Francamente, lo hice más por mí que por él. No soportaría tener que trabajar en medio de un desastre.

Helena levantó una ceja y reprimió una sonrisa.

—Esa es una forma interesante de ver la bondad.

Lucian se encogió de hombros, indiferente.

—Llámalo sentido práctico.

Tras la clase de Pociones, el día continuó con otras materias. Helena debía admitir que, antes de llegar a Hogwarts, imaginaba que la magia consistía solo en agitar una varita y lanzar destellos de colores. Sin embargo, las clases eran mucho más complejas y fascinantes de lo que había anticipado.

La asignatura más fácil, pero también la más aburrida, era Historia de la Magia. Era impartida por un fantasma, el profesor Binns, cuya monotonía al hablar lograba apagar incluso los temas más interesantes. Helena encontraba fascinante el contenido de la clase, especialmente porque recién estaba descubriendo el mundo mágico, pero la forma de enseñar del profesor dejaba mucho que desear. Según había escuchado, Binns ya era un hombre muy viejo cuando se quedó dormido junto a la chimenea del cuarto de profesores y, al día siguiente, simplemente se levantó como si nada... dejando atrás su cuerpo.

En cambio, la clase de Encantamientos era mucho más animada. El profesor Flitwick, un mago diminuto que debía subirse a un montón de libros para alcanzar su escritorio, resultó ser carismático y brillante en su enseñanza. Su entusiasmo por los encantamientos contagiaba a los estudiantes, y Helena no podía evitar disfrutar cada lección, aunque algunas cosas le resultaban un desafío.

Por otra parte, la profesora McGonagall, a cargo de Transformaciones, era estricta e imponente. Desde el primer momento, dejó claras sus expectativas.

—Transformaciones es una de las magias más complejas y peligrosas que aprenderéis en Hogwarts. Cualquiera que pierda el tiempo en mi clase tendrá que irse y no podrá volver. Ya estáis prevenidos.

Para demostrarlo, transformó un escritorio en un cerdo frente a toda la clase y luego lo devolvió a su forma original. La mayoría quedaron impresionados y ansiosos por aprender, aunque pronto descubrieron que dominar ese nivel de magia tomaría tiempo. La primera tarea fue convertir una cerilla en una aguja. Al final de la clase, solo Lucian logró completarla con éxito, algo que sorprendió incluso a McGonagall. Helena logró que su cerilla se volviera plateada y puntiaguda, un progreso que solo compartió con Cassandra y Hermione, lo que les valió el reconocimiento de la profesora.

La clase que todos esperaban con más emoción era Defensa Contra las Artes Oscuras, pero las lecciones del profesor Quirrell resultaron ser una decepción. Su aula tenía un fuerte olor a ajo, que, según él, lo protegía de un vampiro que había conocido en Rumanía. Además, aseguraba que su turbante era un regalo de un príncipe africano al que había salvado de un zombi, pero pocos creían en sus historias.

Helena se sintió aliviada al darse cuenta de que no estaba mucho más atrasada que sus compañeros. Algunos de ellos provenían de familias muggles y, como ella, apenas estaban empezando a comprender el mundo mágico. Pero incluso aquellos que provenían de familia magicos no tenían demasiada ventaja, sin embargo, Lucian y Cassandra eran la excepción: ambos parecían tener un conocimiento más avanzado, aunque incluso Cassandra parecía quedarse atrás en comparación con Lucian.